lunes, 28 de julio de 2014

Zedelghem está en ebullición. Las cañerías gruñen como tías ancianas. He estado pensando en mi abuelo, cuya genialidad la generación de mi padre eludió por completo. Un día me enseñó un aguafuerte de un templo siamés. No recuerdo cómo se llamaba, pero desde que cierto discípulo de Buda rezase allí hace siglos, todos los caudillos, tiranos y monarcas del reino lo habían aderezado con torres de marfil, arboretos olorosos, cúpulas doradas, habían mandado pintar murales en los techos abovedados y engastar esmeraldas en los ojos de las estatuillas. El día en que el templo sea igual a su equivalente en la Tierra de los Puros, dice la historia, ese día la humanidad habrá cumplido su objetivo y el Tiempo tocará a su fin. Se me ocurre que, para personas como Ayrs, ese templo es la civilización. Las masas, los esclavos, los campesinos y los soldados de a pie habitan en las grietas de sus losas, ignorantes hasta de su ignorancia. No sucede lo mismo con los grandes estadistas, científicos, artistas y, sobre todo, con los compositores de la época, de cualquier época, que somos los arquitectos de la civilización, sus albañiles y sacerdotes. Para Ayrs nuestra función es hacer más resplandeciente la civilización. Su mayor, o tal vez su único, deseo, es erigir un minarete que los herederos del progreso puedan señalar dentro de mil años y decir: «¡Mira, ése es Vyvyan!». Qué vulgar es esa ansia de inmortalidad, qué vana, que falsa. Los compositores somos simples escritorzuelos de pinturas rupestres. Escribimos música por la sencilla razón de que el invierno es eterno y porque si no, los lobos y las tormentas de hielo se nos tirarían a la yugular aún más rápido.

Zedelghem está en ebullición. Las cañerías gruñen como tías ancianas. He estado pensando en mi abuelo, cuya genialidad la generación de mi padre eludió por completo. Un día me enseñó un aguafuerte de un templo siamés. No recuerdo cómo se llamaba, pero desde que cierto discípulo de Buda rezase allí hace siglos, todos los caudillos, tiranos y monarcas del reino lo habían aderezado con torres de marfil, arboretos olorosos, cúpulas doradas, habían mandado pintar murales en los techos abovedados y engastar esmeraldas en los ojos de las estatuillas. El día en que el templo sea igual a su equivalente en la Tierra de los Puros, dice la historia, ese día la humanidad habrá cumplido su objetivo y el Tiempo tocará a su fin.
Se me ocurre que, para personas como Ayrs, ese templo es la civilización. Las masas, los esclavos, los campesinos y los soldados de a pie habitan en las grietas de sus losas, ignorantes hasta de su ignorancia. No sucede lo mismo con los grandes estadistas, científicos, artistas y, sobre todo, con los compositores de la época, de cualquier época, que somos los arquitectos de la civilización, sus albañiles y sacerdotes. Para Ayrs nuestra función es hacer más resplandeciente la civilización. Su mayor, o tal vez su único, deseo, es erigir un minarete que los herederos del progreso puedan señalar dentro de mil años y decir: «¡Mira, ése es Vyvyan!».
Qué vulgar es esa ansia de inmortalidad, qué vana, que falsa. Los compositores somos simples escritorzuelos de pinturas rupestres. Escribimos música por la sencilla razón de que el invierno es eterno y porque si no, los lobos y las tormentas de hielo se nos tirarían a la yugular aún más rápido.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

La fe es el club menos exclusivo de la tierra, pero tiene el portero más espabilado.

Aún tenía dos horas que matar. Me tomé una cerveza fría en un café y otra y otra, y me fumé una cajetilla entera de deliciosos cigarrillos franceses. El dinero de Jansch no es el tesoro del dragón, pero lo parece. Luego encontré una iglesia en una callejuela (evité los lugares turísticos para evitar a libreros enfadados) llena de velas, sombras, mártires compungidos, incienso. No entraba en una iglesia desde la mañana en que Páter me echó de la suya. La puerta de la calle no dejaba de batir. Llegaban viejas, encendían una vela, se iban. El candado del cepillo era de los buenos. La gente rezaba de rodillas, algunos movían los labios. Los envidio, de verdad te lo digo. Y también envidio a Dios, que conoce todos los secretos de esa gente. La fe es el club menos exclusivo de la tierra, pero tiene el portero más espabilado. Siempre que intento entrar por sus puertas abiertas de par en par, al instante vuelvo a encontrarme de patitas en la calle. Hice lo posible por evocar pensamientos beatíficos, pero mi mente se empeñaba en acariciar a Jocasta. Hasta los santos y los mártires de las vidrieras me excitaban un poco. Me imagino que con esta clase de pensamientos no me estoy ganando el cielo precisamente. Al final, lo que me ahuyentó fue un motete de Bach: el coro no era terriblemente malo, pero al organista lo único que podría salvarlo sería un tiro en la sien. Y así se lo dije: el tacto y la compostura están muy bien para la charla insustancial, pero cuando se trata de música no hay que andarse por las ramas.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza.

Zedelghem,
16-VIII-1931

Sixsmith:

El verano ha tomado un cariz sensual: la mujer de Ayrs y yo somos amantes. ¡No te asustes! Sólo en sentido carnal. Una noche de la semana pasada vino a mi cuarto, cerró la puerta tras de sí y, sin decir ni media, se desnudó. No es por presumir, pero la visita no me cogió por sorpresa. A decir verdad, le había dejado la puerta entornada. En serio, Sixsmith: deberías probar a hacer el amor en completo silencio. Sólo con cerrar los labios toda esa escandalera se transforma en absoluta dicha.
Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza. (Deberías probarlas un día, me refiero a las mujeres). ¿Tendrá esto que ver con el hecho de que sean tan malas jugando a las cartas? Después del Acto, prefiero quedarme tumbado y punto, pero Jocasta se puso a hablar impulsivamente, como para sepultar nuestro gran secreto negro bajo unos cuantos secretillos grises. Así, me enteré de que Ayrs contrajo la sífilis en un burdel de Copenhague en 1915, durante una larga separación, y de que no ha vuelto a cumplir con su mujer desde entonces; después de nacer Eva, el médico le dijo a Jocasta que ya no podría tener más hijos. Es muy exigente en lo tocante a sus ocasionales aventuras amorosas, pero no tiene empacho en afirmar que está en su derecho a tenerlas. Insiste en que sigue amando a Ayrs. Dio un gruñido en señal de desconfianza. Eso de que el amor ama la fidelidad, replicó, es un mito creado por los hombres en razón de su inseguridad.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza.

Zedelghem,
16-VIII-1931

Sixsmith:

El verano ha tomado un cariz sensual: la mujer de Ayrs y yo somos amantes. ¡No te asustes! Sólo en sentido carnal. Una noche de la semana pasada vino a mi cuarto, cerró la puerta tras de sí y, sin decir ni media, se desnudó. No es por presumir, pero la visita no me cogió por sorpresa. A decir verdad, le había dejado la puerta entornada. En serio, Sixsmith: deberías probar a hacer el amor en completo silencio. Sólo con cerrar los labios toda esa escandalera se transforma en absoluta dicha.
Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza. (Deberías probarlas un día, me refiero a las mujeres). ¿Tendrá esto que ver con el hecho de que sean tan malas jugando a las cartas? Después del Acto, prefiero quedarme tumbado y punto, pero Jocasta se puso a hablar impulsivamente, como para sepultar nuestro gran secreto negro bajo unos cuantos secretillos grises. Así, me enteré de que Ayrs contrajo la sífilis en un burdel de Copenhague en 1915, durante una larga separación, y de que no ha vuelto a cumplir con su mujer desde entonces; después de nacer Eva, el médico le dijo a Jocasta que ya no podría tener más hijos. Es muy exigente en lo tocante a sus ocasionales aventuras amorosas, pero no tiene empacho en afirmar que está en su derecho a tenerlas. Insiste en que sigue amando a Ayrs. Dio un gruñido en señal de desconfianza. Eso de que el amor ama la fidelidad, replicó, es un mito creado por los hombres en razón de su inseguridad.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Nuestros recuerdos están entretejidos en esa trama.

(...) Lo que me lleva a madame Jocasta Crommelynck. Que me quede ciego ahora mismo, Sixsmith, si la mujer no está empezando a coquetear sutilmente conmigo. La ambigüedad de sus palabras, miradas y roces está demasiado lograda para ser fortuita. A ver qué te parece esto. Ayer por la tarde estaba estudiando unas raras obras de juventud de Balakirev cuando la señora Crommelynck llamó a la puerta. Llevaba puesta la chaqueta de montar y el pelo recogido en un moño, dejando al descubierto un cuello bastante tentador.
—Mi marido quiere hacerte un regalo —dijo cuando la invité a entrar con un gesto—. Toma, para celebrar la finalización de Todten-vogel. Sabes, Robert —la lengua se le entretiene en la T de «Robert»—, Vyvyan está entusiasmado de volver a trabajar. Hacía años que no se le veía tan lleno de vida. Es una tontería de nada. Póntelo.
Y me dio un primor de chaleco, una prenda de seda de estilo otomano, con un estampado demasiado extraordinario para que jamás se ponga o se pase de moda.
—Se lo compré durante nuestra luna de miel en El Cairo, cuando tenía tu edad. No se lo va a poner nunca más.
Le dije que me sentía halagado, pero que no podía aceptar una prenda de tanto valor sentimental.
—Precisamente por eso queremos que lo uses. Nuestros recuerdos están entretejidos en esa trama. Póntelo.
Hice lo que me pedía y ella lo acarició con el pretexto (?) de quitarle la pelusa.
—Mírate en el espejo. —Obedecí. La mujer estaba a escasos centímetros de mí—. Demasiado bonito para ser pasto de las polillas, ¿no te parece?
Sí, le respondí. Tenía una sonrisa de doble filo. Si estuviésemos en una de las jadeantes novelas de Emily, la mano de la seductora habría rodeado el torso del inocente, pero Jocasta es más ladina.
—Tienes exactamente el mismo físico que Vyvyan tenía a tu edad. Qué raro, ¿no te parece?
Sí, volví a responderle. Sus dedos me soltaron un mechón de pelo que se había quedado pillado en el chaleco.
Yo ni la alenté ni la desalenté. Estas cosas no hay que forzarlas. La señora Crommelynck se retiró sin decir ni media palabra más.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Der Todtenvogel

Château Zedelghem,
28-VII-1931

Sixsmith:

Un pequeño motivo de celebración. Hace dos días, Ayrs y yo completamos nuestra primera colaboración, un breve poema sinfónico: Der Todtenvogel. Cuando exhumé la pieza, no era más que un insulso arreglo de un viejo himno teutónico que la vista vacilante de Ayrs había dejado a medias. Nuestra nueva versión es una misteriosa criatura. Toma prestadas ciertas resonancias del Anillo de Wagner y después desintegra el tema en una pesadilla a lo Stravinski vigilada por el fantasma de Sibelius. Horrible, deliciosa, ojalá pudieses oírla. Termina con un solo de flauta, nada de caramillos mariposeando, sino el pájaro de la muerte del título, que maldice por igual a primogénitos y benjamines.
Augustowski se dejó caer de nuevo ayer, al volver de París. Se leyó la partitura y la colmó de elogios como un fogonero colmando de carbones la caldera. ¡Y hace bien! Es el mejor poema sinfónico de la posguerra que conozco y, entre nosotros, Sixsmith, no pocas de sus mejores ideas son de mi cosecha. Me imagino que un amanuense debe resignarse a la idea de renunciar a su cuota de autoría, pero cuesta morderse la lengua. Pero lo mejor está por venir: ¡Augustowski quiere presentar la obra dirigiéndola él en el festival de Cracovia dentro de tres semanas!
Ayer me desperté al amanecer y me pasé el día entero pasando la partitura a limpio. De repente no parecía tan breve. Se me desatornilló la mano derecha y las rayas del pentagrama se me grabaron en los párpados, pero terminé justo a tiempo de cenar. Entre los cuatro nos bebimos cinco botellas de vino para celebrarlo. De postre, un magnífico moscatel.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

domingo, 27 de julio de 2014

El peatón

increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.
—¿Su nombre? —dijo el coche de policía con un susurro metálico.
Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.
—Leonard Mead —dijo.
—¡Más alto!
—¡Leonard Mead!
—¿Ocupación o profesión?
—Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
—Sin profesión —dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.
—Sí, puede ser así —dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
—Sin profesión —dijo la voz de fonógrafo, siseando—. ¿Qué estaba haciendo afuera?
—Caminando —dijo Leonard Mead.
—¡Caminando!
—Sólo caminando —dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
—¿Caminando, sólo caminando, caminando?
—Sí, señor.
—¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?
—Caminando para tomar aire. Caminando para ver.

