miércoles, 31 de octubre de 2012

Supervivencia

El hecho más notable de la supervivencia es la continuidad del propio yo que se revela en la adversidad, no la discontinuidad: en efecto, la preservación del propio yo es una manera de medir la supervivencia.

"Su dolor y el nuestro.El perverso ideal de autosuficiencia de Paul Ryan" de León Wieseltier . Revista Letras Libres, edición noviembre 2012.

sábado, 20 de octubre de 2012

La Loba

A la memoria de mi desdichada amiga J.C.P. 
porque éste fue su verbo.


          Yo soy como la loba. 
          Quebré con el rebaño
          Y me fui a la montaña
          Fatigada del llano. 

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
Que no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza. 

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral). 

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
No temáis a la loba, ella no os hará daño. 
Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;
Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!

Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta
De ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño escozor...

Id si acaso podéis frente a frente a la loba
Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en la brecha. 

Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano. 

La que pueda seguirme que se venga conmigo. 
Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal. 

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!
Aquello que me llame más pronto a la pelea. 
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor. 

          Yo soy como la loba,
          Quebré con el rebaño
          Y me fui a la montaña
          Fatigada del llano. 



De: La inquietud del rosal


ALFONSINA STORNI

miércoles, 17 de octubre de 2012

La Muerte en la Casa del Amor

En buena parte de la cultura occidental el carácter original de la naturaleza de la Muerte se ha envuelto en distintos dogmas y doctrinas hasta separarlo de su otra mitad que es la Vida. Nos han enseñado equivocadamente a aceptar una forma rota de uno de los más básicos y profundos aspectos de la naturaleza salvaje. Nos han enseñado que la muerte siempre va seguida de más muerte. Pero no es así, la muerte siempre está incubando nueva vida aunque nuestra existencia haya quedado reducida a los huesos. 

En lugar de ser considerados contrarios, los arquetipos de la Muerte y la Vida tienen que ser vistos como un conjunto, como la izquierda y la derecha de una sola idea. Es cierto que dentro de una sola relación amorosa hay muchos finales. Pero, en algún lugar de los delicados estratos del ser que se crea cuando dos personas se aman, hay un corazón y un aliento. Cuando se vacía un lado del corazón, se llena el otro. Cuando se agota un aliento, empieza otro. 

Si creemos que la fuerza de la Vida/Muerte/Vida no tiene ningún espacio más allá de la muerte, no es de extrañar que algunas personas teman concertar compromisos. Les aterra la simple posibilidad de soportar un final. No pueden soportar la idea de pasar de la galería a las habitaciones interiores. Tienen miedo, pues intuyen que en el cuarto del desayuno de la casa del amor está sentada la Dama de la Muerte, golpeando el suelo con el pie, doblando y volviendo a doblar los guantes. Tiene delante una lista de trabajo, a un lado lo que está vivo y al otro lo que se está muriendo. Y está firmemente decidida a realizar su tarea. Está firmemente decidida a mantener el equilibrio. 

El arquetipo de la fuerza de la Vida/Muerte/Vida ha sido muy mal interpretado en muchas culturas modernas. En algunas ya no se comprende que la Dama de la Muerte representa una pauta esencial de la creación. Gracias a sus amorosos cuidados la vida se renueva. En muchas tradiciones populares las figuras femeninas de la muerte son objeto de representaciones espectaculares: lleva una guadaña y "cosecha" a los que menos lo esperan, besa a sus víctimas y deja los cadáveres a su espalda o asfixia a la gente y después se pasa la noche lanzando gemidos de dolor. 

Pero en otras culturas como la de las Indias Orientales y la maya, que han conservado las enseñanzas acerca de la rueda de la vida y la muerte, la Dama de la Muerte envuelve a los moribundos, alivia su dolor y los consuela. En el curanderismo, dicen que da la vuelta al niño en el vientre y lo coloca boca abajo para que pueda nacer. Dicen que guía las manos de la comadrona, abre los caminos de la leche de la madre en los pechos y consuela a todos los que lloran solos. Lejos de despreciarla, los que la conocen en su ciclo completo respetan su generosidad y sus lecciones.

Buena parte de nuestro conocimiento de la naturaleza de la Vida/ Muerte/Vida está contaminada por nuestro temor a la muerte. De ahí que nuestra capacidad de movernos al ritmo de los ciclos de esta naturaleza sea un tanto escasa. Estas fuerzas no "nos hacen nada". No son ladrones que nos roban las cosas que más queremos. Esta naturaleza no es un conductor que atropella lo que más apreciamos y se da a la fuga. 

No, las fuerzas de la Vida/Muerte/Vida forman parte de nuestra propia naturaleza, forman parte de una autoridad interior que conoce los Pasos de la Danza de la Vida y la Muerte. Está integrada por los aspectos de nuestra personalidad que saben cuándo algo puede, debe y tiene que nacer y cuándo tiene que morir. Es una maestra muy sabia siempre y cuando nosotros sepamos aprender 
su ritmo.

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("La caza: cuando el corazón es un cazador solitario")

lunes, 15 de octubre de 2012

La Mujer Esqueleto

Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes. 

Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad, antes venían muchos pescadores a esta bahía. Pero aquel pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había fantasmas. 

El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador Pensó: "¡He pescado uno muy gordo! ¡Uno de los más gordos!" Ya estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían alimentarse con aquel pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de desengancharse. Pero, cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su resistencia, fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias costillas. 

El cazador, que se había vuelto de espaldas para recoger la red, no vio cómo su calva cabeza surgía de entre las olas, no vio las minúsculas criaturas de coral brillando en las órbitas de su cráneo ni los crustáceos adheridos a sus viejos dientes de marfil. Cuando el pescador se volvió de nuevo con la red, todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales. 

"¡Ay!", gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo. "¡Ay!", volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un desesperado rumbo a la orilla. Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo. Por mucho que zigzagueara con el kayak, ella no se apartaba de su espalda, su aliento se propagaba sobre la superficie del agua en nubes de vapor y sus brazos se agitaban como si quisieran agarrarlo y hundirlo en las profundidades. 

"¡Aaaaayy!", gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió. Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca. 

La mujer lo seguía por todas partes e incluso había agarrado un poco de pescado helado mientras él la arrastraba en pos de sí. Y ahora estaba empezando a comérselo, pues llevaba muchísimo tiempo sin llevarse nada a la boca. Al final, el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo en el túnel y avanzó a gatas hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a salvo gracias a los dioses, gracias al Cuervo, sí, y a la misericordiosa Sedna, estaba... a salvo... por fin. 

Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por una cierta compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como hubiera podido hablarle una madre a su hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que estaba enredada. 

"Bueno, bueno." Primero le desenredó los dedos de los pies y después los tobillos. Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final, cubrió a la Mujer Esqueleto con unas pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos en orden tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano. 

Buscó su pedernal en el dobladillo de sus pantalones de cuero y utilizó unos cuantos cabellos suyos para encender un poco más de fuego. De vez en cuando la miraba mientras untaba con aceite la valiosa madera de su caña de pescar y enrollaba el sedal de tripa. Y ella, envuelta en las pieles, no se atrevía a decir ni una sola palabra, pues temía que aquel cazador la sacara de allí, la arrojara a las rocas de abajo y le rompiera todos los huesos en pedazos.

