jueves, 23 de agosto de 2012

Tercera tarea: navegar a oscuras

(...)

La mayor bendición que una madre puede dar a su hija es el sentido cierto de la veracidad de su propia intuición. La intuición se transmite de progenitor a hijo con la mayor sencillez posible: "Has juzgado muy bien. ¿Qué crees tú que hay detrás de todo eso?" Más que definir la intuición como una especie de imperfecta rareza irracional, podríamos definirla como la auténtica voz del alma. La intuición percibe el camino que hay que seguir para poder sacar el mayor provecho posible de una situación. Tiene instinto de conservación, capta los motivos y la intención subyacente y opta por aquello que causará la menor fragmentación posible en la psique.

(...)

¿Qué utilidad tiene esta intuición salvaje para las mujeres? Como el lobo, la intuición tiene garras que abren las cosas y las inmovilizan, tienen ojos que pueden ver a través de los escudos protectores de la persona y orejas que oyen más allá del alcance del oído humano. Con estas formidables herramientas psíquicas la mujer adquiere una astuta e incluso precognitiva conciencia animal  que intensifica su feminidad y agudiza su capacidad de moverse confiadamente en el mundo exterior.

(...)

¿Qué hay que darle de comer a la intuición para que esté debidamente alimentada y responda a nuestra petición de explorar lo que nos rodea? Se le da de comer vida... prestándole atención. ¿De qué sirve una voz sin un oído que la reciba? ¿De qué sirve una mujer en la selva de la megápolis o de la vida cotidiana si no puede oír y fiarse de la voz de La Que Sabe? 

(...)

A menudo la ruptura del vínculo entre la mujer y su intuición salvaje se interpreta erróneamente como una ruptura de la intuición. Pero no es así. No es la intuición la que se rompe sino más bien el don matrilineal de la intuición, la transmisión de la confianza intuitiva entre una mujer y todas las mujeres de su linaje que la han precedido, es este largo río de mujeres que se ha represado. Como consecuencia de ello, cabe la posibilidad de que la comprensión de la sabiduría intuitiva de una mujer se debilite, pero ésta se puede recuperar y volver a manifestar plenamente por medio del ejercicio.

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación").

martes, 21 de agosto de 2012

Segunda tarea: Dejar al descubierto la tosca sombra


(...) el oscuro material negativo —el que con tanto afán se dedica a destruir u obstaculizar la nueva vida también puede utilizarse en beneficio propio tal como veremos más adelante. Cuando estalla y nosotras identificamos finalmente sus aspectos y sus orígenes, adquirimos más fuerza y sabiduría.

En esta fase de la iniciación una mujer se siente acosada por las mezquinas exigencias de su psique que la exhortan a acceder a cualquier cosa que deseen los demás. Pero el cumplimiento de las exigencias ajenas da lugar a una terrible comprensión de la que todas las mujeres tienen que tomar nota. La comprensión de que el hecho de ser nosotras mismas hace que muchos nos destierren y de que el hecho de acceder a las exigencias de los demás hace que nos desterremos de nosotras mismas. La tensión es un tormento y se tiene que resistir, pero la elección está muy clara.

(...)


Nosotras también estamos pinzadas cuando la familia putativa que llevamos dentro o que nos rodea nos dice que no servimos para nada e insiste en que nos centremos en nuestros defectos en lugar de fijarnos en la crueldad que se arremolina a nuestro alrededor, tanto si ésta emana de nuestra psique como si emana de la cultura a la que pertenecemos. 

(...)


Es posible que, como Vasalisa, tratemos de ser amables en lugar de ser astutas, Es posible que nos hayan enseñado a apartar a un lado la aguda perspicacia para poder llevarnos bien con la gente. Sin embargo, la recompensa que recibimos a cambio de ser amables  en circunstancias opresivas consiste en una intensificación de los malos tratos. Aunque una mujer piense que el hecho de ser ella misma le granjeará la hostilidad de los demás, esta tensión psíquica es precisamente lo que necesita para poder desarrollar el alma y crear un cambio.

(...)


Tal como ocurre con el conflicto entre el hecho de someterse a los deseos de los demás y el de ser una misma, esta presión conduce a un buen final. La mujer que se debate entre ambas cosas va por buen camino, pero tiene que dar los pasos que todavía le quedan.

(...)


Las mujeres que tratan de ocultar sus más profundos sentimientos se están matando. El fuego se apaga. Es como una dolorosa forma de cese temporal de las funciones vitales. Pero, al mismo tiempo y quizá con una cierta crueldad, el hecho de que el fuego se apague ayuda a Vasalisa a salir de su sumisión. Y la induce a morir a su antigua vida y entrar temblando en una nueva vida basada en una clase más antigua y más sabia de conocimiento interior. 

Tomado  del Libro “Mujeres que corren con los Lobos” de Clarissa Pinkola Estés (“El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación”).





viernes, 17 de agosto de 2012

Primera tarea: dejar morir a la madre demasiado buena.

La detención del proceso de iniciación de una mujer puede producirse por distintas razones, por ejemplo, cuando ha habido demasiadas penalidades psicológicas en los comienzos de la propia vida, sobre todo si no ha habido una madre "suficientemente buena" en los primeros años. La iniciación también se puede estancar o quedar incompleta por no haber habido la suficiente tensión en la psique, pues la madre demasiado buena posee tanto vigor y resistencia como una mala hierba y sigue viviendo, echando hojas y protegiendo en exceso a su hija por más que el guión diga "Mutis". En esta situación, las mujeres suelen ser demasiado tímidas como para adentrarse en el bosque y se resisten todo lo que pueden. 

