sábado, 12 de enero de 2013

Fundamentalismo y la subversión de la ciencia

No soy más fundamentalista cuando digo que la evolución es cierta que cuando digo que Nueva Zelanda está en el hemisferio Sur. Creemos en la evolución porque hay evidencias que la apoyan, y dejaríamos de creer en ella si de la noche a la mañana aparecieran nuevas evidencias que la negaran. Ningún fundamentalismo real afirmaría nunca algo así. Es demasiado fácil confundir el fundamentalismo con la pasión. Puede que parezca apasionado cuando defiendo la evolución frente al creacionismo fundamentalista, aunque esto no se debe en sí a una rivalidad fundamentalista. Se debe a que la evidencia de la evolución es tan abrumadoramente fuerte que, de manera apasionada, me sobrecoge el hecho de que mi oponente no pueda verlo —o, más habitualmente, que se niegue a verlo porque contradice a su libro sagrado—. Mi pasión aumenta cuando pienso en cuán perdidos están los pobres fundamentalistas y todos aquellos en quienes ellos influyen. Las verdades de la evolución, al igual que otras muchas verdades científicas, son tan bellas y fascinantes; ¡cuán terriblemente trágico sería morir sin habernos dado cuenta de todo ello! Por supuesto que eso me apasiona. ¿Cómo no? Pero mi creencia en la evolución no es fundamentalismo, y tampoco es fe, porque sé que yo podría cambiar mi manera de pensar, y lo haría con gusto, si apareciera una nueva evidencia que lo requiriera.

Richard Dawkins en "El espejismo de Dios"

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