Extracto del cuento "El peatón" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

La sirena

—Un día, hace muchos años, vino un hombre y escuchó el sonido del océano en la costa fría y sin sol, y dijo: «Necesitamos una voz que llame sobre las aguas, que advierta a los barcos; haré esa voz. Haré una voz que será como todo el tiempo y toda la niebla; una voz como una cama vacía junto a tí toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como otoñales árboles desnudos. Un sonido de pájaros que vuelan hacia el sur, gritando, y un sonido de viento de noviembre y el mar en la costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa.
Haré un sonido y un aparato y lo llamarán la sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la brevedad de la vida».
La sirena llamó.

Extracto del cuento "La sirena" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

Los misterios del mar

—Los misterios del mar —dijo McDunn pensativamente—. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, cuando todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?

Extracto del cuento "La sirena" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

Sabía que si lograba apoderarme de aquella música, me convertiría en el mayor compositor del siglo

Cartas desde Zedelghem
Château Zedelghem, Neerbeke,
Flandes Occidental,

29-VI-1931

Sixsmith:

Soñé que estaba en una tienda repleta, desde el suelo hasta el altísimo techo, de estantes tan atiborrados de antigüedades de porcelana que si movías un solo músculo tirabas unas cuantas al suelo, rompiéndolas en mil pedazos. Que es justamente lo que pasaba, pero en vez de un estropicio lo que se oía era un acorde espléndido, medio violonchelo, medio celesta (¿en re mayor?), durante cuatro compases. Con la muñeca tiraba un jarrón Ming de su pedestal: un mi, para instrumentos de cuerda, fabuloso, trascendental, los ángeles lloraban. Luego ya lo hacía aposta: he roto una figurita de un buey para sacar la nota siguiente, después una pastorcilla: una orgía de metralla llenaba el aire; en mi cabeza, armonías divinas. ¡Qué música! Veía a mi padre calculando el valor de los objetos rotos, la punta de la pluma destellaba, pero yo no podía dejar que la música se interrumpiese. Sabía que si lograba apoderarme de aquella música, me convertiría en el mayor compositor del siglo. Un monstruoso caballero que ríe estrellado contra la pared ha hecho sonar con estrépito todos los instrumentos de percusión.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

La paz es como el cristal: si se golpea repetidamente, termina mostrando su fragilidad.

(...) Desde tiempo inmemorial, la casta sacerdotal de los moriori dictaba que quienquiera que derramase sangre humana aniquilaría su propio mana, esto es, su honor, su valía, su posición social y su alma. Ningún moriori jamás daría cobijo, alimento, conversación, ni tan siquiera una ojeada a la persona non grata. Si el homicida condenado al ostracismo lograba sobrevivir al primer invierno, la desesperación que le provocaba la soledad por lo general lo empujaba a un precipicio del cabo Young, donde se quitaba la vida.

Imagínense, nos instó el señor D'Arnoq. Dos mil salvajes (según la estimación más verosímil del señor Evans) que consagran el no matarás de palabra y obra y que conciben una carta magna oral para crear una armonía desconocida en cualquier otro lugar en los sesenta siglos transcurridos desde que Adán probó el fruto del Árbol del Bien y del Mal. La guerra era un concepto tan ajeno a los moriori como el telescopio a los pigmeos. La paz, no un hiato entre dos guerras, sino milenios de paz imperecedera, ha gobernado estas islas remotas. ¿Quién puede negar que la antigua Rïhoku fue más similar a la Utopía de Tomás Moro que nuestros Estados de Progreso gobernados por reyezuelos sedientos de guerra en Versalles y Viena, en Washington y Westminster? (...)

(...) La paz es como el cristal: si se golpea repetidamente, termina mostrando su fragilidad.(...)

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

sábado, 26 de julio de 2014

El egoísmo no consiste en vivir como uno desea, sino en pedir a los demás que vivan como uno desea vivir.

El egoísmo no consiste en vivir como uno desea, sino en pedir a los demás que vivan como uno desea vivir. La falta de egoísmo es la no interferencia en la vida de los demás. El egoísmo siempre tiende a crear alrededor suyo una absoluta uniformidad de tipos. La ausencia de egoísmo reconoce a la variedad infinita de tipos como algo encantador, la acepta, la aprueba y la disfruta. No es egoísta pensar por uno mismo. El hombre que no piensa por sí mismo, no piensa. Es burdamente egoísta exigir que el vecino piense de la misma forma y tenga las mismas opiniones que uno. ¿Por qué iba a hacerlo? Si puede pensar por sí mismo, probablemente pensará de forma diferente. Si no puede pensar, es monstruoso pedirle algún tipo de pensamiento.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

El individualismo Es la diferenciación a la que llegan todos los organismos es la perfección propia de cada modo de vida, y hacia la cual se aprestan.

Debe entenderse que el Individualismo no llega al hombre con ninguna cantinela enfermante acerca del deber, que simplemente significa hacer lo que otra gente quiere; porque necesitan que uno lo haga, o junto a cualquier odioso sermón acerca del sacrificio personal, que constituye nada más que un resto de lo que antes era la mutilación de los salvajes. En realidad, llega al hombre sin ningún reclamo. Surge natural y espontáneamente de él mismo. Es aquello a lo que tiende el desarrollo. Es la diferenciación a la que llegan todos los organismos. Es la perfección propia de cada modo de vida, y hacia la cual se aprestan. Y así el Individualismo no ejerce compulsión sobre el hombre. Por el contrario, dice al hombre que no debe permitir que se ejerza ninguna compulsión sobre él. No trata de forzar a la gente para que sea buena. Sabe que la gente es buena cuando se la deja sola. El Individualismo surgirá sólo del Hombre. El hombre está ahora desarrollando así el Individualismo. Preguntar si el Individualismo es práctico es como preguntar si la Evolución es práctica. La Evolución es la ley de la vida, y no hay evolución sino hacia el Individualismo. Cuando esta tendencia no se expresa, es que se está frente a un caso de desarrollo detenido artificialmente, o de enfermedad, o de muerte.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

La forma de gobierno más conveniente para un artista es que no haya gobierno. La autoridad que se ejerce sobre él y sobre su arte es ridícula.

La forma de gobierno más conveniente para un artista es que no haya gobierno. La autoridad que se ejerce sobre él y sobre su arte es ridícula. Se dijo que bajo el despotismo los artistas produjeron hermosas obras. Esto no es así. Los artistas visitaron a los déspotas, no como súbditos sobre quienes ejercer su tiranía, sino como ambulantes hacedores de maravillas, como fascinantes personalidades vagabundas, que era preciso recibir, cuidar y dejar en paz, permitiéndoles así crear. A favor del déspota se puede decir esto: que él, siendo un individuo, puede poseer cultura, mientras que la multitud, siendo un monstruo, no tiene ninguna. El Emperador o el Rey pueden agacharse a levantar un pincel para un pintor, pero cuando la democracia se agacha, es simplemente para echar barro. Y sin embargo, hasta ahora la democracia no ha tenido que agacharse como el emperador. En realidad, para echar barro no precisa agacharse. Pero no hay necesidad de separar al monarca de la multitud; toda autoridad es igualmente mala.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

El arte es la forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido. Me inclino a decir que es la única forma real de Individualismo que el mundo ha conocido.

(...) cuando una comunidad o una importante parte de una comunidad, o un gobierno de cualquier tipo, trata de dictar al artista lo que debe hacer, el Arte, o desaparece totalmente, o se estereotipa, o se degenera en una forma baja e innoble de artesanía. Una obra de arte es el resultado único de un temperamento único. Su belleza es la consecuencia de que el autor sea lo que es. No tiene nada que ver con lo que otra gente pueda querer. En realidad, en el momento en que el artista se da cuenta de lo que quiere la otra gente, y trata de satisfacer la demanda, deja de ser un artista y se convierte en un artesano, aburrido o divertido, un comerciante honesto o deshonesto. No tiene derecho a exigir que se lo considere un artista. El arte es la forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido. Me inclino a decir que es la única forma real de Individualismo que el mundo ha conocido. El crimen, que bajo ciertas condiciones puede parecer como creador de Individualismo, debe tomar conocimiento de otra gente y relacionarse con ella. Pertenece a la esfera de la acción. Pero el artista puede modelar una cosa hermosa; lo hace solo, sin tener en cuenta a sus vecinos y sin interferir con los demás; y si no hace su obra para su exclusivo placer, no es de ninguna manera un artista. (...)

(...) El público ha sido siempre, en todos los tiempos, mal educado. Constantemente se pide que el Arte sea popular para satisfacer su falta de gusto, para adular su absurda vanidad, para decirles lo que ya se les dijo antes, para mostrarles lo que debieran estar cansados de ver, para divertirlos cuando se sienten pesados después de haber comido demasiado, y para distraer sus pensamientos cuando están cansados de su propia estupidez. El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien debiera tratar de hacerse artístico. Existe entre esto una gran diferencia (...)

(...) Lo que al público le disgusta es la novedad. Cualquier intento de ampliar el tema del arte resulta sumamente desagradable; y sin embargo, la vitalidad y el progreso del arte dependen en gran medida de su continua expansión. A la gente no le agrada la novedad porque le teme. Representa para ellos una forma de Individualismo, una demostración del artista de que es él quien elige su tema, y lo trata como le gusta. El público tiene perfecta razón en su actitud. Arte es Individualismo y el Individualismo es una fuerza perturbadora y desintegradora. Ese es su inmenso valor. Porque lo que trata de perturbar es la monotonía del género, la esclavitud de la costumbre, la tiranía del hábito, y la reducción del hombre al nivel de una máquina. En el Arte, el público acepta lo que se ha hecho ya, no porque lo aprecie sino porque no lo puede alterar(...)

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

El Estado deberá hacer lo que es útil. El individuo deberá hacer lo que es hermoso.

