domingo, 25 de noviembre de 2012

La historia de los ungidos

Cristo es un engendro fraguado por Roma, centro del imperio y del mundo helenizado, a partir del año 100, juntando rasgos tomados de los mitos de Atis de Frigia, Dioniso de Grecia, Buda de Nepal, Krishna de la India, Osiris y su hijo Horus de Egipto, Zoroastro y Mitra de Persia y toda una serie de dioses y redentores del género humano que lo precedieron en siglos y aun en milenios y que el mundo mediterráneo conoció a raíz de la conquista de Persia y la India por Alejandro Magno. El cristianismo de los primeros tiempos tuvo que competir con varios de los misterios de Asia Menor y en especial con el mitraísmo, la gran religión del imperio de la que tanto tomó y a la que sólo se pudo imponer con el apoyo de Constantino y sus sucesores, ya bien avanzado el siglo III. Cristo nació el 25 de diciembre de una Virgen, y en la misma fecha, que es el solsticio de invierno, nacieron Atis, de la Virgen Nana; Buda, de la Virgen Maya; Krishna, de la Virgen Devaki; Horus, de la Virgen Isis, en un pesebre y en una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre, de una virgen, en una cueva y lo visitaron pastores que le trajeron regalos. Y de una virgen también nació Zoroastro o Zaratustra.
Atis murió por la salvación de la humanidad crucificado en un árbol, descendió al submundo y resucitó después de tres días. Mitra tuvo doce discípulos; pronunció un Sermón de la Montaña; fue llamado el Buen Pastor; lo consideraron la Verdad y la Luz, el Logos, el Redentor, el Salvador y el Mesías; se sacrificó por la paz del mundo; fue enterrado y resucitó a los tres días; su día sagrado era el domingo y su religión tenía una eucaristía o Cena del Señor en que decía: "El que no coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre de suerte que sea uno conmigo y yo con él, no se salvará".
Buda fue bautizado con agua estando presente en su bautizo el Espíritu de Dios, enseñó en el templo a los 12 años, curó a los enfermos, caminó sobre el agua y alimentó a quinientos hombres de una cesta de bizcochos; sus seguidores hacían votos de pobreza y renunciaban al mundo; fue llamado el Señor, Maestro, la Luz del Mundo, Dios de Dioses, Altísimo, Redentor y Santo; resucitó y ascendió corporalmente al Nirvana.
Dioniso también resucitó y fue llamado Rey de Reyes, Dios de Dioses, el Unigénito, el Ungido, el Redentor y el Salvador. Horus fue bautizado en el río Eridanus por Anup el Bautista que fue decapitado; a los 12 años enseñó en el templo y fue bautizado a los 30; fue llamado el "Ungido", la Verdad, la Luz, el Mesías, el Hijo del Hombre, la Palabra Encarnada, el Buen Pastor y el Cordero de Dios; hizo milagros, exorcizó demonios, resucitó a Azarus y caminó sobre el agua; pronunció un Sermón de la Montaña y se transfiguró en lo alto de un monte; fue crucificado entre dos ladrones y resucitó después de ser enterrado tres días en una tumba.
Krishna fue hijo de un carpintero, su nacimiento fue anunciado por una estrella en el oriente y esperado por pastores que le llevaron especias como regalo; tuvo doce discípulos; fue llamado el Buen Pastor e identificado con el cordero; también fue llamado el Redentor, el Primogénito y la Palabra Universal; hizo milagros, resucitó muertos y curó leprosos, sordos y ciegos; murió hacia los 30 años por la salvación de la humanidad y el sol se oscureció a su muerte; resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo y fue la segunda persona de una Trinidad.
Zoroastro fue bautizado en un río con agua, fuego y viento santo; fue tentado en el desierto por el Diablo y empezó su ministerio a los 30 años; expulsó demonios y le devolvió la vista a un ciego; predicó sobre el cielo y el infierno, sobre la resurrección, el juicio, la salvación y el apocalipsis.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

martes, 13 de noviembre de 2012

Mahavira

En el siglo VI antes de nuestra era Mahavira, que vivió y enseñó en la llanura del río Ganges en el norte de la India y que fue contemporáneo de Buda, fundó en la India el primer asilo de animales de que tengamos noticia para albergar a los animales viejos y enfermos. Él es la gran figura del jainismo, una religión que preconizaba el vegetarianismo y el absoluto rechazo a la violencia, y a él se debe que con el correr del tiempo se terminaran en la India los sacrificios rituales de animales. Desde la oscuridad de tan remoto pasado, por sobre los miserables personajitos de Cristo y Mahoma a cuyas religiones pertenece la mitad de la población mundial pero a los que no les dio el alma para entender que también los animales, y no sólo el hombre, son nuestro prójimo, hoy brilla Mahavira como la máxima luz moral de la humanidad. Mil setecientos años de oportunidad oportunidad ha tenido el cristianismo: desde que se montó al carro del poder de Constantino; y mil cuatrocientos el mahometismo: desde que lo fundó Mahoma. Durante esos largos siglos de oportunidad perdida lo único que han hecho uno y otro es bañar el mundo de sangre humana y sangre de animales. No hay razón para que este par de fanatismos monstruosos disfrazados de religiones perduren un día más. Ha llegado la hora de decirles basta.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Frenando Vallejo.

Pacelli

Tengo en estos instantes frente a mí un cromo de Pacelli arrodillado en su reclinatorio, todo travestido de blanco. Malo como dominico, falso como jesuita, calculador como arpía del Opus Dei. ¡La cara que pone cuando reza! Sufre como un Wojtyla por el dolor del mundo. Vanidoso y déspota hasta la médula, se sentía un gran hombre nacido para mandar y hacerse obedecer. Le habría bastado entonces a este autócrata que sólo supo exigir obediencia ordenarles a sus curas y obispos de Croacia y a su devoto feligrés Ante Pavelic que pararan la matanza de judíos y serbios. ¿Por qué no lo hizo? ¿Y por qué no denunció a los nazis ante el mundo? ¿No contaba pues con los micrófonos de la Radio Vaticano que evangelizaba en nueve idiomas? Los usó para hablar callando, para decir vaciedades en nombre de la "civilización cristiana" y mandar mensajes de navidad en tanto Hitler exterminaba a los judíos y lanzaba una guerra de agresión que devastó a Europa y les costó la vida a cincuenta y cinco millones. Dejó que empezara la guerra callado y la dejó continuar y terminar callado. Los tartufos defensores de la Puta tratan de justificar ese silencio con el argumento de la neutralidad y de que el mártir estaba previniendo males mayores que caerían sobre su grey si hablaba. Pero es que aquí no lo estamos acusando sólo de silencio, lo estamos acusando también de complicidad. Él no fue un simple testigo inocente del drama ni mucho menos una víctima: fue actor protagónico.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Frenand Vallejo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Bula Cum nimis absurdum

En julio de 1555, sin haber cumplido siquiera dos meses como papa, Gian Pietro Carafa, alias Pablo IV, promulgó su bula Cum nimis absurdum, que empieza: "Porque es absurdo e inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido condenados por Dios a la esclavitud eterna (Cum nimis absurdum et inconveniens existat ut iudaei, quos propna culpa perpetuae servituti submisit), con la excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto de que vivan entre nosotros y nos muestren tal ingratitud que ultrajan nuestra misericordia pretendiendo el dominio en vez de la sumisión, y porque hemos sabido que en Roma y otros lugares sometidos a nuestra Sacra Iglesia Romana su insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales y tomen sirvientes cristianos y cometan otros numerosos delitos para vergüenza y desprecio del nombre cristiano, nos hemos visto obligados a tomar las siguientes provisiones…"y siguen las provisiones que son obvias dado el preámbulo: confinar a los judíos en guetos que sólo podían tener una sinagoga; obligarlos a venderles todas sus propiedades a los cristianos, a precios irrisorios (ac bona immobilia, qua ad praesens possident, infra tempus eis per ipsos magistratus praesignandum, christianis vendere); prohibirles la casi totalidad de los oficios y profesiones empezando por la medicina (et qui ex eis medici fuerint, etiam vocati et rogati, ad curam christianorum accedere aut illi interesse nequeant); prohibirles tener servidumbre cristiana y que las mujeres cristianas les dieran el pecho a los recién nacidos judíos (nutrices quoque seu ancillas aut alias utriusque sexus servientes christianos habere, vel eorum infantes per mulieres christianas lactari aut nutriri facere); prohibirles jugar, comer, conversar y tener toda familiaridad con los cristianos (seu cum ipsis christianis ludere aut comedere velfamiliaritatem seu conversationem habere nullatenus praesumant); prohibirles tener negocios fuera del gueto; y obligarlos a llevar distintivos especiales en la ropa. Cuando en julio de 1941 el régimen títere de Vichy al servicio de los nazis decretó la expropiación en Francia de todas las empresas y propiedades en manos de judíos y algunos prelados católicos protestaron, el presidente del gobierno, Laval, comentó con sarcasmo que después de todo "las medidas antisemitas no constituían nada nuevo para la Iglesia pues los papas habían sido los primeros en obligar a los judíos a llevar un gorro amarillo como distintivo". Varios obispos franceses colaboracionistas y anti judíos se deslindaron de inmediato de esos prelados patriotas y en un apurado telegrama declararon su fidelidad al régimen.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Brujas

Aprobada la persecución de brujas se encendió con nuevo brío el horror. Tan espléndida se mostraba la nueva fuente de confiscaciones y riquezas que los obispos, entrando al quite y en competencia desleal con los dominicos, montaron sus propias inquisiciones y hogueras. E igual los protestantes, tanto de Europa como de América (tratándose de tierras y oro, católicos y protestantes, como los olivos y las aceitunas, todos son unos).

(...)