Tanto para ellas como para otras mujeres adultas a quienes los rigores de la vida han apartado y separado de sus vidas profundamente intuitivas y cuya queja suele ser "Estoy harta de cuidar de mí misma", existe un excelente y sabio remedio. La reafirmación, la recuperación de la pista o la reiniciación permitirá restablecer la intuición profunda cualquiera que sea la edad de la mujer. Esta intuición profunda es la que sabe lo que nos conviene y lo que necesitamos y lo sabe con la rapidez de un relámpago, siempre y cuando nosotras queramos anotar lo que ella nos dicte. 

La iniciación de Vasalisa empieza cuando ésta aprende a dejar morir lo que tiene que morir. Eso significa dejar morir los valores y las actitudes de la psique que ya no le son útiles. Hay que examinar con especial detenimiento aquellos férreos principios que hacen la vida demasiado cómoda, que protegen en exceso, que hacen que las mujeres caminen como si se escabulleran de algo en lugar de pisar con paso firme. 

El período durante el cual disminuye la "madre positiva" de la infancia —y desaparecen también sus actitudes— es siempre un período de intenso aprendizaje. Aunque existe un período de nuestras vidas durante el cual nos mantenemos cerca de la protectora madre psíquica tal como debe ser (por ejemplo, en nuestra infancia o durante la recuperación de una enfermedad o de un trauma psicológico o espiritual o cuando nuestras vidas corren peligro y el hecho de estarnos quietas es nuestra salvación) y aunque conservemos grandes reservas de su ayuda para la vida futura, llega también el momento en que hay que cambiar de madre, por así decirlo . 

Si permanecemos demasiado tiempo con la madre protectora en nuestra psique, no podremos enfrentarnos con los retos que se nos planteen y bloquearemos nuestro ulterior desarrollo. Con ello no quiero decir en modo alguno que una mujer se tenga que lanzar a situaciones ofensivas o dolorosas sino que tiene que fijarse en la vida un objetivo por el que esté dispuesta a correr riesgos. A través de este proceso se afilarán sus facultades intuitivas. 

Entre los lobos, cuando una madre loba amamanta a sus lobeznos, tanto ella como sus crías pasan mucho tiempo holgazaneando. Todos se echan los unos encima de los otros en un gran revoltijo; el mundo exterior y el mundo de los desafíos quedan muy lejos. Sin embargo, cuando la madre loba enseña finalmente a sus lobeznos a cazar y a rodear, suele mostrarles los dientes, los mordisquea, les exige que espabilen y los empuja si no hacen lo que ella les pide. 

Por consiguiente, es justo que, para que podamos proseguir nUestro desarrollo, cambiemos la solícita madre interior que nos era beneficiosa en nuestra infancia por otra clase de madre, una madre que habita en los más hondos desiertos psíquicos y es no sólo una escolta sino también una maestra, una madre afectuosa, pero también severa y exigente. 

La mayoría de nosotras no deja que muera la madre demasiado buena cuando llega el momento. Aunque esta madre demasiado buena no permita que afloren a la superficie nuestras más desbordantes energías nos resulta tan cómodo y agradable estar con ella que, ¿para qué dejarla? A menudo oímos unas voces mentales que nos animan a conservarla y a mantenernos a salvo. 

Estas voces dicen cosas tales como "Vamos, no digas eso", o "No puedes hacerlo" o "Está claro que no eres hija [amiga, compañera) mía si lo haces" o "Allí fuera hay muchos peligros" o "Quién sabe qué va a ser de ti si te empeñas en abandonar este cálido nido" o "Lo único que conseguirás será humillarte" o algo todavía más insidioso, "Haz como que corres riesgos, pero, en secreto, quédate aquí conmigo". Éstas son las voces de la asustada y un tanto irritada madre demasiado buena que anida en la psique. No lo puede remediar; es como es. Sin embargo, si permanecemos unidas demasiado tiempo a la madre demasiado buena, nuestra vida y nuestra capacidad de expresarnos se hundirán en las sombras y, en lugar de fortalecernos, nos debilitaremos.


Y algo todavía peor; ¿qué ocurre cuando alguien reprime una desbordante energía y no le permite vivir? Como una cazuela de gachas de avena en malas manos, aumenta, aumenta y aumenta de tamaño hasta que estalla y todo su delicioso contenido se derrama al suelo. Por consiguiente, hay que comprender que, para que la psique intuitiva se fortalezca, es necesario que la bondadosa y solícita protectora se retire. O quizá podríamos decir más propiamente que, al final, nos Sentimos obligadas a abandonar aquel cómodo y agradable tête—à—tête no porque nosotras lo hayamos planeado así y tampoco porque ya estemos completamente preparadas para ello —una nunca está completamente preparada—, sino 
porque algo nos espera en el lindero del bosque y nuestro destino es ir a su encuentro. 

Guillaume Apollinaire escribió: "Los llevamos al borde del abismo y les ordenamos que volaran. Ellos no se movieron. "¡Volad!", les dijimos. Pero ellos no se movieron. Los empujamos hacia el abismo. Y entonces volaron." 

Es frecuente que las mujeres teman dejar morir la vida demasiado cómoda y demasiado segura. A veces una mujer se ha recreado en la protección de la madre demasiado buena y desea seguir igual por tiempo indefinido. Pero seguramente está dispuesta a sentirse angustiada alguna vez, pues, de otro modo, se hubiera quedado en el nido. 

A veces, una mujer teme quedarse sin seguridad o sin certidumbre aunque sólo sea por muy breve tiempo. Tiene más pretextos que pelos tienen los perros. Pero es necesario que se lance y se mantenga firme sin saber lo que ocurrirá a continuación. Sólo así podrá recuperar su naturaleza instintiva. Otras veces la mujer se siente atada por el hecho de ser la madre demasiado buena para otros adultos que se han agarrado a sus tetas y no están dispuestos a permitir que ella los abandone. En este caso, la mujer tiene que propinarles una patada con la pata trasera y seguir su camino. 

Y puesto que, entre otras cosas, la psique soñadora compensa todo aquello que el ego no quiere o no puede reconocer, los sueños de una mujer durante esta lucha están llenos, en contrapartida, de persecuciones, callejones sin salida, coches que no se ponen en marcha, embarazos incompletos y otros símbolos que representan el estancamiento de la vida. En su fuero interno la mujer sabe que el hecho de ser demasiado dulce durante demasiado tiempo equivale a estar un poco muerta. 

Por consiguiente, el primer paso consiste en desprendernos del resplandeciente arquetipo de la siempre dulce y demasiado buena madre de la psique. Así pues, dejamos la teta y aprendemos a cazar. Una madre salvaje está esperando para enseñarnos. Pero, entretanto, la segunda tarea consiste en conservar la muñeca en nuestro poder hasta que hayamos aprendido cuáles son sus aplicaciones

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación")

jueves, 16 de agosto de 2012

Las 9 tareas de iniciación para recuperar la intuición

Primera tarea: Dejar morir a la madre demasiado buena.

Aceptar que la solícita madre psíquica perennemente vigilante y protectora no es adecuada como guía central de la propia vida instintiva futura. Emprender las tareas de actuar con autonomía y desarrollar la propia conciencia del peligro, la intriga y la política. Ponerse en guardia por sí misma y para sí misma. Dejar morir lo que tiene que morir. Cuando muere la madre demasiado buena, nace la nueva mujer.

Segunda tarea: Dejar al descubierto la tosca sombra.

Aprender de una manera todavía más consciente a soltar a la madre excesivamente positiva. Descubrir que el hecho de ser buena, dulce y amable no permite alcanzar la felicidad en la vida.  Experimentar directamente la oscuridad de la propia naturaleza, y concretamente los aspectos excluyentes, envidiosos y explotadores del yo . Reconocerlo de manera inequívoca. Establecer las mejores relaciones posibles con las peores partes de una misma. Permitir que crezca la tensión entre aquella que la mujer está aprendiendo a ser y la que realmente es. Y, finalmente, ir permitiendo que muera el viejo yo y nazca el nuevo yo intuitivo.

Tercera tarea: Navegar a oscuras.

Acceder a adentrarse en el lugar de la profunda iniciación  y empezar a experimentar el nuevo numen de la posesión de la capacidad intuitiva, percibido por la mujer como peligroso. Aprender a desarrollar la percepción del  misterioso inconsciente y confiar exclusivamente en los propios sentidos internos. Aprender el camino de regreso a la casa de la Madre Salvaje. Aprender a alimentar la intuición. Dejar que la frágil doncella ignorante se muera un poco más. Desplazar el poder a la intuición. 

Cuarta tarea: El enfrentamiento con la Bruja Salvaje.

Poder resistir la contemplación del rostro de la temible diosa salvaje sin temblar, es decir, poder enfrentarse con la imago* de la madre feroz. Familiarizarse con el arcano, lo extraño, la "otredad" de lo salvaje. Incorporar a nuestras vidas algunos de sus valores, convirtiéndonos con ello en unos seres un poco raros en el buen sentido. Aprender a enfrentarnos con un gran poder, con el de los demás y posteriormente con el nuestro.

* En psicoanálisis, la representación inconciente que preside la relación del sujeto con las cosas 
que lo rodean. 

Quinta tarea: El servicio a lo irracional.

Aclimatarse a los grandes poderes salvajes de la psique femenina. Comprender su poder (el propio poder) y el de las purificaciones interiores; limpiar, clasificar, dar de comer, construir energías e ideas. 

Sexta tarea: La separación entre esto y aquello.

Aprender a separar una cosa de la otra con el mejor criterio posible, aprender a establecer sutiles distinciones de juicio. Observar el poder del inconsciente y su funcionamiento incluso cuando el ego no es conciente de ello. Aprender algo más acerca de la vida y la muerte.

Séptima tarea: La indagación de los misterios.

Preguntar y tratar de aprender algo más acerca de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida y de sus funciones. Aprender la verdad acerca de la capacidad de comprender todos los elementos de la naturaleza salvaje ("saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona").

Octava tarea: Ponerse a gatas.

Asumir un inmenso poder para ver e influir en los demás. Contemplar las situaciones de la propia vida bajo esta nueva luz.

Novena tarea: La modificación de la sombra.


Utilizar la agudeza visual para identificar las sombras negativas de la propia psique y/o a los aspectos negativos de las personas y los acontecimientos del mundo exterior, y para reaccionar ante ellos. Modificar las sombras negativas de la propia psique . Ser una mujer que camina precedida por su poder.

Adaptado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación").




martes, 14 de agosto de 2012

El gran poder de la intuición

El gran poder de la intuición está formado por una vista interior, un oído interior, una percepción interior y una sabiduría interior tan veloces como un rayo. 

A lo largo de las generaciones, estas capacidades intuitivas se convirtieron en unas corrientes enterradas en el interior de las mujeres a causa del desuso y de una infundada mala fama. No obstante, Jung señaló una vez que en la psique jamás se pierde nada y yo creo que podemos tener la certeza de que las cosas que se han perdido en la psique siguen estando allí. Por consiguiente, este pozo de intuición femenina instintiva no se ha perdido y cualquier cosa que esté escondida se puede recuperar.

(...)


La iniciación se lleva a cabo cumpliendo unas tareas determinadas. En este cuento, la psique tiene que llevar a cabo nueve tareas. Dichas tareas se centran en el aprendizaje de algo relacionado con la manera de actuar de la Vieja Madre Salvaje. 

Por medio del cumplimiento de estas tareas, la intuición de una mujer — este sabio ser que acompaña a las mujeres dondequiera que vayan, examinando todas las cosas de su vida y comentando la verdad de todas ellas con infalible precisión— se vuelve a encajar en la psique de la mujer. El objetivo es una afectuosa y confiada relación con este ser al que hemos dado en llamar "la que sabe", la esencia del arquetipo de la Mujer Salvaje.


Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación")

Agonía Fuera del Muro

Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

Rosario Castellanos

Presencia

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido
Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,
De un dolor, de un recuerdo,
Desertará buscando el agua, la hoja,
La espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui (inextricable
De cóleras, traiciones, esperanzas,
Vislumbres repentinos, abandonos,
Hambres, gritos de miedo y desamparo
Y alegría fulgiendo en las tinieblas
Y palabras y amor y amor y amores)
Lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno
Recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
Dispersos, aventados al azar, no habrá uno
Al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
Amigo, antepasado,
No hay soledad, no hay muerte
Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vides
Permaneceremos todos.

Rosario Castellanos

Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es anima de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo del tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

Rosario Castellanos

lunes, 13 de agosto de 2012

Vasalisa

Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la 
vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo. 

La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco.
—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores.
—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija.
Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió
La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía. 

Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. 

Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las 
ratas entre los montones de basura por la noche. 

Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa. 

—Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja  Baba Yagá* y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá. 

Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas. 

Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra: 

—¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad? 

—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea. 

—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa. 

Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado. Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo: 

—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza. 

A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca. 

—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda? 

La muñeca le contestaba, "Sí", "No", "Por aquí" o "Por allá". Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca.
De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.

La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás. 

Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca 
y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño.
La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes. Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó: 

—¿Es ésta la casa que buscamos? 

Y la muñeca le contestó a su manera: 

—Sí, ésta es la casa que buscas. 

Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos: 

—¿Qué quieres? 

La niña se puso a temblar. 

—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá... necesito fuego. 

Baba Yagá le replicó: 

—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente... has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama? 

Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar: 

—Porque yo te lo pido. 

Baba Yagá ronroneó. 

—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta. 

Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta. 

Baba Yagá la amenazó: 

—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces  estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario... —Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—. De lo contrario, 
hija mía, morirás. 

Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó  a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno. En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa. 

—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín. 

Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. 

Y cayó de nuevo la noche. 

Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido. 

—¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo? 

La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir. 

A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo:

—Eres una niña muy afortunada. 

Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa. 

Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio. 

—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido? 

Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse. 

—¿Cómo voy a poder hacerlo? 

Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro: 

—No te preocupes, yo me encargaré de eso.

Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces  Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo: 

—Vete a dormir. Todo irá bien. 

Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal: 

—¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas. 

Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron. 

Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio. 

—¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá. 

—¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa. 

—Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona. 

Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco. 

—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día. 

—¿Y el hombre rojo del caballo rojo? 

—Ah, ése es mi Sol Naciente. 

—¿Y el hombre negro del caballo negro? 

—Ah, sí, el tercero es mi Noche. 

—Comprendo —dijo Vasalisa. 

—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? ——dijo la Yagá en tono zalamero. 

Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar: 

—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona. 

—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así? 

—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo. 

—¡¿La bendición?! —chilló Baba Yagá—. ¡¿La bendición has dicho?! En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—. Mira, hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más. Vete de aquí.

Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender su camino. Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca. 

Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo. 

Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque. El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora. 

Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro, éste siempre se les apagaba. 

Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas. 

* En ruso Baba Yaga, literalmente,  Mujer Hechicera. (N. de la T.) 

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación")

sábado, 11 de agosto de 2012

La Mujer Salvaje como contrapeso del Depredador de la Mente

Cuando recurrimos a la energía salvaje para compensar los efectos del depredador, ¿saben quién aparece de inmediato? La Mujer Salvaje se acerca salvando todas las vallas, los muros y los obstáculos que el depredador ha levantado. No es un icono que se cuelga en la pared como si fuera un retablo. Es un ser vivo que viene a nosotras en cualquier lugar y en cualquier situación. Ella y el depredador se conocen desde hace muchísimo tiempo. Ella lo persigue a través de los sueños, a través de los cuentos y los relatos y a través de la vida entera de las mujeres. Dondequiera que él esté está ella, pues es la que contrapesa sus depredaciones. 

La Mujer Salvaje enseña a las mujeres a no ser "amables" cuando tengan que proteger sus vidas emocionales. La naturaleza salvaje sabe que el hecho de actuar con "dulzura" en tales circunstancias sólo sirve para provocar la sonrisa del depredador. Cuando la vida emocional está amenazada, el hecho de trazar en serio una línea de contención es no sólo aceptable sino también preceptivo. Cuando la mujer así lo hace, su vida ya no puede sufrir intromisiones durante mucho tiempo, pues ella se da cuenta inmediatamente de lo que ocurre y puede empujar de nuevo al depredador al lugar que le corresponde. Ya no es ingenua. Ya no es un blanco ni un objetivo. Y ésta es la medicina que da lugar a que la llave —la llave pequeñita con los adornos encima— deje finalmente de sangrar.

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación")

Practicar la escucha de la propia intuición

Psíquicamente es difícil establecer a primera vista la diferencia entre las no iniciadas que todavía son jóvenes y, por consiguiente, ingenuas, y las mujeres cuyo instinto ha sido dañado. Ni unas ni otras saben gran cosa acerca del oscuro depredador y, por este motivo, todas siguen siendo crédulas. Pero, afortunadamente para nosotras, cuando el elemento depredador de la psique de una mujer se pone en marcha, deja en sus sueños las inconfundibles huellas de su paso. Y dichas huellas conducen finalmente a su descubrimiento, captura y contención. 


