miércoles, 28 de diciembre de 2011

Riesgo grande de un galán en metáfora de mariposa

Vidrio animado que en la lumbre atinas
con la tiniebla en que tu vida yelas, 
y al breve tiempo del morir anhelas
en la circunferencia que caminas.

En poco mar de luz ve oscuras ruinas,
nave que desplegaste vivas velas;
la más fúnebre noche que recelas
se enciende entre la luz que te avecinas.

No retire tu espíritu cobarde
el vuelo de la luz donde te ardías,
abrásate en el riesgo que buscabas.

Dichosamente entre sus lumbres arde,
porque al dejar de ser lo que vivías
te empezaste a volver en lo que amabas.

Luis de Sandoval Zapata.

lunes, 5 de diciembre de 2011

C P U T A


La computadora en blanco
me mira
burlona;
la soberbia emperatriz
            que derrocó al cuadernillo
la noche que se comió
las plumas y los lápices
sólo para mostrarme lo ágil
que puede ser con las teclas.
de haber sabido que me saldría
            muy culata
por el tiro;
ni me fijo,
me hago pendejo como con el bajo…
pero es tan dame más,
tan te reto a que no puedes.
La muy puta
con tal de que le manoseé las haches
y le pula la eñe quedito
es capaz de hipnotizarme
o darme toques muy campante.

Quesque la desaprovecho,
me revienta:
nomás me quieres pascribir
pudiendo  hacer música
o diseñando aviones,
sólo me utilizas,
a lo que yo respondo:
tranquila, flojita, flojita.
Hay que ver cómo se pone
cuando estoy de viaje
y se cela de la libreta.
Y luego escríbeme, escríbeme así
no lo pienses
tecléame
ábreme el espacio
lléname de jotas las igriegas
sóplame en la equis
dame des, más des
ponme en eme
así
así
a que no te atreves
            a chuparme el arroba
a que no me enfalas la efe completa
más rápido
más rápido.

Pero qué decir de las machacantes
sequías de actividad,
de los bloqueos de inspiración,
si cada poco me sale con su
error al tratar de ejecutar
mande un informe a mi distribuidor,
yo le doy a entender a ésta vieja:
quiún diadestos
me consigo una chiquitita
            con más capacidá,
ella sólo contesta
que entre más pequeña
            más compleja
que primero consiga un manual
en el arte de los sistemas,
que su autluk su opdeit su ram,
luego no encuentro tal poema
            o tal tarea
tal archivo no existe
            ni nunca existió.

Y tiene razón;
la muy jija de su regenérica madre,
necesito un manual
pero de redacción,
los sistemas me dan  miedo.

Poema de Eduardo Ribé tomado del "Divagatorio", y éste de "De la hoja al cenicero".

La Mecánica del Corazón (VI)



Cuando tengo mucho miedo, noto que la mecánica de mi corazón patina hasta tal punto que parezco una locomotora de vapor en el momento en que sus ruedas chirrían en una curva. Viajo sobre los raíles de mi propio miedo. ¿De qué tengo miedo? De ti, en fin, de mi sin ti. El vapor, pánico mecánico de mi corazón, se filtra por debajo de los raíles. Oh, Madeleine, que calentito me tenías. Nuestro último encuentro aún está tibio, sin

embargo tengo tanto frío como si jamás te hubiera encontrado ese día, el día mas frío del mundo.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La Mecánica del Corazón (V)



Jack:



Esta carta es muy pesada, tanto que me pregunto si la paloma logrará alzar el vuelo con tales noticias.

Esta mañana, cuando Luna, Anna y yo llegábamos a lo alto de la colina, la puerta de la casa estaba entreabierta, pero ya no había nadie. El taller estaba patas arriba, como si acabara de pasar un huracán. Habían revuelto todas las cajas de Madeleine, hasta el gato había desaparecido.

Fuimos inmediatamente en busca de Madeleine. Y al fin la encontramos en la prisión de Saint Calford. En el poco rato que nos autorizaron a verla, contó que la policía la había arrestado apenas unos minutos después de nuestra partida, y añadió que no había que preocuparse, que aquella no era la primera vez que la arrestaban y que todo  se arreglaría.

Me gustaría poder escribir que ya la han soltado, me gustaría contarte que cocina con una mano, que con la otra arregla a algún infeliz, aunque te eche de menos, que se porta bien. Pero ayer por la noche Madeleine se marchó. Partió en un viaje que ella misma decidió emprender pero del que jamás podrá regresar. Dejó su cuerpo en la cárcel y su corazón se liberó. Soy consciente de que esta noticia te sumirá en un gran estado de tristeza, pero no olvides nunca que tú le has dado la alegría de ser una verdadera madre. Ese era el mayor sueño de su vida. 

Ahora esperamos que la paloma nos traiga noticias tuyas. Espero que la paloma pueda alcanzarte pronto. La idea de que creas aún que Madeleine vive nos resulta cruel. 

Procuraré no releer esta carta, si no me arriesgo a no reunir jamás el valor para mandártela. 

Anna, Luna y yo te deseamos el coraje necesario para superar esta nueva adversidad.

Con todo nuestro amor,

Arthur

P.D.: Y no lo olvides nunca, "¡Oh When the Saints!"

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

La Mecánica del Corazón (IV)


Primero, no toques las agujas de tu corazón. Segundo, domina tu cólera. Tercero y mas importante, no te enamores jamás de los jamases. Si no cumples estas normas las agujas del reloj de tu corazón traspasará tu piel, tus huesos se fracturarán y la mecánica del corazón se estropeará de nuevo. 

El mensaje de la pizarra me aterroriza, aunque no tengo necesidad de leerlo pues ya me lo sé de memoria. Sopla un viento de amenaza entre mis engranajes. Por frágil que sea mi reloj, la pequeña cantante te ha instalado cómodamente en él. Ha
dejado sus pesadas maletas cargadas de yunques en cada rincón; sin embargo, jamás me había sentido tan ligero como desde que la conocí..

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

La Mecánica del Corazón (III)





De repente, el cucú de mi corazón empieza a sonar muy fuerte, mucho más fuerte que cuando sufro una crisis. Siento que mis engranajes giran a toda velocidad, como si me ahogara. El carillón me revienta los tímpanos, me tapo los oídos pero el tictac resuena en el interior, haciéndose insoportable. Las agujas me rebanarán el cuello. La doctora Madeleine intenta calmarme con gestos discretos, como si intentara atrapar a un pobre canario asustado en su jaula. Tengo un calor asfixiante.

Me hubiera gustado parecer un águila real o una gaviota majestuosa, pero en lugar de eso, aparezco como un pobre canario perturbado y confundido por sus propios sobresaltos. Espero que la pequeña cantante no me haya visto. Mi tictac resuena seco,
mis ojos se abren, y mi nariz se alza al cielo. La doctora Madeleine me sujeta por el cuello de mi camisa, después me agarra del brazo y mis talones se despegan ligeramente del suelo.

-¡Volvemos a casa de inmediato! ¡Asustas a todo el mundo! ¡A todo el mundo!

Parece furiosa e inquieta a la vez. Me siento avergonzado. Al mismo tiempo rememoro las imágenes de la joven muchacha que canta sin gafas y mira el sol de frente. Y entonces ocurre: me enamoro. En el interior de mi reloj es el día más caluroso de la
historia.

Después de un cuarto de hora de ajustes a mi corazón y una buena sopa de fideos, recupero mi estado normal. La doctora Madeleine tiene un gesto cansado, como cuando después de horas y horas cantando no consigue que me duerma, aunque está vez tiene un aire más concienzudo. 

-Recuerda que tu corazón no es más que una prótesis, es infinitamente más frágil que un corazón normal, y me temo que siempre va a ser así. Los mecanismos de tu reloj no filtran las emociones como lo harían los tejidos de un corazón normal. Es absolutamente necesario que seas prudente. Lo que ha ocurrido en la ciudad cuando has visto a esa pequeña cantora confirma lo que me temía: el amor es demasiado peligroso para ti.


-Me encanta contemplar su boca.
-¡No digas eso!
-Su rostro es hermoso, con esa sonrisa resplandeciente que provoca que uno quiera contemplada mucho rato.
-No te das cuenta, te lo tomas como si no tuviera importancia. Pero lo que haces es jugar con fuego, un juego peligroso, sobre todo si se tiene un corazón de madera. Te duelen los engranajes cuando toses, ¿verdad?
-Sí.
-Pues bien, ese es un sufrimiento insignificante si lo comparas con el que puede originar el amor. Todo el placer y la alegría que el amor provoca puedes pagados un día con muchos sufrimientos. Y cuanto más intensamente ames, más intenso será el dolor futuro. Conocerás la angustia de los celos, de la incomprensión, la sensación de rechazo y de injusticia. Sentirás el frío hasta en tus huesos, y tu sangre formará cubitos de hielo que notarás correr bajo tu piel. La mecánica de tu corazón explotará. Yo misma te instalé este reloj, conozco perfectamente los límites de su funcionamiento. Como mucho, es posible que resista la intensidad del placer, pero no es lo bastante sólido para aguantar los pesares del amor.

Madeleine sonríe tristemente, con el rictus que siempre la acompaña, pero en esta ocasión no hay ni rastro de cólera.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La Mecánica del Corazón (II)




-Aquel famoso dieciséis de abril de mil ochocientos setenta y cuatro, el frío me quebró la columna vertebral:
tan solo el calor del alcohol que ingiero desde esos sombríos acontecimientos impidió que me congelara del todo. Soy el único mendigo que se salvó, el resto de mis compañeros murieron de frío.
Se quita el abrigo y me pide que le mire la espalda. Me incomoda un poco, pero no me siento capaz de negarme.
-Para reparar la parte rota, la doctora Madeleine me injertó un pedazo de columna vertebral musical a la que ella misma afinó los huesos. Si me doy en la espalda con un martillo puedo tocar música. Suena muy bien, pero, por otro lado, ando como un
cangrejo. Anda, toca algo si quieres -me dice alargándome su pequeño martillo.
-¡No sé tocar nada!
-Espera, espera, vamos a cantar un poco, ya verás qué bien suena.
Y se pone a cantar «Oh When the Saints» acompañándose con su osófono. Su voz reconforta como un cálido y esplendoroso fuego de chimenea en una noche de invierno.
Mientras se marcha, abre una alforja repleta de huevos de gallina.
-¿Por qué cargas con todos esos huevos?
-Porque están llenos de recuerdos... Mi mujer los cocinaba de maravilla. Me basta cocer uno para tener la impresión de que vuelvo a estar con ella.
-¿Y los cocinas igual de bien?
-No, me salen cosas infames, pero eso me permite reavivar los recuerdos con mayor facilidad. Coge uno si quieres.
-No quiero que te falte ningún recuerdo.
-No te preocupes por mí, tengo demasiados. Tú todavía no lo sabes, pero algún día te alegrará mucho abrir el zurrón y encontrar un recuerdo de tu infancia. 
Mientras tanto, lo que sí sé es que tan pronto como resonaron los acordes menores de «Oh When the Saints», las brumas de mis preocupaciones se disiparon durante varias horas.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La Mecánica del Corazón (I)



Nieva sobre Edimburgo el 16 de abril de 1874. Un frío gélido azota la ciudad. Los viejos especulan que podría tratarse del día más frío de la historia. Diríase que el sol ha desaparecido para siempre. El viento es cortante; los copos de nieve son más ligeros que el aire.

¡blanco! ¡blanco! ¡blanco!

Explosión sorda. No se ve más que eso. Las casas parecen locomotoras de vapor, sus chimeneas desprenden un humo grisáceo que hace crepitar el cielo de acero. Las pequeñas callejuelas de Edimburgo se metamorfosean. Las fuentes se transforman en jarrones helados que sujetan ramilletes de hielo. El viejo río se ha disfrazado de lago de azúcar glaseado y se extiende hasta el mar. Las olas resuenan como cristales rotos. La escarcha cae cubriendo de lentejuelas a los gatos. Los árboles parecen grandes hadas que visten camisón blanco, estiran sus ramas, bostezan a la luna y observan cómo derrapan los coches de caballos sobre los adoquines. El frío es tan intenso que los pájaros se congelan en pleno vuelo antes de caer estrellados contra el suelo. El sonido que emiten al fallecer es dulce, a pesar de que se trata del ruido de la muerte.

Es el día más frío de la historia. Y hoy es el día de mi nacimiento.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Adiós al mar


Y qué va a hacer sin mí mañana

El mar dormido

A quién va a susurrar sin que nadie se entere

Sus vanos devaneos soñolientos

Para esperar a quién

Se querrá levantar temprano ahora

Ah por nada del mundo yo quisiera

Dejarle allí esperándome

No merece quedarse así tan solo

Sin meta sin razón sin cumplimiento

No puede ser que se quede frustrado

Algo que es tan visible

Que tiene que existir en este mundo

No puede ser que yo no vuelva

Como si al mar le hiciera tanta falta

Y yo le hubiera dado mi palabra.


Del poeta Tomás Segovia

viernes, 4 de noviembre de 2011

Pérdida y luto


(..) Existe la pérdida, como todos sabemos, pero también existe el efecto transformador de la pérdida, y éste último no puede ser trazado o planificado. Uno puede tratar de escogerlo, pero puede ser que esta experiencia de transformación desconstituya tal elección en algún grado. (…)

(…)Algo te atrapa: ¿de dónde viene?, ¿qué sentido tiene?, ¿qué nos demanda en esos momentos de manera tal que no podemos ser los dueños de nuestras vidas?, ¿a qué estamos atados?, ¿qué nos aprisiona? Freud (1917) nos recordaba que cuando perdemos a alguien, no siempre sabemos qué es lo que hay en  esa persona que se ha perdido. De modo que cuando uno experimenta una pérdida, también se enfrenta con algo enigmático: algo se esconde en la pérdida, algo se ha perdido entre los escondrijos de la pérdida. Si el luto involucra saber qué es lo que uno ha perdido (y la melancolía originalmente significaba, en cierta medida, no saber), entonces el luto se mantendría por su dimensión enigmática, por la experiencia de no saber, se mantendría incitada por la pérdida de lo que uno no puede conocer completamente. (…)

Judith Butler, fragmento de "Violencia, luto y política" Traducción: Edison Hurtado y Lola Pérez,  Universidad de California en Berkeley.