El Estado deberá ser el voluntario fabricante y distribuidor de los bienes necesarios. El Estado deberá hacer lo que es útil. El individuo deberá hacer lo que es hermoso. Y como he mencionado la palabra trabajo, no puedo dejar de decir que se escriben y se dicen actualmente muchas tonterías sobre la dignidad del trabajo manual. No hay nada necesariamente significativo en la tarea manual, y la mayor parte de la misma es absolutamente degradante. Es mental y moralmente ofensivo para el hombre hacer algo en lo que no encuentra placer, y muchas formas de actividad no brindan absolutamente ningún placer. Barrer una plazoleta enfangada durante ocho horas al día cuando sopla el viento este, es una actividad repulsiva. Barrerla con dignidad mental, moral o física me parece algo imposible. Barrerla con alegría me parecería sobrecogedor. El hombre se hizo para algo mejor que para remover la suciedad. Todo trabajo de ese tipo debiera efectuarse con máquinas.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Una comunidad se embrutece infinitamente más con el empleo habitual de castigo que con el crimen ocasional

Junto con la autoridad, desaparecerá el castigo. Esto representará un gran beneficio; un beneficio de incalculable valor. A medida que se lee la historia, y no en las versiones expurgadas escritas para escolares y transeúntes, sino la de autoridades originales de cada época, uno se siente enfermo, no por los crímenes cometidos por los malvados, sino por los castigos infligidos por los buenos; y una comunidad se embrutece infinitamente más con el empleo habitual de castigo que con el crimen ocasional. Resulta obvio que cuantos más castigos se infligen más crímenes se producen, y la legislación más moderna así lo reconoce, y se ha propuesto disminuir lo más posible el castigo, y donde éste ha podido realmente disminuirse, los resultados han sido extremadamente buenos. Cuanto menos castigo, menos crimen. Allí donde no exista castigo, el crimen dejará de existir, o si ocurre será tratado por los médicos como una forma lamentable de demencia que será curada con cuidados y bondad. Pues aquellos a quienes se llama criminales hoy día, de ninguna manera lo son. El hombre, y no el pecado, es el padre del crimen moderno. Esa es, en realidad, la razón por la que nuestros criminales son, como clase, tan absolutamente poco interesantes desde el punto de vista psicológico. No son ni los maravillosos Macbeths ni los terribles Vautrins. Son simplemente lo que sería la gente ordinaria, respetable y común si no hubiese tenido bastante para comer.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

No existe un tipo único de hombre. Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos.

Y así sólo lleva una vida a imagen de la de Cristo, aquel que se mantiene perfecta y absolutamente él mismo. Puede ser un gran poeta, o un gran hombre de ciencia, o un joven estudiante de la Universidad, o alguien que cuida ovejas en la pradera; o un creador de dramas, como Shakespeare, o un pensador sobre Dios, como Spinoza; o un niño que juega en un jardín, o un pescador que arroja la red al mar. No importa lo que es, mientras realice la perfección del alma dentro suyo. Toda imitación en la moral y en la vida está mal. A través de las calles de Jerusalén se arrastra hoy un loco que lleva una cruz de madera sobre sus espaldas. Es un símbolo de las vidas arruinadas por la imitación. El padre Damien actuó a imagen de Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, porque en ese servicio pudo realizar lo que mejor había dentro suyo. Pero igual fue Wagner, cuando expresó su alma en la música; o Shelley al expresar su alma en la poesía. No existe un tipo único de hombre. Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos. Y mientras un hombre puede atender los reclamos de la caridad y ser libre, no lo seguirá siendo si se somete a las exigencias del conformismo.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

La personalidad del hombre será verdaderamente maravillosa. Será tan maravillosa como la personalidad de un niño.

Será maravilloso ver la verdadera personalidad del hombre. Se desarrollará natural y simplemente, como crece una flor o un árbol. No estará en discordia. Nunca argumentará ni disputará. No tendrá que demostrar cosas. Lo sabrá todo, y sin embargo, no se preocupará por el conocimiento. Tendrá sabiduría. Su valor no se medirá con cosas materiales. No tendrá nada. y sin embargo, tendrá todo y aunque se le saque, siempre le quedará, tan rico será. No estará siempre entrometiéndose con los demás, o pidiéndoles que sean como él. Los amará por ser diferentes. Y si bien no se entrometerá en la vida de los demás, los ayudará a todos, de la misma forma que una cosa hermosa nos ayuda, por ser lo que es. La personalidad del hombre será verdaderamente maravillosa. Será tan maravillosa como la personalidad de un niño.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

La personalidad del hombre será verdaderamente maravillosa. Será tan maravillosa como la personalidad de un niño.

Será maravilloso ver la verdadera personalidad del hombre. Se desarrollará natural y simplemente, como crece una flor o un árbol. No estará en discordia. Nunca argumentará ni disputará. No tendrá que demostrar cosas. Lo sabrá todo, y sin embargo, no se preocupará por el conocimiento. Tendrá sabiduría. Su valor no se medirá con cosas materiales. No tendrá nada. y sin embargo, tendrá todo y aunque se le saque, siempre le quedará, tan rico será. No estará siempre entrometiéndose con los demás, o pidiéndoles que sean como él. Los amará por ser diferentes. Y si bien no se entrometerá en la vida de los demás, los ayudará a todos, de la misma forma que una cosa hermosa nos ayuda, por ser lo que es. La personalidad del hombre será verdaderamente maravillosa. Será tan maravillosa como la personalidad de un niño.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado.

Podrá decirse, por supuesto, que el Individualismo generado bajo las condiciones de la propiedad privada no es siempre, o por lo general, bueno ni maravilloso, y que si bien los pobres no tienen cultura ni encanto, tienen sin embargo muchas virtudes. Estas dos afirmaciones serían perfectamente ciertas. La posesión de propiedad privada resulta a menudo extremadamente desmoralizadora y ésta es por supuesto, una de las razones por las cuales el Socialismo quiere librarse de esta institución. En realidad, la propiedad resulta un estorbo. Años atrás hubo gente que recorría el país afirmando que la propiedad genera obligaciones; la proclamaban tanto y en forma tan tediosa que, al final, la Iglesia comenzó a decirlo a su vez. Se escucha ahora desde cada púlpito. Es perfectamente cierto. La propiedad tiene obligaciones y tiene tantas, que poseer propiedades resulta una carga. Genera constantes reclamaciones, interminable atención a los negocios, perpetuos malestares. Si la propiedad sólo ofreciera placeres, la podríamos soportar; pero sus obligaciones la hacen insoportable. En el propio interés de los ricos, debemos desembarazarnos de ella. Las virtudes de los pobres pueden reconocerse fácilmente, y mucho deben lamentarse. Con frecuencia se nos dice que los pobres están agradecidos a la beneficencia. Algunos de ellos lo están, sin duda, pero los mejores entre los pobres nunca están agradecidos. Están descontentos, desagradecidos, son desobedientes y rebeldes. y tienen mucha razón de sentirse así. Sienten que la caridad es un modo ridículamente inadecuado de restitución parcial, o una limosna sentimental, acompañada habitualmente por un impertinente intento por parte del sentimentalista de tiranizar sus vidas privadas. ¿Por qué sentir agradecimiento por las migajas que caen de la mesa del rico? Debieran estar sentados compartiendo la mesa, y lo están empezando a saber. Y en cuanto a estar descontentos, un hombre que no lo estuviera en ese medio y llevando tan baja forma de vida, sería un perfecto bruto. La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado, a través de la desobediencia y a través de la rebelión. Algunas veces se alaba a los pobres por ser ahorrativos. Pero recomendar el ahorro a un pobre es a la vez grotesco e insultante. Es como recomendar a un hombre que se está muriendo de hambre, que coma menos. Sería absolutamente inmoral que un trabajador del campo o de la ciudad practique la frugalidad. El hombre no debiera estar dispuesto a demostrar que puede vivir como un animal mal alimentado. Debiera negarse a vivir así, y robar o pedir ayuda pública, cosa que muchos consideran una forma de robo. En cuanto a la mendicidad, es más seguro pedir que tomar; pero es más grato tomar que pedir. No: aquel pobre que es desagradecido, que no es ahorrativo, que está descontento y en rebeldía, ese hombre probablemente tiene una verdadera personalidad, y tiene mucho dentro suyo. De cualquier forma, representa una protesta saludable. En cuanto a los pobres virtuosos, uno bien puede sentir lástima de ellos, sin duda, pero no se les puede admirar. Han llegado a un acuerdo privado con el enemigo, y vendido su derecho de nacimiento por un mal plato de comida. También tienen que ser enormemente estúpidos. Puedo comprender a aquel hombre que acepta las leyes que protegen la propiedad privada, admitiendo que ésta se acumule, en tanto él mismo, bajo estas circunstancias, esté en condiciones de realizar alguna forma de vida hermosa e intelectual. Pero no puedo comprender que aquel a quien esas leyes destrozan y hacen horrible la vida, pueda estar de acuerdo con que las mismas continúen.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Nada debiera poder dañar a un hombre más que él mismo. Lo que un hombre tiene realmente, es lo que está dentro suyo. Lo que está afuera no debiera tener importancia.

(...) el reconocimiento de la propiedad privada ha dañado realmente al Individualismo, y lo ha oscurecido, confundiendo al hombre con lo que él posee. Ha desviado totalmente al Individualismo. Ha hecho su finalidad de las ganancias, y no del desarrollo. De manera que el hombre creyó que lo importante es tener, y no supo que lo importante es ser. La verdadera perfección del hombre reside, no en lo que el hombre tiene sino en lo que el hombre es. La propiedad privada ha destrozado el verdadero Individualismo, y establecido un Individualismo que es falso. Ha prohibido a una parte de la comunidad alcanzar su individualidad, haciéndola morir de hambre. Ha prohibido a la otra parte de la comunidad llegar al Individualismo, colocándola sobre un camino erróneo y poniéndole obstáculos. En realidad, la personalidad del hombre ha sido tan completamente absorbida por sus posesiones que la ley inglesa trata las ofensas contra la propiedad de un hombre con mucha más severidad que las ofensas contra su persona, y la propiedad es todavía la prueba distintiva de completo derecho cívico. También muy desmoralizadora es la industria necesaria para hacer dinero. En una comunidad como la nuestra, donde la propiedad confiere inmensa distinción, posición social, honor, respeto, títulos y otras agradables cosas semejantes, el hombre que es naturalmente ambicioso, hace suya la meta de acumular esta propiedad, y sigue tediosamente acumulándola largo tiempo después de haber conseguido mucho más de lo que desea, o puede usar, o gozar, o quizás aún conocer. El hombre se matará trabajando a fin de asegurarse propiedades y, verdaderamente, considerando las enormes ventajas que trae la propiedad, uno no puede sorprenderse. Lo que uno puede lamentar es que la sociedad esté construida sobre bases tales que el hombre se vea encasillado sin poder desarrollar libremente todo lo maravilloso, fascinante y exquisito que hay dentro suyo; con lo cual, en verdad, pierde el verdadero placer y alegría de vivir. Se encuentra también muy inseguro bajo las condiciones existentes. Un comerciante rico puede estar -a menudo lo está- en cada momento de su vida a merced de las cosas que no quedan bajo su control. Si el viento sopla demasiado, o si el tiempo cambia de repente, o si sucede algo trivial, su barco se puede hundir, sus especulaciones pueden fallar, y se convierte en un hombre pobre, con una posición social que se le fue. Nada debiera poder dañar a un hombre más que él mismo. Lo que un hombre tiene realmente, es lo que está dentro suyo. Lo que está afuera no debiera tener importancia.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado.

Podrá decirse, por supuesto, que el Individualismo generado bajo las condiciones de la propiedad privada no es siempre, o por lo general, bueno ni maravilloso, y que si bien los pobres no tienen cultura ni encanto, tienen sin embargo muchas virtudes. Estas dos afirmaciones serían perfectamente ciertas. La posesión de propiedad privada resulta a menudo extremadamente desmoralizadora y ésta es por supuesto, una de las razones por las cuales el Socialismo quiere librarse de esta institución. En realidad, la propiedad resulta un estorbo. Años atrás hubo gente que recorría el país afirmando que la propiedad genera obligaciones; la proclamaban tanto y en forma tan tediosa que, al final, la Iglesia comenzó a decirlo a su vez. Se escucha ahora desde cada púlpito. Es perfectamente cierto. La propiedad tiene obligaciones y tiene tantas, que poseer propiedades resulta una carga. Genera constantes reclamaciones, interminable atención a los negocios, perpetuos malestares. Si la propiedad sólo ofreciera placeres, la podríamos soportar; pero sus obligaciones la hacen insoportable. En el propio interés de los ricos, debemos desembarazarnos de ella. Las virtudes de los pobres pueden reconocerse fácilmente, y mucho deben lamentarse. Con frecuencia se nos dice que los pobres están agradecidos a la beneficencia. Algunos de ellos lo están, sin duda, pero los mejores entre los pobres nunca están agradecidos. Están descontentos, desagradecidos, son desobedientes y rebeldes. y tienen mucha razón de sentirse así. Sienten que la caridad es un modo ridículamente inadecuado de restitución parcial, o una limosna sentimental, acompañada habitualmente por un impertinente intento por parte del sentimentalista de tiranizar sus vidas privadas. ¿Por qué sentir agradecimiento por las migajas que caen de la mesa del rico? Debieran estar sentados compartiendo la mesa, y lo están empezando a saber. Y en cuanto a estar descontentos, un hombre que no lo estuviera en ese medio y llevando tan baja forma de vida, sería un perfecto bruto. La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado, a través de la desobediencia y a través de la rebelión. Algunas veces se alaba a los pobres por ser ahorrativos. Pero recomendar el ahorro a un pobre es a la vez grotesco e insultante. Es como recomendar a un hombre que se está muriendo de hambre, que coma menos. Sería absolutamente inmoral que un trabajador del campo o de la ciudad practique la frugalidad. El hombre no debiera estar dispuesto a demostrar que puede vivir como un animal mal alimentado. Debiera negarse a vivir así, y robar o pedir ayuda pública, cosa que muchos consideran una forma de robo. En cuanto a la mendicidad, es más seguro pedir que tomar; pero es más grato tomar que pedir. No: aquel pobre que es desagradecido, que no es ahorrativo, que está descontento y en rebeldía, ese hombre probablemente tiene una verdadera personalidad, y tiene mucho dentro suyo. De cualquier forma, representa una protesta saludable. En cuanto a los pobres virtuosos, uno bien puede sentir lástima de ellos, sin duda, pero no se les puede admirar. Han llegado a un acuerdo privado con el enemigo, y vendido su derecho de nacimiento por un mal plato de comida. También tienen que ser enormemente estúpidos. Puedo comprender a aquel hombre que acepta las leyes que protegen la propiedad privada, admitiendo que ésta se acumule, en tanto él mismo, bajo estas circunstancias, esté en condiciones de realizar alguna forma de vida hermosa e intelectual. Pero no puedo comprender que aquel a quien esas leyes destrozan y hacen horrible la vida, pueda estar de acuerdo con que las mismas continúen.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada. Es a la vez inmoral e injusto.

El objetivo adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible. Y las virtudes altruistas realmente han evitado llevar a cabo este objetivo. Así como los peores dueños de esclavos fueron los que trataron con bondad a sus esclavos, evitando así que los que sufrían el sistema tomaran conciencia del horror del mismo, y los que observaban lo comprendiesen, igual sucede con el estado actual de cosas en Inglaterra, donde la gente que más daño hace es la que trata de hacer más bien; y por fin hemos tenido hombres que estudiaron realmente el problema y conocen la vida -hombres educados que viven en el East End -adelantándose e implorando a la comunidad para que restrinja sus impulsos altruistas de caridad, benevolencia y otros parecidos. Se basan en la afirmación de que la caridad degrada y desmoraliza. Están perfectamente en lo cierto. La caridad crea una multitud de pecados. También debe decirse esto al respecto.

Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada. Es a la vez inmoral e injusto.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

viernes, 25 de julio de 2014

Pienso en ti cuando me place, siempre que me dé la gana y como me dé la gana. Nada me lo impide, nadie me detiene.

Ocho minutos después
Fw:
Tal vez debas (o puedas) ir acostumbrándote, querida mía. Yo también soy capaz de aprender de vez en cuando: Bernhard es tu problema, no el mío. Es tu marido, no el mío. Si me besas, es a ti a quien le remuerde la conciencia, no a mí. O a nadie, porque Bernhard sabe de nosotros... o sabía... o debería contar con ello... o se lo imagina... o... ni idea: yo ya no sé qué pensar de tu versión de la conveniencia y la franqueza, he perdido la orientación. No, peor aún, he perdido el interés: ya no quiero tener que vencer un eterno obstáculo llamado Bernhard cuando pienso en ti. Tampoco tengo ya que avergonzarme secretamente ante Pamela cuando pienso en ti. Pienso en ti cuando me place, siempre que me dé la gana y como me dé la gana. Nada me lo impide, nadie me detiene. ¿Sabes el alivio que es eso? Nuestro encuentro de ayer fue para mí como un salto cuántico. Logré verte como si existieras sólo para mí, como si hubieses sido creada sólo para mí, como si el restaurante italiano hubiera abierto especialmente para nosotros, como si la mesa se hubiese hecho a propósito para que nuestras piernas pudieran tocarse debajo, como si la retama amarilla de la puerta de mi casa hubiese sido plantada exclusivamente, veinte años atrás, previendo que florecería veinte años más tarde, cuando nosotros nos besáramos y nos abrazáramos delante de ella.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Ese lugar se convirtió en mi amenazador punto sensible de Emmi, prolongado para toda la eternidad.

Un día después
Asunto: Punto de contacto

Querida Emmi:

Qué bien verte de esa manera tan seductora. Por lo visto, el aire croata de mar y de cripta le sienta muy bien a tu vena sensible.
1) ¿Por qué le conté de ti a Pam, es decir, a Pamela? Tuve que hacerlo. Llegó un punto en que no hubo más remedio. ¡Era TU punto, Emmi! El que una vez describí y definí en los siguientes términos: «En la palma de mi mano izquierda, más o menos en el centro, donde la línea de la vida, surcada por gruesas arrugas, dobla hacia la arteria». Ahí me rozaste sin querer en nuestra segunda cita. Ese lugar se convirtió en mi amenazador punto sensible de Emmi, prolongado para toda la eternidad.
Meses más tarde, en nuestra famosa cita de cinco minutos, la noche antes de la llegada de Pamela, me dejaste tu «recuerdo», tu «regalo». ¿Eras consciente de la trascendencia de ese gesto? ¿Te imaginabas lo que provocarías con él? «¡Chsss!», susurraste. «¡No digas nada, Leo! ¡Nada de nada!» Me cogiste la mano izquierda, te la llevaste a la boca y besaste nuestro punto de contacto. Con el pulgar lo acariciaste de nuevo. Tus palabras de despedida fueron: «¡Adiós, Leo! Buena suerte. No me olvides». Y se cerró la puerta. Cientos de veces rememoré esa escena, miles de veces volví a sentir tu beso en el punto. Puesto que describir estados de excitación sexual no es precisamente mi fuerte, prefiero omitir lo que me pasaba en esos momentos.
En todo caso, ya no me fue posible tener relaciones con Pamela sin recordarte y sentirte al notar tu punto, Emmi. Eso echaba por tierra la teoría del engaño que yo había anunciado a los cuatro vientos. ¿Te acuerdas de lo que te escribí? «Lo que siento por ti no afecta en nada lo que siento por ella. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. No compiten.» ¡Qué tontería! Una idea insostenible. Superada por la realidad. Rebatida por un punto diminuto. Durante largo tiempo no quise admitir que mi mano izquierda rehuía cada vez más el cuerpo de Pamela, no quería ver la actitud defensiva que adoptaba, hasta qué punto procuraba guardar su secreto, ocultarlo en el puño.
Finalmente, Pamela debió de notarlo. Aquella noche cogió con decisión mi reticente mano izquierda, intentó por todos los medios abrir mi puño, lo tomó como un juego, reía a carcajadas, aumentó la presión, se arrodilló sobre mi antebrazo. Al principio me opuse con fuerza, pero acabé reconociendo mi impotencia. No podría seguir escondiendo debajo de cinco dedos toda nuestra gran verdad. Solté de golpe la mano que Pamela me tenía agarrada, la abrí, se la puse delante de la cara y dije irritado (me sentía mal, indefenso, humillado, enfadado, convicto y confeso): «¡Aquí la tienes! ¿Ya estás contenta?». Ella se quedó atónita, me preguntó qué me pasaba, si había dicho o hecho algo malo. Me limité a disculparme. Pamela no tenía idea de por qué lo hacía. Luego no tuve más remedio que contarle de ti.
En realidad, al principio sólo quería pronunciar tu nombre y ver qué me pasaba. Aproveché la pequeña saga de la indómita séptima ola para mencionar que hacía poco me la había vuelto a contar «Emmi, una conocida mía». Pamela aguzó el oído de inmediato y preguntó: «¿Emmi? ¿Quién es? ¿De dónde la conoces?». Entonces se abrió una esclusa y hablé a borbotones una hora larga hasta revelarlo todo acerca de nosotros. Fue un claro ejemplo de una de aquellas séptimas olas que se elevan, forman espuma y se derrumban, tal como tú las describiste. Una ola que estalló para provocar un cambio, para transformar el panorama, de modo que después nada volvió a ser como antes.
¡Feliz mañana en el mar!
Leo