La cura, tanto para la mujer ingenua como para aquella cuyo instinto ha sido lesionado, es la misma: Practicar la escucha de la propia intuición, de la propia voz interior; hacer preguntas; sentir curiosidad; ver lo que se tenga que ver; oír lo que se tenga que oír; y actuar después de acuerdo con aquello que una sabe que es verdad. El alma recibe al nacer las facultades intuitivas. Es posible que éstas estén cubiertas por años y años de cenizas y excrementos, pero no es el fin del mundo, pues todo eso se puede limpia r. Frotando, rascando y practicando, la capacidad de percepción puede recuperar su estado inicial. 


Si conseguimos sacar esta capacidad de las sombras de la psique, si ya no seremos unas simples víctimas de las circunstancias internas o externas. Cualquiera que sea la manera en que la cultura, la personalidad, la psique u otro elemento exija que se vistan y se comporten las mujeres, por mucho que los demás quieran mantener a las mujeres amordazadas y vigiladas por diez adormiladas dueñas o carabinas, cualesquiera que sean las presiones con que se pretenda reprimir la vida emocional de una mujer, nada podrá impedir que la mujer sea lo que es, que eso sea el resultado del inconsciente salvaje y que se trate de algo muy pero que muy bueno.

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación")

viernes, 10 de agosto de 2012

El hombre oscuro de los sueños de las mujeres

El depredador natural de la psique no sólo está presente en los cuentos de hadas sino también en la psique. Existe entre las mujeres un sueño de iniciación universal tan frecuente que rara es la mujer que a )os veinticinco años no lo ha tenido. El sueño suele dar lugar a que las mujeres se despierten de golpe, ansiosas y angustiadas.

El esquema del sueño es el siguiente: La mujer está sola, a menudo en su casa. En la oscuridad del exterior hay uno o más merodeadores. Muerta de miedo, la mujer marca 7 el número de emergencia de la policía para pedir ayuda. De repente, se da cuenta de que el merodeador está con ella en la casa, muy cerca de ella, incluso le parece percibir su aliento... a lo mejor, hasta llega a tocarla... y ella no puede marcar el número. La mujer se despierta de golpe, respirando afanosamente y con el corazón latiendo en su pecho como un tambor. 

El sueño acerca del hombre oscuro posee un aspecto marcadamente físico. El sueño se acompaña a menudo de sudoración, forcejeos, respiración afanosa, aceleración de los latidos del corazón y, a menudo, gritos y gemidos de terror. Podríamos decir que el causante del sueño ha transmitido sutiles mensajes a la mujer y ahora le envía imágenes que hacen estremecer su sistema nervioso autónomo para que comprenda la urgencia del asunto. 

El/los antagonista(s) de este sueño del "hombre oscuro" suelen ser, en palabras de las propias mujeres, "terroristas, violadores, malhechores, nazis de campos de concentración, merodeadores, asesinos, criminales, gente rara, hombres malos, ladrones". La interpretación del sueño tiene varios niveles según las circunstancias vitales y los dramas interiores de la mujer.

Por ejemplo, este sueño es a menudo un indicador fidedigno de que la conciencia de una mujer, tal como suele ocurrir en el caso de Una mujer muy joven, está empezando a percatarse de la existencia del depredador psíquico. En otros casos el sueño es un heraldo; la mujer acaba de descubrir o está a punto de descubrir una olvidada función de su psique que la tenía atrapada y de la que puede empezar a liberarse. En otras circunstancias el sueño puede referirse a una situación cada vez más intolerable de la cultura que rodea la vida personal de la soñadora, en la que ésta se ve obligada a luchar o bien a huir. 

El hombre oscuro de los sueños de las mujeres aparece cuando es inminente una iniciación, es decir, un cambio psíquico desde un nivel de conocimiento y comportamiento a otro nivel más maduro y enérgico de conocimiento y acción. El sueño lo tienen las todavía no iniciadas y las que ya son veteranas de varios ritos de paso, pues siempre hay nuevas iniciaciones. Por vieja que sea una mujer y por muchos años que transcurran, siempre la esperan edades, fases y "primeras veces". En eso consiste la iniciación: en la creación de un arco que una mujer tiene que cruzar para pasar a una nueva modalidad de conocimiento y existencia.

Los sueños son portales, preparaciones y prácticas para la siguiente fase de la conciencia, la del "día siguiente" del proceso de individuación. Por consiguiente, la mujer puede tener el sueño del depredador cuando sus circunstancias psíquicas son demasiado quiescentes o complacientes. Podríamos decir que el sueño se produce para provocar en la psique una tormenta que permita llevar a cabo una tarea un poco más enérgica. Pero un sueño de este tipo también puede significar que la vida de la mujer tiene que cambiar, que la mujer está atascada y no sabe qué hacer en presencia de una elección difícil, que se muestra reacia a dar el siguiente paso o a tomarse una molestia, que se arredra ante la necesidad de luchar para arrancarle su poder al depredador, que no está acostumbrada a ser/actuar /esforzarse a tope y en toda la medida de su capacidad. 

Los sueños acerca del hombre oscuro son también unas advertencias. Dicen: ¡Presta atención! Ha ocurrido algo muy grave en el mundo exterior, en la vida personal o en la cultura colectiva exterior.

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación")

El conjuro de la naturaleza combativa

Una mujer tiene que practicar la llamada o el conjuro de su naturaleza combativa, de los atributos del torbellino o la polvareda. El símbolo del torbellino representa una fuerza central de determinación que, cuando se concentra en lugar de desperdigarse, otorga una tremenda energía a la mujer. Con esta resuelta actitud, la mujer no perderá la conciencia ni será enterrada junto con lo demás. Resolverá de una vez por todas la matanza interior femenina, su pérdida de libido y su pérdida de pasión por la vida. 

(...)

