miércoles, 27 de diciembre de 2017

Donde su fuego nunca se apaga

“Murió con su mano en la mano del vicario, el que la oyó murmurar:
—Esto es la muerte. Creía que sería horrible, y no. Es la dicha; la mayor dicha.
“La agonía le arrancó la mano de la mano del vicario, y enseguida terminó todo.
Por algunas horas se detuvo ella vacilante en su cuarto, y remirando todo lo tan familiar, lo veía algo extraño y antipático ahora.
El crucifijo y las velas encendidas le recordaban alguna tremenda experiencia, cuyos detalles no alcanzaba a definir; pero que parecían tener relación con el cuerpo cubierto que yacía en la cama, que ella no asociaba a su persona.
Cuando la enfermera vino y lo descubrió, vio Enriqueta el cadáver de una mujer de edad mediana, y su propio cuerpo vivo era el de una joven de unos treinta y dos años. Su frente no tenía pasado ni futuro, y ningún recuerdo coherente o definido, ninguna idea de lo que iba a ocurrirle. Luego, de repente, el cuarto empezó a dividirse ante su vista, a partirse en zonas y hacer de piso, muebles y cielo raso, que se dislocaban y proyectaban hacia planos diversos, se inclinaban en todo sentido, se cruzaban, se cubrían con una mezcla transparente, de perspectivas distintas, como reflejos de exterior en vidrios de interior.”

Pasaje de “Donde su fuego nunca se apaga” de May Sinclair
Cuentos memorables según Jorge Luis Borges
AA. VV.
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