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

La ilusión de todo

A la tarde siguiente
Asunto: Ilusión de todo

Hola, Emmi.
No es fácil explicarte mi situación, pero lo intentaré. Empezaré con una cita de Emmi: «Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien». Tienes razón. Eres muy sabia. Muy sensata. Muy razonable. Con esa idea en mente nunca corres el riesgo de pedirle demasiado al otro. Y puedes contentarte con hacer aportaciones particulares a su felicidad sin sentir remordimientos. Así se ahorra energía para los tiempos difíciles. Así es posible convivir. Así es posible casarse. Así es posible criar niños. Así es posible cumplir promesas, así es posible establecer «relaciones de conveniencia», consolidarlas, descuidarlas, sacudirlas, salvarlas, volver a empezar, afrontar las crisis y superarlas. ¡Grandes tareas! Lo respeto, en serio. Sólo que yo no puedo así, no quiero así, no pienso así. Aunque ya soy adulto y por lo menos dos años mayor que tú, hay algo que sigo conservando y (aún) no estoy dispuesto a perder: la «ilusión de todo». La realidad: «Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien». Mi ilusión: «No obstante, tendría que desearlo. Y no debería dejar de intentarlo nunca».
Marlene no me amaba. Yo estaba dispuesto a dárselo «todo», pero mi oferta no le interesaba demasiado. Aceptó una parte agradecida o por piedad, el resto me dio a entender que podía quedármelo. En total sólo alcanzó para unas pocas tentativas de despegue. Los aterrizajes no tardaban en llegar y eran extremadamente bruscos, al menos para mí.
Con Pamela es distinto. Ella me ama. Me ama de verdad. No temas, Emmi, no volveré a aburrirte ahora con detalles sobre nuestros puntos en común. El problema es que Pamela no se siente a gusto aquí. Tiene nostalgia, añora a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, sus bares, sus costumbres. Procura que no se le note, quiere ocultármelo, quiere ahorrármelo, porque sabe que no tiene nada que ver conmigo, y porque da por supuesto que no puedo cambiarlo.
Pues bien, compré dos billetes para Boston y le di una sorpresa. Estaba tan contenta que derramó lágrimas para todo un año. Desde entonces parece otra, como si estuviera bajo los efectos de drogas de la felicidad. Da por sentado que sólo serán dos «semanas de vacaciones», pero yo no descarto la posibilidad de que acaben siendo más. Sin decírselo, he concertado algunas entrevistas de trabajo en institutos de filología germánica, quizá a largo plazo surjan posibilidades de trabajo para mí.
No me apetece irme a Boston, Emmi, para nada. Me gustaría mucho quedarme aquí (por distintos motivos, no, por distintos motivos no, por uno muy concreto). Pero es un motivo tan... ¿Cómo dirías tú? «Es un motivo tan, tan, tan inmotivado...» Carece de todo fundamento. Es una idea absurda. No, peor aún: es una intuición absurda. Es probable que mi futuro con Pamela, si es que existe, se halle a miles de kilómetros de aquí. Creo que a mí me costará menos que a ella habituarme y adaptarme a un nuevo entorno.
Su estado de felicidad me motiva. Quiero seguir viéndola como la he visto estos últimos días. Y quiero que ella me siga mirando como me mira desde hace unos días. Me mira como a un hombre que tiene la capacidad de dárselo «todo». No, no es la capacidad, es sólo la disposición. En medio hay ilusión. Quiero conservarla por un tiempo. ¿Para qué merece la pena vivir si no es para las ilusiones de «todo»?

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Ya no aspiro al ideal. Quiero hacer lo mejor posible de algo bueno, eso me basta para ser feliz.

Ocho días después
Asunto: Nuevo comienzo

Querido Leo:
Bernhard y yo volveremos a intentarlo. Pasamos unas bonitas vacaciones juntos, es más, unas vacaciones en armonía. Como las de antes, tan parecidas..., no, la verdad es que muy distintas, pero es igual. Sabemos lo que cada uno significa para el otro. Sabemos la suerte que tenemos de tenernos. Y sabemos que eso no lo es todo. Pero ahora sabemos también que no es necesario que lo sea. Por lo visto, una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien. Desde luego puedes orientar tu vida en ese sentido, puedes esperar que llegue una persona que te lo dé todo. Entonces tendrás esa maravillosa, seductora y emocionante ilusión de todo, que te hace palpitar el corazón, que te hace soportable una vida con síntomas carenciales crónicos hasta que agotas la ilusión. Entonces sólo se siente la falta. Conozco bastante bien esa sensación. Ya no significa nada para mí. Ya no aspiro al ideal. Quiero hacer lo mejor posible de algo bueno, eso me basta para ser feliz. Volveré a vivir con Bernhard. El año que viene pasará mucho tiempo de viaje, en largas giras de conciertos. Está muy solicitado en todo el mundo. Así que los niños me necesitan. (¿O yo necesito a los niños? ¿Aún son niños? Es igual.) Me quedaré con mi pisito, como una zona de refugio para mi «yo a solas». ¿Y nosotros, Leo? He pensado mucho en eso. También lo he hablado con Bernhard, tanto si te parece bien como si no. Él sabe lo importante que eres para mí. Sabe que nos hemos visto un par de veces. Sabe que me gustas, sí, así también, de un modo completamente normal, físico, no virtual, así, con pies y cabeza. Sabe que habría podido imaginármelo todo contigo. Y sabe que me lo he imaginado todo contigo. También sabe cuánto sigo dependiendo de tus palabras y qué gran necesidad siento de escribirte. Sí, sabe que seguimos escribiéndonos. Lo único que no sabe es qué nos escribimos. Y no se lo diré, eso sólo nos concierne a nosotros y a nadie más. Pero me gustaría que a él le pareciera algo razonable si supiera lo que nos comunicamos, acerca de qué cambiamos impresiones. No quiero engañarlo más con mis deseos insatisfechos, con mis ilusiones de todo. Quiero poner fin a mi existencia insular contigo, Leo. Quiero lo que tú, si eres honesto contigo mismo, siempre has querido: quiero —tengo curiosidad por ver si logro decirlo—, quiero, quiero, quiero... quiero que sigamos siendo amigos (¡ya está!). Amigos por correspondencia. ¿Me entiendes? No más palpitaciones. No más dolores de barriga. No más temores. No más temblores. No más expectativas. No más deseos. No más esperas. Sencillamente, mensajes de mi amigo Leo. Y si no los recibo, que no se me hunda el mundo. ¡Eso es lo que quiero! Que no se me hunda el mundo cada semana. ¿Comprendes?
Un abrazo,
Emmi

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

La séptima ola

Una semana después
Asunto: La séptima ola

Hola, Leo.
Estoy sentada en mi balcón de Playa de Alojera, en la isla de La Gomera, y más allá de la bahía rocosa, con sus oscuras manchas de arena y sus blancas lenguas de sal espumosas, mi mirada se adentra en el mar hasta la línea horizontal que divide el azul claro del oscuro, el cielo del agua. No sabes lo bonito que es esto. Tenéis que venir a conocerlo sin falta. Este sitio es ideal para los enamorados. ¿Por qué te escribo? Porque me apetece. Y porque no quiero esperar en silencio la séptima ola. Sí, aquí cuentan la historia de la indómita séptima ola. Las primeras seis son previsibles y equilibradas. Se condicionan unas a otras, se basan unas en otras, no deparan sorpresas. Mantienen la continuidad. Seis intentos, por más diferentes que parezcan vistos de lejos, seis intentos... y siempre el mismo destino.
Pero ¡cuidado con la séptima ola! La séptima es imprevisible. Durante mucho tiempo pasa inadvertida, participa en el monótono proceso, se adapta a sus predecesoras. Pero a veces estalla. Siempre ella, siempre la séptima. Porque es despreocupada, inocente, rebelde, barre con todo, lo cambia todo. Para ella no existe el antes, sólo el ahora. Y después todo es distinto. ¿Mejor o peor? Eso sólo pueden decirlo quienes fueron arrastrados por ella, quienes tuvieron el coraje de enfrentarla, de dejarse cautivar.
Ya llevo una hora larga aquí sentada, contando las olas y observando qué hacen las séptimas. Aún no ha estallado ninguna. Pero estoy de vacaciones, tengo paciencia, puedo esperar. No pierdo las esperanzas. Aquí, en la costa occidental, sopla fuerte y cálido el viento del sur.
Emmi

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Tan seguros estábamos de nuestro afecto, tan estrecho era nuestro vínculo que hasta estábamos dispuestos a besarnos a ciegas

A la mañana siguiente
Asunto: Ultima pregunta
Querida Emmi:

¿Cómo tendría que haber actuado entonces, qué debería haber hecho, qué habría sido mejor entonces, cuando tu marido me suplicó que desapareciera de tu vida, que no arruinase vuestro matrimonio, que «salvara» a vuestra familia? ¿Acaso «Boston» no era la única solución sensata? ¿Qué otra decisión, qué mejor decisión que ésa podría haber tomado? Esta duda me atormenta desde hace un año y medio. ¡Dímelo, por favor!

Una hora después
Asunto: Ultima respuesta

Tal vez TÚ solo no podrías haber tomado ninguna decisión mejor. Pero, justamente, no deberías haberlo decidido solo. Tendrías que haberme dejado participar A Mí en la decisión. Tendrías que haberme puesto al corriente de lo de Bernhard, ya que él era demasiado cobarde para hacerlo. No dependía de Ti «salvar» o arruinar mi matrimonio. ¡Dependía de mí y de mi marido! Por tu pacto con él y tu misteriosa huida a Boston no tuve la posibilidad de tomar las medidas indicadas en el momento indicado. Es más, tendrías que haber luchado por mí, Leo. No como un héroe, no como «todo un hombre», sólo como alguien que se fía de sus sentimientos. Lo sé, lo sé: no nos conocíamos, ni siquiera nos habíamos visto. ¿Y qué? Yo sostengo que por aquel entonces ya habíamos llegado mucho más lejos. Si bien no convivimos juntos de manera convencional, vivimos juntos, que es más importante. Tan seguros estábamos de nuestro afecto, tan estrecho era nuestro vínculo que hasta estábamos dispuestos a besarnos a ciegas. Pero tú no luchaste por ello. Renunciaste a mí por una nobleza mal entendida. Sin resistencia. ESO es lo que deberías haber hecho distinto. ¡ESO es lo que podrías haber hecho mejor, querido Leo!

Para mí, despedirme de ti sería dejar de pensar en ti, no sentir ya nada al pensar en ti.

Siete minutos después
Re:
Me alegro, pero por desgracia sería una impresión opuesta a la mía. Verte: está bien. Verte «una vez más», verte por última vez: ¡mierda! Llevamos un año y medio viéndonos «quizá por última vez», Leo. Llevamos un año y medio despidiéndonos. Parece como si nos hubiésemos conocido con el exclusivo propósito de despedirnos. No quiero más, Leo. Estoy harta, cansada, agotada de tantas despedidas.
Haz el favor de irte sin más. Mándame al administrador del sistema, al menos con él se puede contar, contesta de manera consecuente al cabo de diez segundos y me saluda con aire distante. Pero deja ya de despedirte de mí todo el tiempo. Y encima no des la bochornosa impresión de que eres incapaz de imaginar nada más bonito que verme «por última vez».

Nueve minutos después
Fw:
Yo no he dicho «verte por última vez». He dicho «verte una vez más». Y por correo electrónico hasta eso suena más dramático de lo que es. Cara a cara, la impresión no te resultará bochornosa. De todos modos no estoy dispuesto a perderte. Tengo tanto de ti en mí... Siempre he sentido que me enriquecías. Cada impresión sensorial de Emmi es una partida que se acredita en mi cuenta. Para mí, despedirme de ti sería dejar de pensar en ti, no sentir ya nada al pensar en ti. Créeme, estoy muy lejos de despedirme de ti.