Cuando las mujeres emergen de nuevo a la superficie liberadas de su arrastran consigo y hacia sí mismas algo inexplorado. En este caso, la mujer, que ahora es más sabia y juiciosa, echa mano de una energía interior masculina. En la psicología junguiana, este elemento se denomina  animus, un elemento de la psique femenina parcialmente mortal, parcialmente instintivo y parcialmente cultural que se presenta en los cuentos de hadas y en los símbolos oníricos bajo la apariencia de su hijo, su marido, un extraño y/o un amante, que a veces reviste un carácter amenazador según las circunstancias psíquicas del momento. 

Esta figura psíquica posee un valor especial, pues tiene unas cualidades que están tradicionalmente excluidas en las mujeres, siendo la agresión una de las más habituales.

(...)

Cuanto más fuerte y más integralmente extenso sea el animus (lo podemos considerar un puente), tanto mayores serán la capacidad, la facilidad y el estilo con que la mujer manifestará de manera concreta sus ideas y su labor creativa en el mundo exterior. Una mujer con un animus poco desarrollado tiene muchas ideas y pensamientos, pero es incapaz de manifestarlos en el mundo exterior. Siempre se queda a un paso de la organización o puesta en práctica de sus maravillosas imágenes.

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación")


miércoles, 8 de agosto de 2012

La tarea más profunda suele ser la más oscura

Una mujer cuya alma se muere de hambre puede sufrir hasta el extremo de no poderlo resistir. Puesto que tienen la necesidad sentimental de expresarse a su propia manera sentimental, las mujeres tienen que desarrollarse y florecer de una forma que a ellas les resulte sensata y sin molestas interferencias ajenas. En este sentido, la llave ensangrentada podría interpretarse también como la representación del linaje femenino de la mujer, de las ascendientes que la han precedido. ¿Quién de nosotras no conoce por lo menos a una familiar suya que perdió el instinto de tomar buenas decisiones y, debido a ello, se vio obligada a vivir una vida marginal o algo peor? Puede que esta mujer sea usted misma. 

Una de las cuestiones menos debatidas de la individuación es la de que, cuando una mujer arroja toda la luz que puede sobre la oscuridad de la psique, las sombras, allí donde no alcanza la luz, se intensifican todavía más. Por consiguiente, cuando iluminamos una parte de la psique, se produce una intensificación de la oscuridad con la que necesariamente tenemos que enfrentarnos, pues no podemos pasarla por alto. La llave, es decir, las preguntas, no se pueden ocultar ni olvidar. Se tienen que formular. Se tienen que responder. 

La tarea más profunda suele ser la más oscura. Una mujer valiente y juiciosa procurará cultivar la peor tierra de su psique, pues, si sólo cultiva la mejor, obtendrá a cambio el peor panorama de lo que ella es. La mujer valiente no teme investigar lo peor. Ello garantizará un incremento del poder de su alma a través de las percepciones y oportunidades de examinar de nuevo la propia vida y el propio yo. 

En esta clase de explotación agraria de su psique resplandece la Mujer Salvaje. No teme la oscuridad más oscura, pues de hecho puede ver en la oscuridad. No teme los despojos, los desechos, la putrefacción, el hedor, la sangre, los huesos fríos, las muchachas moribundas ni los esposos asesinos. Puede verlo todo, puede resistirlo todo y puede ayudar.

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación") 

El novio animal

Una mujer puede tratar de ocultar las devastaciones de su vida, pero la pérdida de sangre, es decir, de su energía vital, no cesará hasta que identifique la verdadera condición del depredador y la reprima. 

Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. Y descubren también unos pensamientos, sentimientos y deseos exánimes que antaño eran atrayentes Y prometedores, pero ahora están exangües. Tanto si estas esperanzas y estos sueños se refieren a un deseo de relación como si se refieren a un deseo de logros, de éxitos o de posesión de una obra de arte, cuando alguien hace este horrible descubrimiento en su psique, podemos tener la certeza de que el depredador natural, a menudo simbolizado en los sueños como un novio animal, se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer. 

(...)


Este no ver, este no comprender y no percibir que nuestros deseos interiores no concuerdan con nuestras acciones exteriores es la huella que deja el novio animal. La presencia de este factor en la psique explica por qué razón las mujeres que dicen desear una relación hacen todo lo posible por sabotearla. Ésta es la razón de que las mujeres que se fijan unos objetivos aquí, allí o donde sea en tal o cual momento jamás cubren ni siquiera la primera etapa del viaje o lo abandonan al primer obstáculo. Ésta es la razón de que todas las dilaciones que dan lugar a un aborrecimiento tan grande de sí mismas, todos los sentimientos de vergüenza que tanto se enconan debido a la represión de que han sido objeto, todos los nuevos comienzos que tan necesarios resultan y todos los objetivos que hace tiempo hubieran tenido que alcanzarse jamás lleguen a feliz término. Siempre que acecha y actúa el depredador, todo descarrila, se derrumba y se decapita.

(...)

Se trata de un poderoso proceso arquetípico de la psique femenina. La mujer posee una percepción suficiente y, aunque al principio accede a casarse con el depredador natural de la psique, al final consigue librarse de él, pues ve la verdad que se encierra en todo aquello y es capaz de afrontarla conscientemente y tomar medidas para resolver la cuestión. 

Y ahora viene el siguiente paso todavía más difícil, el de poder soportar lo que se ve, es decir, la propia autodestrucción y condición de muerta.

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación") 

martes, 7 de agosto de 2012

Revelaciones

En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
el deseo de morir es rey.

Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.


Alejandra Pizarnik

sábado, 4 de agosto de 2012

El cuento de "Barba Azul" y el comienzo de la iniciación


Muchas mujeres han vivido literalmente el cuento de Barba Azul. Se casan cuando todavía son ingenuas a propósito de su depredador y eligen a alguien que destruye sus vidas, pues creen que podrán "curar" a aquella persona con su amor. En cierto modo, "juegan con una casa de muñecas". Es como si se hubieran pasado mucho tiempo diciendo: "Su barba no es muy azul."