Las acusaban de canibalismo, de bestialidad, de volar en escobas, de arruinar las cosechas, de hacer abortar a las mujeres, de causar impotencia en los hombres, de beber sangre de niños, de participar en orgías, de besarle el trasero a Satanás y de copular con él en los aquelarres y de darle hijos, de convertirse en ranas y gatos. De una bruja cuenta el Malleus maleficarum que en las noches emasculaba a los hombres mientras dormían y guardaba sus penes en un nido en la copa de un árbol. Y que un día un labriego despenado llegó a suplicarle que por el amor de Dios le devolviera su pene, que él tenía mujer e hijos y era pobre. La bruja lo mandó a la copa del árbol a que lo buscara. Subió el labriego, hurgó en el nido, se escogió el pene más grande de la colección y a tierra con su tesoro.
Ése no le dijo la bruja quitándoselo Pertenece a un cura párroco.
Les pinchaban los ojos con agujas, las empalaban por la vagina o por el recto hasta desmembrarlas en castigo por haberse ayuntado con el Diablo, las arrastraban tiradas por caballos hasta despedazarlas, las asfixiaban… Inocencio VIII fue el que desencadenó la persecución contra las brujas con su infame bula Summis desiderantes affectibus, que promulgó a los tres meses de haberse hecho elegir papa mediante la intriga y el soborno. Ya hemos aludido a este engendro, corrupto entre los corruptos, monstruo entre los monstruos. Promulgada la bula designó para que le dirigieran la masacre de brujas en Alemania a Heinrich Kramer y James Sprenger ("el apóstol del rosario"), dos dominicos a los que Occidente les debe el manual más completo y sistematizado sobre esas malvadas mujeres, los daños que causan y cómo se deben cazar, juzgar, torturar y quemar: el Malleus maleficarum o "Martillo de brujas", el libro más asesino que haya parido mente humana fecundada por la mala semilla de Cristo. ¡Y pensar que la Puta sostuvo por siglos, desde su Canon Episcopi del año 906, que creer en brujas era herejía! Ahora resultaba que no, que era lo contrario.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Inquisición y herejía

Morir quemado es peor que morir crucificado. A Cristo le fue muy bien, Caifás y Pilatos lo trataron muy benignamente. En fin, la quema estaba a cargo de las autoridades civiles, no de las eclesiásticas para no ir a manchar la santidad de la Iglesia. Era el llamado "auto de fe", que tenía lugar en la plaza real ante el populacho congregado, feliz de ver arder. Una verdadera fiesta cristiana.
El inquisidor fungía de acusador y juez. Por lo tanto como acusador jamás perdía un caso. Nunca le decía al indiciado de qué lo acusaba y le prohibía preguntar. Cualquier testigo le servía: perjuros, asesinos, ladrones. No se podía apelar, ¿pues a quién? ¿Al papa? ¡Si él era el Inquisidor Mayor y primer perseguidor de herejes!
¿Qué es herejía?
Herejía es toda desobediencia al papa, de obra o pensamiento, de acción o intención.
A quien corresponda tome nota para la próxima edición del catecismo. Sostener que la Santísima Trinidad son dos, el Padre y el Hijo que ya se comieron en caldo a la paloma del Espíritu Santo, es herejía si el papa dice que no; si dice que sí, es ortodoxia. El papa es infalible. Y no desde Pío Nono como creen los desinformados. No, siempre lo ha sido. Pío Nono simplemente fue el que hizo dogma de esta verdad obvia.
Para iniciar un juicio le bastaba al inquisidor un rumor o una delación. Se incitaba a los hijos a denunciar a los padres, los padres a los hijos, los esposos a las esposas, las esposas a los esposos, los amigos a los amigos. En un clima de sospecha y terror generalizados, nobles y siervos por igual estaban en peligro de ser enjuiciados, y los predicadores se abstenían de predicar, pues era como jugar con fuego. Hagan de cuenta Cuba hoy: los Comités de Defensa de la Revolución actuando. Las deudas del delator se anulaban, lo cual era una invitación a que todo deudor denunciara a su acreedor. Fundándose en la delación o el rumor el inquisidor procedía entonces y le caía al acusado como un rayo, por ejemplo a la media noche cuando dormía: lo despertaban y en un estado de aturdimiento y de confusión lo conducían a la prisión secreta de la Inquisición sin decirle qué delito le imputaban ni quién lo delató.
Los inquisidores se enriquecían como obispos: recibían sobornos, se apoderaban de las riquezas de los que condenaban, y los ricos les pagaban contribuciones anuales para que no los acusaran. Juzgaban y condenaban hasta a los muertos: los desenterraban como al papa Formoso y trituraban y quemaban sus huesos. ¡Claro para despojar a los herederos del hereje de sus herencias! Cómplices unos de otros, se absolvían del derramamiento de sangre y los excesos de celo que hubieran podido cometer, como cuando se les iba la mano en el tormento, por ejemplo, y mandaban al indiciado derecho a la eternidad sin pasar antes por la hoguera. Pero la suprema razón de ser de la Inquisición no era el enriquecimiento de unos monjes inmundos e hipócritas podridos de semen atrancado y represión sexual, sino asegurar el dominio absoluto del papa sobre príncipes y vasallos, lo visible y lo invisible, los actos y las conciencias. En Cuba hoy no habrá libertad de palabra pero los cubanos gozan por lo menos de la libertad de pensar. Pueden pensar, siempre y cuando no se rían, muy serios, callados: "Castro hideputa".
Ni un solo papa ha condenado a la Inquisición. En nuestros tiempos Juan Pablo II el mendaz lanzó al aire la idea, como una de sus bendiciones mierdosas, de que los que quemó la Inquisición no habían sido tantos como se decía. La Inquisición, supremo horror del Homo sapiens con que Santa Puta de Babilonia, la delirante, la loca se supera en infamia y vesania, fue fundada formalmente en 1232 por Gregorio IX de suerte que está por cumplir ocho siglos. ¡Ocho siglos de impunidad! Cuando la Contrarreforma, le cambiaron el nombre por el de Santo Oficio. Hoy se llama Congregación para la Doctrina de la Fe, y de allí, como saltó Putin el ruso de la KGB al Kremlin, saltó al papado su prefecto, Joseph Ratzinger. La Inquisición es la mejor prueba de la existencia de Dios. ¡Claro que existe el Monstruo! y nada de que sus designios son inescrutables. Son límpidos como la turbiedad de su esencia.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

La tortura

¡Qué desilusión! No hay como la raza hispánica. A nosotros nos debe el papado tres tesoros: los dominicos, los jesuitas y el Opus Dei. Lacayos y esbirros como éstos, ¿dónde va a encontrar Su Santidad?
Inocencio IV autorizó la tortura, y las cámaras de la Inquisición se convirtieron entonces en las mazmorras del infierno. A los acusados los encerraban en celdas aislados, les impedían ver a los familiares y les ocultaban los nombres de sus acusadores. Al que no confesaba pronto le aplicaban como aperitivo las empulgueras, unas abrazaderas que se cerraban con un tornillo y que iban triturando y dislocando dedos. ¿No confesaba? Lo pasaban entonces a las botas quiebratibias, para sentarlo luego en la silla ardiente a descansar: una silla con una hornilla bajo un asiento metálico erizado de clavos afilados que se calentaban al rojo vivo. ¿Seguía sin confesar? Le dislocaban entonces los brazos y las piernas en la rueda o en el potro de tortura. O le aplicaban el tormento de la garrucha, que consistía en colgar al tozudo, con los brazos atados por detrás de la espalda, de una cuerda que pasaba por una polea, y subirlo y bajarlo, subirlo y bajarlo hasta que se le dislocaran los hombros. ¿Aullaba de dolor? Le taponaban la boca con un trapo. ¿Se desmayaba? Mañana entonces continuamos la sesión. Prisa no había. Y rociaban los instrumentos de tortura con agua bendita para desinfectarlos. A propósito de agua y trapo, al día siguiente el trapo lo embebían en agua que le iban haciendo tragar al empecinado, jarra tras jarra, asfixiándolo: ése era el tormento de la toca. O le desencajaban las mandíbulas abriéndoselas hasta lo máximo. "Por el amor de Dios, confiesa para que salves tu alma le imploraba el inquisidor, no me hagas sufrir tanto". "Salvar" siempre ha sido una de las prioridades de la Puta, y "convertir". Conjuga todo el tiempo estos dos verbos. A las víctimas desmembradas las tiraban en pozos llenos de serpientes, los entregaban desnudos y atados a ratas hambrientas o los enterraban vivos.
Y no sólo tenía que confesar el indiciado sino que por añadidura lo obligaban a denunciar a su mujer, a sus hijos y a sus amigos como enemigos de Dios. A los que confesaban rápido simplemente se les confiscaban los bienes, se les recetaban azotes y misas y se les obligaba a llevar las dos cruces amarillas de la infamia: una por delante y la otra por la espalda, cosidas a la ropa. El problema de la confesión no eran tanto las dos cruces y que el condenado quedara como carmelita descalzo durmiendo a la intemperie, sino que se sentaba el precedente de herejía y así después cualquiera, por envidia, por odio o por celos lo podía acusar de reincidencia y ahí sí entonces eran las llamas de la hoguera las que iban a bailar en torno al cuerpo semidesnudo del relapso la "Danza del Fuego" de don Manuel de Falla.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Torquemada

Torquemada (a quien el papa Sixto IV nombró Inquisidor General de España por recomendación de los Reyes Católicos pues era el confesor de la reina) en sus once años de servicio a la causa del Crucificado, entre herejes, apóstatas, brujas, bígamos, usureros, judíos, moros y cristianos condenó a ciento catorce mil a variadas penas y quemó a diez mil. Era un santo: no comía carne, ayunaba, no se ayuntaba y sólo tenía en su palacio doscientos cincuenta sirvientes de a pie y cincuenta de a caballo. Torturado por la represión sexual que a sí mismo se imponía, fue un torturador infeliz. No reía. Su ceño adusto nunca se distendía. Y si alguna vez involuntariamente eyaculaba (in vacuo, en la sotana) era por culpa de los malditos cuerpos desnudos de sus víctimas que tenía que ver y palpar para buscarles en sus pliegues íntimos el sigillum diaboli o marca de Satanás: un lunar negro con pelos. (En estas eyaculaciones involuntarias por más líquido germinal que se pierda no hay pecado, ¿eh?, para que no me vayan a salir ahora con la Suma teológica del gordo Aquino.) Ya Tomás de Torquemada, el inquisidor por antonomasia, el dominico prototipo, ha dejado su palacio y sus inquisiciones y ascendido al cielo donde hoy, en estos momentos en que escribo, entre ángeles, arcángeles, querubines y serafines canta en los coros celestiales y goza de la presencia ininterrumpida de Cristo. Beatus ille.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Domini canes

Dotados por Gregorio IX de su novedoso principio jurídico del inocente culpable, y del más variado instrumental de tortura y misericordia que para salvar almas les permitía asfixiar, quebrar huesos y quemar vivo al prójimo aunque sin derramar sangre, los secuaces de Domingo de Guzmán se entregaron entonces a su obra pía de mentir, calumniar, torturar, expropiar, robar y matar que los mantuvo ocupados cinco siglos. Domini canes los llamaban: "perros del Señor". De testa rapada, orejas alertas, ojos vigilantes, belfos lujuriosos, dientes filudos y las patas al aire enfundadas en sandalias de las que se asoman dedos sarmentosos y con garras, los Domini canes visten hábito blanco con mantón y capuchón negros, y llevan por cinturón un burdo lazo o soga que también les puede servir, en caso de apuro, para ahorcar. De la ingle les cuelga un pene y del cinturón un rosario; el pene no los deja vivir, el rosario los entretiene. Las pinturas antiguas nos los representan enarbolando un crucifijo con facies de enajenados. ¡Qué va! Son mansos como el tigre de Bengala. Pero ay, no es fácil verlos, quedan pocos, son especie en extinción. En la lucha por la supervivencia sus feroces competidores los jesuitas (a los que en años recientes se han venido a sumar los nuevos grandes cazadores de herencias del Opus Dei) los han venido exterminando. La selección natural, que es implacable como la Inquisición, no perdona.
Procedían así: llevaban a una ciudad o pueblo y publicaban un bando dando un período de gracia (digamos una semana) para que los herejes del lugar confesaran voluntariamente a cambio de un castigo benigno. Y se sentaban en sus culos a esperar. A veces no llegaba ni uno, pero otras veces, como en Tolón, se presentaban diez mil, y entonces los pobres notarios al servicio de los Domini canes no se daban abasto con tanto hereje confesando. ¿Pero qué confesaban? Lo más que se pudiera, pues ¡ay del que se quedara corto en su confesión, más le valía no haber nacido por el canal delantero de su madre! Delatores anónimos protegidos por las sombras de la noche se acercaban a los inquisidores a denunciar. ¿Pero a quién denunciaban?
Al que envidiaban u odiaban o cuyos bienes codiciaban, pues de lo confiscado algo les tocaba, siendo la parte mayor, claro, para el papa: así Nicolás III amasó una fortuna. El sistema de la delación anónima les producía a los inquisidores tales cosechas de herejes para la hoguera que se empezó a acabar la leña de Europa.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

La Inquisición

Aunque la Inquisición, el invento más monstruoso del hombre. se le atribuye a Ugolino da Segni, alias Gregorio IX, en última instancia también se le debe, como tantos otros horrores, a su tío Inocencio III, que fue quien mandó a la Occitania a Domingo de Guzmán, el fundador de los dominicos (los primeros esbirros papales organizados en una orden), a predicar y a someterle por las buenas a los albigenses. Cuando este español cerril fracasó se desencadenó la cruzada contra los albigenses de que aquí hemos tratado. Pues bien, la Inquisición nació para continuar la quema de herejes iniciada durante esa cruzada en el Languedoc. Luego pasó a quemar brujas, judíos, mahometanos, protestantes y cuantos se negaran a prestarle obediencia ciega al tirano ensotanado de Roma. Gregorio IX, el sobrino del asesino y a su vez asesino, instituyó el engendro como un tribunal independiente de los obispos y las cortes diocesanas y lo puso en manos de los dominicos, que sólo respondían ante él. Decretó formalmente la pena de muerte para los herejes (que de hecho ya se venía aplicando desde hacía décadas) y el viejo principio jurídico del derecho romano y del germánico de que un acusado es inocente mientras no se pruebe que es culpable lo invirtió: es culpable mientras no pruebe que es inocente. Nunca para la Inquisición hubo inocentes; la presunción de inocencia atentaba contra su razón de ser. Lo que tenían que decidir los inquisidores no era la culpabilidad o la inculpabilidad del indiciado, sino el grado de culpabilidad. De ese Gregorio IX decía el emperador Federico II que era "un fariseo sentado en la silla de la pestilencia y ungido con el óleo de la iniquidad". ¿Y qué papa no lo es? Con su frase Federico acababa de inventar la "gregorimia", nueva figura de retórica en que el individuo vale por la especie.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

La primera cruzada

La primera cruzada la lanzó Urbano II (de soltero Oddone di Chatillon), un sobornador y bellaco de calibre menor pero que, plagiando a Mahoma quinientos años después de que la ideara este asesino, introdujo en Occidente la jihad o guerra santa, con la concomitante promesa del cielo para los que murieran en ella. Y he aquí el origen del gran negocio de las indulgencias que aunado a la venta de reliquias tan provechoso habría de serle a la Puta en los siglos venideros. Vendían astillas de la cruz de Cristo, púas de la corona de espinas, plumas del arcángel San Gabriel, prepucios del niño Jesús, sangre menstrual de la Virgen. Lanzada por Urbano desde ClermontFerrand en el corazón de Francia al grito de Deus vult (Dios lo quiere), que congregó una turba de cazadores de indulgencias provenientes de media Europa, y predicada por Pedro el Ermitaño (quien exhibía una carta de apoyo que Dios le había mandado a través de Cristo), Walter el Menesteroso y otros monjes vesánicos, esta primera cruzada fue un éxito de principio a fin. ¡Corrió sangre! Antes de salir de Europa rumbo a Tierra Santa, y a modo de calentamiento, las huestes del Crucificado se entrenaron matando judíos. Una turba guiada por Emich de Leisingen (al que le apareció milagrosamente una cruz en el pecho) quemó a los de Mainz y de Worms. Y otras guiadas por los curas Volkmar y Gottschalk masacraron a los de Praga y a los de Regensburg. Por Hungría, Yugoslavia y Bulgaria, países cristianos, pasó la horda vándala devastando campos y ciudades. En Zemum Pedro el Ermitaño mató a cuatro mil cristianos y luego quemó Belgrado. Y todo con la bendición de los obispos acompañantes. Una vez en Asia Menor, iban decapitando infieles por donde pasaban para después lanzar sus cabezas por sobre las murallas de las ciudades que sitiaban (como Nicea, Antioquía y Tiro) con el fin de desmoralizar a sus defensores, que les contestaban catapultándoles las cabezas de sus conciudadanos cristianos. Pero el apoteosis del horror fue en Jerusalén. A los sarracenos los torturaban durante días, los obligaban a saltar de las torres, los flechaban, los decapitaban. A los judíos que se refugiaron en la sinagoga los quemaron vivos. "Y en el templo de Salomón escribe el cronista Raymond de Aguilers la sangre les llegaba a los caballos hasta las bridas, justo y maravilloso castigo de Dios a los infieles". Los cadáveres de infieles y caballos se apilaban en las calles entre cabezas, manos y pies cercenados. Dos semanas antes de que los cruzados tomaran a Jerusalén murió Urbano, de suerte que no alcanzó a recibir la noticia. Dios, que es malo hasta con sus esbirros, lo privó de ese placer.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Papa más ruin

Cuál es el papa más ruin es cosa imposible de determinar en tanto no inventemos el aparatico que mida la ruindad del alma. Lo que sí se puede en cambio saber, pues lo podemos cuantificar, es cuál fue el más asesino y cuál el más dañino. El más asesino, el italiano Lotario da Segni, alias Inocencio III, quien con sus tres cruzadas (la de los albigenses, la cuarta contra los infieles y la de los niños) fue el que más mató o empujó a la muerte. Y el más dañino, el polaco Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II, el máximo azuzador de la paridera, quien durante los veintiséis años de su pontificado, sin irle ni venirle, ayudó como nadie a aumentarle a la población del mundo dos mil millones que se dicen rápido pero que excretan mucho. Viajaba en jet privado y se sentía la voz de los pobres. ¡Y pensar que un día en México lo tuve a tiro de piedra! Pasó cagando bendiciones desde su papamóvil por la Avenida Insurgentes frente a mi casa. Polonia lo parió. Pero en vez de repudiarlo o venderlo a un circo, hizo del monstruo su hijo predilecto. ¡Malditos rusos que mataron a cien millones con su comunismo y no sirvieron ni para acabar con tan pernicioso país! Ante el Tribunal de la Historia desde aquí denuncio a Karol Wojtyla: que lo desentierren y lo juzguen como desenterró y juzgó el papa Esteban VII el justiciero al papa Formoso y que le corten los tres dedos de la su puta mano bendecidora, y así, mutilado y semi engullido por los gusanos (mis hermanos gusanos que ya llevan meses envenenándose con él) lo tiremos en procesión solemne al Tíber como una bomba sucia musulmana para que contamine a Roma la Puta, la babilónica. ¿Voy al supermercado? Gente. ¿Salgo a la calle? Gente. ¿Voy por la carretera? Gente.
¿Llego al aeropuerto? Gente. ¿Tomo el avión? Gente. ¿Me subo al Metro? Gente. Gente y más gente y más gente, por millones, por billones, por trillones, en las calles, en las autopistas, en los consultorios, en los hospitales, en los bancos, en las putas oficinas de Hacienda, arriba, abajo, atrás, adelante, y más y más y más, andando, circulando, respirando, contaminando, comiéndose a mis hermanos los pollos, a mis hermanas las vacas, a mis hermanos los corderos, a mis hermanos los cerdos, por sus fauces de carnívoros y wojtylesca mente excretándolos por sus carnívoros siesos. ¡Ay! Dizque un solo rebaño bajo un solo pastor. ¡Asesinos cagamierdas! Los ríos llevan su mierda al mar y mientras se derriten los polos y nos asfixiamos bajo un cielo de smog Wojtyla se pudre impune en la tumba. ¡Santo súbito! Que lo van a canonizar, pero siempre no. Su sucesor, el inquisidor Ratzinger, quiere pero no quiere con eso de que fue un protector de pedófilos como el padre Marcial Maciel… Eso le mancha su hoja de entrada al cielo.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Rebaño de podófilos

Inútil cruzada esta de los albigenses en mi opinión, pues si esas buenas almas de Dios no se reproducían, los hubieran dejado tranquilos y ellos se hubieran acabado solos, como siglos después se acabaron los shakers: por omisión de la cópula reproductora, que es la causa de las causas de este desastre. Lo que sí quedó bien grabado para lo sucesivo en la mente del rebaño cerril con hierro, fuego, sangre y olor a carne chamuscada fue la lección de que al papa se le obedece, queramos o no. Y es que él no es el simple Vicario de Pedro, como se creía erradamente antaño, sino el Vicario del mismísimo Cristo, según el monje Hildebrando, alias Gregorio VII, descubrió. Este antecesor no muy lejano de nuestros Inocencios colocaba su casto y enjoyado pie sobre un cojín de raso y se lo hacía besar por todos: príncipes y lacayos, clérigos y campesinos, putas y damas. La cristiandad se convirtió entonces en un sumiso rebaño de podófilos (no "pedófilos", que es lo que es el padre Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo). Y sostenía el del casto pie que "el papa no podía ser juzgado por nadie". A lo cual bien podríamos agregar hoy día: "ni siquiera por Dios". Pues en efecto, después de dos milenios en que hemos visto desfilar a doscientos sesenta y tres de esos energúmenos ensotanados, ¿ha castigado el Altísimo a uno solo? Más ha castigado a Stalin y a Pol Pot…

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Cruzada albigense

Tras encaminar su ciempiés de ciegos rumbo a Cabaret el conde de Montfort se fue a saquear a Minerve donde, ahora sí, le hizo caso a Amalrico y quemó a ciento cuarenta albigenses. Y he aquí el comienzo de la quema de herejes que tan ocupados habría de mantener en los siglos venideros a los esbirros de Domingo de Guzmán. De Minerve el conde pasó a Lavaur donde quemó a cuatrocientos. Tal vez sean estas hazañas las que le valieron el elogio de "valeroso caballero cristiano" que le hizo el papa Inocencio durante el Cuarto Concilio Laterano. Ahora bien, si a Montfort le tocó condado, a Amalrico le tocó arzobispado: el de Warbona. Para mí que se merecía más, la silla pontificia no bien murió Inocencio. ¡Qué menos para quien fuera alma y nervio de la Cruzada albigense! Que es como se designó a esta campaña de exterminio, con cierta impropiedad en verdad pues cruzadas son las masacres de mahometanos a manos de cristianos, no de cristianos a manos de sus correligionarios. ¡Qué importa, de algún modo hay que llamar las cosas!
¿Y cómo juntó su inmenso ejército el legado papal? Gracias a las promesas de Inocencio a los que se sumaran a su cruzada: propiedad de las tierras conquistadas, dispensa del pago de intereses en las deudas, inmunidad ante las cortes civiles, absolución de todos los pecados y las mismas indulgencias prometidas a los cruzados de Tierra Santa. Y ahí va el futuro arzobispo de Warbona con su turbamulta de a pie y de a caballo contra esos herejes alebrestados que predicaban la humildad y la pobreza como Cristo, y que no se reproducían como Cristo.
En realidad el verdadero motivo de esa cruzada no era la herejía (al fin y al cabo herejes somos todos, hasta los más ortodoxos, pues la herejía de hoy bien puede ser la ortodoxia de mañana) sino la desobediencia al papa, el desacato.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Papas breves

De los doscientos sesenta y tres papas con que el Paráclito ha bendecido a la humanidad, la suertuda, diez duraron menos de treinta y tres días, que es lo que alcanzó a reinar nuestro reciente Albino Luciani, alias Juan Pablo I, y varios otros un par de meses. ¿No se les hace muy raro? ¿Serán los designios inescrutables de la traviesa paloma que a veces empantana un cónclave durante semanas, meses y aun años, para acabar llamando, celosa, a su elegido a los pocos días de coronado? Pero quien tiene el récord de los papas breves es Giovan Battista Castagna, alias Urbano VII, que no alcanzó a llegar ni a la coronación: saliendo del cónclave enfermó de malaria y en pocos días subió al Altísimo. Era sobrino del cardenal Verallo y tenía un currículum burocrático impresionante. Entre los muchos puestos eclesiásticos que ocupó figuran los de Consultor e Inquisidor General del Santo Oficio, con los que amasó una fortunita. El día mismo en que salió elegido sucesor de Pedro, la zanzara matapapas se le posó encima con sus patas largas y le aplicó su letal inyección de Plasmodíum de parte del Espíritu Santo. La fortunita la dejó para el cuidado de las niñas pobres. ¡Claro, como no se la podía llevar al cielo! Dicen que Albino Luciani murió del corazón. ¡Y les creo! Muerto está aquel a quien el corazón se le para.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Papa papicida

Juan XIX sucedió a su hermano, Benedicto VIII; pero ya antes Pablo I había sucedido a su hermano Esteban III. El papa Hormisdas engendró al papa Silverio; pero ya antes el papa Anastasio I había engendrado al papa Inocencia I. Bonifacio VII estranguló a Benedicto VI y envenenó a Juan XIV; pero ya antes Sergio III había asesinado a su antecesor León V y al antipapa Cristóbal, y Pelagio I había matado al papa Vigilia por corrupto. Ahora bien, hablando con propiedad, un papa no puede matar a otro pues en el momento del crimen el homicida todavía no es papa. Hasta que el Espíritu Santo no dé su exequátur en un cónclave, no hay papa. O sea: no puede haber dos papas vivos. Uno sí, con su antipapa y hasta con dos antipapas; o ninguno durante los interregnos y mientras le eligen sucesor al muerto. Pero dos a la vez, no: repugna, teológicamente hablando. Así pues, por repugnancia teológica, es disparate hablar de papa papicida. Papa asesino y genocida ¡los que quieran! Pero papa papicida no.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Teodora la vieja

Benedicto IX (nombre de pila Teofilacto) era sobrino de Juan XIX (nombre de pila Romarlo), quien había sucedido a su hermano Benedicto VIII (otro Teofilacto), quien a su vez era sobrino de Juan XII (nombre de pila Octaviano), quien era hijo del príncipe romano Aberico II, quien era hijo de puta y nieto de puta: hijo de Marozia y nieto de Teodora, el par de putas, madre e hija, que fundaron la dinastía de los Teofilactos que le dio seis papas a la cristiandad, a saber los cuatro enumerados más Juan XI, hijo ilegítimo de Marozia y del papa Sergio III y elevado al pontificado a los señalados 20 años por intrigas de su mamá, y Juan XIII, hijo de Teodora la joven (hermana de Marozia) y un obispo. ¡Seis papas que se dicen rápido, salidos en última instancia de una sola vagina papal multípara, la de Teodora la vieja o Teodora la puta!

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

La Puta de Babilonia

LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristo loco el rabioso y a Pedropiedra el estulto; la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la embaucadora, la difamadora, la calumniadora, la reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz, la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina; la carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la aberrante, la inconsecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la autocrática, la despótica, la tiránica; la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar.

Fragmento de "La Puta de Babilonia" de Fernando Vallejo.

Luna

Usted me preguntará cómo puede ser que, a pesar de mi separación del mundo, me convirtiera de la noche a la mañana en un asesino. El hombre es como un tubo de cristal por el que ruedan bolas de colores; en casi todos los que viven sólo hay una. Si la bola es roja, a ese hombre se lo llama «malo»; si es amarilla, «bueno». Si se deslizan dos bolas, una roja y otra amarilla, una detrás de otra, se tiene un carácter «inestable». Nosotros, los «mordidos por la serpiente», vivimos en nuestra existencia todo lo que normalmente vive en una raza durante toda una era: las bolas de colores se siguen velocísimas por el tubo de cristal y cuando se han acabado, somos profetas, nos hemos convertido en espejos de Dios -Laponder guardó silencio. Durante mucho rato no pude pronunciar palabra. Lo que acababa de oír me había atontado.
- ¿Por qué me ha preguntado antes tan temerosamente por mis experiencias, cuando usted está mucho, mucho más alto que yo? -reanudé por fin la conversación.
- Usted se equivoca -dijo Laponder-. Estoy muy por debajo de usted. Se lo pregunté porque sentía que usted poseía la clave que a mí todavía me faltaba.
- ¿Yo? ¿Una clave? ¡Oh, Dios!
- Sí, ¡usted! Y usted me la ha dado. No creo que haya un hombre en la tierra más feliz que yo ahora.
De fuera surgió un ruido: corrieron los pestillos. Laponder apenas hizo caso.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Luna

- Usted me ha contado que había olvidado los recuerdos de su juventud debido a una intervención hipnótica realizada en su conciencia por un médico hace mucho tiempo -continuó-. Ése es el signo, el estigma, de todos los que han sido mordidos por la «serpiente del reino espiritual». Parece casi necesario que en nuestra vida se injerten dos vidas, igual que el injerto noble en el árbol salvaje, para que pueda tener lugar el milagro de la resurrección. Lo que normalmente separa la muerte, se separa así por la extinción de la memoria: a veces sólo por un repentino giro en el interior.
En mi caso sucedió que una mañana, sin causa aparente, cuando tenía veintiún años, me desperté como cambiado. Todo lo que hasta entonces había querido me era de pronto indiferente: la vida me parecía tan tonta como una historia de indios y perdió en realidad; los sueños se convirtieron en una certeza, en una certeza apodíctica, concluyeme, entiéndame bien, en una certeza apodíctica, real, y la vida diurna se convirtió en un sueño.
Todos los hombres podrían hacer esto, si tuvieran la clave. Y la única clave está, sola y exclusivamente, en que se tome conciencia en el sueño de la forma del propio «Yo», de la piel, por decirlo así, en que se encuentre la estrecha rendija por la que se desliza la conciencia entre el sueño profundo y la vigilia.
Por eso he dicho antes que «deambulo» y no que «sueño».
La lucha por la inmortalidad es una batalla por el cetro contra los fantasmas y los clamores que llevamos en nosotros mismos; y la espera a que el propio «Yo» se convierta en rey es la espera del Mesías.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Luna

- Usted debe tomar todo lo que ha vivido como un símbolo -me explicó Laponder-. El círculo de hombres con resplandores azulados que lo rodeaban eran la cadena del «Yo» heredado, que todo nacido de madre lleva siempre consigo. El mundo no es «aislado», pero es preciso que se convierta en ello, ¡y a eso se le llama «inmortalidad»! Su alma está compuesta de muchos «Yos», igual que un hormiguero. Usted lleva en sí los restos anímicos de miles de antepasados: los amos de su estirpe. En todos los seres es así. ¿Cómo podría encontrar su alimento un pollo recién salido de un huevo artificialmente empollado, si no llevara dentro de sí la experiencia de millones de años? La existencia del «instinto» indica la presencia de los antepasados en el cuerpo y en el alma.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Necesidad

Cuando murió mi madre, sólo yo sé cómo la quería, a pesar de que no era entonces más que una niña, creí ahogarme de dolor y corrí hacia él y me agarré a su chaqueta y quería gritar, pero no podía, porque todo en mí se había paralizado… y… y entonces… recuerdo… me miró sonriendo, me besó en la frente y me pasó suavemente la mano sobre los ojos; y desde aquel instante hasta hoy todo dolor por haber perdido a mi madre ha sido como arrancado de mí. No pude verter ni una sola lágrima cuando la enterraron; veía el sol como la mano acariciadora de Dios en el cielo y me asombraba de por qué lloraban los hombres. Mi padre iba tras el féretro a mi lado, y cada vez que yo miraba hacia arriba, me sonreía en silencio, y sentía cómo la gente se asombraba al verlo. -¿Es usted feliz, Miriam, totalmente feliz? ¿No hay nada terrible para usted en la idea de tener como padre a un ser que está por encima de toda la humanidad? -le pregunté suavemente.
- Paso mi vida como en un sueño bienaventurado. Cuando hace un momento me ha preguntado, señor Pernath, si no tenía preocupaciones y por qué vivíamos aquí, he estado a punto de echarme a reír. ¿Es hermosa la naturaleza? Bueno, los árboles son verdes y el cielo azul, pero todo esto me lo puedo imaginar aún mucho más bello cuando cierro los ojos. ¿He de estar para verlos sentada en un prado? ¿Esa gran cantidad de pequeñas necesidades… y… y el hombre? Todo eso está mil veces superado por la confianza y la espera. -¿La espera? -pregunté asombrado.
- La espera de un milagro. ¿No lo sabe usted? ¿No? Entonces es usted un hombre muy, muy pobre. ¡Tan pocos creen en él! Mire, éste es también motivo de que no salga nunca, de que no me trate con nadie. Antes tuve, naturalmente, un par de amigas, judías, por supuesto, como yo, pero nunca hablábamos de lo mismo; ellas no me entendían a mí y yo no las entendía a ellas. Cuando yo hablaba de milagros, al principio creían que lo hacía en broma, pero cuando se dieron cuenta de lo serio que era para mí y de que yo no entendía por milagro lo que los alemanes con sus lentes entienden por «el crecimiento normal de la hierba y cosas por el estilo», sino más bien todo lo contrario, hubieran querido pensar que estaba loca, pero sabía cómo defenderme porque soy bastante ágil de pensamiento, había aprendido hebreo y arameo y puedo leer el Targumin y el Midraschim y otras cosas por el estilo de poca importancia.
Por último encontraron una palabra que ya no significaba nada: me llamaban «excéntrica».
Cuando les quería explicar que lo importante, lo esencial para mí en la Biblia y en las otras escrituras sagradas era el milagro y sólo el milagro, y no las normas de ética y moral, que no pueden ser más que caminos ocultos para llegar al verdadero milagro, sólo sabían responderme con lugares comunes, pues temían confesar que lo único que creían de las escrituras religiosas podía estar exactamente igual en los libros de leyes civiles.
Sólo oír la palabra «milagro» les resultaba incómodo, desagradable. Decían que se les abría la tierra debajo de los pies. ¡Como si pudiera haber algo mejor que perder la tierra debajo de los pies!
En cierta ocasión oí decir a mi padre que el mundo está aquí para que nosotros nos lo imaginemos roto, que es entonces cuando empieza la vida. Yo no sé a qué se refería con la «vida», pero a veces siento que un día me «despertaré». Aunque no puedo imaginarme en qué estado despertaré. Siempre pienso que lo precederán esos milagros.
«¿Has visto ya algunos puesto que continuamente los esperas?», me preguntaban con frecuencia mis amigas y, cuando lo negaba, de repente se ponían contentas, seguras de su triunfo. Dígame, maestro Pernath, ¿puede usted comprender esos corazones? Yo no les quería confiar que yo sí he vivido milagros -los ojos de Miriam brillaban-, aunque terriblemente pequeños.
Sentí que lágrimas de alegría entorpecían sus palabras en la garganta. … Pero usted me comprenderá: a menudo, semanas, incluso meses -Miriam hablaba muy suavemente-, hemos vivido sólo de milagros. Cuando ya no había más pan en casa, ni un solo bocado, pensaba: ¡Ahora ha llegado la hora! Me quedaba aquí sentada… y esperaba y esperaba hasta que los latidos de mi corazón no me dejaran respirar. Y… y de repente, cuando se me ocurría, salía por las calles de un lado para otro, tan rápida como podía, para volver a casa a tiempo, antes de que volviese mi padre. Y… y siempre encontraba dinero, una veces más, otras menos, pero siempre lo suficiente para poder comprar lo rnás necesario. A veces encontraba un florín tirado en medio de la calle, lo veía brillar desde lejos y la gente lo pisaba, resbalaba por encima, pero nadie se daba cuenta.
Esto me daba demasiado valor, tanto que no salía directamente, sino que buscaba a mi alrededor, en la cocina, como un niño, para ver si no había caído dinero o pan del cielo.
Me pasó una idea por la cabeza y tuve que sonreír divertido.
Ella lo notó.
- No se ría, señor Pernath -rogó-. Créame, sé que los milagros crecerán y que un día… La tranquilicé: -¡Pero si no me río, Miriam! ¡Qué piensa usted! Soy infinitamente feliz de que no sea como los demás que, tras cada acción, miran y buscan las causas acostumbradas, cuando (en tales casos nosotros siempre: ¡Gracias a Dios!) ocurre de otra forma. Me alargó la mano: -¿Verdad, señor Pernath, que no volverá a decir que me quiere, o nos quiere ayudar?
Ahora que ya lo sabe, ¿se da cuenta de que, si lo hiciera, me robaría la posibilidad de vivir un milagro?

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Necesidad

Miriam estaba sentada frente a mí junto a la ventana y yo manipulaba mi cera de modelar. -¿Es preciso tener el rostro que se modela delante para conseguir el parecido? -preguntó cohibida, sólo para romper el silencio.
Evitábamos tímidamente nuestras miradas. Ella no sabía adonde dirigir los ojos, de vergüenza y pudor por la miserable habitación, y mis mejillas también ardían por la vergüenza interior de no haberme preocupado mucho antes por la forma en que vivían ella y su padre. ¡Pero algo tenía que contestarle!
- No tanto para conseguir el parecido como para verificar si interiormente se ha visto con exactitud -sentí mientras hablaba cuan erróneo era lo que estaba diciendo.
Durante años había seguido e imitado la falsa norma de los pintores según la cual es necesario estudiar la naturaleza exterior para poder crear algo artístico; pero, desde que en aquella noche me despertó Hillel, comenzó a abrirse en mí la observación interior: la verdadera capacidad de ver con los ojos cerrados, que desaparece en cuanto se abren, el don que creen todos poseer y que, sin embargo, muy pocos tienen entre millones de personas. ¡Cómo podía hablar siquiera de la posibilidad de medir, con las burdas posibilidades de la vista, el inequívoco modelo de la visión interna!

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Luz

Hace ya mucho que quiero preguntarle algo.
No necesita usted contestarme si no quiere o no puede.
Schemajah se acercó a la mesa y jugó con el vaso de vino: no bebía; quizá se lo impedía el ritual judío.
- Pregunte tranquilamente, Zwakh. -¿Sabe usted algo acerca de la oculta ciencia judía de la Cábala, Hillel?
- Sólo un poco.
- He oído que hay un documento por el que se puede comprender la Cábala: el Sohar.
- Sí, el Sohar, el libro del brillo.
- Ve usted, ahí está -empezó a gemir Zwakh-. ¿No es una injusticia que clama al cielo el que una escritura que, al parecer, tiene la clave para la comprensión de la Biblia y para alcanzar la felicidad…?
Hillel lo interrumpió.
- Sólo algunas de las claves.
- Bueno, bien, ¡pero por lo menos algunas! ¿Y que esta escritura, por su alto valor y su rareza, sólo sea accesible a los ricos? ¡En un original único que para colmo está en el museo de Londres! Por lo menos eso me han contado. Y además en caldeo, arameo, hebreo, ¡o qué sé yo! ¿He tenido yo, por ejemplo, alguna vez en mi vida la posibilidad de aprender estas lenguas o de viajar a Londres? -¿Ha dirigido siempre todos sus deseos con tanta intensidad hacia esta meta? -preguntó Hillel con una ligera ironía.
«Pues la verdad…, no» -concedió Zwakh, en cierto aspecto turbado.
- Entonces, no debería quejarse -dijo Hillel secamente-. El que no lucha por el espíritu con todos los átomos de su cuerpo, como uno que se está ahogando busca el aire, ése no podrá ver los misterios de Dios.
«Sin embargo, debería haber un libro en el que estén todas las claves de los enigmas del otro mundo, no sólo algunas» me pasó por la cabeza, mientras mi mano jugaba automáticamente con el Fou, que todavía llevaba en el bolsillo, pero antes de que pudiera formular mi opinión, ya la había expresado Zwakh.
Hillel sonrió de nuevo como una esfinge.
- Toda pregunta que un hombre pueda formular está resuelta en el mismo momento en que la plantea espiritualmente. -¿Entiende usted lo que quiere decir con eso? -me preguntó Zwakh.
Yo no le respondí y contuve la respiración para no perder una sola palabra de la lección de Hillel.
Schemajah continuó.
- Toda la vida no es nada más que preguntas que han tomado forma, que llevan en sí el germen de las respuestas, respuestas que van preñadas de preguntas. El que vea en ella cualquier otra cosa es un loco.
Zwakh dio un puñetazo en la mesa.
- Sí, preguntas que cada vez son distintas y respuestas que cada uno comprende de una forma diferente.
- Precisamente de eso se trata -dijo Hillel amablemente-. El curar a todos los hombres con una sola cuchara… es únicamente privilegio de los médicos. El que pregunta recibe la respuesta que necesita: de lo contrario la criatura iría por el camino de sus añoranzas. ¿Cree usted que nuestras escrituras judías están escritas en consonantes únicamente por capricho? Cada uno tiene que encontrar para sí mismo las ocultas vocales que le aclaren el significado hecho para él, pues la palabra viva no se debe quedar rígida en un dogma muerto.
El marionetista negó con fuerza.
- Estas son sólo palabras, rabino, ¡palabras! ¡Quisiera ser el último Fou si de ello sacara algo! ¡Fou! La palabra me golpeó como un rayo.
Estuve a punto de caerme de la silla de susto.
Hillel evitó mi mirada.
- El último Fou. ¿Quién sabe si no se llama usted así en realidad? -resonó desde lejos en mi oído la respuesta de Hillel-. No se debe estar nunca demasiado seguro de las propias circunstancias. Por cierto, ya que hablamos de cartas, señor Zwakh, ¿juega usted a tarots? -¿Tarots? Naturalmente, desde la infancia.
- Entonces me extraña que pregunte por un libro en el que esté la Cábala, cuando usted mismo la ha tenido miles de veces en sus manos. -¿Yo? ¿En las manos? ¿Yo? -Zwakh se llevó las manos a la cabeza.
- Sí, ¡usted! ¿No le ha llamado nunca la atención que los tarots tienen veintidós triunfos, exactamente el mismo número que las letras del alfabeto hebreo? Además, ¿no nos muestran claramente nuestras cartas bohemias una gran cantidad de imágenes que son obviamente símbolos: el loco, la muerte, el demonio, el juicio final? ¿Cuan alto desea en realidad que le responda la vida al oído? En realidad, no necesita saber que tarok o tarot significa lo mismo que la Tora judía, la ley, o la antigua forma egipcia tarut es la pregunta, y la palabra tarisk en la antiquísima lengua zend es yo exijo la respuesta. Los sabios sí deben saberlo, antes de mantener la afirmación de que el tarot proviene de la época de Carlos VI. Y del mismo modo que el Fou es la primera carta del juego, así también es el hombre la primera imagen de su primer libro de estampas, su propio doble: la letra hebrea Aleph, que, construida según la forma de un hombre, señala con una mano al cielo y con otra hacia abajo, quiere decir: «Igual que arriba es abajo; lo mismo ocurre abajo que arriba.» ¡Por eso he preguntado hace un momento si de verdad se llama usted Zwakh y no Fou!…, pero no lo evoque. Hillel me miraba mientras tanto fijamente y yo sospechaba que en el fondo de sus palabras ponía cada vez un nuevo significado. -¡Pero no lo llame, señor Zwakh! Se puede llegar a oscuros caminos, de los que nunca se ha vuelto, pues no encontró la salida nadie… que no llevara un talismán consigo. La tradición cuenta que en cierta ocasión descendieron tres hombres al reino de la oscuridad, uno se volvió loco, el otro ciego y sólo el tercero, el rabino Ben Akiba, pudo volver sano y dijo que se había encontrado a sí mismo. Usted me dirá que otros se encontraron también a sí mismos, por ejemplo Goethe, quienes en un puente, o en cualquier otro escalón, que lleva desde una orilla a otra, se miraron a sí mismos a los ojos y no se volvieron locos. Pero en esos casos sólo se trataba de un reflejo de la propia conciencia y no del verdadero doble: no era eso que se llama «el hálito de los huesos», el «Habal Garmin» del que se ha dicho: «tal y como fue a la tumba incorrupto, así resucitará el día del juicio final». -La mirada de Hillel penetraba cada vez más profundamente en mis ojos-. Nuestras abuelas dicen de ese estado: «Vive muy alto sobre la tierra en una habitación sin puertas, con una sola ventana, desde la que es imposible comunicarse con los hombres. ¡El que sepa dominarlo e instruirlo será un buen amigo de sí mismo!» Por último, por lo que se refiere a los tarots, sabe usted tanto como yo: para cada jugador aparecen las cartas de una forma distinta, pero el que utiliza los triunfos correctamente, ése gana la partida…

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Despierto

Antes era esclavo de una horda de impresiones y visiones fantásticas que a menudo no conocía; ideas o sentimientos que, de repente, me hacían sentir como rey y señor en mi propio reino.
Problemas de cálculo que antes sólo hubiera podido solucionar con gran esfuerzo y sobre el papel, se reunían de una vez en mi cabeza dándome el resultado como en un juego. Todo ello con la ayuda de una nueva capacidad, que se había despertado en mí, de ver y retener precisamente lo que necesitaba: números, formas, figuras o colores. Para cuestiones que no se podían resolver con este sistema -problemas filosóficos y otros similares-, esta visión interior era sustituida por el oído, en el que Schemajah Hillel hacía de narrador.
Realicé descubrimientos extrañísimos.
Las cosas que sin prestar atención había dejado pasar en mil ocasiones de mi vida, como simples palabras en mis oídos, estaban ahora repletas de valor en mis fibras más internas: lo que había aprendido «de memoria» lo «comprendía» ahora de golpe como mi «propiedad». Los misterios de la formación de las palabras que nunca imaginé, estaban ahora desnudos ante mí.
La humanidad con sus «saltos» ideales que me había tratado despectivamente, con gesto noble de comerciante íntegro, el pecho cubierto de las condecoraciones condecoraciones del pathos -se quitaba ahora humildemente la máscara caricaturesca y pedía excusas por no ser más que un mendigo y aun así el instrumento para… una estafa todavía más descarada. ¿Acaso no sigo soñando? ¿Acaso no he hablado siquiera con Hillel?
Alargué la mano hacia el sillón que estaba junto a mi cama.
Exacto: todavía estaba allí la vela que me había dado Schemajah; me acurruqué de nuevo entre las almohadas, feliz como un niño que en la noche de Navidad se ha convencido de que existe y tiene cuerpo el maravilloso títere.
Me sentí como un perro de caza en la espesura de los enigmas espirituales que me rodeaban.
Primero intenté volver al punto de mi vida hasta el que llegaban mis recuerdos. Desde allí, creí que me seria posible ver esa parte de mi existencia que me había sumido en la oscuridad, por un extraño designio del destino.
Pero por más que me esforzara no llegaba, hace tiempo, más allá que al triste patio de nuestra casa, observando, a través del arco de la puerta, la cambalachería de Aaron Wassertrum: como si yo llevase un siglo viviendo en esta casa como tallador de piedras preciosas, siempre con la misma edad, y sin haber sido nunca un niño.
Desesperanzado, iba ya a renunciar a seguir gateando por los pasillos del pasado, cuando de pronto comprendí con absoluta claridad que, si bien la ancha avenida de los acontecimientos acababa en mi memoria en el gran portal, no acababan ahí en cambio una gran cantidad de pequeños escalones que, a pesar de haber corrido siempre paralelos al camino principal, no había notado hasta ahora. «¿De dónde vienen», me gritaba casi en los oídos, «los conocimientos gracias a los que puedes ganarte la vida? ¿Quién te ha enseñado a tallar las gemas, a grabar y todo lo demás? ¿Leer, escribir, hablar… y comer… y caminar, respirar, pensar y sentir?»
Inmediatamente acepté este consejo interior. Retrocedí sistemáticamente en mi pasado.
Me obligué a mí mismo a pensar en una ininterrumpida sucesión en sentido inverso. ¿Qué ha pasado ahora mismo? ¿Cuál ha sido el punto de partida de esto? ¿Qué ha pasado antes?
De nuevo había llegado al portal. ¡Ahora, ahora! Sólo había que realizar un pequeño salto en el vacío, al abismo que me separaba de lo olvidado…, entonces apareció ante mí una imagen que me había dejado pasar al retroceder en mi vida con mis pensamientos:
Schemajah Hillel pasaba sus manos sobre mis ojos, exactamente igual que antes en mi habitación.
Con ello se había borrado todo. Incluso el deseo de seguir investigando.
Sólo una cosa había ganado para siempre: el conocimiento de que la sucesión de acontecimientos en la vida son un callejón sin salida, por muy ancho y fácil de caminar que parezca. Son las escaleras estrechas y ocultas las que nos llevan a la patria perdida: es lo que está grabado en nuestro cuerpo con letra microscópica, apenas visible, y no la horrible cicatriz que deja la escofina de la vida exterior, lo que nos oculta la solución de los últimos enigmas.
Del mismo modo que podría volver a encontrar los días de mi juventud si tomase la cartilla y siguiera el alfabeto desde el final, es decir, de la Z a la A, para llegar al punto en que empecé a aprender en el colegio, comprendí que así también podría caminar y llegar a esa lejana patria que se encuentra más allá de todo pensamiento.
Un mundo de trabajo se me echaba encima. Me acordé de que también Hércules llevó durante mucho tiempo la cúpula del cielo sobre su cabeza: un significado oculto se desprendía de esta leyenda. Así como Hércules se libró de ello por un engaño al pedirle al gigante Atlas: «Deja que me ponga unos pañuelos atados para que este horrible peso no me aplaste la cabeza», se me ocurrió que, quizás, podría haber un oscuro camino para librarme de este escollo.
Un terrible recelo de seguir confiando ciegamente en que me guiaran los pensamientos me sobrevino de repente. Me tumbé por completo y me tapé con los dedos los ojos y los oídos para que los sentidos no me distrajeran. Para matar cualquier pensamiento.
Pero mi voluntad se deshizo en pedazos ante la misma ley de antes: sólo podía alejar un pensamiento con otro distinto y en cuanto uno moría ya se cebaba el siguiente en su carne. Huí por la rápida corriente de mi sangre, pero los pensamientos me seguían pisando los talones; sólo por un momento me escondí en la herrería de mi corazón, pero en seguida me encontraron.
De nuevo vino en mi ayuda la amable voz de Hillel que dijo: -¡Sigue en tu camino y no vaciles! La llave del arte del olvido pertenece a nuestros hermanos que caminan por el sendero de la muerte, pero tú estás preñado del espíritu de la… vida.
Apareció ante mí el libro Ibbur y dos letras brillaron: una que representaba la mujer de metal con el pulso fuerte como un terremoto; la otra, en interminable lejanía: el hermnafrodita en el trono de nácar con la corona de madera roja sobre la cabeza.
Schemajah Hillel pasó por tercera vez sus manos sobre mis ojos, y me dormí.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Despierto

Cuando los hombres se levantan del lecho se imaginan que han alejado el sueño de sí y no saben que son víctimas de sus sentidos, convirtiéndose en presa de un nuevo sueño mucho más profundo que aquél del que acaban de salir. Sólo existe una única forma de vigilia y es a la que tú te acercas ahora.
Hablales a los hombres de ello: te dirán que estás enfermo, pues no pueden entenderte.
Por eso es inútil y cruel decirles nada.
Van como un río…
Y están como dormidos.
Igual que la hierba que pronto se marchita… que se rompe al anochecer y se seca.
«¿Quién era el desconocido que vino a mi habitación y me dio el libro Ibbur? ¿Lo vi despierto o en sueños?», quise preguntarle, pero Hillel me contestó antes de que pudiera expresar estos pensamientos con palabras.
- Supon que el hombre que llegó a ti, y al que tú llamas el Golem, significa el despertar de la muerte a través de la más interna vida espiritual. ¡Todas y cada una de las cosas de la tierra no son más que un símbolo eterno, cubierto de polvo! ¿Cómo piensas con la vista? Cada forma que ves la piensas con la vista. Todo lo que ha adquirido una forma fue antes un fantasma.
Siento cómo los conceptos que hasta ahora habían estado anclados en mi cerebro se sueltan y surcan, como barcos sin timón, por un mar sin orillas. Hillel continuó tranquilamente:
- Quien ha sido despertado, ya no puede morir. Sueño y muerte es lo mismo.
«… ¿ya no puede morir?» -un dolor sordo me sobrecogió.
- Dos sendas corren paralelas: el camino de la vida y el camino de la muerte. Tú has tomado y leído el libro Ibbur. Tu alma se ha preñado del espíritu de la vida -lo oí decir.
- Hillel, Hillel, déjame seguir el camino que siguen todos los hombres: ¡el de la muerte! -gritó todo dentro de mí.
La cara de Schemajah Hillel quedó rígida y seria.
- Los hombres no siguen ningún camino, ni el de la vida ni el de la muerte. Se mueven por ahí como la pelusa en la tormenta. En el Talmud está escrito: «Antes de que Dios creara el mundo puso delante de los seres un espejo; en él vieron primero los dolores espirituales de la existencia y después los placeres. Entonces unos tomaron sobre sí las penalidades. Otros, sin embargo, se negaron a ello, por lo que Dios los borró del libro de la vida.» Tú, en cambio, sigues un camino y lo has tomado, además, por tu libre voluntad, aunque quizás ya lo hayas olvidado: tú has sido llamado por ti mismo. No te aflijas: poco a poco, cuando llega el conocimiento, llega también el recuerdo. Conocimiento y recuerdo son la misma cosa.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Noche

No escuché las primeras palabras con las que el marionetista introdujo su narración: sólo sé que me sentía como si me desgarrara lentamente. Tenía cada vez más frío y me ponía cada vez más rígido, como antes, cuando, convertido en cabeza de madera, estaba en el regazo de Vrieslander. Pero, de repente, me encontré dentro de la narración que me envolvió extrañamente como el trozo sin vida de un libro.
Zwakh comenzó:
Historia del abogado Dr. Hulbert y su Batallón «… Bueno, ¿qué puedo decir? Tenía la cara llena de arrugas y las piernas torcidas como un perro pachón. Desde muy joven lo único que conocía era su estudio. Un estudio seco, enervante. De lo que ganaba con enorme esfuerzo dando clases, tenía que mantener además a su madre enferma. Creo que aprendió cómo son las verdes praderas, los arbustos, las colinas en flor y los bosques en los libros. Usted mismo sabe el poco sol que llega a las negras callejas de Praga. »Hizo su doctorado con distinción de honor; en realidad, era lo lógico. »Y con el tiempo se convirtió en un famoso abogado. Tan famoso que todo el mundo -jueces y abogados- iban a consultarlo cuando no sabían algo. Sin embargo, vivía pobremente, como un mendigo en una oscura habitación, cuyas ventanas daban a un patio. »Así pasaron años y años, y la fama del Dr. Hulbert como lumbrera de la ciencia se convirtió en dogma en todo el país. Pero nadie hubiera creído que un hombre como él fuera capaz de sentimientos delicados, sobre todo cuando su cabello había empezado a encanecer y nadie hasta entonces lo había oído hablar de otra cosa que de jurisprudencia. Pero es precisamente en estos corazones encerrados en sí mismos donde las añoranzas son más ardientes. »E1 día en que el Dr. Hulbert alcanzó la meta que durante su época de estudio fue la más activa, el día en que su Majestad el Emperador de Viena lo nombró Magnífico de nuestra Universidad, corrió la voz de que se había prometido con una joven bellísima de familia pobre, pero noble. »Parecía que desde ese momento la felicidad había entrado en la casa del Dr. Hulbert.
Pues, aunque no tuvieron hijos, trataba a su mujer con gran afecto, y convertir en realidad cualquiera de sus deseos, que él sabía adivinar tan sólo con una mirada, era su mayor alegría. »Sin embargo, en su felicidad no se olvidó en absoluto, como cualquier otro podría haber hecho, del prójimo que sufría. "Dios ha colmado mi anhelo", solía decir, "ha permitido que mis sueños se convirtieran en realidad, los sueños que tuve desde la infancia, y me ha dado el ser más encantador que hay sobre la tierra. Por eso quiero que un reflejo de esta felicidad se extienda a los demás mientras esté en mis manos." »Y así fue como, cuando se dio la ocasión, tomó a un pobre estudiante aceptándolo como si fuera su propio hijo. Quizás recordaba el bien que hubiera representado una buena acción como ésta para su propio cuerpo y espíritu durante los penosos años de su juventud. Pero como en la tierra algunas acciones, que parecen buenas y nobles a los hombres, tienen las mismas consecuencias que otra digna de maldición, porque quizás nosotros no sepamos distinguir claramente entre lo que lleva semillas venenosas y semillas buenas, sucedió que, de esta compasiva obra del Dr. Hulbert, nació la mayor desgracia para él. »Su joven esposa se enamoró en seguida, con un ardiente y oculto amor, del estudiante, y el destino despiadado quiso que, precisamente en el momento en que el rector volvía inesperadamente a su casa para sorprenderla, en señal de su amor en el día de su cumpleaños, con un ramo de rosas, la encontrara en los brazos de aquél sobre el que había volcado su bondad… »Se dice que la flor del cornezuelo puede perder para siempre su color cuando, de repente, cae sobre ella la luz blanquecina y sulfurosa del rayo que anuncia una tormenta de granizo; pero lo cierto es que el alma del anciano se anegó para siempre el día en que su felicidad se rompió en pedazos. Aquella misma noche estuvo, él que hasta entonces no había sabido lo que era intemperancia, aquí en Loisitschek -casi inconsciente por la bebida- hasta el amanecer. Loisitschek se convirtió en su hogar para el resto de su destrozada vida. En verano dormía en cualquier parte, sobre los escombros de alguna construcción, y en invierno, aquí, en estos bancos de madera. »Se dejó caer en el olvido y nunca se volvió a hablar de sus títulos de doctor y catedrático de derecho. Nadie tenía corazón para levantar contra él, el hasta entonces famoso sabio, cualquier reproche escandalizado por su cambio. »Poco a poco se fue agrupando a su alrededor toda la chusma nocturna que merodeaba por el barrio judío y así se llegó a la fundación de esa extraña comunidad que hoy se suele llamar el "Batallón". »Los amplios conocimientos en leyes del Dr. Hulbert se convirtieron en un manual para todos aquellos que estaban estrechamente vigilados por la policía. Si algún preso recién liberado estaba a punto de morir de hambre, el Dr. Hulbert lo mandaba totalmente desnudo al paseo central, y el servicio del ayuntamiento, llamado Fischbanka, se veía obligado a darle un traje. Si habían expulsado de la ciudad a una muchacha sin domicilio, se casaba en seguida con un vagabundo que perteneciera al distrito, con lo cual se hacía residente en él. »E1 Dr. Hulbert conocía centenares de soluciones como éstas y, frente a sus consejos, la policía se hallaba impotente. Todo lo que estos marginados de la comunidad "ganaban" lo entregaban fielmente, hasta el último céntimo, a la banca común de la cual se ministraba el sustento necesario para vivir. Nunca se produjo el más ligero engaño, ni la más mínima estafa. Puede que el nombre de "Batallón" surgiera debido a esta disciplina de hierro. »E1 día 1 de diciembre, puntualmente, día del aniversario de la desgracia del anciano, tenía lugar por la noche, aquí, en Loisilschek, una extraña fiesta. Apiñados, uno junto a otro, se reunían en este lugar todos los mendigos, vagabundos, rufianes y mujerzuelas, borrachos y traperos, en absoluto silencio, como durante una misa. El Dr. Hulbert, desde aquella esquina donde están ahora los músicos, precisamente debajo del cuadro de la Coronación de Su Majestad el Emperador, les contaba la historia de su vida: cómo consiguió ascender, sacar el título de doctor para finalmente convertirse en Rector Magnífico. »Cuando llegaba al momento en que entraba a la habitación de su mujer para celebrar su cumpleaños con el ramo de rosas, que al mismo tiempo era un recuerdo de aquel otro momento en que fuera a pedir su mano y la había convertido en su mujer, todos los años, se le rompía la voz y caía llorando sobre la mesa. Entonces alguna mujerzuela avergonzada se acercaba a veces a él, sigilosamente para que nadie la viera, y le ponía entre las manos una flor semimarchita. »Ninguno de los oyentes se movía durante largo rato. Estos hombres son demasiado duros para llorar, pero miraban hacia abajo y se retorcían inseguros los dedos. »Una mañana encontraron al Dr. Hulbert muerto sobre un banco junto al río Moldava.
Creo que se heló. »Todavía estoy viendo su entierro. El "Batallón" se había casi desangrado para hacerlo todo lo más espléndido posible. »Delante iba el bedel de la universidad con su uniforme de gala: llevaba en las manos un cojín dorado y sobre éste la cadena de oro; detrás de la carroza fúnebre, en un grupo inextricable, todos los del "Batallón", descalzos, sucios, harapientos, rotos. Uno de ellos había vendido todo lo que tenía e iba con el cuerpo, las piernas y los brazos envueltos en viejos trozos de papel de periódico. »Así le ofrecieron sus últimas honras. »En el cementerio, sobre su tumba, hay una piedra blanca en la que se han grabado tres figuras: el Salvador crucificado entre los dos ladrones. Donado por una persona desconocida. Se murmura que fue la mujer del Dr. Hulbert quien ha erigido ese monumento a su recuerdo. »En el testamento del abogado muerto estaba previsto un legado por el cual cada uno de los miembros del "Batallón" recibiría gratis, al mediodía, una sopa, aquí, en Loisitschek. Por eso estas cucharas están atadas a la mesa y las depresiones que hay en la tabla sirven de platos. A las doce viene la camarera y echa el puré en estos harapos con una jeringa muy grande de metal, y si alguien no puede demostrar que pertenece al "Batallón", recoge otra vez la sopa con la jeringa. »Desde esta mesa esa costumbre ha dado la vuelta al mundo como algo anecdótico.»
Un tumulto en el local me despertó de mi letargo. Las últimas frases que pronunció Zwakh pasaron volando sobre mi conciencia.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Ponche

Murmuraron algo así como «estar loco» y me puse a escuchar su conversación.
- No deberíamos nunca tocar delante de Pernath temas como el del Golem -dijo con reproche Josua Prokop-. Cuando antes ha estado hablando del libro Ibbur, nos hemos callado todos y no hemos hecho preguntas; apostaría a que lo ha soñado. ¿No lo creen así? Pernath es un tipo muy especial. Zwakh afirmó:
- Tiene usted toda la razón. Es como si se quisiera entrar en pleno día en una habitación llena de polvo, en la que las paredes y el techo estuvieran forrados de telas picadas y el suelo estuviera cubierto por una espesa capa de yesca seca del pasado; no hace falta más que rozarlo para que el fuego prenda en todos los rincones. -¿Estuvo Pernath mucho tiempo en el manicomio? Es una pena, pues no puede tener más de cuarenta años- dijo Vrieslander.
- No lo sé. Además tampoco tengo idea ni de dónde es ni cuál fue su oficio anterior. Su apariencia es de antiguo noble francés, con su delgada figura y su perilla. Hace muchos años que un médico amigo mío me pidió que cuidara un poco de él y que le buscara una casa pequeña, aquí en estas callejas, donde nadie se preocupase por él ni lo inquietara con preguntas sobre tiempos pasados. -Zwakh me miró otra vez emocionado-. Desde entonces vive aquí, restaura antigüedades, pule gemas y en ello ha encontrado su pequeño bienestar. Es una suerte para él que, al parecer, haya olvidado todo lo que tiene relación con su desgracia. Por lo que más quieran, no le pregunten nunca cosas que puedan despertar el pasado en su memoria. ¡Cuántas veces me lo pidió aquel viejo médico! Sabe usted, Zwakh, decía siempre, tenemos cierto método; hemos enclaustrado, por decirlo así, con mucho trabajo, su enfermedad, igual que se cierra una tumba, porque a ella se unen tristes recuerdos. La charla del marione-tista llegaba hasta mí como el carnicero se acerca a su víctima, oprimiéndome el corazón con manos rudas y terribles.
Desde siempre existía en mí un sordo tormento…, un presentimiento como si me hubieran quitado algo y como si en mi vida hubiera recorrido un largo camino al borde del camino, como un sonámbulo. Nunca había conseguido encontrar su origen.
Ahora estaba abierto ante mí el camino hacia la solución del enigma y me quemaba insoportablemente como una herida abierta.
La enfermiza repugnancia de unir mis recuerdos a hechos pasados, y ese extraño sueño, que vuelve de tiempo en tiempo, en el que estoy en una casa en la que hay una serie de habitaciones cerradas inaccesibles para mí, el continuo fallo de mi memoria y de mi mente en cuanto a las cosas que se refieren a mi juventud, todo esto tenía ya de repente una terrible aclaración: había estado loco y se había utilizado la hipnosis para cerrar la «habitación» que me unía a las otras cámaras de mi mente y que me había convertido en un apatrida en el mundo que me rodea. ¡Y sin esperanzas de recobrar los recuerdos perdidos!
Los resortes de mi pensamiento y de mis actos están ocultos en otra existencia ya olvidada y comprendí que… nunca los conocería: soy una planta cortada, como un retoño que brota de raíces extrañas. Aunque quisiera forzar la entrada de esa «habitación» cerrada, ¿no caería en manos de los fantasmas que han estado allí desterrados?

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Ponche

Sólo me ha recordado al Golem. Vrieslander, el pintor, dejó caer de repente el cuchillo de tallar: -¿Golem? He oído hablar mucho de eso. ¿Sabe usted, Zwakh, algo sobre el Golem? -¿Quién puede decir que sabe algo sobre el Golem? -contestó Zwakh encogiéndose de hombros-. Se lo relega al reino de la leyenda hasta que un día sucede algo en una calle que de repente lo resucita. Durante un tiempo todo el mundo habla de él y los rumores crecen hasta lo increíble. Se hacen tan exagerados y desmedidos que finalmente vuelven a derrumbarse debido a su propia incredibilidad. Se dice que el origen de la historia se remonta probablemente al siglo XVI. Cuentan que un rabino creó, según métodos de la Cábala ahora perdidos, un hombre artificial, el llamado Golem, para que lo ayudara, como su criado, a tocar las campanas en la sinagoga y a hacer todos los trabajos duros. Pero también cuentan que no le salió un hombre auténtico, ya que su única forma de vida consistía en vegetar de un modo rudo y semiinconsciente; además, según dicen, sólo durante el día, gracias a la influencia de una hoja mágica que le ponía entre los dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Cuando una noche el rabino se olvidó de quitarle, antes de la oración, la hoja de la boca, dicen que cayó en un estado de delirio tal que, corriendo en la oscuridad de las callejas, destruyó todo lo que encontraba en su camino. Hasta que el rabino se enfrentó a él y destruyó la hoja. La criatura debió caer sin vida. No quedó nada más de él que la figura enana de barro que hoy todavía se puede ver en la antigua sinagoga de Altneus.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Ponche

- Usted nos ha separado virtualmente del mundo exterior, Josua -dijo Zwakh rompiendo el silencio-, desde que ha cerrado la ventana nadie ha pronunciado una sola palabra.
Sólo estaba pensando en lo extraño que es ver cómo el viento mueve cosas sin vida, cómo hace un momento hacía volar los abrigos -contestó rápidamente Prokop, como para disculparse con su silencio-. Parece tan milagroso ver cómo de repente comienzan a agitarse las cosas que siempre han permanecido muertas, inmóviles. ¿No? Una vez estuve mirando en una plaza, en la que no había nadie y sin que notara el viento, puesto que me hallaba a cubierto tras una casa, cómo unos enormes trozos de papel corrían girando como locos y se perseguían unos a otros, como si se hubiesen jurado la muerte. Un momento más tarde parecían haberse calmado, pero de repente les sobrevino un brusco enfado y, con una rabia sin sentido, se movieron a toda velocidad de un lado para otro, se apretujaron en una esquina y de nuevo se separaron como posesos para, finalmente, desaparecer tras una esquina. Un grueso periódico fue el único que no pudo seguirlos; se quedó tirado en el asfalto y se abría y cerraba lleno de odio; parecía que le faltara el aliento y procurara respirar. Me sobrevino una oscura sospecha: ¿qué pasaría si, al fin de cuentas, las cosas con vida fueran algo semejante a esos trozos de papel? ¿No es posible que haya un «viento» incomprensible e invisible que nos llevara de un lado para otro, y determinara nuestras acciones, mientras que nosotros, en nuestra simpleza, creemos vivir bajo nuestra propia y libre voluntad? ¿Y si la vida en nosotros no fuera más que un enigmático remolino de aire? Ese viento del que dice la Biblia: ¿Sabes de dónde viene y adonde va? ¿Acaso no soñamos a veces que metemos las manos en aguas muy profundas y sacamos peces de plata, cuando en realidad no ha pasado más que una helada corriente de aire que nos ha enfriado las manos?

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

Praga

En el tiempo que llevo viviendo aquí, toda una existencia, se ha afirmado en mí la impresión imborrable de que ciertas horas de la noche y del amanecer acostumbran a susurrar un consejo mudo y misterioso. A veces un débil temblor, imposible de aclarar, cruza por sus paredes y se escapan ruidos que corren por sus tejados y caen por las cañerías -y nosotros los percibimos obtusamente, sin mayor atención, sin investigar su origen.
A menudo soñaba que había espiado estas casas en sus movimientos espectrales y me había enterado con gran asombro de cuáles eran los verdaderos amos ocultos de esta calleja, que se podían deshacer de su vida y de su sentimiento, para volverla a recuperar; se la prestan durante el día a los habitantes que viven aquí para exigírsela de nuevo a la noche siguiente con interés de usurero.
Y cuando estos extraños hombres que aquí viven semejantes a sombras, entes -no nacidos de madre-, construidos su pensamiento y su forma de actuar por retazos sin ninguna selección, cuando pasan por mi espíritu, me siento más inclinado que nunca a creer que los sueños se esconden en oscuras verdades que, al estar despierto, permanecen latentes en mi alma, como impresiones de cuentos en colores.
Vuelve a despertarse calladamente en mí la leyenda del Golem espectral, de ese hombre artificial que hace tiempo construyera de materia, aquí en el ghetto, un rabino conocedor de la Cábala, quien lo convirtió en un ser autómata y sin pensamiento, al situar tras sus dientes una mágica cifra numérica.
Y del mismo modo que aquel Golem se convertía en una estatua de barro en el mismo segundo en que se quitaba de su boca la sílaba misteriosa de la vida, me parece que todos estos hombres se derrumbarían sin alma en el mismo momento en que se borrara cualquier mínimo concepto, quizás un deseo secundario en alguno, tras quitar de su mente cualquier inútil costumbre, o en otro sólo la oscura espera de algo indeterminado e inconsistente. ¡Qué asechanza tan latente y terrible existe en estas criaturas!

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

I

La inicial no estaba pegada al pergamino, como había visto hasta entonces en los libros antiguos, sino que parecía formarse de dos delgadas placas de oro soldadas en el centro y las dos puntas sujetas daban la vuelta a los márgenes del pergamino.
En el lugar de la inicial, ¿habría un agujero en la hoja?
Si así era, en la otra cara, ¿debería estar la «I» al revés?
Volví la página y vi confirmada mi suposición.
Sin querer leí también esta página y la siguiente.
Y seguí leyendo y leyendo.
El libro me hablaba, como en sueños, sólo que con mucha más claridad. Y afectaba a mi corazón como una pregunta.
De una boca invisible fluían palabras, revivían y venían hacia mí. Se volvían y cambiaban ante mí, como esclavas vestidas de colores, y después caían al suelo o desaparecían como el vapor irisante en el aire y hacían sitio a la siguiente. Cada una tenía, durante un momento, la esperanza de que yo la eligiera y renunciara a ver la que llegaba por detrás.
Había algunas entre ellas que aparecían vanidosas como pavos, con preciosos vestidos y cuyos pasos eran lentos y medidos.
Otras, como reinas, aunque envejecidas y desgastadas, con los párpados pintados, con un gesto de doncella en la boca y cubiertas las arrugas con una pintura horrible.
Yo dejaba correr mi vista sobre ellas hacia la siguiente y mi mirada pasó sobre largas filas de rostros y figuras grises, tan vulgares y sin expresión, que parecía imposible grabarlas en la memoria.
Trajeron entonces a rastras a una mujer, totalmente desnuda y tan gigantesca como un legendario coloso de hierro.
La mujer se paró un segundo ante mí y se inclinó hacia mí.
Sus pestañas eran tan largas como todo mi cuerpo y señaló, muda, el pulso de su mano izquierda.
Sonaba como un terremoto y sentí que en ella estaba la vida del mundo entero.
Desde lejos vino deprisa una procesión de coribantes.
Un hombre y una mujer se abrazaron. Los vi venir desde lejos y la fila se acercaba cada vez más con un ruido ensordecedor.
Entonces oí la vibrante canción de las estáticas muy cerca de mí y mis ojos buscaron a la pareja abrazada.
Pero ésta se había convertido en una sola figura y estaba sentada, medio masculina, medio femenina -un hermafrodita-, en un trono de nácar.
Y la corona del hermafrodita acababa en una tablilla de madera roja, en la que el gusano de la destrucción había roído misteriosas runas.
Detrás, envuelto en una nube de polvo, se acercaba trotando un rebaño de ovejas pequeñas y ciegas: los animales que, como alimento, llevaban al gigante hermafrodita en su séquito para mantener a su grupo de coribantes.
A veces, entre las figuras que surgían de la invisible boca, había algunas que venían de las tumbas, un paño cubriendo su cara.
Y se paraban ante mí y dejaban caer bruscamente sus velos y miraban fijamente con ojos rapaces mi corazón, de tal forma que un terror helado me subía a la cabeza y la sangre se me estancaba como un río ante las rocas que caen del cielo, en medio de su lecho.
Una mujer pasó volando ante mí. No vi su rostro, pues ella lo retiró; llevaba un abrigo de lágrimas, fluyendo.
Cabalgatas de máscaras pasaban bailando y riendo sin preocuparse de mí.
Sólo un pierrot se vuelve pensativo y regresa hacia donde yo estaba. Se planta ante mí y se mira en mi cara como si fuera un espejo.
Hace gestos tan raros, levantando y moviendo sus brazos -unas veces con recelo, otras con rapidez-, que se apodera de mí un fantasmagórico deseo de imitarlo, de guiñar los ojos como él, encoger los hombros y hacer gestos con la boca.
Pero otras figuras que vienen por detrás lo empujan impacientes a un lado, pues todas quieren llegar a verme.
Pero ninguno de estos seres tiene consistencia.
Son perlas resbaladizas, ensartadas en un hilo de seda, notas de una melodía que fluyen de la boca invisible.
Ya no era un libro lo que me hablaba. Era una voz. Una voz que quería algo de mí, que yo no entendía por mucho que me esforzara.
Que me atormentaba con preguntas ardientes e incomprensibles.
Pero la voz que pronunciaba estas palabras materializadas era una voz muerta y sin eco.
Cada nota que suena en el mundo presente tiene sombra grande y otras pequeñas, pero esta voz ya no tiene ecos: hace ya mucho, mucho tiempo que se han apagado y desaparecido.
Había leído el libro hasta el final, y todavía lo sostenía entre las manos, cuando tuve la sensación de que había estado hojeando y buscando en mi mente y no en sus páginas.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

sábado, 3 de noviembre de 2012

Tu voz

Emboscado en mi escritura
cantas en mi poema.
Rehén de tu dulce voz
petrificada en mi memoria.
Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte.

Alejandra Pizarnik en "Los trabajos y las noches"

Los trabajos y las noches

para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor

he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos

para decir la palabra inocente

Alejandra Pizarnik en "Los trabajos y las noches"

Despedida

Mata su luz un fuego abandonado.
Sube su canto un pájaro enamorado.
Tantas criaturas ávidas en mi silencio
y esta pequeña lluvia que me acompaña

Alejandra Pizarnik en "Los trabajos y las noches"

viernes, 2 de noviembre de 2012

Muerte de la condesa sangrienta

El 21 de agosto de 1614, un cronista de la época escribía: Murió hacia el anochecer, abandonada de todos. Ella no sintió miedo, no tembló nunca. Entonces, ninguna compasión ni admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso en el exceso del horror, una fascinación por un vestido blanco que se vuelve rojo, por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable. Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más alla de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible.

Tomado de "La condesa sangrienta" de Alejandra Pizarnik