YO ME PERTENEZCO A MÍ MISMA

Tres horas después
Fw:

Querida Emmi:
No quiero que hables de mí con Bernhard, por lo menos no quiero saber nada al respecto. No pertenezco a vuestra familia ni a vuestro grupo de amigos. Me niego a admitir que tu relación con él tiene algo que ver con tu relación conmigo. ¡Me niego a hacerlo! Nunca he querido luchar contra él. Nunca he querido suplantarlo. Nunca he querido meterme en vuestra vida conyugal. No quería quitarle a tu marido nada de ti. Y, a la inversa, no soporto pensar que no he sido ni soy para ti nada más que el complemento de Bernhard. Para mí, desde el principio, siempre ha sido o «lo uno» o «lo otro». Vale decir: desde que tú misma dijiste que estabas «felizmente casada», la verdad es que para mí ya sólo fue «lo otro».
Que pases una buena tarde,
LeoVeinte minutos después

Re:

Como excepción, una réplica:
1) ¿O sea que llevas ya dos años de «lo otro»? Pero «lo otro» puede virar mucho hacia «lo uno». Si siendo «lo otro», ya puedes ser tan «lo uno», ¿hasta qué punto serías «lo uno» si fueses «lo uno»?
2) Escribes: «No quería quitarle a tu marido nada de ti». ¿Lo ves, Leo? Es precisamente ese enfoque ultraconservador lo que me ofende. Así me degradas. Yo no soy una mercancía que le pertenece a uno y por tanto no puede pasar a ser propiedad del otro. YO ME PERTENEZCO A MÍ MISMA, Leo, a mí y a nadie más. No soy algo que le puedas «quitar» a nadie, y ningún marido del mundo puede «quedarse» conmigo. Sólo YO me quedo y me quito. Algunas veces también me doy. Y otras veces me entrego. Pero sólo raras veces. Y no a cualquiera.
3) Sigues obsesionado con la expresión «felizmente casada». ¿Has olvidado mi evolución en este último año? ¿No la he comentado lo suficiente? ¿No estoy aludiendo a ella todo el tiempo?
4) Con lo cual paso a responder tu ferviente pregunta sostenida por una esperanza arraigadamente católica: «¿Le darás otra oportunidad a vuestro matrimonio?». ¿Que si le daré otra oportunidad a nuestro matrimonio? ¡Tengo una buena respuesta para darte, querido mío! Pero me la reservo por un tiempo. Por hoy sólo quiero que quede clara una cosa: ¡maldita sea!, Leo, la institución del matrimonio no me importa demasiado. No es más que una estructura a la que los interesados creen poder aferrarse cuando pierden el equilibrio. Lo que cuenta son las personas. Bernhard me parece importante. Bernhard y los niños. Lo considero un deber, incluso ahora. Ya veremos si implica «oportunidades para el futuro».
5) ¡¡¡Y para mañana te pido una pregunta más picante!!! Sólo nos quedan seis noches, querido mío.
6) Que pases una buena tarde. Me voy al cine.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Porque al fin y al cabo todo fin también es un principio.

Tres horas después
Fw:

Te contesto con otra pregunta, querida Emmi: cuando tú dices definitivamente FIN (como lo hiciste hace dieciséis semanas, al día siguiente, quizá todavía recuerdes al día siguiente de qué), ¿qué quieres decir?
a) ¿FIN?
b) ¿FIN?
c) ¿FIN?
d) ¿FIN?
¿Y por qué no te atienes a a), ni a b), ni a c), ni a d)?Treinta minutos después

Re:

1) Porque me gusta escribir.
2) De acuerdo: porque me gusta escribirTE.
3) Porque mi terapeuta dice que me hace bien, y ella debe de saberlo, para algo ha estudiado.
4) Porque tenía curiosidad por saber cuánto aguantarías sin contestarme.
5) Porque tenía aún más curiosidad por saber cuál sería la respuesta (lo admito: lo de la «c» nunca se me habría ocurrido).
6) Porque tenía y tengo aún más curiosidad por saber cómo estás.
7) Porque tanta curiosidad volcada hacia fuera mejora el clima, el clima de mi nuevo, estéril, pelado y minúsculo piso, con el piano mudo y las paredes vacías que no dejan de asediarme con preguntas desconcertadas. Un piso que de golpe me hizo retroceder quince años, sin por ello haberme vuelto quince años más joven. Ahora me encuentro de nuevo abajo, con treinta y cinco años, en la escalera de una de veinte. Ahora se trata de volver a subir todos los peldaños.
8) ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! En el «fin», por qué no me atengo al «fin» cuando digo «fin»: porque hoy veo ciertas cosas de manera algo distinta que hace dieciséis semanas, menos definitivas.
9) Porque, después de todo, fin no es lo mismo que fin, ni que fin, ni que fin, Leo. Porque al fin y al cabo todo fin también es un principio.
Que termines bien la tarde. ¡Y gracias por escribirme! Emmi

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Las camas compartidas son menos camas. Las penas compartidas son más penas.

Tres horas después
Re:

¿Quieres palabras? De acuerdo, aún me quedan unas cuantas. Te las regalo, a mí ya no me sirven para nada. Tienes razón, Leo. Quería demostrárselo a Bernhard. Quería demostrártelo a ti. Y quería demostrármelo a mí. Ahora ya lo sé: soy capaz de engañar. Es más, soy capaz de engañar a Bernhard. Es más, soy capaz de engañar a Bernhard CONTIGO. Es más, mi mayor hazaña ha sido engañarme a la vez a mí misma, sí, tal vez eso sea lo que mejor sé hacer. Por cierto, gracias por haberte prestado al «juego». Sé que no fue tu desenfreno, Leo, fue tu compasión. Me habías ofrecido descargarme de la mitad de mis sentimientos. Anoche lo hiciste admirablemente, considerando lo tensa que era la situación. Las camas compartidas son menos camas. Las penas compartidas son más penas.
Tienes razón, Leo. Hoy no estoy mejor. Estoy más jodida que nunca.
No te puedes imaginar lo que me habéis hecho «vosotros dos», Leo. Estoy perdida y vendida. Mi marido y mi amante virtual sellaron un pacto a mis espaldas: para que uno pudiera conocerme personalmente, el otro, por excepción, hacía la vista gorda; después uno desaparecía para siempre, para que el otro pudiera quedarse conmigo para siempre.
Uno me restituye como un objeto perdido a mi marido, mi legítimo propietario. El otro me permite a cambio «el encuentro tangible»: una aventura sexual con una fantasía de amor antes sólo virtual, por así decir, a modo de gratificación. Un justo reparto, una perfecta separación, un pérfido plan. Y la débil mental de Emmi, tan sometida a la familia como dominada por el espíritu aventurero, jamás se enterará de nada. ¡Ayayay! Leo, aún no sé lo que significará esto para Bernhard y para mí. Probablemente tú tampoco llegues a saberlo. ¿Y qué significa para «nosotros dos»? Eso sí puedo decírtelo ahora mismo. Y a ti, quien se suponía que era capaz de leer como nadie lo más íntimo de mis pensamientos, a ti no te podía caber la menor duda, ¿no es así? No seas ingenuo, Leo. No hay ningún «milagro de cuatro letras». Sólo hay una consecuencia lógica de tres letras. Tantas veces hemos temblado de pensar en ella... Tanto tiempo la hemos aplazado, disimulado y evitado... Ahora nos ha salido al encuentro y me toca a mí anunciarla: FIN.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Me faltas tú. (Desde antes de saber que existías.)

Al día siguiente

Asunto: Catálogo de preguntas número tres
Tu extraño catálogo de preguntas número dos lo dejo para el final. Prefiero saltar ahora mismo al presente. ¿Qué me falta, Leo? Me faltas tú. (Desde antes de saber que existías.)
¿Qué puedes hacer por mí? Estar ahí. Escribirme. Leerme. Pensar en mí. Acariciar mi punto de contacto.
¿Qué quiero hacer contigo, Leo? Eso depende de la hora del día. En general: tenerte en la cabeza. A veces, también debajo.
¿Qué quiero que seas para mí? Huelga la pregunta. Ya lo eres.
¿Cómo seguimos? Como hasta ahora. ¿Si quiero que sigamos? Sin falta.
¿Hacia dónde? Hacia ninguna parte. Simplemente, seguimos. Tú vives tu vida. Yo vivo mi vida. Y el resto lo vivimos juntos.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Te siento. Te conozco. Te reconozco. Eres la misma. Eres la misma persona. Eres real. Eres mi punto.

Veinte minutos después
Fw:
Querida Emmi:

En la palma de mi mano izquierda, más o menos en el centro, donde la línea de la vida, surcada por gruesas arrugas, dobla hacia la arteria, allí hay un punto. Lo examino, pero no puedo verlo. Lo miro fijamente, pero no se deja sujetar. Sólo puedo tocarlo. También lo noto con los ojos cerrados. Un punto. La sensación es tan intensa que me da vértigo. Si me concentro en él, su efecto se expande hasta los dedos de los pies. Me produce hormigueo, me hace cosquillas, me da calor, me excita. Estimula mi circulación, dirige mi pulso, determina el ritmo de los latidos de mi corazón. Y en la cabeza surte su efecto embriagador como una droga, amplía mi conciencia, extiende mi horizonte. Un punto. Tengo ganas de reír de alegría, por lo bien que me hace. Tengo ganas de llorar de felicidad, porque lo poseo y porque me embarga y me colma hasta la médula. Querida Emmi, en la palma de mi mano izquierda, donde se encuentra ese punto, esta tarde —debían de ser aproximadamente las cuatro— tuvo lugar un incidente en la mesa de un café. Mi mano iba a coger un vaso de agua, cuando vinieron de frente los dedos ligeros de otra mano más suave, intentaron frenar, intentaron evitarla, intentaron impedir la colisión. Por poco lo logran. Por poco. Durante una fracción de segundo, la delicada yema de un dedo que pasaba volando fue arrollada por la palma de mi mano que iba a tomar el vaso. Ello dio como resultado un leve roce. Lo he grabado en mi memoria. Nadie me lo quita. Te siento. Te conozco. Te reconozco. Eres la misma. Eres la misma persona. Eres real. Eres mi punto. Que duermas bien.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Vivir y amar

Dos días después
Asunto: Te escribo ahora

Emmmmmmmi, estoy borracho. Y estoy solo. Grave error. Nunca hay que hacer esas dos cosas. O estar solo, o estar borracho, pero nunca las dos cosas al mismo tiempo. Grave error. «¿La amas?», preguntaste. Sí, la amo cuando está conmigo. O digámoslo de otro modo: la amaría si estuviera conmigo. Pero no lo está. Y yo no puedo estar con ella cuando ella no está conmigo. ¿Comprendes, Emmi? No es posible que siempre ame sólo a mujeres que no están conmigo cuando yo estoy con ellas, cuando yo las amo. ¿Londres? ¿Que qué tal estuvo Londres? Sí..., ¿qué tal estuvo Londres? Cinco días mitigando la nostalgia acumulada, seis días temiendo la nostalgia futura. Así estuvo Londres. Pamela quiere venir a vivir conmigo. Llámala «Pam», puedes llamarla «Pam» si quieres. ¡Sólo tú puedes! Pamela quiere venir a vivir conmigo. Quiere vivir conmigo, pero ¿lo hace? No puedo vivir siempre de las intenciones de una mujer que amo. Quiero vivir con la mujer que amo. Vivir y amar, las dos cosas al mismo tiempo. Nunca una sin la otra. Estar borracho o estar solo, nunca las dos cosas al mismo tiempo. Siempre una sin la otra. ¿Comprendes lo que quiero decir, Emmi? Espera un momento, me serviré otra copa. Vino tinto, Bordeaux, la segunda botella, sabe a Emmi, como siempre. ¿Recuerdas? ¿Sabes, Emmi? Tú eres la única. Eres la única, la única, la única, la... Es difícil de explicar. Ya estoy un poco borracho. Tú eres la única que está cerca de mí aunque no esté conmigo, pues yo también estoy con ella cuando ella no está conmigo. Y tengo que decirte algo más, Emmi. No, no lo haré, tú tienes familia. Tienes un marido que te ama. En aquel entonces te esfumaste. Lo elegiste a él, y elegiste bien. Quizá piensas que te falta algo. Pero no te falta nada. Tienes las dos cosas, vivir y amar. Yo también tengo las dos cosas: estar solo y estar borracho. Grave error. Bueno, te lo diré. Me he esforzado mucho, muchísimo, no quería que me gustaras. No quería. No quería que no me gustaras, y no quería que me gustaras. No quería nada de nada. No quería verte. ¿Para qué? Tú tienes a Bernhard y a los niños. Yo tengo a Pamela. Y cuando ella no está, tengo el Bordeaux. Pero te diré algo: tienes un hermosísimo..., por ejemplo, un hermosísimo rostro. Mirando eres mucho más inocente que escribiendo. No, no es que escribas de manera culpable, pero a veces escribes con mucha dureza. Sin embargo, tu rostro es suave. Y bonito. Y no sé si eres feliz. No lo sé, no lo sé, no lo sé. Pero debes de serlo. Puedes vivir y amar, las dos cosas al mismo tiempo. Yo estoy solo y me siento mal. ¿Y qué tengo de Pamela si está tan lejos que dejo de sentir que está conmigo? ¿Me comprendes? Me voy a dormir. Pero hay algo que debo decirte: ayer soñé contigo y vi tu verdadero rostro. Me dan igual tus pechos, grandes, pequeños, medianos, da igual. Pero no tus ojos ni tu boca. Y tampoco tu nariz. La manera en que me mirabas, me hablabas y me olías. Eso no me da igual. Y, de todas maneras, cada palabra que me escribes es ahora tu olor y tu mirada y tu boca. Ahora me voy a dormir. Te enviaré este mensaje y luego me iré a dormir. Espero dar con la tecla indicada. Estás muy cerca de mí, te beso. Y ahora me voy a dormir. ¿Dónde está la tecla?