El hombre sintió que le entraba sueño, se deslizó bajo las pieles de dormir y enseguida empezó a soñar. A veces, cuando los seres humanos duermen, se les escapa una lágrima de los ojos. No sabemos qué clase de sueño lo provoca, pero 
sabemos que tiene que ser un sueño triste o nostálgico. Y eso fue lo que le ocurrió al hombre. 

La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego y, de repente, le entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta que consiguió saciar su sed de muchos años. 

Después, mientras permanecía tendida al lado del hombre, introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos lados: ¡Pom, Pom!.... ¡Pom, Pom!

Mientras lo golpeaba, se puso a cantar "¡Carne, carne, carne! ¡Carne, carne, carne! ". Y, cuanto más cantaba, tanto más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos. Pidió cantando la hendidura de la entrepierna, y unos pechos lo bastante largos como para envolver y dar calor y todas las cosas que necesita una mujer. 

Y, cuando terminó, pidió cantando que desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado en la cama, piel contra piel. Devolvió el gran tambor, el corazón, a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el uno al otro, enredados el uno en el otro después de, pasar la noche juntos, pero ahora de otra manera, de una manera buena y perdurable. 

La gente que no recuerda la razón de su mala suerte dice que la mujer y el pescador se fueron y, a partir de entonces, las criaturas que ella había conocido durante su vida bajo el agua, se encargaron de proporcionarles siempre el alimento. La gente dice que es verdad y que eso es todo lo que se sabe.

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("La caza: cuando el corazón es un cazador solitario")

La mujer interior


A veces las mujeres se cansan y se ponen nerviosas aguardando que sus compañeros las comprendan. "¿Cómo es posible que no sepan lo que pienso y lo que quiero?", se preguntan. Las mujeres se hartan de hacerse esta pregunta. Pero el dilema tiene una solución que es eficaz y efectiva. 

Sí una mujer quiere que su compañero responda de esta manera, tendrá que enseñarle el secreto de la dualidad femenina. Tendrá que hablarle de la mujer interior, aquella que, añadida a ella misma, suma dos. Y lo hará enseñando a su compañero a hacerle dos preguntas falsamente sencillas que conseguirán que se sienta vista, oída y conocida. 

La primera pregunta es la siguiente: "¿Qué es lo que quieres?" Casi todo el mundo suele formular una versión de esta pregunta. Pero hay otra pregunta más esencial y es la siguiente: "¿Qué es lo que quiere tu yo profundo?" 

Si un hombre pasa por alto la doble naturaleza de una mujer y la toma por lo que parece, lo más seguro es que se lleve una sorpresa, pues, cuando la naturaleza salvaje de la mujer surge de las profundidades y empieza a dejar sentir su presencia, a menudo tiene unas ideas, unos intereses y unos sentimientos muy distintos de los que había puesto de manifiesto anteriormente. 

Para entablar una relación segura, la mujer tendrá que hacerle a su compañero estas mismas preguntas. En nuestra calidad de mujeres, nosotras aprendemos a interrogar las dos facetas de nuestra naturaleza y también las de los demás. A través de la información que recibimos de ambas facetas, podemos establecer con toda claridad qué es lo que más valoramos y actuar en consecuencia. 

Cuando una mujer consulta su doble naturaleza, busca, examina y toma muestras de un material que está más allá de la conciencia y que, por consiguiente, resulta muchas veces sorprendente por su contenido y su elaboración y es a menudo extremadamente valioso. 

Para amar a una mujer, el hombre tiene que amar también su naturaleza indómita. Si la mujer acepta a un compañero que no sabe o no puede amar su otra faceta, tendrá la sensación de que la han desmontado y cojeará como si estuviera averiada.
Por consiguiente, los hombres, al igual que las mujeres, tienen que averiguar también el nombre de su doble naturaleza. El amante más estimado, el pariente y el amigo más apreciado, el "hombre salvaje" más estimable es el que desea aprender. Aquellos que no disfrutan con el aprendizaje, los que no se sienten atraídos por las nuevas ideas y experiencias, no pueden desarrollarse más allá del poste del camino junto al cual están descansando en este momento. Si existe una fuerza que alimenta la raíz del dolor, ésta es la negativa a aprender más allá del momento presente. 

Sabemos que la criatura del hombre salvaje está buscando su propia mujer terrenal. Tanto si uno tiene miedo como si no, el hecho de dejarse conmover por el alma salvaje de otra persona constituye un profundo acto de amor. En un mundo en el que los seres humanos tienen siempre tanto miedo de "perder", hay demasiadas murallas protectoras que impiden la disolución de las personas en la numinosidad de otra alma humana. 

El compañero de la mujer salvaje es el que posee tenacidad y paciencia espirituales, el que es capaz de enviar su propia naturaleza instintiva a atisbar bajo la tienda de la vida espiritual de una mujer y comprender lo que ve y oye allí. El mejor partido es el hombre que insiste en regresar para intentar comprender, el que no permite que los espectáculos secundarios que encuentra por el camino lo aparten de su propósito. 

La tarea salvaje del hombre es por tanto la de descubrir los verdaderos nombres de la mujer y no hacer mal uso de este conocimiento para ejercer su poder sobre ella, sino captar y comprender la sustancia numinosa de que está hecha, dejarse inundar, sorprender, escandalizar e incluso atemorizar por ella. Y permanecer a su lado. Y cantarle sus nombres. Eso hará que a la mujer le brillen los ojos y que a él le brillen a su vez los suyos. 

Pero, para que no se duerma demasiado pronto sobre los laureles, queda todavía otro aspecto de los nombres de la doble naturaleza, un aspecto todavía más temible, pero que es esencial para todos los amantes. Mientras que una de las dos naturalezas de la mujer se podría llamar Vida, la hermana "gemela" de la vida es una fuerza llamada Muerte. La fuerza llamada Muerte es una de las dos púas del tenedor magnético de la naturaleza salvaje. Si uno aprende a nombrar las dos naturalezas, al final acabará tropezando directamente con la calavera desnuda de la naturaleza de la Muerte. Dicen que sólo los héroes lo pueden resistir. El hombre salvaje lo puede resistir con toda certeza. Y no cabe duda de que la mujer salvaje también. De hecho, ambos se ven totalmente transformados por ella.

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El compañero: la unión con el otro")

jueves, 11 de octubre de 2012

Monólogo de la Extranjera


Vine de lejos. Olvidé mi patria.
Ya no entiendo el idioma
que allá usan de moneda o herramienta.
Alcancé la mudez mineral de la estatua.
Pues la pereza y el desprecio y algo
que no sé discernir me han defendido
de este lenguaje, de este terciopelo
pesado, recamado de joyas, con que el pueblo
donde vivo, recubre sus harapos.

Esta tierra, lo mismo que la otra de mi infancia,
tiene aún en su rostro,
marcada a fuego y a injusticia y crimen,
su cicatriz de esclava.
Ay, de niña dormía bajo el arrullo ronco
de una paloma negra: una raza vencida.
Me escondía entre las sábanas
porque un gran animal
acechaba en la sombra, hambriento, y sin embargo
con la paciencia dura de la piedra.
Junto a él ¿qué es el mar o la desgracia
o el rayo del amor
o la alegría que nos aniquila?

Quiero decir, entonces,
que me fue necesario crecer pronto
(antes de que el terror me devorase)
y partir y poner la mano firme
sobre el timón y gobernar la vida.