Violencia, luto y política

La pregunta que me preocupa a la luz de la reciente violencia mundial es, ¿quién cuenta como humano?, ¿las vidas de quién cuentan como vidas? y, finalmente, ¿qué hace que una vida sea digna de llorarse? A pesar de nuestras diferencias de ubicación e historia, mi presunción es que es posible apelar a un "nosotros", ya que todos tenemos una noción de lo que es haber perdido a alguien. La pérdida ha formado un tenue "nosotros" a partir de nosotros mismos. Y si hemos perdido es porque hemos tenido, porque hemos deseado y amado, por-que hemos luchado para encontrar las condiciones para nuestro deseo. En décadas recientes, todos hemos perdido a personas a causa del SIDA, pero hay otras pérdidas que nos infligen, que se deben a enfermedades y al conflicto global; también está el hecho de que las mujeres y las minorías, incluyendo las minorías sexuales, están, como una comunidad, sujetas a violencia y expuestas a su posibilidad, sino a su realización. Esto significa que cada uno de nosotros está constituido políticamente, en parte, en virtud de la vulnerabilidad social de nuestros cuerpos –como un sitio de deseo y vulnerabilidad física, como sitio de una publicidad a la vez asertiva y expuesta. Pérdida y vulnerabilidad parecen ser el resultado de nuestros cuerpos socialmente constituidos, cuerpos vinculados a otros, corriendo el riesgo de perder esos vínculos, cuerpos expuestos a otros, corriendo el riesgo de la violencia por el solo hecho de esa exposición.

Judith Butler, fragmento de "Violencia, luto y política" Traducción: Edison Hurtado y Lola Pérez,  Universidad de California en Berkeley.

lunes, 31 de octubre de 2011

Rebelión

"Por lo tanto, no cabe duda de que el reacomodo cultural tiene que ver con la nueva censura mediante el exceso, de la que hablaba en mi libro Del exceso de realidad, como si se tratara de impedir por todos los medios que aflore lo reprimido. No hay que olvidar el creciente número de seres que la globalización aleja cada día más de sí mismos. Hasta podría ser que esta suerte de desastres referentes a la memoria esté al origen de las peores afirmaciones de identidad como alternativas al mundo interconectado. Así nos están despojando de los tesoros que nos legaron –eso mismo a lo que usted aludía con la tradición– y me parece que las maneras de reconquistar estos tesoros están en las formas de oposición a este mundo, pero hay que empezar por deshacerse de todos los envoltorios culturales que los desfiguran cada vez más para acomodarlos a la moda del día. Es una manera de rebelión al alcance de todos, que además conlleva la promesa del encantamiento."

"Usted y yo comentábamos cuánto la relectura de Victor Hugo nos había maravillado, aun cuando todos los esfuerzos habían sido desplegados para relegar a Hugo a una especie de gabinete de antigüedades. Pero basta un gesto muy sencillo, el más sencillo del mundo: tomar un libro, abrirlo, leerlo. Entonces, de pronto, surge la maravilla. Y esta forma de oposición es muy sencilla."

Annie Le Brun, fragmento de la entrevista "Los vericuetos del mal" (Traducción del francés de Fabienne Bradu) tomado de la Revista "Letras Libres" edición de octubre de 2011.

Mi manera de pensar...

"Mi manera de pensar, dices, no puede ser aprobada. ¡Pues, qué me importa! ¡Bastante loco es quien adopta una manera de pensar como la de los demás! Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está implicada en mi existencia, en mi organización. No soy dueño de cambiarla; y aunque pudiera no lo haría. Esa manera de pensar que censuras es el único consuelo de mi vida; alivia mis penas en prisión, constituye todos mis placeres en el mundo y la quiero más que a mi vida. No es en absoluto mi manera de pensar la que ha hecho mi desgracia; es la de los otros. Por ende, como usted dice, si mi libertad me costara el sacrificio de mis propios principios o de mis gustos, podemos decirnos un adiós definitivo porque preferiría sacrificar mil vidas y mil libertades si las tuviera. Hasta en el cadalso no cambiaría."

Marqués de Sade, Carta a su esposa Renée, noviembre de 1783 (fragmento)

martes, 4 de octubre de 2011

El Tigre de William Blake

El tigre

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?

Versión de Antonio Restrepo

Escena originaria

No sé muy bien cómo voy a dar a la Facultad de Filosofía y Letras. Como cualquier chica de clase media, en mi casa tenía libros y leía, pero no tengo una escena originaria. Sí tengo una escena: el momento en que un barco zarpa, el momento en que un barco se despega del muelle y ya está en el agua. Y empieza a navegar. Transcurre en el primero o segundo año, estoy estudiando letras, debo tener diecisiete, dieciocho años.

Mi profesor de literatura inglesa era Jaime Rest, de la cátedra de Borges, pero Borges no estaba. A mí no me preocupaba mucho... por ignorancia, y seguramente porque no lo habría entendido. Estaba Rest, que era un profesor extraordinario y un gran crítico, a la inglesa, un ensayista. Un día dio como asignación la lectura de "El tigre", de William Blake. Yo fui al instituto de literatura inglesa, que funcionaba en un sótano, a la vuelta de la facultad, busqué el poema, lo leí, lo leí en inglés... y no entendí nada, literalmente. Es decir, entendía cada una de las palabras, pero no entendía, me parecía por un lado demasiado sencillo y, por el otro, completamente opaco, incomprensible. Rest estaba dando vueltas por ahí. Entonces fui y le dije "mire, profesor, usted pidió que leamos este poema, y yo no entiendo, no entiendo qué es esto, qué hay que hacer con esto". Hoy hubiera dicho qué hay que hacer con este artefacto, pero en ese momento no podía decir eso. Así que dije no entiendo. Rest me dijo "siéntese", y empezó una explicación que duró unos quince minutos. Yo comencé esa explicación siendo una persona y la terminé siendo otra. No recuerdo qué me dijo, no recuerdo su explicación. Yo creo que fue una clásica explicación de texto. Pero lo que recuerdo perfectamente fue sentir que, en algún momento de esos quince minutos, en mi cabeza se producía un ruido, un ruido físico, material. Y que de alguna manera yo decía "se trata de esto"; no el poema, o no solo el poema, sino la literatura entera.

Fragmento de la entrevista a Beatriz Sarlo por Pablo E. Chacon "Sobre literatura y política" tomado de la revista "Letras Libres" edición octubre de 2011.

Proyecto nacional

La democracia prometió un relevo civilizado, el recambio de élites y la posibilidad de un nuevo proyecto nacional. Trajo métodos pero no contenidos, atomizó el poder y asentó notables incapacidades directivas; eliminó el vértice pero mantuvo a la pirámide corporativa, que hoy lastres y extorsiona. Sin proyecto nacional no existe el contexto, ni la vitalidad ni las motivaciones que inspiren obras físicas públicas de gran significado, capaces de modificar el terreno de juego para el desarrollo regional y nacional. En la alternancia democrática, sólo la inercia (nada desdeñable) de la disciplina y el orden macroeconómico nos mantiene en movimiento.

Fragmento de la "Ingeniería, política y grandes proyectos" de Gabriel Quadri de la Torre tomado de la revista "Letras Libres" edición octubre de 2011.

El agua

El agua es igual al tiempo y proporciona a la belleza su doble. Constituidos en parte por agua, servidos a la belleza del mismo modo. Al rozar el agua, esta ciudad mejora la apariencia del tiempo, embellece el futuro. Ese es el papel de esta ciudad en el universo. Porque la ciudad es estatica, mientras que nosotros nos movemos. La lágrima es prueba de ello. Porque nosotros partimos y la belleza se queda. Porque nosotros vamos hacia el futuro, en tanto que la belleza es presente.

Joseph Brodsky hablando de Venecia y citado por Juan Carlos Cano en "El rescate de los lagos" tomado de la revista "Letras Libres", edición ooctubre 2011.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Conversaciones entre Rabindranath Tagore y Albert Einstein

Einstein- ¿Cree usted en lo divino aislado del mundo?

Tagore- Aislado no. La infinita personalidad del Hombre incluye el Universo. No puede haber nada que no sea clasificado por la personalidad humana, lo cual prueba que la verdad del Universo es una verdad humana. He elegido un hecho científico para explicarlo. La materia está compuesta de protones y electrones, con espacios entre sí, pero la materia parece sólida sin los enlaces interespaciales que unifican a los electrones y protones individuales. De igual modo, la humanidad está compuesta de individuos conectados por la relación humana, que confiere su unidad al mundo del hombre. Todo el universo está unido a nosotros, en tanto que individuos, de modo similar. Es un universo humano.
He seguido la trayectoria de esta idea en arte, en literatura y en la conciencia religiosa humana.


Fragmento de "Conversaciones entre Rabindranath Tagore y Albert Einstein"




sábado, 20 de agosto de 2011

Pluralidad social

Como lo enseña el colapso de los regímenes antidemocráticos a finales del siglo XX, la única homogeneidad política a la que se puede aspirar es la que se deriva de una comunidad de valores donde se respeta la pluralidad social y su creciente complejidad.

Soledad Loaeza
Fragmento de "Oposición y Democracia"

miércoles, 3 de agosto de 2011

El cerebro y el arte de la ficción

"Nuestro cerebro tiene la capacidad de detectar cuál es el origen de la información que tenemos: puede ser la realidad misma (lo que percibimos a través de los sentidos) o algo que consideramos ficción, pero una vez pasado ese estadio  en el cerebro se confunden por completo. Mi imagen mental, el recuerdo de mi mejor amigo, en este momento es tan real o tan ficticio, tan vívido o tan poco vívido como mi recuerdo de un personaje de la literatura, como mi recuerdo de Pedro Páramo".

"Es más importante la recreación de la realidad que la realidad misma, y esto constituye un fenómeno esencial para la supervivencia. Los seres humanos hemos desarrollado muy ampliamente la capacidad de predecir el futuro. Nuestro cerebro no está hecho para almacenar datos, no está hecho para tener una memoria de todo lo que hemos vivido. Sería inútil. Es por eso que olvidamos tan fácilmente. Aunque nos equivocamos constantemente, tratamos de prever lo que va a ocurrir todo el tiempo porque es lo único que puede garantizar nuestra conservación".

"En ese sentido, la  narrativa (todas las ficciones, desde un videojuego hasta el cine), pero muy particularmente la literatura de ficción, las novelas, los cuentos y los relatos, son ejercidos en el arte de ser humano. Nos enseñan las distintas posibilidades de lo humano para saber cómo se comportan los otros en ciertas circunstancias y también cómo lo haríamos nosotros en el mismo escenario".

"Las novelas nos colocan en escenarios de prueba posibles para ser vividos. Podemos también, en ese sentido evolutivo, comportarnos en consecuencia".

"Todo lo que soy y todo lo que percibo como el mundo: esta mesa, las nubes grisáceas en el cielo, mi propio brazo, el terso rostro de mi amada, todo se concentra en mis cien mil millones de neuronas".

"Para mí no importa tanto que tu estés ahí como que mis sentidos te aprehendan y yo forme una imagen mental tuya, que es la que en este momento estoy observando, la que creo que está frente a mi yo, con la que creo que estoy dialogando. Tú habitas dentro de mi cerebro en este momento, independientemente de que, quizá, también estés a un metro de distancia".

"Esto tiene consecuencias fascinantes: a todos los seres humanos los construimos así y eso también que puedan habitarnos también cuando no los vemos. Tú, para mí, sigues existiendo incluso si me volteara, pero también -en el caso más triste o terrible- alguien podría seguir existiendo aunque estuviese muerto."

"La única posibilidad de la vida después de la muerte en la que yo creo, es la vida después de la vida que está en las neuronas de las personas que te conocieron".

"La maravilla de las neuronas espejo es que están diseñadas para copiar los movimientos de los otros como si fueran los nuestros. La única manera de leer al otro es aprehender al otro y luego, interiormente, copiar esos mismos movimientos que está haciendo el otro para tratar de saber lo que nos quiere decir".

"Para muchos científicos este juego de imitación ha sido más importante en el desarrollo de la humanidad que la inteligencia. Aquí podemos ver un atisbo del origen de la ficción que nace esencialmente de un juego entre dos personas. El sustrato de la empatía, lo que llamamos empatía filosóficamente, es ponerse en el lugar del otro."

"Y es natural, lo hacemos todo el tiempo. Tal vez bloqueamos la empatía con prejuicios que nos hacen pensar que no podemos estar en el lugar del otro, pero si nos dejáramos llevar en realidad es muy fácil ponerse en el lugar del otro. Es lo que hacemos todo el tiempo frente a la ficción, frente una película o una novela."

"Ver hacer es como hacer".

Jorge Volpi
Fragmentos de la entrevista "Tocar lo invisible" hecha por José Gordon en la revista "Muy interesante", ed. julio 2011.

jueves, 7 de julio de 2011

Aura


La imagen de esta enajenación total te rebela: caminas, esta vez, hacia la otra puerta, la que da sobre el vestíbulo al pie de la escalera, la que esta al lado de la recamara de la anciana: allí debe vivir  Aura; no hay otra pieza en la casa. Empujas la puerta y entras a esa recamara, también oscura, de paredes enjalbegadas, donde el único adorno es un Cristo negro. A la izquierda, ves esa puerta que debe conducir a la recamara de la viuda. Caminando de puntas, te acercas a ella, colocas la mano sobre la madera, desistes de tu empeño: debes hablar con Aura a solas.
Y si Aura quiere que la ayudes, ella vendrá a tu cuarto. Permaneces allí, olvidado de los papeles amarillos, de tus propias cuartillas anotadas, pensando solo en la belleza inasible de tu Aura —mientras mas pienses en ella, mas tuya la harás, no solo porque piensas en su belleza y la deseas, sino porque ahora la deseas para liberarla: habrás encontrado una razón moral para tu deseo; te sentirás inocente y satisfecho— y cuando vuelves a escuchar la precaución de la campana, no bajas a cenar porque no soportarías otra escena como la del mediodía. Quizás Aura se dará cuenta y, después de la cena, subirá a buscarte. 

Realizas un esfuerzo para seguir revisando los papeles. Cansado, te desvistes lentamente, caes en el lecho, te duermes pronto y por primera vez en muchos años sueñas, sueñas una sola cosa,  suenas esa mano descarnada que avanza hacia ti con la campana en la mano, gritando que te alejes, que se alejen todos, y cuando el rostro de ojos vaciados se acerca al tuyo, despiertas con un grito mudo, sudando, y sientes esas manos que acarician tu rostro y tu pelo, esos labios que murmuran con la voz mas baja, te consuelan, te piden calma y cariño. Alargas tus propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo, que entonces agitara levemente el llavín que tu reconoces, y con el a la mujer que se recuesta encima de ti, te besa, te recorre el cuerpo  entero con besos. No puedes verla en la oscuridad de la noche sin estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel mas suave y ansiosa, tocas en sus senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides palabras. 

Al separarte, agotado, de su abrazo, escuchas su primer murmullo: "Eres mi esposo". Tu asientes: ella te dirá  que amanece; se despedirá diciendo que te espera esa noche en su recamara. Tu vuelves a asentir, antes de caer dormido, aliviado, ligero, vaciado de placer, reteniendo en las yemas de los dedos el cuerpo de Aura, su temblor, su entrega: la niña Aura.

Fragmento de "Aura" de Carlos Fuentes.

lunes, 13 de junio de 2011

La naturaleza sin adjetivos


"Son muchos años que dedicamos a ese amaestramiento en las escuelas. Todo ese tiempo de estar sentados en aulas estamos pensando que el pensamiento es el centro del Universo y que lo que no piensa tiene un nivel secundario de existencia. Se dice "pienso, por lo tanto existo", pues es una tontería. Las cosas existen y algunas cosas piensan."


"Nosotros estamos tan obsesionados por nuestra propia especie que no vemos los espacios intermedios, creemos que el planeta es sólo la zona que habitamos. Llega a tal grado nuestra locura que llamamos Tierra a este planeta que es 75% agua, y hablamos con tal certeza de su porvenir como si fuera el porvenir de la especie humana".

"Para apreciar el grado de nuestra ceguera (que depende de estar sumergidos en la esfera del lenguaje y no de la realidad), incluso los biólogos, cuando hablan de lo sustentable, dicen: "Una empresa es sustentable si sus costos económicos se recuperan con sus ganancias. Eso, los costos y las ganancias, siempre se refieren al uso de los humanos. En realidad lo sustentable debería significar, por ejemplo, que la pesca del atún es sustentable en la medida en que la especia logra recuperarse o incluso aumentar. El problema es que cuando hablamos del bien común únicamente nos referimos a nuestra propia especie. Lo que estamos consiguiendo es un planeta en donde las profecías de que somos el centro y la única especie que vale la pena podrían cumplirse: llegará el momento en que seamos la única especie del planeta".

"Hay que apostar por nuestras diferencias, a la humildad científica que trata de entender la naturaleza sin prejuicios. Creo que el discurso de la ciencia es el más emocionante hoy en día porque sabe que la realidad es más misteriosa de lo que podemos imaginar."

Fragmentos de Sabina Berman, en entrevista con José Gordón para la columna "Tocar lo invisible". Revista "Muy interesante", edición junio 2010.

viernes, 29 de abril de 2011

Despedidas del jardín de los cerezos

 LOPAJIN: (...) Ya es hora de marcharse. Aquí estamos el uno frente al otro, dándolas de orgullosos y, mientras tanto, la vida sin preocuparse de nosotros... Por mi parte, cuando llevo mucho tiempo trabajando incansablemente, el pensamiento se me hace más ligero y se me figura que ya sé para qué existo . ¡Cuánta gente, sin embargo, hay, hermano, en Rusia que no sabe para qué existe!... Bueno, es igual... ¡Para remontar el curso de la vida no hay que saberlo! (...)

(...)

LIUBOV ANDREEVNA: Dentro de unos diez minutos debemos subir a los coches. (Recorriendo la estancia con la mirada). ¡Adiós casa querida!... ¡Vieja abuela!... ¡Pasará el invierno... llegará el verano...; pero tu ya no existirás!... ¡Te habrán derribado!... ¡Cuántos vieron estas paredes!... (A su hija besándola con efusión) ¡Tesoro mío! ¡Cómo resplandeces! ¡Los ojos te brillan igual que los diamantes!... ¿Estás contenta? ¿Mucho?
ANIA: Mucho... ¡Una nueva vida comienza ahora, mamá!...

(...)

LOPAJIN: ¿Están aquí todos? ¿No queda nadie por ahí? (Cerrando la puerta de la izquierda) Las cosas estánaquí reunidas. Hay que cerrar, ¡Vámonos!

ANIA: ¡Adiós, casa!... ¡Adiós, vieja vida!...

Trofimov: ¡Salve, vida nueva! (Sale con Ania. Varia, tras pasar lamirada por la estancia, abandona ésta con paso lento.
Iascha y Scharlotta salen también, tirando del perrito). 

LOPAJIN: ¡Hasta la primavera, entonces! ¡Salgan, señores! ¡Hasta la vista! (Sale, Liubov Andreevna y Gaev han quedado solos. Diríase que esperaban, temiendo a ser oídos de los demás, ese momento para arrojarse el uno en
brazos del otro y estallar en unos sollozos bajos y contenidos)

(...)

(Salen. El escenario queda vacío. Se oye cerrar con llave las puertas, partir los coches. Reina el silencio. de pronto, en medio de él, retumba un sonido solitario y triste; el del golpe de hacha).

Anton Chéjov, fragmentos de "El jardín de los cerezos".

domingo, 17 de abril de 2011

Final del juego. Julio Cortázar

Final del Juego
Con Leticia y Holanda íbamos a jugar a las vías del Central Argentino los días de calor, esperando que mamá y tía Ruth empezaran su siesta para escaparnos por la puerta blanca. Mamá y tía Ruth estaban siempre cansadas después de lavar la loza, sobre todo cuando Holanda y yo secábamos los platos porque entonces había discusiones, cucharitas por el suelo, frases que sólo nosotras entendíamos, y en general un ambiente en donde el olor a grasa, los maullidos de José y la oscuridad de la cocina acababan en una violentísima pelea y el consiguiente desparramo. Holanda se especializaba en armar esta clase de líos, por ejemplo dejando caer un vaso ya lavado en el tacho del agua sucia, o recordando como al pasar que en la casa de las de Loza había dos sirvientas para todo servicio. Yo usaba otros sistemas, prefería insinuarle a tía Ruth que se le iban a paspar las manos si seguía fregando cacerolas en vez de dedicarse a las copas o los platos, que era precisamente lo que le gustaba lavar a mamá , con lo cual las enfrentaba sordamente en una lucha de ventajeo por la cosa fácil. El recurso heroico, si los consejos y las largas recordaciones familiares empezaban a saturarnos, era volcar agua hirviendo en el lomo del gato. Es una gran mentira eso del gato escaldado, salvo que haya que tomar al pie de la letra la referencia al agua fría; porque de la caliente José no se alejaba nunca, y hasta parecía ofrecerse, pobre animalito, aunque le volcáramos media taza de agua a cien grados o poco menos, bastante menos probablemente porque nunca se le caía el pelo. La cosa es que ardía Troya, y en la confusión coronada por el espléndido si bemol de tía Ruth y la carrera de mamá en busca del bastón de los castigos, Holanda y yo nos perdíamos en la galería cubierta, hacia las piezas vacías del fondo donde Leticia nos esperaba leyendo a Ponson du Terrail, lectura inexplicable.
Por lo regular mamá nos perseguía un buen trecho, pero las ganas de rompernos la cabeza se le pasaban con gran rapidez y al final (habíamos trancado la puerta y le pedíamos perdón con emocionantes partes teatrales) se cansaba y se iba, repitiendo la misma frase: "Van a acabar en la calle, estas mal nacidas".
Donde acabábamos era en las vías del Central Argentino, cuando la casa quedaba en silencio y veíamos al gato tenderse bajo el limonero para hacer él también su siesta perfumada y zumbante de avispas. Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino.
Nuestro reino era así: una gran curva de las vías acababa su comba justo frente a los fondos de nuestra casa. No había más que el balasto, los durmientes y la doble vía; pasto ralo y estúpido entre los pedazos de adoquín donde la mica, el cuarzo y el feldespato A que son los componentes del granito y brillaban como diamantes legítimos contra el sol de las dos de la tarde. Cuando nos agachábamos a tocar las vías (sin perder tiempo porque hubiera sido peligroso quedarse mucho ahí, no tanto por los trenes como por los de casa si nos llegaban a ver) nos subía a la cara el fuego de las piedras, y al pararnos contra el viento del río era un calor mojado pegándose a las mejillas y las orejas. Nos gustaba flexionar las piernas y bajar, subir, bajar otra vez, entrando en una y otra zona de calor, estudiándonos las caras para apreciar la transpiración, con lo cual al rato éramos una sopa. Y siempre calladas, mirando al fondo de las vías, o el río al otro lado, el pedacito de río color café con leche.
Después de esta primera inspección del reino bajábamos el talud y nos metíamos en la mala sombra de los sauces pegados a la tapia de nuestra casa, donde se abría la puerta blanca. Ahí estaba la capital del reino, la ciudad silvestre y la central de nuestro juego. La primera en iniciar el juego era Leticia, la más feliz de las tres y la más privilegiada. Leticia no tenía que secar los platos ni hacer las camas, podía pasarse el día leyendo o pegando figuritas, y de noche la dejaban quedarse hasta más tarde si lo pedía, aparte de la pieza solamente para ella, el caldo de hueso y toda clase de ventajas. Poco a poco se había ido aprovechando de los privilegios, y desde el verano anterior dirigía el juego, yo creo que en realidad dirigía el reino; por lo menos se adelantaba a decir las cosas y Holanda y yo aceptábamos sin protestar, casi contentas. Es probable que las largas conferencias de mamá sobre cómo debíamos portarnos con Leticia hubieran hecho su efecto, o simplemente que la queríamos bastante y no nos molestaba que fuese la jefa. Lástima que no tenía aspecto para jefa, era la más baja de las tres, y tan flaca. Holanda era flaca, y yo nunca pesé más de cincuenta kilos, pero Leticia era la más flaca de las tres, y para peor una de esas flacuras que se ven de fuera, en el pescuezo y las orejas. Tal vez el endurecimiento de la espalda la hacía parecer más flaca, como casi no podía mover la cabeza a los lados daba la impresión de una tabla de planchar parada, de esas forradas de género blanco como había en la casa de las de Loza. Una tabla de planchar con la parte más ancha para arriba, parada contra la pared. Y nos dirigía.
La satisfacción más profunda era imaginarme que mamá o tía Ruth se enteraran un día del juego. Si llegaban a enterarse del juego se iba a armar una meresunda increíble. El si bemol y los desmayos, las inmensas protestas de devoción y sacrificio malamente recompensados, el amontonamiento de invocaciones a los castigos más célebres, para rematar con el anuncio de nuestros destinos, que consistían en que las tres terminaríamos en la calle. Esto último siempre nos había dejado perplejas, porque terminar en la calle nos parecía bastante normal.
Primero Leticia nos sorteaba. Usábamos piedritas escondidas en la mano, contar hasta veintiuno, cualquier sistema. Si usábamos el de contar hasta veintiuno, imaginábamos dos o tres chicas más y las incluíamos en la cuenta para evitar trampas. Si una de ellas salía veintiuna, la sacábamos del grupo y sorteábamos de nuevo, hasta que nos tocaba a una de nosotras. Entonces Holanda y yo levantábamos la piedra y abríamos la caja de los ornamentos. Suponiendo que Holanda hubiese ganado, Leticia y yo escogíamos los ornamentos. El juego marcaba dos formas: estatuas y actitudes. Las actitudes no requerían ornamentos pero sí mucha expresividad, para la envidia mostrar los dientes, crispar las manos y arreglárselas de modo de tener un aire amarillo. Para la caridad el ideal era un rostro angélico, con los ojos vueltos al cielo, mientras las manos ofrecían algo -un trapo, una pelota, una rama de sauce- a un pobre huerfanito invisible. La vergüenza y el miedo eran fáciles de hacer; el rencor y los celos exigían estudios más detenidos. Los ornamentos se destinaban casi todos a las estatuas, donde reinaba una libertad absoluta. Para que una estatua resultara, había que pensar bien cada detalle de la indumentaria. El juego marcaba que la elegida no podía tomar parte en la selección; las dos restantes debatían el asunto y aplicaban luego los ornamentos. La elegida debía inventar su estatua aprovechando lo que le habían puesto, y el juego era así mucho m s complicado y excitante porque a veces había alianzas contra, y la víctima se veía ataviada con ornamentos que no le iban para nada; de su viveza dependía entonces que inventara una buena estatua. Por lo general cuando el juego marcaba actitudes la elegida salía bien parada pero hubo veces en que las estatuas fueron fracasos horribles. Lo que cuento empezó vaya a saber cuándo, pero las cosas cambiaron el día en que el primer papelito cayó del tren. Por supuesto que las actitudes y las estatuas no eran para nosotras mismas, porque nos hubiéramos cansado en seguida. El juego marcaba que la elegida debía colocarse al pie del talud, saliendo de la sombra de los sauces, y esperar el tren de las dos y ocho que venía del Tigre. A esa altura de Palermo los trenes pasan bastante r pido, y no nos daba vergüenza hacer la estatua o la actitud. Casi no veíamos a la gente de las ventanillas, pero con el tiempo llegamos a tener práctica y sabíamos que algunos pasajeros esperaban vernos. Un señor de pelo blanco y anteojos de carey sacaba la cabeza por la ventanilla y saludaba a la estatua o la actitud con el pañuelo. Los chicos que volvían del colegio sentados en los estribos gritaban cosas al pasar, pero algunos se quedaban serios mirándonos. En realidad la estatua o la actitud no veía nada, por el esfuerzo de mantenerse inmóvil, pero las otras dos bajo los sauces analizaban con gran detalle el buen éxito o la indiferencia producidos. Fue un martes cuando cayó el papelito, al pasar el segundo coche. Cayó muy cerca de Holanda, que ese día era la maledicencia, y reboto hasta mí. Era un papelito muy doblado y sujeto a una tuerca. Con letra de varón y bastante mala, decía: "Muy lindas estatuas. Viajo en la tercera ventanilla del segundo coche, Ariel B." Nos pareció un poco seco, con todo ese trabajo de atarle la tuerca y tirarlo, pero nos encantó. Sorteamos para saber quién se lo quedaría, y me lo gané. Al otro día ninguna quería jugar para poder ver cómo era Ariel B., pero temimos que interpretara mal nuestra interrupción, de manera que sorteamos y ganó Leticia. Nos alegramos mucho con Holanda porque Leticia era muy buena como estatua, pobre criatura. La parálisis no se notaba estando quieta, y ella era capaz de gestos de una enorme nobleza. Como actitudes elegía siempre la generosidad, el sacrificio y el renunciamiento. Como estatuas buscaba el estilo de Venus de la sala que tía Ruth llamaba la Venus del Nilo. Por eso le elegimos ornamentos especiales para que Ariel se llevara una buena impresión. Le pusimos un pedazo de terciopelo verde a manera de túnica, y una corona de sauce en el pelo. Como andábamos de manga corta, el efecto griego era grande. Leticia se ensayó un rato a la sombra, y decidimos que nosotras nos asomaríamos también y saludaríamos a Ariel con discreción pero muy amables. Leticia estuvo magnífica, no se le movía ni un dedo cuando llegó el tren Como no podía girar la cabeza la echaba para atrás, juntado los brazos al cuerpo casi como si le faltaran; aparte el verde de la túnica, era como mirar la Venus del Nilo. En la tercera ventanilla vimos a un muchacho de rulos rubios y ojos claros que nos hizo una gran sonrisa al descubrir que Holanda y yo lo saludábamos. El tren se lo llevó en un segundo, pero eran las cuatro y media y todavía discutíamos si vestía de oscuro, si llevaba corbata roja y si era odioso o simpático. El jueves yo hice la actitud del desaliento, y recibimos otro papelito que decía: "Las tres me gustan mucho. Ariel." Ahora él sacaba la cabeza y un brazo por la ventanilla y nos saludaba riendo. Le calculamos dieciocho años (seguras que no tenía más de dieciséis) y convinimos en que volvía diariamente de algún colegio inglés. Lo más seguro de todo era el colegio inglés, no aceptábamos un incorporado cualquiera. Se vería que Ariel era muy bien. Pasó que Holanda tuvo la suerte increíble de ganar tres días seguidos. Superándose, hizo las actitudes del desengaño y el latrocinio, y una estatua dificilísima de bailarina, sosteniéndose en un pie desde que el tren entró en la curva. Al otro día gané yo, y después de nuevo; cuando estaba haciendo la actitud del horror, recibí casi en la nariz un papelito de Ariel que al principio no entendimos: "La más linda es la más haragana." Leticia fue la última en darse cuenta, la vimos que se ponía colorada y se iba a un lado, y Holanda y yo nos miramos con un poco de rabia. Lo primero que se nos ocurrió sentenciar fue que Ariel era un idiota, pero no podíamos decirle eso a Leticia, pobre ángel, con su sensibilidad y la cruz que llevaba encima. Ella no dijo nada, pero pareció entender que el papelito era suyo y se lo guardó. Ese día volvimos bastante calladas a casa, y por la noche no jugamos juntas. En la mesa Leticia estuvo muy alegre, le brillaban los ojos, y mamá miró una o dos veces a tía Ruth como poniéndola de testigo de su propia alegría. En aquellos días estaban ensayando un nuevo tratamiento fortificante para Leticia, y por lo visto era una maravilla lo bien que le sentaba. Antes de dormirnos, Holanda y yo hablamos del asunto. No nos molestaba el papelito de Ariel, desde un tren andando las cosas se ven como se ven, pero nos parecía que Leticia se estaba aprovechando demasiado de su ventaja sobre nosotras. Sabía que no le íbamos a decir nada, y que en una casa donde hay alguien con algún defecto físico y mucho orgullo, todos juegan a ignorarlo empezando por el enfermo, o más bien se hacen los que no saben que el otro sabe. Pero tampoco había que exagerar y la forma en que Leticia se había portado en la mesa, o su manera de guardarse el papelito, era demasiado. Esa noche yo volví a soñar mis pesadillas con trenes, anduve de madrugada por enormes playas ferroviarias cubiertas de vías llenas de empalmes, viendo a distancia las luces rojas de locomotoras que venían, calculando con angustia si el tren pasaría a mi izquierda, y a la vez amenazada por la posible llegada de un rápido a mi espalda o lo que era peor que a último momento uno de los trenes tomara uno de los desvíos y se me viniera encima. Pero de mañana me olvidé porque Leticia amaneció muy dolorida y tuvimos que ayudarla a vestirse. Nos pareció que estaba un poco arrepentida de lo de ayer y fuimos muy buenas con ella, diciéndole que esto le pasaba por andar demasiado, y que tal vez lo mejor sería que se quedara leyendo en su cuarto. Ella no dijo nada pero vino a almorzar a la mesa, y a las preguntas de mamá contestó que ya estaba muy bien y que casi no le dolía la espalda. Se lo decía y nos miraba. Esa tarde gané yo, pero en ese momento me vino un no sé qué y le dije a Leticia que le dejaba mi lugar, claro que sin darle a entender por qué. Ya que el otro la prefería, que la mirara hasta cansarse. Como el juego marcaba estatua, le elegimos cosas sencillas para no complicarle la vida, y ella inventó una especie de princesa china, con aire vergonzoso, mirando al suelo y juntando las manos como hacen las princesas chinas. Cuando pasó el tren, Holanda se puso de espaldas bajo los sauces pero yo miré y vi que Ariel no tenía ojos más que para Leticia. La siguió mirando hasta que el tren se perdió en la curva, y Leticia estaba inmóvil y o sabía que él acababa de mirarla así. Pero cuando vino a descansar bajo los sauces vimos que sí sabía, y que le hubiera gustado seguir con los ornamentos toda la tarde, toda la noche.
El miércoles sorteamos entre Holanda y yo porque Leticia nos dijo que era justo que ella se saliera. Ganó Holanda con su suerte maldita, pero la carta de Ariel cayó de mi lado. Cuando la levanté tuve el impulso de dársela a Leticia que no decía nada, pero pensé que tampoco era cosa de complacerle todos los gustos, y la abrí despacio. Ariel anunciaba que al otro día iba a bajarse en la estación vecina y que vendría por el terraplén para charlar un rato. Todo estaba terriblemente escrito, pero la frase final era hermosa: "Saludo a las tres estatuas muy atentamente. " La firma parecía un garabato aunque se notaba la personalidad.
Mientras le quitábamos los ornamentos a Holanda, Leticia me miró una o dos veces. Yo les había leído el mensaje y nadie hizo comentarios, lo que resultaba molesto porque al fin y al cabo Ariel iba a venir y había que pensar en esa novedad y decidir algo. Si en casa se enteraban, o por desgracia a alguna de las de Loza le daba por espiarnos, con lo envidiosas que eran esas enanas, seguro que se iba a armar la meresunda. Además que era muy raro quedarnos calladas con una cosa así, sin mirarnos casi mientras guardábamos los ornamentos y volvíamos por la puerta blanca. Tía Ruth nos pidió a Holanda y a mí que bañáramos a José, se llevó a Leticia para hacerle el tratamiento, y por fin pudimos desahogarnos tranquilas. Nos parecía maravilloso que viniera Ariel, nunca habíamos tenido un amigo así, a nuestro primo Tito no lo contábamos, un tilingo que juntaba figuritas y creía en la primera comunión. Estábamos nerviosísimas con la expectativa y José pagó el pato, pobre ángel. Holanda fue más valiente y sacó el tema de Leticia. Yo no sabía que pensar, de un lado me parecía horrible que Ariel se enterara, pero también era justo que las cosas se aclararan porque nadie tiene por qué‚ perjudicarse a causa de otro. Lo que yo hubiera querido es que Leticia no sufriera, bastante cruz tenía encima y ahora con el nuevo tratamiento y tantas cosas.
A la noche mamá se extrañó de vernos tan calladas y dijo qué milagro, si nos habían comido la lengua los ratones, después miró a tía Ruth y las dos pensaron seguro que habíamos hecho alguna gorda y que nos remordía la conciencia. Leticia comió muy poco y dijo que estaba dolorida, que la dejaran ir a su cuarto a leer Rocambole. Holanda le dio el brazo aunque ella no quería mucho, y yo me puse a tejer, que es una cosa que me viene cuando estoy nerviosa. Dos veces pensé‚ ir al cuarto de Leticia, no me explicaba qué hacían esas dos ahí solas, pero Holanda volvió con aire de gran importancia y se quedó a mi lado sin hablar hasta que mamá y tía Ruth levantaron la mesa. "Ella no va a ir mañana. Escribió una carta y dijo que si él pregunta mucho, se la demos." Entornando el bolsillo de la blusa me hizo ver un sobre violeta. Después nos llamaron para secar los platos, y esa noche nos dormimos casi en seguida por todas las emociones y el cansancio de bañar a José.
Al otro día me tocó a mi salir de compras al mercado y en toda la mañana no vi a Leticia que seguía en su cuarto. Antes que llamaran a la mesa entré un momento y la encontré al lado de la ventana, con muchas almohadas y el tomo noveno de Rocambole. Se veía que estaba mal, pero se puso a reír y me contó de una abeja que no encontraba la salida y de un sueño cómico que había tenido. Yo le dije que era una lástima que no fuera a venir a los sauces, pero me parecía tan difícil decírselo bien. "Si querés podemos explicarle a Ariel que estabas descompuesta", le propuse, pero ella decía que no y se quedaba callada. Yo insistí un poco en que viniera, y al final me animé y le dije que no tuviese miedo, poniéndole como ejemplo que el verdadero cariño no conoce barreras y otras ideas preciosas que habíamos aprendido en El Tesoro de la Juventud, pero era cada vez más difícil decirle nada porque ella miraba la ventana y parecía como si fuera a ponerse a llorar. Al final me fui diciendo que mamá me precisaba. El almuerzo duró días, y Holanda se ganó un sopapo de tía Ruth por salpicar el mantel con tuco. Ni me acuerdo de cómo secamos los platos, de repente Estábamos en los sauces y las dos nos abrazábamos llenas de felicidad y nada celosas una de otra. Holanda me explicó todo lo que teníamos que decir sobre nuestros estudios para que Ariel se llevara una buena impresión, porque los del secundario desprecian a las chicas que no han hecho más que la primaria y solamente estudian corte y repujado al aceite. Cuando pasó el tren de las dos y ocho Ariel sacó los brazos con entusiasmo, y con nuestros pañuelos estampados le hicimos señas de bienvenida. Unos veinte minutos después lo llegar por el terraplén, y era más alto de lo que pensábamos y todo de gris. Bien no me acuerdo de lo que hablamos al principio, él era bastante tímido a pesar de haber venido y los papelitos, y decía cosas muy pensadas.
Casi en seguida nos elogió mucho las estatuas y las actitudes y preguntó cómo nos llamábamos y por qué‚ faltaba la tercera. Holanda explicó que Leticia no había podido venir, y él dijo que era una lástima y que Leticia le parecía un nombre precioso. Después nos contó cosas del Industrial, que por desgracia no era un colegio inglés, y quiso saber si le mostraríamos los ornamentos. Holanda levantó la piedra y le hicimos ver las cosas. A él para la estatua oriental", con lo que quería decir la princesa china. Nos sentamos a la sombra de un sauce y él estaba contento pero distraído, se veía que sólo se quedaba de bien educado. Holanda me miró dos o tres veces cuando la conversación decaía, y eso nos hizo mucho mal a las dos, nos dio deseos de irnos o que Ariel no hubiese venido nunca. El preguntó otra vez si Leticia estaba enferma, y Holanda me miró y yo creí que iba a decirle, pero en cambio contestó que Leticia no había podido venir. Con una ramita Ariel dibujaba cuerpos geométricos en la tierra, y de cuando en cuando miraba la puerta blanca y nosotras sabíamos lo que estaba pasando, por eso Holanda hizo bien en sacar el sobre violeta y alcanzárselo, y él se quedó sorprendido con el sobre en la mano, después se puso muy colorado mientras le explicábamos que eso se lo mandaba Leticia, y se guardó la carta en el bolsillo de adentro del saco sin querer leerla delante de nosotras. Casi en seguida dijo que había tenido un gran placer y que estaba encantado de haber venido, pero su mano era blanda y antipática de modo que fue mejor que la visita se acabara, aunque más tarde no hicimos más que pensar en sus ojos grises y en esa manera triste que tenía de sonreír. También nos acordamos de cómo se había despedido diciendo: "Hasta siempre", una forma que nunca habíamos oído en casa y que nos pareció tan divina y política. Todo se lo contamos a Leticia que nos estaba esperando debajo del limonero del patio, y yo hubiese querido preguntarle qué decía su carta pero me dio nos‚ que‚ porque ella había cerrado el sobre antes de confiárselo a Holanda, así que no le dije nada y solamente le contamos cómo era Ariel y cuantas veces había preguntado por ella. Esto no era nada fácil de decírselo porque era una cosa linda y mala a la vez, nos dábamos cuenta que Leticia se sentía muy feliz y al mismo tiempo estaba casi llorando, hasta que nos fuimos diciendo que tía Ruth nos precisaba y la dejamos mirando las avispas del limonero.
Cuando íbamos a dormirnos esa noche, Holanda me dijo: "Vas a ver que mañana se acaba el juego." Pero se equivocaba aunque no por mucho, y al otro día Leticia nos hizo la seña convenida en el momento del postre. Nos fuimos a lavar la loza bastante asombradas y con un poco de rabia, porque eso era una desvergüenza de Leticia y no estaba bien. Ella nos esperaba en la puerta y casi nos morimos de miedo cuando al llegar a los sauces vimos que sacaba del bolsillo el collar de perlas de mamá y todos los anillos, hasta el grande con rubí de tía Ruth. Si las de Loza espiaban y nos veían con las alhajas, seguro que mamá iba a saberlo en seguida y que nos mataría, enanas asquerosas. Pero Leticia no estaba asustada y dijo que si algo sucedía ella era la única responsable. "Quisiera que me dejaran hoy a mí", agregó sin mirarnos. Nosotras sacamos en seguida los ornamentos, de golpe queríamos ser tan buenas con Leticia, darle todos los gustos y eso que en el fondo nos quedaba un poco de encono. Como el juego marcaba estatua, le elegimos cosas preciosas que iban bien con las alhajas, muchas plumas de pavorreal para sujetar el pelo, una piel que de lejos parecía un zorro plateado, y un velo rosa que ella se puso como un turbante. La vimos que pensaba, ensayando la estatua pero sin moverse, y cuando el tren apareció en la curva fue a ponerse al pie del talud con todas las alhajas que brillaban al sol. Levantó los brazos como si en vez de una estatua fuera a hacer una actitud, y con las manos señaló el cielo mientras echaba la cabeza hacia atrás (que era lo único que podía hacer, pobre) y doblaba el cuerpo hasta darnos miedo. Nos pareció maravillosa, la estatua más regia que había hecho nunca, y entonces vimos a Ariel que la miraba, salido de la ventanilla la miraba solamente a ella, girando la cabeza y mirándola sin vernos a nosotras hasta que el tren se lo llevó de golpe. No sé por qué las dos corrimos al mismo tiempo a sostener a Leticia que estaba con los ojos cerrados y grandes l grimas por toda la cara. Nos rechazó sin enojo, pero la ayudamos a esconder las alhajas en el bolsillo, y se fue sola a casa mientras guardábamos por última vez los ornamentos en su caja. Casi sabíamos lo que iba a suceder, pero lo mismo al otro día fuimos las dos a los sauces, después que tía Ruth nos exigió silencio absoluto para no molestar a Leticia que estaba dolorida y quería dormir. Cuando llegó el tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía, y mientras nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas, imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su asiento, mirando hacia el río con sus ojos grises.
(Julio Cortázar, "Final del Juego" 1956)
Transcripto por Cybeles (Norberto Gil) - Julio de 1996.