Con el tiempo, la mujer que se ha dejado atrapar de esta manera se dará cuenta de que sus esperanzas de una vida digna para ella y sus hijos son cada vez más escasas. Cabe esperar que, al final, abra la puerta de la habitación que encierra toda la destrucción de su vida. Aunque el que destruya y deshonre su vida sea el compañero afectivo de la mujer, el depredador innato que lleva en su psique está de acuerdo con él. Mientras se obligue a la mujer a creer que está desvalida y/o se la adiestre a no percibir conscientemente lo que ella sabe que es cierto, las dotes y los impulsos femeninos de su psique seguirán siendo exterminados.


Cuando el espíritu juvenil se casa con el depredador, la mujer es apresada o reprimida en una época de su vida inicialmente destinada al desarrollo. En lugar de vivir libremente, la mujer empieza a vivir de una manera falsa. La falaz promesa del depredador es la de que la mujer se convertirá en cierto modo en una reina, siendo así que, en realidad, se está planeando su asesinato. Existe un medio de salir de todo eso, pero hay que tener una llave.


Clarissa Pinkola Estés, “Mujeres que corren con los lobos” (“La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación”) 


Barba Azul


Hay un trozo de barba que se conserva en el convento de las monjas blancas de las lejanas montañas. Nadie sabe cómo llegó al convento. Algunos dicen que fueron las monjas que enterraron lo que quedaba de su cuerpo, pues nadie más quería tocarlo. La razón de que las monjas conservaran semejante reliquia se desconoce, pero se trata de un hecho cierto. La amiga de mi amiga la ha visto con sus propios ojos. Dice que la barba es de color azul, añil para ser más exactos. Es tan azul como el oscuro hielo del lago, tan azul como la sombra de un agujero de noche. La barba la llevaba hace tiempo uno que, según dicen, era un mago frustrado, un gigante muy aficionado a las mujeres, un hombre llamado Barba Azul. 


Dicen que cortejó a tres hermanas al mismo tiempo. Pero a ellas les daba miedo su extraña barba de tono azulado y se escondían cuando iba a verlas. En un intento de convencerlas de su amabilidad, las invitó a dar un paseo por el bosque. Se presentó con unos caballos adornados con cascabeles y cintas carmesí. Sentó a las hermanas y a su madre en las sillas de los caballos y los cinco se alejaron a medio galope hacia el bosque. Pasaron un día maravilloso cabalgando mientras los perros que los acompañaban corrían a su lado y por delante de ellos. Más tarde se detuvieron bajo un árbol gigantesco y Barba Azul deleitó a sus invitadas con unas historias deliciosas y las obsequió con manjares exquisitos. 


Las hermanas empezaron a pensar "Bueno, a lo mejor, este Barba Azul no es tan malo como parece". 


Regresaron a casa comentando animadamente lo interesante que había sido la jornada y lo bien que se lo habían pasado. Sin embargo, las sospechas y los temores de las dos hermanas mayores no se disiparon, por lo que éstas decidieron no volver a ver a Barba Azul. En cambio, la hermana menor pensó que un hombre tan encantador no podía ser malo. Cuanto más trataba de convencerse, tanto menos horrible te parecía aquel hombre y tanto menos azul le parecía su barba. 


Por consiguiente, cuando Barba Azul pidió su mano, ella aceptó. Pensó mucho en la proposición y le pareció que se iba a casar con un hombre muy elegante. Así pues, se casaron y se fueron, al castillo que el marido tenía en el bosque. 


Un día él le dijo: 


—Tengo que ausentarme durante algún tiempo. Si quieres, invita a tu familia a venir aquí. Puedes cabalgar por el bosque, ordenar a los cocineros que preparen un festín, puedes hacer lo que te apetezca y todo lo que desee tu corazón.  Es más, aquí tienes mi llavero. Puedes abrir todas las puertas que quieras, las de las despensas, las de los cuartos del dinero, cualquier puerta del castillo, pero no 
utilices la llavecita que tiene estos adornos encima. 


La esposa contestó: 


—Me parece muy bien, haré lo que tú me pides. Vete tranquilo, mi querido esposo, y no tardes en regresar. 
Así pues, él se fue y ella se quedó. 


Sus hermanas fueron a visitarla y, como cualquier persona en su lugar, tuvieron curiosidad por saber qué quería el amo que se hiciera en su ausencia. La joven esposa se lo dijo alegremente. 


—Dice que podemos hacer lo que queramos y entrar en cualquier estancia que deseemos menos en una. Pero no sé cuál es. Tengo una llave, pero no sé a qué puerta corresponde. 


Las hermanas decidieron convertir en un juego la tarea de descubrir a qué puerta correspondía la llave. El castillo tenía tres pisos de altura con cien puertas en cada ala y, como había muchas llaves en el llavero, las hermanas fueron de puerta en puerta y se divirtieron muchísimo abriendo las puertas. Detrás de una puerta estaban las despensas de la cocina; detrás de otra, los cuartos donde se guardaba el dinero. Había toda suerte de riquezas y todo les parecía cada vez más Prodigioso. Al final, tras haber visto tantas maravillas, llegaron al sótano y, al fondo de un pasillo, se encontraron con una pared desnuda. 


Estudiaron desconcertadas la última llave, la de los adornos encima. 


—A lo mejor, esta llave no encaja en ningún sitio. 


Mientras lo decían, oyeron un extraño ruido... "errrrrrrrr". Asomaron la cabeza por la esquina y, ¡oh, prodigio!, vieron una puertecita que se estaba cerrando. Cuando trataron de volver abrirla, descubrieron que estaba firmemente cerrada con llave. Una de las hermanas gritó: 


—¡Hermana, hermana, trae la llave! Ésta debe de ser la puerta de la misteriosa llavecita. Sin pensarlo, una de las hermanas introdujo la llave en la cerradura y la hizo girar. La cerradura chirrió y la puerta se abrió, pero dentro estaba todo tan oscuro que no se veía nada. 


—Hermana, hermana, trae una vela. Encendieron una vela, contemplaron el interior de la estancia y las tres lanzaron un grito al unísono, pues dentro había un lodazal de sangre, por el suelo estaban diseminados los ennegrecidos huesos de unos cadáveres y en los rincones se veían unas calaveras amontonadas cual si fueran pirámides de manzanas. 


Volvieron a cerrar la puerta de golpe, sacaron la llave de la cerradura y se apoyaron la una contra la otra, jadeando y respirando afanosamente. ¡Dios mío! ¡Dios mío! 


La esposa contempló la llave y vio que estaba manchada de sangre. Horrorizada, intentó limpiarla con la falda de su vestido, pero la sangre no se iba. 


—¡Oh, no! —gritó. 


Cada una de sus hermanas tomó la llavecita y trató de limpiarla, pero no lo consiguió. 


La esposa se guardó la llavecita en el bolsillo y corrió a la cocina. Al llegar allí, vio que su vestido blanco estaba manchado de rojo desde el bolsillo hasta el dobladillo, pues la llave estaba llorando lentamente gotas de sangre de color rojo oscuro. 


—Rápido, dame un poco de crin de caballo —le ordenó a la cocinera. 


Frotó la llave, pero ésta no dejaba de sangrar. De la llavecita brotaban gotas y más gotas de pura sangre roja. 


La sacó fuera, la cubrió con ceniza de la cocina y la frotó enérgicamente. La acercó al calor para chamuscarla. La cubrió con telarañas para restañar la sangre, pero nada podía impedir aquel llanto. 


—¿Qué voy a hacer? —gritó entre sollozos—. Ya lo sé. Esconderé la llavecita. La esconderé en el armarlo de la ropa. Cerraré la puerta. Esto es una pesadilla. Todo se arreglará. 


Y eso fue lo que hizo. 


El esposo regresó justo a la mañana siguiente, entró en el castillo y llamó a la esposa. 


—¿Y bien? ¿Qué tal ha ido todo en mi ausencia? 


—Ha ido todo muy bien, mi señor. 


—¿Cómo están mis despensas? —preguntó el esposo con voz de trueno. 


—Muy bien, mi señor. 


—¿Y los cuartos del dinero? —rugió el esposo. 


—Los cuartos del dinero están muy bien, mi señor. 


—O sea que todo está bien, ¿no es cierto, esposa mía?


—Sí, todo está bien. 


—En tal caso —dijo el esposo en voz baja—, será mejor que me devuelvas las llaves. —Le bastó un solo vistazo para darse cuenta de que faltaba una llave—. ¿Dónde está la llave más pequeña? 


—La... la he perdido. Sí, la he perdido. Salí a pasear a caballo, se me cayó el llavero y debí de perder una llave. 


—¿Qué hiciste con ella, mujer? 


—No... no... me acuerdo. 


—¡No me mientas! ¡Dime qué hiciste con la llave! —El esposo le acercó una mano al rostro como si quisiera acariciarle la mejilla, pero, en su lugar, la agarró por el cabello—. ¡Esposa infiel! —gritó, arrojándola al suelo—. Has estado en la habitación, ¿verdad? 


Abrió el armarlo ropero y vio que de la llavecita colocada en el estante superior había manado sangre roja que manchaba todos los preciosos vestidos de seda que estaban colgados debajo. 


—Pues ahora te toca a ti, señora mía —gritó, y llevándola a rastras por el pasillo bajó con ella al sótano hasta llegar a la terrible puerta. Barba Azul se limitó a mirar la puerta con sus fieros ojos y ésta se abrió. 


Allí estaban los esqueletos de todas sus anteriores esposas. 


—¡¡¡Ahora!!! —bramó. 


Pero ella se agarró al marco de la puerta y le suplicó: 


—¡Por favor! Te ruego que me permitas serenarme y prepararme para mi muerte. Dame un cuarto de hora antes de quitarme la vida para que pueda quedar en paz con Dios. 


—Muy bien —rezongó el esposo—, te doy un cuarto de hora, pero procura estar preparada. 


La esposa corrió a su cámara del piso de arriba y pidió a sus hermanas que salieran a lo alto de las murallas del castillo. Después se arrodilló para rezar, pero, en su lugar, llamó a sus hermanas. 


—¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos? 


—No vemos nada en la vasta llanura. 


A cada momento preguntaba: 


—¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos? 


—Vemos un torbellino, puede que sea una polvareda. 


Entretanto, Barba Azul ordenó a gritos a su mujer que bajara al sótano para decapitarla. 


Ella volvió a preguntar: 


—¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?

Barba Azul volvió a llamar a gritos a su mujer y empezó a subir ruidosamente los peldaños de piedra. 


Las hermanas contestaron: 


—¡Sí, los vemos! Nuestros hermanos están aquí y acaban de entrar en el castillo. 


Barba Azul avanzó por el pasillo en dirección a la cámara de su esposa. 


—Vengo a buscarte —rugió. 


Sus pisadas eran muy fuertes, tanto que las piedras del pasillo se desprendieron y la arena de la argamasa cayó al suelo. Mientras Barba Azul entraba pesadamente en la estancia con las manos extendidas para agarrarla, los hermanos penetraron al galope en el castillo e irrumpieron en la estancia. Desde allí obligaron a Barba Azul a salir al parapeto, se acercaron a él con las espadas desenvainadas, empezaron a dar tajos a diestro y siniestro, lo derribaron al suelo y, al final, lo mataron, derribaron al suelo y, al final, lo mataron dejando su sangre y sus despojos para los buitres. 


Clarissa Pinkola Estés, “Mujeres que corren con los lobos” (“La persecución del intruso: El comienzo de la iniciación”)