Demasiado temprano
escupí en los lugares
que la plebe consagra para la reverencia.
Y entre la multitud yo era como el perro
que ofende con su sarna y su fornicación
y su ladrido inoportuno, en medio
del rito y la importante ceremonia.

Y bien. La juventud,
aunque grave, no fue mortal del todo.
Convalecí. Sané. Con pulso hábil
aprendí a sopesar el éxito, el prestigio,
el honor, la riqueza.
Tuve lo que el mediocre envidia, lo que los
triunfadores disputan y uno solo arrebata.
Lo tuve y fue como comer espuma,
como pasar la mano sobre el lomo del viento.

El orgullo supremo es la suprema
renunciación. No quise
ser el astro difunto
que absorbe luz prestada para vivificarse.
Sin nombre, sin recuerdos,
con una desnudez espectral, giro
en una breve órbita doméstica.

Pero aun así fermento
en la imaginación espesa de los otros.
Mi presencia ha traído
hasta esta soñolienta ciudad de tierra adentro
un aliento salino de aventura.

Mirándome, los hombres recuerdan que el destino
es el gran huracán que parte ramas
y abate firmes árboles
y establece en su imperio
--sobre la mezquindad de lo humano-- la ley
despiadada del cosmos.

Me olfatean desde lejos las mujeres y sueñan
lo que las bestias de labor, si huelen
la ráfaga brutal de la tormenta.
Cumplo también, delante del anciano,
un oficio pasivo:
el de suscitadora de leyendas.

Y cuando, a medianoche,
abro de par en par las ventanas, es para
que el desvelado, el que medita a muerte,
y el que padece el lecho de sus remordimientos
y hasta el adolescente
(bajo de cuya sien arde la almohada)
interroguen lo oscuro de mi persona.

Basta. He callado más de lo que he dicho.
Tostó mi mano el sol de las alturas
y en el dedo que dicen aquí "del corazón"
tengo un anillo de oro con un sello grabado.

El anillo que sirve
para identificar a los cadáveres.


Rosario Castellanos

La muerte en barata

De esto hay que hablar con voz furtiva. Apenas en murmullos rabiosos. En un aludir que selle los labios, apriete los dientes para nada arriesgar cuando alguien trata de sonsacar quiénes eran los cinco colgados en el puente, aunque dos de ellos hayan estado en mi cama. Esta manera de nombrar rasga las tripas y amarra los bordes del alma. Igual que cuando se pregunta por aquellos misteriosos maricas que nos morimos despacito bajo un silencio podrido.
Este enunciar esquivo se me enreda en la penumbra de un miedo mordedor, blindado con radiante instrumental lógico. Si diez cuerpos aparecen desmembrados en una plaza, eso significa que en estos días ni los arcángeles son inocentes. La hecatombe de familias completas es por culpa de la canícula. Sépase que este destino estaba ya cantado desde las guerras de exterminio chichimeca. Los degollados son los equívocos, los ímprobos, los malditos. Uno aquí es pura gente de trabajo, ciudadano modelo, cómplice agachadito que lanza rosas a los militares. Salve dios a quienes protegen la sólida moral de los abuelos, aquellos industriales de prosapia porfirista que llenaron la ciudad con mano de obra esclava.
Exigimos chingaquedito la guerra santa. Todo el poder amartillado contra quien ande chueco, así sea un chavito de primaria. Metralla a los vándalos que grafitean en las redes sociales. Aullamos que cienmil difuntos no bastan para repensar el despeñadero de esta violencia indiscriminada. -¿Cuántos muertitos hubo hoy en las noticias, doña Inocencia? ¡Ya perdí la cuenta, oiga!, y mejor no haga preguntas, apuremos el paso porque la muerte está en barata. Hay tanta basura social, tanto cascajo humano, tanto escombro desahuciado que nos harían falta varios presidentes como el presente para acabar de limpiar tanto mugrero.
-¿Y qué se oye? -Nada, es sólo el helicóptero del ejército volando bajito tirando cuetes encima de la patria. -Es la guerra, estúpido. Dicho heroico que arrebata y otorga una cifra X de bajas colaterales, variable que mejor serviría para el cálculo de pajaritos en los alambres. Ni quien discuta el guarismo en la cuadrícula secreta de los burócratas del terror.
-¿Cantidad exacta de larvas sobre el cadáver reventado de la muchacha que desapareció camino a la maquila? ¿Monto exacto de lo que pidieron por el rescate de doña Licha que apenas sobrevive con su pensión del Imss? Qué sereno debe estar allá en sus regiones divinas el zopilote, donde la mariposa tornasolea, donde la sangre se evapora para gloria de las moscas panteoneras. -Pos acá ya quemaron vivas más de cincuenta viejas que andaban dioquis en el casino. -¿Y las autoridades? -Muy bien, gracias, cada quien con su hueso de diputado o senador de la república. Qué encanto del chorrero de esqueletos.
Vivir con sida en medio de la guerra contra la delincuencia es un andar siempre con la muerte en la cartera como la foto de un amante engañado. Una como vergüenza se me trasluce en cada justificante, en cada pretexto que miento para salir a ver al médico en un mundo cosido de bazucas y pelados encapuchados. Azules, verdes, negros, amarillos hombres de cuerpos magníficos. Entonces me descubro cruzando el arcoíris de calacas, mintiéndole a esa foto de la muerte pendeja con la mamada de que la vida es hermosa.

De Joaquín Hurtado, publicado en el número 195 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 4 de octubre de 2012


miércoles, 10 de octubre de 2012

La tenaz naturaleza canina

(..) Los perros son los magos del universo. Con su sola presencia transforman a las personas malhumoradas en sonrientes, a las personas tristes en menos tristes; engendran relaciones. (...)


Al perro le gustan las hermanas porque éstas le dan de comer y le sonríen. Lo místico femenino comprende y acepta de buen grado la naturaleza instintiva del perro. El perro representa, entre otras cosas, al (o a la) que ama fácilmente y durante mucho tiempo con todo su corazón, que perdona sin esfuerzo, que es capaz de correr durante largo rato y de luchar hasta morir en caso necesario. La naturaleza canina  nos da las claves concretas sobre la forma en que un compañero se ganará el corazón de las hermanas gemelas y de la mujer salvaje, y la clave principal es "vuelve una y otra vez".


Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El compañero: la unión con el otro")

martes, 9 de octubre de 2012

Disonancia de género

Para mí, la parte más difícil de ser una persona transexual no ha sido la discriminación o el ridículo que he enfrentado por desafiar las normas sociales de género, sino mas bien el dolor interno que experimenté cuando mi sexo subconsciente y mi sexo consciente estaban enfrentados entre sí.

Creo que esta idea se capta mejor con el término psicológico “disonancia cognitiva”, que describe la tensión mental y el estrés que se producen en la mente de una persona cuando se encuentra tratando de conciliar dos pensamientos o puntos de vista contradictorios que ocurren al mismo tiempo -en este caso, sentirme a mí misma como mujer en un nivel subconsciente y tratar al mismo tiempo con el hecho de que yo era físicamente un hombre. Esta disonancia de género puede manifestarse de varias manera.

A veces se sentía como estrés o como ansiedad, lo que me l evaba a una maratón de batal as contra el insomnio. Otras veces, aparecía en la superficie como celos o ira hacia otras personas que parecían gozar del privilegio de dar su género por sentado. Pero, sobre todo, para mí se sentía como tristeza, una especie de tristeza de género -un dolor crónico y persistente por el hecho de que me sentía tan mal en mi cuerpo.

