domingo, 13 de enero de 2013

La madre de todas las burkas

Efectivamente, la evolución de la vida compleja en su propia existencia en un mundo que obedece las leyes físicas es maravillosamente sorprendente —o debería serlo por el hecho de que esa sorpresa es una emoción que puede existir solo en un cerebro que es producto de este muy sorprendente proceso—. Hay un sentido antrópico, entonces, en el que nuestra existencia no sería sorprendente. Quiero pensar que hablo para mis colegas humanos al insistir, sin embargo, que es desesperantemente sorprendente.
Pensemos en ello. En un planeta y posiblemente solo un planeta en todo el Universo las moléculas que normalmente no generarían nada más complicado que un trozo de piedra se juntan a sí mismas en trozos de materia del tamaño de una piedra de una forma tan asombrosamente compleja que son capaces de correr, saltar, nadar, volar, ver, oír, capturar y comer a otros trozos animados de complejidad similar, capaces en algunos casos de pensar y sentir, y de enamorarse de otros trozos de materia compleja. Ahora comprendemos esencialmente cómo se hizo el truco, pero solo desde 1859. Antes de esa fecha parecería, efectivamente, algo muy, muy extraño. Ahora, gracias a Darwin, es simplemente muy extraño. Darwin se apoderó de la ventana del burka y le dio un tirón para dejarla abierta, permitiendo el paso de un flujo de entendimiento cuya deslumbrante novedad y cuyo poder para elevar el espíritu humano quizá no tuvo precedentes —a menos que fuera la comprensión de Copérnico de que la Tierra no era el centro del Universo.

Dawkins en "El espejismo de Dios"

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