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

"... casi no se te notó lo desconcertado que estabas porque yo tenía un aspecto tan diferente de lo que pensabas."

A la tarde siguiente
Asunto: El ausente
Querido Leo:

Ya veo que de momento te pones un poco tenso cuando escribes. Quizá te hayas excedido con tu relajación en la mesa del café. Pero no quiero ser aguafiestas: te diré qué te pasó A TI conmigo en nuestra cita. Pues bien:
1) Estabas tan estupendamente preparado para ser el digno Leo Leike que termina una relación epistolar, perfecto, desenvuelto, galante, seguro y no obstante tan humilde, viniera la Emmi que viniera, que casi daba lo mismo qué Emmi era la que venía.
2) Enhorabuena, Leo, casi no se te notó lo desconcertado que estabas porque yo tenía un aspecto tan diferente de lo que pensabas.
3) Enhorabuena, Leo, casi no se te notó lo mucho que te sorprendió que de repente yo pudiera ser de estatura tan mediana, tan castaña, tan tímida y reservada. (La melancolía, para mayor seguridad, la había dejado en el guardarropa, y había hecho bien.)
4) Enhorabuena, Leo, casi no se te notó lo mucho que te costaba aparcar en mis ojos tus pupilas rodeadas de un transparente color río de montaña, sin perder tu inofensiva y cautelosamente amable sonrisa de «tomo a las Emmis como vienen».
5) Leo, ten por seguro que en un ranking de los cien hombres más simpáticos de una cita a ciegas, con los que la mayoría de todas las Emmis de entre veinte y sesenta años habría quedado sin reservas por segunda vez —cuando menos para todo—, estarías en el top five. (Únicamente resta puntos tu beso en la mejilla, algo precipitado en su perfeccionista descuido. La verdad que deberías pulirlo un poco.)
6) Pero ¡lo siento, lo siento, lo siento! Yo no soy la mayoría de las Emmis, sino tan sólo esa única Emmi que en efecto creía haberte conocido «personalmente» e incluso pretendía haberte visto ya en días (¡y noches!) de armarios emocionales abiertos. (Da la casualidad de que la mayoría de esos días también estaban abiertos tus muebles botelleros.)
7) No, querido Leo, no es que no te conociera, ni siquiera me diste la oportunidad de considerarte un desconocido. Es que, salvo tu envoltura externa, no estuviste presente para nada, te escondiste de mí en público.
8) Nuestra cita en siete palabras: yo estuve tímida y tú estuviste reservado. ¿Desencantada? Pues, para ser sincera, un poco. Los dos años anteriores —incluidos los tres trimestres de tu Emmi-gración interna a Boston— fueron bastante más sustanciales. Te mando un beso en la mejilla. Ahora desembalaré mi melancolía y me iré a duchar con ella.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Nada en mí te conmovía. Nada en mí te recordaba al escritor Leo. Nada del correo electrónico se había transmitido a la mesa del café.

Asunto: El desconocido
Querida Emmi:

Llevo una hora borrando fragmentos de mensajes en los que procuro describir qué me pasó contigo en nuestra cita. Pero no consigo resumir mis impresiones. Diga lo que diga de ti, suena trivial, vacío, «muy por debajo de mis posibilidades». Probaré al revés. Te contaré qué te pasó A TI conmigo en nuestra cita. ¿Me permites, por excepción, emplear tu práctico sistema de puntos? Pues bien:

1) Te molestó que yo estuviera ahí delante de ti.
2) Te asombró que te haya reconocido de inmediato, porque sabías bien que yo no contaba con «esa» Emmi.
3) Te extrañó que te besara en la mejilla como si se tratara de un ceremonial estudiado durante años entre nosotros. (La segunda mejilla me la negaste, lo noté.)
4) Desde el primer instante tuviste la sensación de estar sentada frente a un desconocido que afirmaba ser Leo Leike, aunque no daba pruebas de serlo.
5) Ese desconocido no te pareció nada antipático. Te miraba a los ojos.

Abría y cerraba la boca a tiempo. No hablaba de cosas que no venían a cuento. No sentía pánico cuando se hacían silencios largos. No tenía mal aliento ni le temblaban las cejas. Era un interlocutor divertido y agradable, aunque ronco. No obstante, necesitabas consultar una y otra vez ese bonito reloj verde esmeralda, que tuvo la suerte de encontrar una muñeca tan grácil, para saber cuánto tiempo más estarías obligada a simular o, mejor dicho, a que te fuera simulada una intimidad que en el espacio público no existía ni en sus más pequeños matices. Nada en mí te parecía conocido. Nada en mí te era familiar. Nada en mí te conmovía. Nada en mí te recordaba al escritor Leo. Nada del correo electrónico se había transmitido a la mesa del café. Ninguna de tus expectativas se había cumplido, querida Emmi. Y por eso, en lo que al capítulo Leo Leike se refiere, estás bastante... No, «decepcionada» sería exagerado. Desencantada. Desencantada es más acertado: «¿Así que es éste? ¿Así que éste es Leo Leike? Ya. Bien». Eso estarás pensando ahora, ¿verdad?

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Quiero verte escuchar. Quiero verte respirar.

Quince minutos después
Re:

Leo, creo que te está volviendo a entrar miedo (tu latente miedo crónico al contacto con Emmi). Ya te gustaría poder detenerte en el tema de los «pechos grandes», ¿no es así? ¿Que de qué vamos a hablar? Me da igual. Contémonos experiencias de la infancia. No prestaré atención a la forma ni al contenido de tus palabras, sólo al modo en que las pronuncias. Quiero verte hablar, Leo. Quiero verte escuchar. Quiero verte respirar. Tras un periodo tan largo de estrecha, íntima, alentadora, refrenada, incesante, interrumpida, satisfecha e insatisfecha virtualidad, quiero verte durante una hora de una vez, de una vez para siempre. Nada más.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

Ocupas unos milímetros cuadrados de mi cerebro (o de mi cerebelo, o de mi hipófisis, no tengo idea de con qué parte del cerebro se piensa en alguien como tú).

Tres días después
Asunto: ¡Leo!
Querido Leo:

He pasado tres días horribles. El miedo —en realidad fue un auténtico ataque de pánico— de que todo este tiempo hayas estado usándome como objeto de estudio era proporcional al temor contrario: quizá haya sido injusta contigo, quizá haya destruido algo entre nosotros con mi precipitada acusación. No sé qué sería peor, que me hayas «engañado» o haber arrancado por un exceso de desconfianza la plantita de la confianza que con tanto esmero habíamos cultivado.

Ponte en mi lugar, querido Leo, por favor. Quiero confesarte que hacía tiempo que no intercambiaba sentimientos con nadie con tanta intensidad como contigo. Yo soy la primera en asombrarme de que sea posible hacerlo de este modo. En los mensajes que te escribo puedo ser más que nunca la verdadera Emmi. En la «vida real», si quieres que las cosas salgan bien, si quieres resistir, debes pactar continuamente con tu emotividad: ante TAL COSA no puedo reaccionar de forma exagerada, TAL OTRA tengo que aceptarla, respecto a TAL OTRA debo hacer la vista gorda. Uno adapta sus sentimientos al entorno sin descanso, es indulgente con quienes ama, asume cientos de pequeños roles cotidianos, hace equilibrios, compensa, sopesa para no poner en peligro toda la estructura, pues uno mismo forma parte de ella.

Contigo, querido Leo, no tengo miedo de ser tan espontánea como lo soy en lo más íntimo de mi alma. No pienso qué puedo exigirte y qué no. Simplemente, escribo a tontas y a locas. ¡Y me hace tanto bien! Todo eso es mérito tuyo, querido Leo, por eso te has vuelto tan imprescindible para mí: me aceptas tal como soy. A veces me refrenas, no haces caso de ciertas cosas, tomas a mal otras. Pero tu perseverancia en no despegarte de mí me demuestra que puedo ser tal como soy. Y... ¿me permites volver a hacerme un poco de publicidad? Soy mucho, pero que mucho más dócil de lo que parezco en mis mensajes. Es decir: si alguien quiere a la Emmi que se abandona, que no se esfuerza en absoluto por quedar bien, que hace alarde de sus cualidades negativas con fervor... Sí, Leo, soy celosa, desconfiada, un poco neurótica, en principio no tengo una opinión muy buena del sexo opuesto, ni tampoco del mío, por cierto... He perdido el hilo, pues bien: si alguien quiere a la Emmi que no se esfuerza por ser buena, que más bien da rienda suelta a sus flaquezas habitualmente reprimidas, con más razón querrá a Emmi tal como ella vive, porque sabe que hasta cierto punto uno sólo puede pedirle a los demás que sean lo que es uno: un montón de caprichos, un cúmulo de dudas de sí mismo, una combinación de divergencias.

Pero no se trata sólo de mí. Pienso en ti todo el tiempo, Leo. Ocupas unos milímetros cuadrados de mi cerebro (o de mi cerebelo, o de mi hipófisis, no tengo idea de con qué parte del cerebro se piensa en alguien como tú). Te has establecido allí definitivamente. No sé si eres como el que escribe.

Pero con que fueras sólo una parte de él, ya serías muy especial. Es lo que tú escribes y lo que yo entiendo: en cierto modo las dos cosas me ayudan a imaginarme a un hombre que podría existir en realidad. Siempre has hablado de tu «Emmi imaginaria». Tal vez yo no esté tan dispuesta a contentarme con un «Leo imaginario», a limitarme indefinidamente a imaginar a alguien que me cae tan bien. Tiene que ser de carne y hueso, y de cosas por el estilo. Y tiene que poder resistir un encuentro conmigo. Aún no estamos listos para eso. Pero tengo la sensación de que por escrito podremos acercarnos cada vez más a nuestro encuentro. Hasta que algún día nos sentemos frente a frente. O estemos de pie frente a frente. O de rodillas. Da igual.

Pensemos en el mensaje que estoy escribiéndote, Leo: la idea de que lo examines palabra por palabra para obtener conocimientos científicos, para citar ejemplos de cómo y con qué pueden transmitirse emociones o, peor aún, con qué pueden despertarse emociones en los otros, cómo hay que escribir para que el otro se involucre emocionalmente..., ¡la idea es tan aterradora que me entran ganas de gritar de dolor! Por favor, dime que nuestro diálogo no tiene nada que ver con un estudio. Y perdona que me haya visto obligada a suponerlo. Soy una persona que necesita partir de lo peor para desarrollar fuerzas suficientes para soportarlo luego si resulta cierto.

Este mensaje es el más largo que te he escrito hasta ahora, Leo. No lo pases por alto. Vuelve. No te marches de debajo de mi corteza cerebral. ¡Te necesito! Yo... te aprecio.

Emmi

P D.: Sé que es tardísimo. Pero estoy segura de que aún estás despierto. Y estoy convencida de que mirarás el correo. No hace falta que me contestes ahora. Pero ¿podrías escribirme aunque sea una palabra, para que yo sepa que has recibido mi mensaje? Una palabra solamente, ¿vale? También pueden ser dos o tres, si te resulta más fácil. Por favor. Por favor. Por favor. Por favor. Por favor.

Extracto de "Contra el viento del norte" de Daniel Glattauer

Escribir es como besar, pero sin labios. Escribir es besar con la mente.

Ocho minutos después
Fw:

¡Ah..., ahí vuelve a escribir Emmi! Emmi. Emmi. Emmi. Estoy un poco borracho, pero sólo un poco. Me he pasado toda la tarde bebiendo y esperando que sea medianoche, que venga Emmi a visitarme. Sí, es verdad. No es la primera botella. Añoro a mi Emmi. ¿Quieres venir a casa? Apagaremos la luz. No tenemos por qué vernos. Sólo quiero sentirte, Emmi. Cerraré los ojos. Con Marlene nada tiene sentido. Nos desangramos. No nos amamos. Ella cree que nos amamos, pero no, no es amor, es sólo dependencia, posesión. Marlene no quiere soltarme, y yo... yo no puedo retenerla. Estoy un poco borracho. Pero no mucho. ¿Vienes, Emmi? ¿Nos besamos? Mi hermana dice que eres hermosísima, Emmi, seas la que seas. ¿Has besado alguna vez a un desconocido? Voy a tomar otro trago de vino blanco del Friuli. Bebo a nuestra salud. Ya estoy un poco borracho. Pero no mucho. Ahora te toca a ti de nuevo. Escríbeme, Emmi. Escribir es como besar, pero sin labios. Escribir es besar con la mente. Emmi, Emmi, Emmi.

Mi «grave psicosis con los correos colectivos y los saludos navideños».

Dos días después
Asunto: Feliz Navidad

¿Sabes lo que te digo, querida Emmi? Que hoy alteraré nuestras costumbres y te contaré algo de mi vida. Ella se llamaba Marlene. Hasta hace tres meses habría escrito: se llama Marlene. Hoy, se llamaba. Después de cinco años de presente sin futuro, por fin me he resignado al pretérito imperfecto. Te ahorraré los detalles de nuestra relación. Lo mejor de todo siempre era volver a empezar. Como a los dos nos apasionaba tanto volver a empezar, lo hacíamos cada dos meses. Cada uno era para el otro «el gran amor de su vida», pero nunca cuando estábamos juntos, sólo mientras nos esforzábamos por volver a estarlo.

Hasta que en otoño las cosas pasaron de castaño oscuro. Había encontrado a otro, uno con el que podía imaginarse conviviendo, y no solamente volviendo a empezar (a pesar de que él era piloto de una aerolínea española, pero, claro, eso no importaba). Cuando me enteré, me sentí de pronto más seguro que nunca de que Marlene era «la mujer de mi vida» y de que debía hacer todo lo posible por no perderla para siempre.
Durante semanas hice todo lo posible y un poco más. (Será mejor que esos detalles también te los ahorre.) Ella realmente estuvo a punto de darme y de darnos una última oportunidad: Navidad en París. Mi intención —ríete si quieres, Emmi— era hacerle allí una propuesta de matrimonio. ¡Qué imbécil! Antes de que nos fuéramos, quiso esperar a que volviera el «español» para decirle la verdad sobre mí y sobre París. Se lo debía, dijo. Yo tenía un mal presentimiento, qué digo un mal presentimiento, se me atragantaba un Airbus español cuando pensaba en Marlene y en ese piloto. Eso fue el 19 de diciembre.

Por la tarde recibí un e-mail, ni siquiera una llamada, un catastrófico e-mail suyo que decía: «Leo, es imposible, no puedo, París no sería más que una nueva mentira. Perdóname, por favor». O algo por el estilo. (No, algo por el estilo no, ponía eso textualmente.) Le contesté en el acto: «Marlene, quiero casarme contigo. Estoy completamente decidido. Quiero estar siempre a tu lado. Ahora sé que puedo. Somos tal para cual. Confía en mí una última vez. Hablemos de todo en París. Di que sí a París, por favor». Luego esperé su respuesta. Una hora, dos horas, tres horas. Entretanto hablaba cada veinte minutos con su buzón de voz sordomudo, releía viejas cartas de amor guardadas en el ordenador, miraba nuestras fotos de amor digitales, todas ellas tomadas durante nuestros incontables viajes de reconciliación. Y después volvía a clavar los ojos en la pantalla como un poseído. De ese breve y cruel sonido que avisa cuando llega un mensaje nuevo, de ese irrisorio sobrecito de la barra de tareas, dependía mi vida con Marlene: desde mi punto de vista de entonces, mi futuro.

Me fijé como plazo máximo para sufrir las nueve de la noche. Si a esa hora Marlene aún no había dado señales de vida, París y, por ende, la que tal vez sería nuestra última oportunidad se habrían extinguido. Eran las 20.57. De repente: un sonido, un sobrecito (una descarga de corriente, un ataque al corazón), un mensaje. Cierro los ojos unos segundos, reúno los miserables despojos de mi pensamiento positivo, me concentro en el mensaje anhelado, en la respuesta afirmativa de Marlene, en París de a dos, en una vida para siempre con ella. Abro los ojos, abro el mensaje. ¿Y qué leo?: «Feliz Navidad y un próspero año nuevo les desea Emmi Rothner».

Eso es todo sobre mi «grave psicosis con los correos colectivos y los saludos navideños».

Buenas noches,
Leo

Extracto de "Contra el viento del norte" de Daniel Glattauer

Creamos personajes virtuales, confeccionamos irreales retratos robot el uno del otro.

" Al día siguiente
Sin asunto
Querida Emmi:

¿Has notado que no sabemos absolutamente nada el uno del otro? Creamos personajes virtuales, confeccionamos irreales retratos robot el uno del otro. Formulamos preguntas cuyo atractivo reside en que quedan sin respuesta. Pues sí, nos dedicamos a despertar la curiosidad del otro y a seguir alimentándola al no satisfacerla de manera definitiva. Intentamos leer entre líneas, entre palabras, y pronto entre letras tal vez. Hacemos grandes esfuerzos por juzgar bien al otro. Y al mismo tiempo nos preocupamos de no desvelar nada importante de nosotros mismos.¿Qué quiere decir «nada importante»? Nada de nada, aún no hemos contado nada de nuestras vidas, nada de lo que constituye la vida cotidiana, de lo que podría ser importante para alguno de los dos.

Nos comunicamos en el vacío. Hemos tenido la gentileza de confesar a qué actividad profesional nos dedicamos. Tú en teoría me harías una bonita página web y yo, a cambio y en la práctica, la someto a (malos) psicogramas lingüísticos. Eso es todo. Sabemos por una deplorable revista que vivimos en la misma gran ciudad. ¿Y qué más? Nada. No hay ninguna otra persona a nuestro alrededor. No vivimos en ninguna parte. No tenemos edad. No tenemos rostro. No hacemos distinción entre el día y la noche. No vivimos en ninguna época. Lo único que tenemos son nuestras dos pantallas, cada cual de manera estricta y secreta por su cuenta, y compartimos una afición: nos interesamos por una persona absolutamente desconocida.¡Bravo!

Por lo que a mí respecta —y aquí llego a mi confesión—, me interesas muchísimo, querida Emmi. La verdad no sé por qué, pero sí sé que se debe a algún motivo especial. Y también sé lo absurdo que es este interés. No resistiría un encuentro, no importa tu aspecto, tu edad, cuánto del considerable encanto de tus mensajes pudiera traerse a una posible cita, y cuánta de la gracia con la que escribes tengas también en las cuerdas vocales, en las comisuras de la boca y en las aletas de la nariz. Sospecho que este «tremendo interés» se alimenta única y exclusivamente de la bandeja de entrada. Es probable que todo intento de dejarlo salir de allí fracase de modo lastimoso.
Ahora mi pregunta clave, querida Emmi: ¿sigues queriendo que te escriba mensajes? (Esta vez me harías un gran favor si me dieses una respuesta clara.)

Muchos, muchos saludos,

Leo"

Extracto de "Contra el viento del norte" de Daniel Glattauer

"...yo soy para ti una fantasía, lo único real en ella son unas letras que puedes poner en un contexto sonoro con ayuda de la psicología del lenguaje."

40 minutos después
Re:

¡Ah... Leo, eres tan dulce! Pero lo que hacemos aquí no tiene sentido. No forma parte de la vida real. Mi semana en la nieve sí que fue parte de la vida real. No fue la mejor parte, pero fue una parte buena, y la acepto, no quiero cambiarla, es decir, la tomo tal como es, y está bien que sea tal como es. Los niños fastidiaron un poco, pero ése es su deber como niños. Además, no son mis hijos y en ocasiones me lo reprochan. Pero las vacaciones estuvieron bien tal como estuvieron. (Ya he dicho que estuvieron bien, ¿no?)

Seamos honestos, Leo: yo soy para ti una fantasía, lo único real en ella son unas letras que puedes poner en un contexto sonoro con ayuda de la psicología del lenguaje. Para ti soy como sexo telefónico, pero sin sexo y sin teléfono. O sea: sexo electrónico, pero sin sexo y sin imágenes para descargar. Y tú eres para mí puro juego, una agencia de reciclaje del coqueteo. Contigo puedo hacer lo que me falta: puedo vivir los primeros pasos de un acercamiento (sin necesidad de acercarme realmente). Pero ya somos una parejita en el segundo y tercer paso de un acercamiento que no puede acercarse. Deberíamos ir parando, me parece. Si no, estaremos cerca de quedar en ridículo. Ya no tenemos quince años..., bueno, sobre todo tú, desde luego. El caso es que ya no los tenemos, no hay remedio.
Te diré algo más, Leo. Durante esta semana de vacaciones familiares en la nieve, a veces fastidiosa, pero en conjunto fantástica, tranquila, armónica, divertida y por momentos hasta romántica, no pude dejar de pensar continuamente en ese desconocido oso gris llamado Leo Leike. Eso no está bien. Es enfermizo, ¿verdad?

¿No deberíamos dejarlo?, te pregunta,
Emmi

Extracto de "Contra el viento del norte" de Daniel Glattauer