A veces los demás descalifican el hecho de que las personas transexuales pueden sentir un dolor real en relación a la condición de su género.

Por supuesto, es fácil para los demás descartar la disonancia de género: Es invisible y además (tal vez lo más relevante) el os mismos son incapaces de relacionarse con eso.

Estas mismas personas, sin embargo, entienden que estar atrapado en una mala relación o en un trabajo insatisfactorio puede hacer que una persona se sienta miserable y puede conducirla a una depresión tan intensa, que se extiende a todos los demás ámbitos de la vida de esa persona.

Este tipo de dolor se puede tolerar un tiempo, pero en el largo plazo, si las cosas no cambian, el estrés y la tristeza pueden acabar con esa persona.

Bueno, si tanta desesperación puede ser ocasionada por un trabajo de cuarenta horas a la semana, entonces podemos imaginar lo deprimida y angustiada que uno podría l egar a sentirse si se viera obligada a vivir en un género en el que se siente mal, veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

A diferencia de otras formas de tristeza que he experimentado y que inevitablemente se iban aliviando con el tiempo, mi disonancia de género no hacía más que empeorar con cada día que pasaba.

Y para el momento en que finalmente tomé la decisión de comenzar la transición, mi disonancia de género se había puesto tan mal que me consumía por completo; dolía más que cualquier dolor, físico o emocional que hubiera experimentado jamás.

Julia Serano

El Ángel


Que el hombre no sea indigno del Ángel
cuya espada lo guarda
desde que lo engendró aquel Amor
que mueve el sol y las estrellas
hasta el Último Día en que retumbe
el trueno en la trompeta.
Que no lo arrastre a rojos lupanares
ni a los palacios que erigió la soberbia
ni a las tabernas insensatas.
Que no se rebaje a la súplica
ni al oprobio del llanto
ni a la fabulosa esperanza
ni a las pequeñas magias del miedo
ni al simulacro del histrión;
el Otro lo mira.
Que recuerde que nunca estará solo.
En el público día o en la sombra
el incesante espero lo atestigua;
que no macule su cristal una lágrima.

Señor, que al cabo de mis días en la Tierra
yo no deshonre al Ángel.días en la Tierra
yo no deshonre al Ángel.

Jorge Luis Borges

El himno del hombre salvaje: Manawee


Un hombre fue a cortejar a dos hermanas gemelas. Pero el padre le dijo: "No podrás casarte con ellas hasta que no adivines sus nombres." Aunque Manawee lo intentó repetidamente, no pudo adivinar los nombres de las hermanas. El padre de las jóvenes sacudió la cabeza y rechazó a Manawee una y otra vez. 

Un día Manawee llevó consigo a su perrito en una de sus visitas adivinatorias y el perrito vio que una hermana era más guapa que la otra y que la segunda era más dulce que la primera. A pesar de que ninguna de las dos hermanas poseía ambas cualidades, al perrito le gustaron mucho las dos, pues ambas le daban golosinas y le miraban a los ojos sonriendo. 

Aquel día Manawee tampoco consiguió adivinar los nombres de las jóvenes y volvió tristemente a su casa. Pero el perrito regresó corriendo a la cabaña de las jóvenes. Allí acercó la oreja a una de las paredes laterales y oyó que las mujeres comentaban entre risas lo guapo y viril que era Manawee. Mientras hablaban, las hermanas se llamaban, la una a la otra por sus respectivos nombres y el perrito lo oyó y regresó a la mayor rapidez posible junto a su amo para decírselo. 

Pero, por el camino, un león había dejado un gran hueso con restos de carne al borde del sendero y el perrito lo olfateó inmediatamente y, sin pensarlo dos veces, se escondió entre la maleza arrastrando el hueso. Allí empezó a comerse la carne y a lamer el hueso hasta arrancarle todo el sabor. De repente, el perrito recordó su olvidada misión, pero, por desgracia, también había olvidado los nombres de las jóvenes. 

Corrió por segunda vez a la cabaña de las gemelas. Esta vez ya era de noche y las muchachas se estaban untando mutuamente los brazos y las piernas con aceite como si se estuvieran preparando para una fiesta. Una vez más el perrito las oyó llamarse entre si por sus nombres. Pegó un brinco de alegría y, mientras regresaba por el camino que conducía a la cabaña de Manawee, aspiró desde la maleza el olor de la nuez moscada. 

Nada le gustaba más al perrito que la nuez moscada. Se apartó rápidamente del camino y corrió al lugar donde una exquisita empanada de kumquat se estaba enfriando sobre un tronco. La empanada desapareció en un santiamén y al perrito le quedó un delicioso aroma de nuez moscada en el aliento. Mientras trotaba a casa con la tripa llena, trató de recordar los nombres de las jóvenes, pero una vez más los había olvidado. 

Al final, el perrito regresó de nuevo a la cabaña de las jóvenes y esta vez las hermanas se estaban preparando para casarse. "¡Oh, no! —pensó el perrito—, ya casi no hay tiempo." Cuando las hermanas se volvieron a llamar mutuamente por sus nombres, el perrito se grabó los nombres en la mente y se alejó a toda prisa, firmemente decidido a no permitir que nada le impidiera comunicar de inmediato los dos valiosos nombres a Manawee. 

El perrito en el camino vio los restos de una pequeña presa recién muerta por las fieras, pero no hizo caso y pasó de largo. Por un instante, le pareció aspirar una vaharada de nuez moscada en el aire, pero no hizo caso y siguió corriendo sin descanso hacia la casa de su amo. Sin embargo, el perrito no esperaba tropezarse con un oscuro desconocido que, saliendo de entre los arbustos, lo agarró por el cuello y lo sacudió con tal fuerza que poco faltó para que se le cayera el rabo. Y eso fue lo que ocurrió mientras el desconocido le gritaba: "¡Dime los nombres! Dime los nombres de las chicas para que yo pueda conseguirlas." 

El perrito temió desmayarse a causa del puño que le apretaba el cuello, pero luchó con todas sus fuerzas. Gruñó, arañó, golpeó con las patas y, al final, mordió al gigante entre los dedos. Sus dientes picaban tanto como las avispas. El desconocido rugió como un carabao, pero el perrito no soltó la presa. El desconocido corrió hacia los arbustos con el perrito colgando de la mano. 

"Suéltame, suéltame, perrito, y yo te soltaré a ti", le suplicó el desconocido. 

El perrito le gruñó entre dientes: "No vuelvas por aquí o jamás volverás a ver la mañana." El forastero huyó hacia los arbustos, gimiendo y sujetándose la mano mientras corría. Y el perrito bajó medio renqueando y medio corriendo por el camino que conducía a la casa de Manawee. 

Aunque tenía el pelaje ensangrentado y le dolían mucho las mandíbulas, conservaba claramente en la memoria los nombres de las jóvenes, por lo que se acercó cojeando a Manawee con una radiante expresión de felicidad en el rostro. Manawee lavó suavemente las heridas del perrito y éste le contó toda la historia 
de lo ocurrido y le reveló los nombres de las jóvenes. Manawee regresó corriendo a la aldea de las jóvenes llevando sentado sobre sus hombros al perrito cuyas orejas volaban al viento como dos colas de caballo. Cuando Manawee se presentó ante el padre de las muchachas y le dijo sus nombres, las gemelas lo recibieron completamente vestidas para emprender el viaje con él; le habían estado esperando desde el principio. De esta manera Manawee consiguió a las doncellas más hermosas de las tierras del río. Y los cuatro, las hermanas, Manawee y el perrito, vivieron felices juntos muchos años. 

Krik Krak Krado, este cuento se ha acabado 
Krik Krak Kron, este cuento se acabó

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El compañero: la unión con el otro").

miércoles, 3 de octubre de 2012

Novena tarea: la modificación de la sombra.


Vasalisa regresa a casa con la espantosa calavera ensartada en un Palo. Está a punto de arrojarla lejos de sí, pero la calavera la tranquiliza. Una vez en casa, la calavera contempla a la madrastra y a las hermanastras y las abrasa hasta dejarlas convertidas en cenizas. Y, a partir de entonces, Vasalisa vive una larga y satisfactoria existencia.
He aquí las tareas psíquicas de esta fase: Utilizar la agudeza visual (los ardientes ojos) para identificar las sombras negativas de la propia psique y/o a los aspectos negativos de las personas y los acontecimientos del mundo exterior, y para reaccionar ante ellos. Modificar las sombras negativas de la propia psique con el fuego de la bruja (la perversa familia putativa que antes había torturado a Vasalisa se convierte en ceniza), Vasalisa sostiene la temible calavera en alto mientras avanza por el bosque y la muñeca le indica el camino de regreso. "Sigue por aquí, ahora por aquí." Y Vasalisa, que antes era una dulce criatura de ojos 
azules, es ahora una mujer que camina precedida por su poder. 

Una temible luz emana de los ojos, los oídos, la nariz y la boca de la calavera. Es otra representación de todos los procesos psíquicos relacionados con la discriminación. Y está relacionada también con el parentesco ancestral y, por consiguiente, con el recuerdo. Si la Yagá le hubiera entregado a Vasalisa una rótula en lo alto de un palo, el símbolo hubiera sido distinto. Si le hubiera entregado un hueso de la muñeca, un hueso del cuello o cualquier otro hueso —a excepción tal vez de la pelvis femenina—, no hubiera significado lo mismo. 


Por consiguiente, la calavera es otra representación de la intuición —no le hace daño ni a la Yagá ni a Vasalisa— y ejerce su propia discriminación. Ahora Vasalisa lleva la llama de la sabiduría; posee unos sentidos despiertos. Puede oír, ver, oler y saborear las cosas y tiene su Yo. Tiene la muñeca, tiene la sensibilidad de la Yagá y tiene también la temible calavera. 

Por un instante, Vasalisa se asusta del poder que lleva y está a punto de arrojar la temible calavera lejos de sí. Teniendo este formidable poder a su disposición, no es de extrañar que el ego piense que quizá sería mejor, más fácil y más seguro rechazar la ardiente luz, pues le parece demasiado fuerte y, por su mediación, ella se ha vuelto demasiado fuerte. Pero la voz sobrenatural de la calavera te aconseja que se tranquilice y siga adelante. Y eso lo puede hacer. 

La mujer que recupera su intuición y los poderes "yaguianos", llega a un punto en el que siente la tentación de desecharlos, pues, ¿de qué sirve ver y saber todas estas cosas? La luz de la calavera no tiene compasión. Bajo su resplandor, los ancianos son unos viejos; lo bello es lujuriante; el tonto es un necio; los que están bebidos son unos borrachos; los desleales son infieles; las cosas increíbles son milagros. La luz de la calavera ve lo que ve. Es una luz eterna colocada directamente delante de una mujer como una presencia que la precede y regresa para comunicarle lo que ha descubierto más adelante. Es su perpetua exploración. 

Sin embargo, cuando una mujer ve y siente de esta manera, tiene que tratar de actuar al respecto. El hecho de poseer una buena intuición y un considerable poder obliga a trabajar. En primer lugar, en la vigilancia y la comprensión de las fuerzas negativas y los desequilibrios tanto interiores como exteriores. En segundo lugar, obliga a hacer acopio de voluntad para poder actuar con respecto a lo que se ha visto, tanto si es para un bien como si es para recuperar el equilibrio o para dejar que algo viva o muera. 

Es verdad y no quiero engañar a nadie. Es más cómodo arrojar la luz e irse a dormir. No cabe duda de que a veces hay que hacer un esfuerzo para sostener en alto la luz delante de nosotras, pues con ella vemos todas nuestras facetas y todas las facetas de los demás, las desfiguradas, las divinas y todos los estados intermedios. 

Y, sin embargo, gracias a esta luz afloran a la conciencia los milagros de la belleza profunda del mundo y de los seres humanos. Con esta penetrante luz podemos ver un buen corazón más allá de una mala acción, podemos descubrir un dulce espíritu hundido por el odio y podemos comprender muchas cosas en lugar de quedarnos perplejas. La luz puede distinguir las capas de la personalidad, las intenciones y los motivos de los demás. Puede distinguir la conciencia y la inconciencia en el yo y en los demás. Es la varita mágica de la sabiduría. Es el espejo en el cual se perciben y se ven todas las cosas. Es la profunda naturaleza salvaje. 

Pero a veces sus informes son dolorosos y casi no se pueden resistir, pues la cruel luz de la calavera también muestra las traiciones y la cobardía de los que se las dan de valientes. Señala la envidia que se oculta como una fría capa de grasa detrás de una cordial sonrisa y las miradas que no son más que unas máscaras que disimulan la antipatía. Y, con respecto a nosotras, la luz es tan brillante como para iluminar lo exterior: nuestros tesoros y nuestras flaquezas. Éstos son los conocimientos que más nos cuesta afrontar. Aquí es donde siempre queremos desprendernos de todo este maldito y sagaz conocimiento.

Aquí es donde percibimos, siempre y cuando no queramos ignorarla, una poderosa fuerza del Yo que nos dice: "No me arrojes lejos de ti. Consérvame a tu lado y ya verás." 

Mientras avanza por el bosque, no cabe duda de que Vasalisa también piensa en su familia putativa que la ha enviado perversamente a morir y, aunque ella tiene un corazón muy tierno, la calavera no es tierna; su misión es ver las cosas con toda claridad. Por consiguiente, cuando Vasalisa la quiere arrojar lejos de sí, sabemos que está pensando en el dolor que produce el hecho de saber ciertas cosas sobre la propia persona y los demás, y sobre la naturaleza del mundo. 

Llega a casa y la madrastra y las hermanastras le dicen que no han tenido lumbre ni combustible alguno en su ausencia y que, a pesar de sus repetidos intentos, no han podido encender el fuego. Eso es exactamente lo que ocurre en la psique de la mujer cuando ésta posee el poder salvaje. En su ausencia, todas las cosas que la oprimían se quedan sin libido, pues ella se lo lleva todo en su viaje. Sin libido, los aspectos más desagradables de la psique, los que explotan la vida creativa de una mujer o la animan a malgastar su vida en menudencias, se convierten en algo así como unos guantes sin manos en su interior. 

La temible calavera empieza a mirar a las hermanastras y a la madrastra y las estudia con detenimiento. ¿Puede un aspecto negativo de la psique quedar reducido a ceniza por el simple hecho de estudiarlo con detenimiento? Pues sí. El hecho de examinar una cosa con conciente lógica la puede deshidratar. En una de las versiones del cuento, los miembros descarriados de la familia se quedan achicharrados; en otra versión, quedan reducidos a tres pequeñas y negras pavesas. 

Las tres pequeñas y negras pavesas encierran una antiquísima e interesante idea. El minúsculo dit negro o puntito se considera a menudo el principio de la vida. En el Antiguo Testamento, cuando Dios crea al Primer Hombre y a la Primera Mujer, los hace de tierra o barro según la versión que uno lea. ¿Cuánta tierra? Nadie lo dice. Pero, entre otros relatos de la creación, el principio del mundo y de sus habitantes suele proceder del  dit, de un grano, de un minúsculo y oscuro 
punto de algo.
De esta manera, las tres pequeñas pavesas quedan en el ámbito de la Madre de la Vida/Muerte/Vida. Y se reducen prácticamente a nada en el interior de la psique. Se ven privadas de la libido. Ahora puede producirse una novedad. En casi todos los casos en que extraemos concientemente el jugo de alguna cosa de la psique, esta cosa se encoge y su energía se libera o se configura de una manera distinta. 

La tarea de exprimir a la destructiva familia putativa tiene otra faceta. No se puede conservar la conciencia que se ha adquirido tras haber entrado en contacto con la Diosa Bruja, ni llevar la ardiente luz y todo lo demás si una mujer convive con personas exterior o interiormente crueles. Si la mujer está rodeada de personas que ponen los ojos en blanco y levantan despectivamente la mirada al techo cuando ella entra en la estancia, dice algo, hace algo o reacciona a algo, no cabe duda de que se encuentra en compañía de personas que apagan las pasiones, las de la mujer y probablemente también las suyas propias. Estas personas no sienten interés por ella ni por su trabajo ni por su vida. 

La mujer tiene que elegir con prudencia tanto a los amigos como a los amantes, pues tanto los unos como los otros pueden convertirse en perversas madrastras y malvadas hermanastras. En el caso de los amantes, solemos atribuirles el poder de unos grandes magos. Es fácil que así sea, pues el hecho de llegar a una auténtica intimidad es algo así como abrir un mágico taller de purísimo cristal, o eso por lo menos nos parece a nosotras. Un amante puede crear y/o destruir hasta nuestras conexiones más duraderas con nuestros propios ciclos e ideas. Hay que evitar al amante destructivo. El mejor amante es el que está hecho de poderosos músculos psíquicos y tierna carne. A la Mujer Salvaje tampoco le viene mal un amante un poco "psíquico", es decir, una persona capaz de "ver su corazón por dentro". 

Cuando a la Mujer Salvaje se le ocurre una idea, el amigo o amante jamás. le dirá: "Pues, no sé... me parece una auténtica bobada [una exageración, una cosa imposible, muy cara, etc.]." Un verdadero amigo jamás dirá eso. Puede que diga: "No sé si lo entiendo. Dime cómo lo ves. Explícame cómo piensas hacerlo." 

Un amante/amigo que la considere una criatura viva que está creciendo como el árbol crece en la tierra o una planta de ficus en la casa o una rosaleda en el patio de atrás, un amante y unos amigos que la miren como un auténtico ser vivo que respira y que es humano, pero está hecho, además, de otras muchas cosas bonitas, húmedas y mágicas, un amante y unos amigos que presten su apoyo a la criatura que hay en ella, éstas son las personas que le convienen a la mujer, pues serán sus amigos del alma toda la vida. La esmerada elección de los amigos y amantes y también de los profesores es esencial para conservar la conciencia, la intuición y la ardiente luz que ve y sabe. 

Para conservar su conexión con lo salvaje la mujer tiene que preguntarse qué es lo que quiere. Es la separación de las semillas mezcladas con la tierra. Una de las más importantes distinciones que podemos hacer es la que corresponde a las cosas que nos atraen y las cosas que necesita nuestra alma. Y eso se hace de la siguiente manera: Imaginemos un bufé con cuencos de crema batida, bandejas de salmón, panecillos, rosbif, macedonia de fruta, enchiladas verdes, arroces, salsa curry, yogures y toda suerte de platos para muchísimos invitados. Imaginemos que la mujer echa un vistazo, ve ciertas cosas que la atraen y se dice: "Me gustaría tomar un poco de esto, un poco de aquello y un poco de lo otro. " 

Algunos hombres y mujeres toman las decisiones de su vida de esta manera. A nuestro alrededor hay todo un mundo que nos llama incesantemente, que penetra en nuestras vidas y despierta y crea unos apetitos donde apenas había ninguno. En esta clase de elección, elegimos una cosa por el simple hecho de tenerla delante de nuestras narices en aquel momento. No es necesariamente lo que queremos, pero nos parece interesante y, cuanto más la miramos, más nos atrae. 

Cuando estamos unidas al yo instintivo, al alma de lo femenino que es natural y salvaje, en lugar de contemplar lo que casualmente tenemos delante, nos preguntamos: "¿Qué es lo que me apetece?" Sin mirar nada de lo que hay fuera, miramos hacia dentro y nos preguntamos "¿Qué quiero? ¿Qué deseo en este momento?" Otras frases alternativas podrían ser: "¿Qué es lo que más me seduce?  ¿Qué me apetece de verdad? ¿Qué es lo que más me gustaría? " Por regla general, la respuesta no tarda en llegar: "Pues creo que lo que más me apetece... lo que de verdad me gustaría es un poco de esto o de aquello... sí, eso es lo que yo quiero." 

¿Lo hay en el bufé? Puede que sí y puede que no. En la mayoría de los casos, probablemente no. Tendremos que buscar un poco, a veces durante bastante tiempo. Pero, al final, lo encontraremos y nos alegraremos de haber sondeado nuestros más profundos anhelos.

Esta capacidad de discernimiento que Vasalisa adquiere mientras separa las semillas de adormidera de la tierra, y el maíz aflublado del bueno es una de las cosas más difíciles de aprender, pues exige ánimo, fuerza de voluntad y sentimiento y a menudo nos obliga a pedir con insistencia lo que queremos. Y en nada se pone más claramente de manifiesto que en la elección de la pareja y el amante. Un amante no se puede elegir como en un bufé. Elegir algo simplemente porque al verlo se nos hace la boca agua jamás podrá saciar satisfactoriamente el apetito del Yo espiritual. Y para eso precisamente sirve la intuición; se trata de un mensajero directo del alma. 

Lo explicaremos con un ejemplo para que quede más claro. Si se te ofrece la oportunidad de comprar una bicicleta o la oportunidad de viajar a Egipto y ver las pirámides, deberás apartarla a un lado por un instante, entrar en ti misma y preguntarte: "¿Qué me apetece? ¿Qué es lo que deseo? A lo mejor, me apetece más una moto que una bicicleta. A lo mejor, prefiero hacer un viaje para ir a ver a mi abuela que se está haciendo mayor." Las decisiones no tienen por qué ser tan importantes. A veces, las alternativas pueden ser dar un paseo o escribir un poema. Tanto si se trata de una cuestión trascendental como si se trata de una cuestión insignificante, la idea es consultar el yo instintivo a través de uno o de varios de los distintos aspectos que tenemos a nuestra disposición, simbolizados por la muñeca, la vieja Baba Yagá y la ardiente calavera. 

Otra manera de fortalecer la conexión con la intuición consiste en no permitir que nadie reprima nuestras más intensas energías... es decir nuestras opiniones, nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestros valores, nuestra moralidad y nuestros ideales. En este mundo hay muy pocas cosas acertadas/equivocadas o buenas/malas. Pero sí hay cosas útiles y cosas inútiles. Asimismo, hay cosas que a veces son destructivas y también hay cosas creativas. Hay acciones debidamente integradas y dirigidas a un fin determinado y otras que no lo están. Sin embargo, tal como sabemos, la tierra de un jardín se tiene que remover en otoño con el fin de prepararla para la primavera. Las plantas no pueden florecer constantemente. Pero los que han de dictar los ciclos ascendentes y descendentes de nuestra vida son nuestros propios ciclos innatos, no otras fuerzas o personas del exterior y tampoco los complejos negativos de nuestro interior. 

Hay ciertas entropías y creaciones constantes que forman parte de nuestros ciclos internos. Nuestra tarea es sincronizar con ellas. Como los ventrículos de un corazón que se llenan y se vacían y se vuelven a llenar, nosotras "aprendemos a aprender" los ritmos de este ciclo de la Vida/ Muerte/Vida en lugar de convertirnos en sus víctimas. Lo podríamos comparar con una cuerda de saltar. El ritmo ya existe; nosotras oscilamos hacia delante y hacia atrás hasta que conseguimos copiar el ritmo. Entonces saltamos. Así es como se hace. No tiene ningún secreto. 

Además, la intuición ofrece distintas opciones. Cuando estamos conectadas con el yo instintivo, siempre se nos ofrecen por lo menos cuatro opciones... las dos contrarias, el territorio intermedio y "el ulterior análisis de las posibilidades". Si no estamos muy versadas en la intuición, podemos pensar que sólo existe una opción y que ésta no parece muy deseable. Y es posible que nos sintamos obligadas a sufrir por ella, a someternos y a aceptarla. Pero no, hay otra manera mejor. Prestemos atención al oído interior, a la vista interior y el ser interior. Sigámoslos. Ellos sabrán lo que tenemos que hacer a continuación. 

Una de las consecuencias más extraordinarias del uso de la intuición y de la naturaleza instintiva consiste en la aparición de una infalible espontaneidad. 

Espontaneidad no es sinónimo de imprudencia. No es una cuestión de "lanzarse y soltarlo". Los buenos límites todavía son importantes. Sherezade, por ejemplo, tenía unos límites excelentes. Utilizaba su inteligencia para agradar al sultán, pero, al mismo tiempo, actuaba de tal forma que éste la valorara. Ser auténtica no significa ser temeraria sino dejar que hable La voz mitológica. Y eso se consigue apartando provisionalmente a un lado el ego y permitiendo que hable aquello 
que quiere hablar. 

En la realidad consensual, todas tenemos acceso a pequeñas madre, salvajes de carne y hueso. Son estas mujeres que, en cuanto las vemos, sentimos que algo salta en nuestro interior y entonces pensamos "Mamá". Les echamos un vistazo y pensamos "Yo soy su progenie, soy su hija, ella es mi madre, mi abuela". En el caso de un hombre con pechos en sentido figurado, podríamos pensar "Oh, abuelo mío", "Oh, hermano mío, amigo mío". Porque intuimos sin más que aquel hombre nos alimenta. (Paradójicamente, se trata de personas marcadamente masculinas y marcadamente femeninas al mismo tiempo. Son como el hada madrina, el mentor, la madre que nunca tuvimos o no tuvimos el tiempo suficiente; eso es un hombre con pechos.) 

Todos estos seres humanos se podrían llamar pequeñas madres salvajes. Por regla general, todas tenemos por lo menos una. Con un poco de suerte, a lo largo de toda la vida tendremos varias. Cuando las conocemos, solemos ser adultas o, por lo menos, ya estamos en la última etapa de la adolescencia. No se parecen en nada a la madre demasiado buena. Las pequeñas madres salvajes nos guían y se enorgullecen de nuestras cualidades. Se muestran críticas con los bloqueos y las ideas equivocadas que rodean nuestra vida creativa, sensual, espiritual e intelectual y penetran en ella. 

Su propósito es ayudarnos, cuidar de nuestro arte, conectarnos de nuevo con nuestros instintos salvajes y hacer aflorar a la superficie lo mejor que llevamos dentro. Nos guían en la recuperación de la vida instintiva, se entusiasman cuando establecemos contacto con la muñeca, se enorgullecen cuando descubrimos a la Baba Yagá y se alegran cuando nos ven regresar sosteniendo en alto la ardiente calavera. 

Ya hemos visto que el hecho de seguir siendo unas pánfilas demasiado dulces es peligroso. Pero, a lo mejor, aún no estás muy convencida; a lo mejor, piensas: "Pero bueno, ¿a quién le interesa ser como Vasalisa?" Y yo te contesto que a ti. Tienes que ser como ella, hacer lo que ella ha hecho y seguir sus huellas, pues ésta es la manera de conservar y desarrollar el alma. La Mujer Salvaje es la que se atreve, la que crea y la que destruye. Es el alma primitiva e inventora que hace posibles todas las artes y los actos creativos. Crea un bosque a nuestro alrededor y nosotras empezamos a enfrentarnos con la vida desde esta nueva y original perspectiva. 

Por consiguiente, cuando se reinstaura la iniciación en los misterios de la psique femenina, aparece una joven que ha adquirido un impresionante bagaje de experiencias y ha aprendido a seguir los consejos de su sabiduría. Ha superado todas las pruebas de la iniciación. La victoria es suya. Puede que el reconocimiento de la iniciación sea la más fácil de las tareas, pero conservarla concientemente y dejar vivir lo que tiene que vivir y dejar morir lo que tiene que morir es sin lugar a dudas la meta más agotadora, pero también una de las más satisfactorias. 

Baba Yagá es lo mismo que la Madre Nyx, la madre del mundo, otra diosa de la Vida/Muerte/Vida. La diosa de la Vida/Muerte/Vida es también una diosa creadora. Hace, moldea, infunde vida y está ahí para recibir el alma cuando el aliento se acaba. Siguiendo sus huellas, aprendemos a dejar que nazca lo que  tiene que nacer, tanto si están ahí las personas apropiadas como si no. La naturaleza no pide permiso. Tenemos que florecer y nacer siempre que nos apetezca. En nuestra calidad de personas adultas no necesitamos apenas permisos sino  más engendramientos, más estímulo de los ciclos salvajes y mucha más visión original. 

El tema del final del cuento es el de dejar morir las cosas. Vasalisa ha aprendido bien la lección. ¿Le da un ataque y lanza estridentes gritos cuando la calavera quema a las malvadas? No. Lo que tiene que morir, muere. 

¿Y cómo se toma semejante decisión? Es algo que se sabe. La Que Sabe lo sabe. Pídele consejo en tu fuero interno. Es la Madre de las Edades. Nada la sorprende. Lo ha visto todo. En la mayoría de las mujeres, el hecho de dejar morir no es contrario a sus naturalezas sino tan sólo a la educación que han recibido. Pero eso puede cambiar. Todas sabemos en los ovarios cuándo es la hora de la vida y cuándo es la hora de la muerte. Podríamos tratar de engañarnos por distintas razones, pero lo sabemos. 

A la luz de la ardiente calavera, lo sabemos. 

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación").

Octava tarea: ponerse a gatas.

Baba Yagá, molesta por la bendición que la difunta madre de Vasalisa ha otorgado a la niña, le entrega la luz —una terrorífica calavera en lo alto de un palo— y le dice que se vaya. Las tareas de esta parte del cuento son las siguientes: Asumir un inmenso poder para ver e influir en los demás (la recepción de la calavera), Contemplar las situaciones de la propia vida bajo esta nueva luz (encontrar el camino de vuelta a la vieja familia putativa). 

¿Se molesta Baba Yagá porque Vasalisa ha recibido la bendición de su madre o más bien por las bendiciones en general? En realidad, ni lo uno ni lo otro. Teniendo en cuenta los posteriores estratos monoteístas de este cuento, se podría pensar que aquí el relato se ha modificado de tal forma que la Yagá se muestre atemorizada ante el hecho de que Vasalisa haya recibido una bendición para demonizar con ella a la Vieja Madre Salvaje (cuya existencia tal vez se remonte nada menos que a la era neolítica) con el propósito de enaltecer la más reciente religión cristiana en detrimento de la pagana más antigua. 

Es posible que el vocablo original del cuento se haya cambiado por el de "bendición" para fomentar la conversión, pero yo creo que la esencia del significado arquetípico original sigue estando presente en el relato. La cuestión de la bendición de la madre se puede interpretar de la siguiente manera: A la Yagá no le molesta la bendición en sí sino más bien el hecho de que ésta proceda de la madre excesivamente buena; la madre amable, buena y cariñosa de la psique. Si la Yagá es fiel a sus principios, no puede tener excesivo interés en acercarse mucho ni durante demasiado tiempo a la faceta demasiado conformista y sumisa de la naturaleza femenina. 

Aunque la Yagá sea capaz de infundir el soplo vital a una cría de ratón con infinita ternura, es lo bastante lista como para permanecer en su propio terreno. Y su terreno es el mundo subterráneo de la psique. El terreno de la madre demasiado buena es el del mundo de arriba, Y, aunque la dulzura puede encajar en lo salvaje, lo salvaje no puede encajar durante mucho tiempo en la dulzura. 

Cuando las mujeres asimilan este aspecto de la Yagá, dejan de aceptar sin discusión todas las bobadas, todos los comentarios mordaces Y todas las bromas e insinuaciones que les dirigen. Para distanciarse un poco de la dulce bendición de la madre demasiado buena, la mujer aprende poco a poco no simplemente a mirar sino a mirar con desprecio, a mirar fijamente y a tolerar cada vez menos las imbecilidades de los demás. 

Ahora que, gracias a los servicios prestados a la Yagá, ha adquirido una capacidad interior que antes no tenía, Vasalisa recibe una parte del poder de la Bruja salvaje. Algunas mujeres temen que la profunda sabiduría que han adquirido por medio del instinto y de la intuición las induzca a ser temerarias y desconsideradas, pero se trata de un temor infundado. 

Muy al contrario, la falta de intuición y de sensibilidad ante los ciclos femeninos o el hecho de no seguir los consejos de la propia sabiduría da lugar a unas decisiones desacertadas e incluso desastrosas. En general esta clase de sabiduría "yaguiana" hace que las mujeres vayan avanzando poco a poco y casi siempre las orienta y les transmite imágenes claras de "lo que hay debajo o detrás" de los motivos, ideas, acciones y palabras de los demás.

Si la psique instintiva le advierte "¡Cuidado!", la mujer tiene que prestarle atención. Si su profunda intuición le dice "Haz esto, haz lo otro, sigue este camino, detente, sigue adelante", la mujer tiene que introducir en su plan todas las correcciones necesarias. La intuición no está hecha para que se la consulte una vez y después se la olvide. No es algo que se pueda desechar. Se la tiene que consultar en todas las etapas del camino, tanto si las actividades de la mujer están en conflicto con un demonio interior como si están completando una tarea en el mundo exterior. No importa que las preocupaciones y aspiraciones de una mujer sean de carácter personal o global. Por encima de todo, todas las acciones tienen que empezar fortaleciendo el espíritu. 

Ahora vamos a estudiar la calavera con su terrible luz. Es un símbolo asociado con lo que algunos arqueólogos de la vieja escuela llamaban "la adoración ancestral" 26. En las sucesivas versiones arqueorreligiosas del cuento se dice que las calaveras en lo alto de los palos son las de las personas que la Yagá ha matado y devorado. Pero en los ritos religiosos más antiguos que practicaban el parentesco ancestral los huesos se consideraban elementos necesarios para la evocación de los espíritus, y las calaveras eran la parte más destacada del esqueleto.
En el parentesco ancestral se cree que la especial y eterna sabiduría de los ancianos de la comunidad reside en sus huesos después de la muerte. La calavera se considera la bóveda que alberga un poderoso vestigio del alma que se ha ido, un vestigio que, si así se le pide, es capaz de evocar todo el espíritu del difunto durante algún tiempo para que se le puedan hacer consultas. Es fácil imaginar que el Yo espiritual habita justo en la ósea catedral de la frente y que los ojos son las ventanas, la boca es la puerta y las orejas son los vientos. 

Por consiguiente, cuando la Yagá le entrega a Vasalisa la calavera iluminada, le entrega un antiguo icono femenino, una "sabia ancestral" para que la lleve consigo toda la vida. La inicia en un legado matrilineal de sabiduría que siempre se conserva intacto y floreciente en las cuevas y los desfiladeros de la psique. 

Así pues, Vasalisa atraviesa el oscuro bosque con la espantosa calavera. Fue a buscar a la Yagá y ahora regresa a casa más segura y decidida, caminando con las caderas firmemente echadas hacia delante. Éste es el ascenso desde la iniciación en la profunda intuición. La intuición se ha colocado en Vasalisa como la joya central de una corona. Cuando una mujer llega a esta fase, ya ha conseguido abandonar la protección de la madre demasiado buena que lleva dentro y ha aprendido a esperar y afrontar las adversidades del mundo exterior con fortaleza y sin temor. Es conciente de la sombra represora de su madrastra y sus hermanastras y del daño que éstas le quieren hacer. 

Ha atravesado la oscuridad prestando atención a su voz interior y ha podido resistir la contemplación del rostro de la Bruja, que es una faceta de su propia naturaleza, pero también la poderosa naturaleza salvaje. De esta manera puede comprender el temible poder de su propia conciencia y el de la conciencia de los demás. Y ya no dice "Le tengo miedo (a él, a ella, a esto)". 

Ha servido a la divina Bruja de la psique, ha alimentado la relación, ha purificado las personae y ha conservado la claridad del pensamiento. Ha descubierto esta salvaje fuerza femenina y sus costumbres. Ha aprendido a distinguir y a separar el pensamiento de los sentimientos. Ha aprendido a identificar el gran 
poder salvaje de su propia psique. 

Conoce el significado de la Vida/Muerte/Vida y el papel que en todo ello desempeña la mujer. Con las recién adquiridas habilidades de la Yagá, ya no tiene por qué faltarle la confianza ni el poder. Tras haber recibido el legado de las madres —la intuición de la faceta humana de su naturaleza y la sabiduría salvaje de la faceta de La Que Sabe de la psique—, ya está preparada para lo que sea. Avanza por la vida asentando con firmeza los pies en el suelo uno detrás de otro, con toda su feminidad. Ha fundido todo su poder y ahora ve el mundo y su propia vida a través de esta nueva luz. Veamos qué ocurre cuando una mujer se comporta de esta manera.

Tomado del Libro "Mujeres que corren con los Lobos" de Clarissa Pinkola Estés ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación").