miércoles, 28 de diciembre de 2011

Riesgo grande de un galán en metáfora de mariposa

Vidrio animado que en la lumbre atinas
con la tiniebla en que tu vida yelas, 
y al breve tiempo del morir anhelas
en la circunferencia que caminas.

En poco mar de luz ve oscuras ruinas,
nave que desplegaste vivas velas;
la más fúnebre noche que recelas
se enciende entre la luz que te avecinas.

No retire tu espíritu cobarde
el vuelo de la luz donde te ardías,
abrásate en el riesgo que buscabas.

Dichosamente entre sus lumbres arde,
porque al dejar de ser lo que vivías
te empezaste a volver en lo que amabas.

Luis de Sandoval Zapata.

lunes, 5 de diciembre de 2011

C P U T A


La computadora en blanco
me mira
burlona;
la soberbia emperatriz
            que derrocó al cuadernillo
la noche que se comió
las plumas y los lápices
sólo para mostrarme lo ágil
que puede ser con las teclas.
de haber sabido que me saldría
            muy culata
por el tiro;
ni me fijo,
me hago pendejo como con el bajo…
pero es tan dame más,
tan te reto a que no puedes.
La muy puta
con tal de que le manoseé las haches
y le pula la eñe quedito
es capaz de hipnotizarme
o darme toques muy campante.

Quesque la desaprovecho,
me revienta:
nomás me quieres pascribir
pudiendo  hacer música
o diseñando aviones,
sólo me utilizas,
a lo que yo respondo:
tranquila, flojita, flojita.
Hay que ver cómo se pone
cuando estoy de viaje
y se cela de la libreta.
Y luego escríbeme, escríbeme así
no lo pienses
tecléame
ábreme el espacio
lléname de jotas las igriegas
sóplame en la equis
dame des, más des
ponme en eme
así
así
a que no te atreves
            a chuparme el arroba
a que no me enfalas la efe completa
más rápido
más rápido.

Pero qué decir de las machacantes
sequías de actividad,
de los bloqueos de inspiración,
si cada poco me sale con su
error al tratar de ejecutar
mande un informe a mi distribuidor,
yo le doy a entender a ésta vieja:
quiún diadestos
me consigo una chiquitita
            con más capacidá,
ella sólo contesta
que entre más pequeña
            más compleja
que primero consiga un manual
en el arte de los sistemas,
que su autluk su opdeit su ram,
luego no encuentro tal poema
            o tal tarea
tal archivo no existe
            ni nunca existió.

Y tiene razón;
la muy jija de su regenérica madre,
necesito un manual
pero de redacción,
los sistemas me dan  miedo.

Poema de Eduardo Ribé tomado del "Divagatorio", y éste de "De la hoja al cenicero".

La Mecánica del Corazón (VI)



Cuando tengo mucho miedo, noto que la mecánica de mi corazón patina hasta tal punto que parezco una locomotora de vapor en el momento en que sus ruedas chirrían en una curva. Viajo sobre los raíles de mi propio miedo. ¿De qué tengo miedo? De ti, en fin, de mi sin ti. El vapor, pánico mecánico de mi corazón, se filtra por debajo de los raíles. Oh, Madeleine, que calentito me tenías. Nuestro último encuentro aún está tibio, sin

embargo tengo tanto frío como si jamás te hubiera encontrado ese día, el día mas frío del mundo.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La Mecánica del Corazón (V)



Jack:



Esta carta es muy pesada, tanto que me pregunto si la paloma logrará alzar el vuelo con tales noticias.

Esta mañana, cuando Luna, Anna y yo llegábamos a lo alto de la colina, la puerta de la casa estaba entreabierta, pero ya no había nadie. El taller estaba patas arriba, como si acabara de pasar un huracán. Habían revuelto todas las cajas de Madeleine, hasta el gato había desaparecido.

Fuimos inmediatamente en busca de Madeleine. Y al fin la encontramos en la prisión de Saint Calford. En el poco rato que nos autorizaron a verla, contó que la policía la había arrestado apenas unos minutos después de nuestra partida, y añadió que no había que preocuparse, que aquella no era la primera vez que la arrestaban y que todo  se arreglaría.

Me gustaría poder escribir que ya la han soltado, me gustaría contarte que cocina con una mano, que con la otra arregla a algún infeliz, aunque te eche de menos, que se porta bien. Pero ayer por la noche Madeleine se marchó. Partió en un viaje que ella misma decidió emprender pero del que jamás podrá regresar. Dejó su cuerpo en la cárcel y su corazón se liberó. Soy consciente de que esta noticia te sumirá en un gran estado de tristeza, pero no olvides nunca que tú le has dado la alegría de ser una verdadera madre. Ese era el mayor sueño de su vida. 

Ahora esperamos que la paloma nos traiga noticias tuyas. Espero que la paloma pueda alcanzarte pronto. La idea de que creas aún que Madeleine vive nos resulta cruel. 

Procuraré no releer esta carta, si no me arriesgo a no reunir jamás el valor para mandártela. 

Anna, Luna y yo te deseamos el coraje necesario para superar esta nueva adversidad.

Con todo nuestro amor,

Arthur

P.D.: Y no lo olvides nunca, "¡Oh When the Saints!"

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

La Mecánica del Corazón (IV)


Primero, no toques las agujas de tu corazón. Segundo, domina tu cólera. Tercero y mas importante, no te enamores jamás de los jamases. Si no cumples estas normas las agujas del reloj de tu corazón traspasará tu piel, tus huesos se fracturarán y la mecánica del corazón se estropeará de nuevo. 

El mensaje de la pizarra me aterroriza, aunque no tengo necesidad de leerlo pues ya me lo sé de memoria. Sopla un viento de amenaza entre mis engranajes. Por frágil que sea mi reloj, la pequeña cantante te ha instalado cómodamente en él. Ha
dejado sus pesadas maletas cargadas de yunques en cada rincón; sin embargo, jamás me había sentido tan ligero como desde que la conocí..

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

La Mecánica del Corazón (III)





De repente, el cucú de mi corazón empieza a sonar muy fuerte, mucho más fuerte que cuando sufro una crisis. Siento que mis engranajes giran a toda velocidad, como si me ahogara. El carillón me revienta los tímpanos, me tapo los oídos pero el tictac resuena en el interior, haciéndose insoportable. Las agujas me rebanarán el cuello. La doctora Madeleine intenta calmarme con gestos discretos, como si intentara atrapar a un pobre canario asustado en su jaula. Tengo un calor asfixiante.

Me hubiera gustado parecer un águila real o una gaviota majestuosa, pero en lugar de eso, aparezco como un pobre canario perturbado y confundido por sus propios sobresaltos. Espero que la pequeña cantante no me haya visto. Mi tictac resuena seco,
mis ojos se abren, y mi nariz se alza al cielo. La doctora Madeleine me sujeta por el cuello de mi camisa, después me agarra del brazo y mis talones se despegan ligeramente del suelo.

-¡Volvemos a casa de inmediato! ¡Asustas a todo el mundo! ¡A todo el mundo!

Parece furiosa e inquieta a la vez. Me siento avergonzado. Al mismo tiempo rememoro las imágenes de la joven muchacha que canta sin gafas y mira el sol de frente. Y entonces ocurre: me enamoro. En el interior de mi reloj es el día más caluroso de la
historia.

Después de un cuarto de hora de ajustes a mi corazón y una buena sopa de fideos, recupero mi estado normal. La doctora Madeleine tiene un gesto cansado, como cuando después de horas y horas cantando no consigue que me duerma, aunque está vez tiene un aire más concienzudo. 

-Recuerda que tu corazón no es más que una prótesis, es infinitamente más frágil que un corazón normal, y me temo que siempre va a ser así. Los mecanismos de tu reloj no filtran las emociones como lo harían los tejidos de un corazón normal. Es absolutamente necesario que seas prudente. Lo que ha ocurrido en la ciudad cuando has visto a esa pequeña cantora confirma lo que me temía: el amor es demasiado peligroso para ti.


-Me encanta contemplar su boca.
-¡No digas eso!
-Su rostro es hermoso, con esa sonrisa resplandeciente que provoca que uno quiera contemplada mucho rato.
-No te das cuenta, te lo tomas como si no tuviera importancia. Pero lo que haces es jugar con fuego, un juego peligroso, sobre todo si se tiene un corazón de madera. Te duelen los engranajes cuando toses, ¿verdad?
-Sí.
-Pues bien, ese es un sufrimiento insignificante si lo comparas con el que puede originar el amor. Todo el placer y la alegría que el amor provoca puedes pagados un día con muchos sufrimientos. Y cuanto más intensamente ames, más intenso será el dolor futuro. Conocerás la angustia de los celos, de la incomprensión, la sensación de rechazo y de injusticia. Sentirás el frío hasta en tus huesos, y tu sangre formará cubitos de hielo que notarás correr bajo tu piel. La mecánica de tu corazón explotará. Yo misma te instalé este reloj, conozco perfectamente los límites de su funcionamiento. Como mucho, es posible que resista la intensidad del placer, pero no es lo bastante sólido para aguantar los pesares del amor.

Madeleine sonríe tristemente, con el rictus que siempre la acompaña, pero en esta ocasión no hay ni rastro de cólera.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La Mecánica del Corazón (II)




-Aquel famoso dieciséis de abril de mil ochocientos setenta y cuatro, el frío me quebró la columna vertebral:
tan solo el calor del alcohol que ingiero desde esos sombríos acontecimientos impidió que me congelara del todo. Soy el único mendigo que se salvó, el resto de mis compañeros murieron de frío.
Se quita el abrigo y me pide que le mire la espalda. Me incomoda un poco, pero no me siento capaz de negarme.
-Para reparar la parte rota, la doctora Madeleine me injertó un pedazo de columna vertebral musical a la que ella misma afinó los huesos. Si me doy en la espalda con un martillo puedo tocar música. Suena muy bien, pero, por otro lado, ando como un
cangrejo. Anda, toca algo si quieres -me dice alargándome su pequeño martillo.
-¡No sé tocar nada!
-Espera, espera, vamos a cantar un poco, ya verás qué bien suena.
Y se pone a cantar «Oh When the Saints» acompañándose con su osófono. Su voz reconforta como un cálido y esplendoroso fuego de chimenea en una noche de invierno.
Mientras se marcha, abre una alforja repleta de huevos de gallina.
-¿Por qué cargas con todos esos huevos?
-Porque están llenos de recuerdos... Mi mujer los cocinaba de maravilla. Me basta cocer uno para tener la impresión de que vuelvo a estar con ella.
-¿Y los cocinas igual de bien?
-No, me salen cosas infames, pero eso me permite reavivar los recuerdos con mayor facilidad. Coge uno si quieres.
-No quiero que te falte ningún recuerdo.
-No te preocupes por mí, tengo demasiados. Tú todavía no lo sabes, pero algún día te alegrará mucho abrir el zurrón y encontrar un recuerdo de tu infancia. 
Mientras tanto, lo que sí sé es que tan pronto como resonaron los acordes menores de «Oh When the Saints», las brumas de mis preocupaciones se disiparon durante varias horas.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.