domingo, 23 de noviembre de 2014

" El ser humano es una obscenidad. Preferiría ser música antes que un amasijo de tubos que exprimen y transportan semisólidos por todo su interior durante unas pocas décadas antes de deteriorarse tanto que dejan de funcionar por completo."

Hotel Memling, Brujas,
cuatro y cuarto de la mañana del 12-XII-1931

Sixsmith:

A las 5.00 de la mañana me pegaré un tiro con la Luger de V. A. ¡Pero te he visto, mi queridísimo amigo! ¡Me llega al alma que te preocupes tanto por mí! Fue ayer, en el campanario, al ponerse el sol. No me viste tú primero de puro milagro. Había llegado al último tramo de la escalera cuando vi a un hombre de perfil apoyado en la baranda, mirando al mar; reconocí esa gabardina tuya tan elegantona y el sombrero de siempre, el único que tienes. Otro peldaño y me habrías pescado agazapándome en las sombras. Echaste a andar hacia el lado norte; si llegas a girar en mi dirección, me pillas. Te esperé lo máximo que me atreví —¿un minuto?— antes de darme la vuelta y bajar corriendo a tierra. No te enfades. Gracias para siempre por venir a buscarme. ¿Has venido en el Kentish Queen?
Ahora no tiene sentido ponerse a hacer preguntas, ¿no te parece?
En realidad no fue pura chiripa que yo te viera primero. El mundo es un teatro de sombras chinescas, una ópera, y estas cosas figuran con mayúsculas en el libreto. No te enfades con mi personaje. Por más que te lo explicase, no lo entenderías. Eres un físico excelente, tu amigo Rutherford y compañía te auguran un futuro brillante y seguro que no les falta razón. Pero en algunos aspectos fundamentales eres un zoquete. Los sanos no pueden entender a los vacíos, a los destrozados. Tú te pondrías a enumerar las razones para seguir viviendo, pero yo me dejé la lista en Victoria Station a comienzos del verano pasado. El motivo por el que bajé corriendo del mirador fue que no quiero que te culpes de no haber sido capaz de disuadirme. Puede que aun así te culpes, pero no lo hagas, Sixsmith, no seas idiota.
Asimismo, espero que no te quedases muy decepcionado al descubrir que me había largado de Le Royal. La visita del señor Verplancke llegó a oídos del director, que se vio obligado a pedirme que me fuese, me explicó, debido a las numerosas reservas. Mentira podrida, pero acepté la hoja de parra. Frobisher el Canalla quería armar un tiberio, pero Frobisher el Compositor quería paz y tranquilidad para terminar el sexteto. Pagué hasta el último céntimo —adiós al dinero de Jansch— e hice la maleta. Deambulé por callejones tortuosos y crucé canales helados hasta encontrar este caravasar que parece abandonado. La recepción es un recoveco bajo las escaleras donde casi nunca hay nadie. El único ornamento de mi habitación es un Caballero que ríe demasiado feo para robarlo y venderlo. Desde la mugrienta ventana se ve el mismo molino en ruinas en cuyos escalones me eché una siestecita la mañana de mi llegada a Brujas. El mismo. Qué te parece. Andamos en círculos.
Sabía que nunca llegaría a los veinticinco. Por una vez soy puntual. Los locos de amor, los que piden ayuda a gritos, todos esos dramaturgos melodramáticos y sensibleros que tan mala fama han dado al suicidio, son unos idiotas que lo hacen todo a matacaballo, como directores de orquesta aficionados. Un verdadero suicidio consiste en una certidumbre medida y disciplinada. La gente pontifica: «Es un acto egoísta». Los clérigos profesionales como Páter van un paso más allá y lo califican de ataque cobarde a los vivos. Los necios esgrimen ese argumento engañoso por varias razones: para evadir el dedo acusador; para impresionar al personal con la fuerza de su carácter; para dar rienda suelta a la ira; o simplemente simplemente porque no han sufrido lo bastante como para entenderlo. La cobardía no tiene nada que ver; de hecho, hace falta bastante coraje para suicidarse. Los japoneses lo saben ver muy bien. No, lo que de verdad es egoísta es pedirle a otro que soporte una existencia intolerable sólo para evitarles a parientes, amigos y enemigos un poco de examen de conciencia. El verdadero egoísmo consiste en amargarles el día a los demás ofreciéndoles un espectáculo grotesco. Así que voy a hacerme un grueso turbante con varias toallas para que amortigüe el disparo y absorba la sangre, y me voy a meter en la bañera para no manchar las alfombras. Anoche dejé una carta debajo de la puerta del despacho del director —la encontrará mañana a las ocho— informándole de mi cambio de estatus existencial, así que con un poco de suerte una camarera inocente se ahorrará una desagradable sorpresa. Para que veas que sí pienso en los humildes.
No dejes que nadie diga que me he matado por un desengaño amoroso, Sixsmith, sería demasiado ridículo. Me encapriché fugazmente de Eva Crommelynck, pero en el fondo los dos sabemos cuál ha sido el verdadero amor de mi vida.
Además de esta carta y del resto del libro de Ewing, he dejado dicho en Le Royal que te entreguen una carpeta con todas mis partituras. Usa el dinero de Jansch para costear la publicación y manda una copia a todas las personas de la lista adjunta. Hagas lo que hagas, no dejes que mi familia le eche el guante a los originales. Páter suspirará y dirá: «No es la Heroica precisamente», y la meterá en un cajón; pero es una obra incomparable. Ecos de la Misa blanca de Scriabin, huellas perdidas de Stravinski, cromatismos del Debussy más lunar, pero la verdad es que no sé de dónde procede. Un sueño a pleno día. Jamás escribiré nada que valga la centésima parte. Ojalá pecase de inmodesto, pero no es el caso. El sexteto del Atlas de las nubes engloba mi vida, es mi vida, ahora soy un cohete consumido; pero al menos he sido un cohete.
El ser humano es una obscenidad. Preferiría ser música antes que un amasijo de tubos que exprimen y transportan semisólidos por todo su interior durante unas pocas décadas antes de deteriorarse tanto que dejan de funcionar por completo.
Aquí está la Luger. Falta media hora. Estoy algo asustado, obviamente, pero más fuerte que el miedo es el amor que siento por esta coda. Un escalofrío eléctrico ante el hecho de que, como Adrian, sé que estoy a punto a morir. El orgullo de llegar hasta el final. Certezas. Cuando te despojas de las creencias que te endilgan las institutrices, los colegios y los Estados, descubres dentro de ti verdades indelebles. Roma entrará en decadencia y volverá a caer, Cortés se hará de nuevo a la mar y después Ewing también, Adrian volverá a saltar en pedazos, tú y yo volveremos a dormir juntos bajo las estrellas corsas, regresaré a Brujas, de nuevo me enamoraré y me desenamoraré de Eva, tú leerás otra vez esta carta y el sol volverá a apagarse. Un disco en el gramófono de Nietzsche. Cuando termine, el Viejo lo pondrá una vez más, y así una eternidad de eternidades.
El tiempo no consigue penetrar en este periodo sabático. No duramos mucho muertos. Una vez que la Luger me deje partir, mi nuevo nacimiento caerá sobre mí en un abrir y cerrar de ojos. Dentro de trece años volveremos a conocernos en Gresham, diez años después estaré en esta misma habitación, empuñando la misma pistola, escribiendo esta misma carta, una decisión tan consumada como mi sexteto de mil cabezas. Estas certezas elegantes me reconfortan.

Sunt lacrimae rerum.
R.F.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

jueves, 20 de noviembre de 2014

" Porque un hombre como yo no tiene nada que ver con esta sustancia, «la belleza», y, sin embargo, hela aquí, en las cámaras herméticas de mi corazón. "

Zedelghem,
29-X-1931

Sixsmith:

Eva. Porque su nombre es sinónimo de tentación: ¿qué puede tocar más de cerca la esencia de un hombre? Porque el alma le flota en los ojos. Porque sueño con deslizarme entre pliegues de terciopelo hasta llegar a su habitación, donde consigo entrar, y le tarareo una melodía tan... tan dulce que viene a mí y planta sus pies descalzos en los míos, con la oreja pegada a mi corazón, y bailamos como marionetas. Después de ese beso, me dice: «Vous embrassez comme un poisson rouge!», y entre espejos iluminados por la luna nos enamoramos de nuestra juventud y nuestra belleza. Porque me he pasado la vida aguantando a mujeres idiotas y sofisticadas que se empeñaban en entenderme, en curarme, pero Eva sabe que soy terra incognita, y me explora sin prisa, como hacías tú. Porque es delgada como un niño. Porque huele a almendras, a hierba del prado. Porque si me sonrío de que quiera ser egiptóloga me da una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Porque me hace pensar en algo más que en mí mismo. Porque resplandece aun cuando está seria. Porque le gustan más los diarios de viaje que Walter Scott, prefiere a Billy Mayerl antes que a Mozart y no distingue un do mayor de un sargento mayor. Porque yo, sólo yo, veo su sonrisa una milésima antes de que le llegue a la cara. Porque el emperador Robert no es un buen hombre —su mejor parte es prisionera de la música inédita que lleva dentro— pero así y todo me dedica esa sonrisa única. Porque oímos a los chotacabras. Porque su risa le brota de un agujero en lo alto de la cabeza y riega la mañana entera. Porque un hombre como yo no tiene nada que ver con esta sustancia, «la belleza», y, sin embargo, hela aquí, en las cámaras herméticas de mi corazón.

Tuyo,
R.F.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell