jueves, 27 de junio de 2013

Identidad sexual y género en la contrasexualidad

La identidad sexual no es la expresión instintiva de la verdad prediscursiva de la carne, sino un efecto de reinscripción de las prácticas de género en el cuerpo. El problema del llamado feminismo constructivista es haber hecho del cuerpo-sexo una materia informe a la que el género vendría a dar forma y significado dependiendo de la cultura o del momento histórico. El género no es simplemente performativo (es decir, un efecto de las prácticas culturales lingüístico-discursivas) como habría querido Judith Butler.

El género es ante todo prostético, es decir, no se da sino en la materialidad de los cuerpos. Es puramente construido y al mismo tiempo enteramente orgánico. Escapa a las falsas dicotomías metafísicas entre el cuerpo y el alma, la forma y la materia. El género se parece al dildo. Porque los dos pasan de la imitación. Su plasticidad carnal desestabiliza la distinción entre lo imitado y el imitador, entre la verdad y la representación de la verdad, entre la referencia y el referente, entre la naturaleza y el artificio, entre los órganos sexuales y las prácticas del sexo. El género podría resultar una tecnología sofisticada que fabrica cuerpos sexuales.

Es este mecanismo de producción sexo-prostético el que confiere a los géneros femenino y masculino su carácter sexual-real-natural. Pero, como para toda máquina, el fallo es constitutivo de la máquina heterosexual. Dado que lo que se invoca como «real masculino» y «real femenino» no existe, toda aproximación imperfecta se debe renaturalizar en beneficio del sistema, y todo accidente sistemático (homosexualidad, bisexualidad, transexualidad...) debe operar como excepción perversa que confirma la regularidad de la naturaleza.

Extracto de "Manifiesto Contrasexual"  de Beatriz Preciado

La tecnología sexual heteronormativa

La tecnología social heteronormativa (ese conjunto de instituciones tanto lingüísticas como médicas o domésticas que producen constantemente cuerpos-hombre y cuerposmujer) puede caracterizarse como una máquina de producción ontológica que funciona mediante la invocación performativa del sujeto como cuerpo sexuado. Las elaboraciones de la teoría queer llevadas a cabo durante los noventa por Judith Butler o por Eve K. Sedgwick han puesto de manifiesto que las expresiones, aparentemente descriptivas, «es una niña» o «es un niño», pronunciadas en el momento del nacimiento (o incluso en el momento de la visualización ecográfica del feto) no son sino invocaciones performativas –más semejantes a expresiones contractuales pronunciadas en rituales sociales tales como el «sí, quiero» del matrimonio, que a enunciados descriptivos tales como «este cuerpo tiene dos piernas, dos brazos y un rabo». Estos performativos del género son trozos de lenguaje cargados históricamente del poder de investir un cuerpo como masculino o como femenino, así como de sancionar los cuerpos que amenazan la coherencia del sistema sexo/género hasta el punto de someterlos a procesos quirúrgicos de «cosmética sexual» (disminución del tamaño del clítoris, aumento del tamaño del pene, fabricación de senos de silicona, refeminización hormonal del rostro, etc.

Extracto de "Manifiesto Contrasexual"  de Beatriz Preciado

Del sexo como tecnología biopolítica

El sexo, como órgano y práctica, no es ni un lugar biológico preciso ni una pulsión natural. El sexo es una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder entre los géneros (femenino/masculino), haciendo coincidir ciertos afectos con determinados órganos, ciertas sensaciones con determinadas reacciones anatómicas.

La naturaleza humana es un efecto de tecnología social que reproduce en los cuerpos, los espacios y los discursos la ecuación naturaleza = heterosexualidad. El sistema heterosexual es un aparato social de producción de feminidad y masculinidad que opera por división y fragmentación del cuerpo: recorta órganos y genera zonas de alta intensidad sensitiva y motriz (visual, táctil, olfativa...) que después identifica como centros naturales y anatómicos de la diferencia sexual.

Los roles y las prácticas sexuales, que naturalmente se atribuyen a los géneros masculino y femenino, son un conjunto arbitrario de regulaciones inscritas en los cuerpos que aseguran la explotación material de un sexo sobre el otro.

La diferencia sexual es una heteropartición del cuerpo en la que no es posible la simetría. El proceso de creación de la diferencia sexual es una operación tecnológica de reducción que consiste en extraer determinadas partes de la totalidad del cuerpo y aislarlas para hacer de ellas significantes sexuales. Los hombres y las mujeres son construcciones metonímicas del sistema heterosexual de producción y de reproducción que autoriza el sometimiento de las mujeres como fuerza de trabajo sexual y como medio de reproducción. Esta explotación es estructural, y los beneficios sexuales  que los hombres y las mujeres heterosexuales extraen de ella obligan a reducir la superficie erótica a los órganos sexuales reproductivos y a privilegiar el pene como único centro mecánico de producción del impulso sexual.

El sistema de sexo-género es un sistema de escritura. El cuerpo es un texto socialmente construido, un archivo orgánico de la historia de la humanidad como historia de la producción-reproducción sexual, en la que ciertos códigos se naturalizan, otros quedan elípticos y otros son sistemáticamente eliminados o tachados. La (hetero)sexualidad, lejos de surgir espontáneamente de cada cuerpo recién nacido, debe reinscribirse o reinstituirse a través de operaciones constantes de repetición y de recitación de los códigos (masculino y femenino) socialmente investidos como naturales.

La contrasexualidad tiene como tarea identificar los espacios erróneos, los fallos de la estructura del texto (cuerpos intersexuales, hermafroditas, locas, camioneras, maricones, bollos, histéricas, salidas o frígidas, hermafrodykes...), y reforzar el poder de las desviaciones y derivas respecto del sistema heterocentrado

Extracto de "Manifiesto Contrasexual"  de Beatriz Preciado

Las dos temporalidades de la contrasexualidad

La contrasexualidad juega sobre dos temporalidades. Una temporalidad lenta en la cual las instituciones sexuales parecen no haber sufrido nunca cambios. En esta temporalidad, las tecnologías sexuales se presentan como fijas. Toman prestado el nombre de «orden simbólico», de «universales transculturales» o, simplemente, de «naturaleza Toda tentativa para modificarlas sería juzgada como una forma de «psicosis colectiva» o como un «Apocalipsis de la Humanidad». Este plano de temporalidad fija es el fundamento metafísico de toda tecnología sexual. Todo el trabajo de la contrasexualidad está dirigido contra, opera e interviene en ese marco temporal. Pero hay también una temporalidad del acontecimiento en la que cada hecho escapa a la causalidad lineal. Una temporalidad fractal constituida de múltiples «ahoras» que no pueden ser el simple efecto de la verdad natural de la identidad sexual o de un orden simbólico. Tal es el campo efectivo donde la contrasexualidad incorpora las tecnologías sexuales al intervenir directamente sobre los cuerpos, sobre las identidades y sobre las prácticas sexuales que de éstos se derivan.

La contrasexualidad tiene por objeto de estudio las transformaciones tecnológicas de los cuerpos sexuados y generizados.

Extracto de "Manifiesto Contrasexual"  de Beatriz Preciado

Qué es la contrasexualidad

La contrasexualidad no es la creación de una nueva naturaleza, sino más bien el fin de la Naturaleza como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros. La contrasexualidad es, en primer lugar, un análisis crítico de la diferencia de género y de sexo, producto del contrato social heterocentrado, cuyas performatividades normativas han sido inscritas en los cuerpos como verdades biológicas (Judith Butler, 2001). En segundo lugar: la contrasexualidad apunta a sustituir este contrato social que denominamos Naturaleza por un contrato contrasexual. En el marco del contrato contrasexual, los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o mujeres sino como cuerpos hablantes, y reconocen a los otros como cuerpos hablantes. Se reconocen a sí mismos la posibilidad de acceder a todas las prácticas significantes, así como a todas las posiciones de enunciación, en tanto sujetos, que la historia ha determinado como masculinas, femeninas o perversas. Por consiguiente, renuncian no sólo a una identidad sexual cerrada y determinada naturalmente, sino también a los beneficios que podrían obtener de una naturalización de los efectos sociales, económicos y jurídicos de sus prácticas significantes.

La nueva sociedad toma el nombre de sociedad contrasexual al menos por dos razones. Una, y de manera negativa: la sociedad contrasexual se dedica a la deconstrucción sistemática de la naturalización de las prácticas sexuales y del sistema de género. Dos, y de manera positiva: la sociedad contrasexual proclama la equivalencia (y no la igualdad) de todos los cuerpos-sujetos hablantes que se comprometen con los términos del contrato contrasexual dedicado a la búsqueda del placer-saber.

(...)

La contrasexualidad es también una teoría del cuerpo que se sitúa fuera de las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexualidad/homosexualidad. Define la sexualidad como tecnología, y considera que los diferentes elementos del sistema sexo/género3 denominados «hombre», «mujer», «homosexual», «heterosexual», «transexual», así como sus prácticas e identidades sexuales, no son sino máquinas, productos, instrumentos, aparatos, tru- cos, prótesis, redes, aplicaciones, programas, conexiones, flujos de energía y de información, interrupciones e interruptores, llaves, leyes de circulación, fronteras, constreñimientos, diseños, lógicas, equipos, formatos, accidentes, detritos, mecanismos, usos, desvíos...

La contrasexualidad afirma que en el principio era el dildo. El dildo antecede al pene. Es el origen del pene. La contrasexualidad recurre a la noción de «suplemento» tal como ha sido formulada por Jacques Derrida (1967); e identifica el dildo como el suplemento que produce aquello que supuestamente debe completar. La contrasexualidad afirma que el deseo, la excitación sexual y el orgasmo no son sino los productos retrospectivos de cierta tecnología sexual que identifica los órganos reproductivos como órganos sexuales, en detrimento de una sexualización de la totalidad del cuerpo.

Extracto de "Manifiesto Contrasexual"  de Beatriz Preciado

domingo, 2 de junio de 2013

El mito que divide a las mujeres

El mito de la belleza no habla para nada de  las mujeres. Habla de las instituciones de los hombres y de su poder  institucional. Las cualidades que en un periodo determinado representan la belleza en las mujeres son meramente símbolos del comportamiento femenino que en ese periodo se consideran deseables. En realidad, el mito de  la belleza siempre está prescribiendo comportamientos y no apariencia. La competencia entre las mujeres ha formado parte del mito para dividirlas. La juventud y (hasta recientemente) la virginidad han sido “bellas”  en la mujer porque representan ignorancia sexual y falta de experiencia. El envejecimiento en las mujeres no es “bello” porque las mujeres se  vuelven más poderosas con el tiempo. El eslabón entre las generaciones  de mujeres tiene que ser continuamente roto: las mujeres viejas le temen  a las más jóvenes, las jóvenes le temen a las viejas, y el mito de la belleza  trunca para todas el conjunto de la vida femenina. Más urgentemente la  identidad de la mujer debe ser fundamentada en la “belleza” para que  permanezcamos vulnerables a la aprobación exterior, llevando el órgano vital y sensible del amor propio expuesto al intemperie. "

"El mito de la belleza" de Naomi Wolf

Una nueva forma de ser

" El mito actual de la belleza es más pernicioso que cualquier otra  mística de la femineidad. Hace un siglo, Nora cerró la puerta de su casa  de muñecas; hace una generación, las mujeres le dieron la espalda al  paraíso consumista del hogar repleto de todo tipo de aparatos domésticos. Pero donde las mujeres se encuentran atrapadas ahora, no hay puerta que cerrar. Los estragos contemporáneos de este contragolpe de la  belleza están destruyendo físicamente y agotando psicológicamente a  las mujeres. Para librarnos del peso muerto que una vez más se ha hecho  de la femineidad, lo primero que necesitamos las mujeres, no son ni votos ni manifestantes ni pancartas sino una nueva forma de ver."

"El mito de la belleza" de Naomi Wolf

Las ficciones del mito de la belleza

El auge del mito de la belleza fue sólo una de las muchas ficciones sociales en desarrollo que se hacían pasar como componentes naturales de la  esfera femenina para encerrar a las mujeres dentro de esta esfera.

Otras  ficciones parecidas surgieron contemporáneamente: la versión de una  niñez que requería supervisión materna constante, un concepto de biología femenina que necesitaba que las mujeres de clase media fueran  histéricas e hipocondriacas, la convicción de que las mujeres respetables  estaban sexualmente anestesiadas, y una definición del trabajo de la  mujer que la mantenía ocupada en labores de punto de cruz y elaboración de encaje, ambas actividades repetitivas, laboriosas y complicadas. Tales inventos de la época victoriana tuvieron una doble función: aunque pretendían encauzar la energía y la inteligencia femeninas por medios inofensivos, las mujeres las utilizaron para expresar su verdadera  creatividad y pasión. Pero a pesar de la creatividad de las mujeres de la clase media en la  moda, en el bordado y en la crianza de los niños, un siglo después, el  propósito principal de esta ficción se vio realizado, y consolidó el papel  del ama de casa de los suburbios.

Durante un siglo y medio de agitación  feminista sin precedente, esta ficción pudo contrarrestar el nuevo y peligroso ocio y la escolaridad de la mujer de clase media, así como su libertad frente a las restricciones materiales.

Estas ficciones, consumidoras de tiempo y mente, sobre el papel  natural de la mujer, se adaptaron para poder resurgir en la posguerra  con la mística de la femineidad. Sin embargo, fallaron temporalmente cuando la segunda ola del movimiento feminista desbarató la imagen  del “romance”, “la ciencia”, “la aventura de las labores domésticas y la  vida familiar”.

La empalagosa ficción doméstica del “espíritu familiar”  perdió su significado y las mujeres de la clase media salieron en masa de  sus hogares. Así que las ficciones se transformaron una vez más. Ya que el movimiento feminista había desbaratado con éxito casi todas las ficciones  que había sobre la feminidad, todo el trabajo de control social que se  había extendido a través de los medios de comunicación tenía que ser  reasignado al único cabo suelto, cuya acción consecuentemente se fortaleció cien veces más.

Se reimpuso entonces sobre los cuerpos y rostros de  las mujeres liberadas de todas las limitaciones, tabúes y castigos de las  leyes represivas, los mandatos religiosos y la esclavitud reproductiva,  que ya no tenían tanta fuerza.

La labor de belleza efímera e interminable  sustituyó a la labor doméstica efímera e interminable. A medida que la  economía, la ley, la religión, la moral sexual, la educación y la cultura se  vieron forzadas a abrirse de una manera más justa para incluir a las  mujeres, una realidad privada colonizaba la conciencia femenina. Al  usar ideas sobre la “belleza”, se reconstruyó un mundo femenino alternativo con sus propias leyes, economía, religión, sexualidad, educación  y cultura, en el que cada elemento es tan represivo como aquellos de  antaño.

"El mito de la belleza" de Naomi Wolf

La ilusión de la doncella de hierro

Esta alucinación inconsciente se vuelve más y más influyente y  penetrante cuando se transforma en manipulación mercantil consciente  de las grandes industrias: la industria de las dietas (33 mil millones de  dólares al año), la industria de los cosméticos (20 billones de dólares), la  industria de la cirugía estética (300 millones de dólares) y la industria de  la pornografía (7 mil millones de dólares al año). Todas estas industrias  han florecido gracias a las ganancias que deja la ansiedad inconsciente;  y a su vez pueden, por su influencia en la cultura masiva, usar, estimular  y reforzar la alucinación en una espiral económica ascendente.

Ésta no es una teoría de la conspiración; no tiene por qué serlo. Las  sociedades se inventan las ficciones de la misma manera que lo hacen  los individuos y las familias. Henrik Ibsen las llamaba “mentiras vitales” y el psicólogo Daniel Coleman dice que funcionan a nivel social  como funcionan en las familias. “La confabulación se mantiene distrayendo la atención del hecho temido o reacomodando su significado en  un formato aceptable”. El costo de estos puntos ciegos, dice el psicólogo,  son ilusiones colectivas destructivas.

Las posibilidades para las mujeres  se han vuelto tan diversas que amenazan con desestabilizar las instituciones sobre las cuales se ha levantado una cultura dominada por los  hombres, y una reacción de pánico colectivo de ambos sexos obligó a la  formación de contraimágenes. La alucinación resultante se materializa para las mujeres como algo  demasiado real. Deja de ser sólo una idea para volverse una imagen  tridimensional que delimita lo permitido y lo prohibido en las vidas de  las mujeres. Se convierte en la doncella de hierro.

Originalmente, la doncella de hierro era un instrumento de tortura en Alemania medieval; un  ataúd con forma de cuerpo de mujer con brazos, piernas y un rostro  sonriente bellamente pintados. A la infortunada víctima se le encerraba  en este ataúd, inmovilizándola, y moría por inanición o al encajársele  los clavos empotrados en el interior. La versión moderna en que se hallan atrapadas las mujeres es similarmente rígida y cruel: un cuerpo  eufemísticamente pintado. La cultura contemporánea dirige nuestra atención a la imagen de la doncella de hierro, mientras que censura los rostros y cuerpos auténticos de las mujeres.

"El mito de la belleza" de Naomi Wolf

El mito de la belleza

Estamos en medio de un violento contragolpe en contra del  feminismo que usa imágenes de belleza femenina como arma política  contra el avance de las mujeres: el mito de la belleza. Es la versión moder-  na de un reflejo social vigente desde la revolución industrial. Al mismo  tiempo que las mujeres se libraban de la mística femenina de la domesti-  cidad, el mito de la belleza ocupaba el terreno perdido y ocupaba el  relevo en esa función de control social.

El contragolpe contemporáneo es tan violento porque la ideología  de la belleza es el último baluarte de las viejas ideologías femeninas y  todavía tiene el poder del controlar a aquellas mujeres que de otra mane-  ra se hubieran hecho incontrolables con la segunda ola del feminismo. Se ha fortalecido para apoderarse de la función de sometimiento social  que los mitos sobre la maternidad, la domesticidad, la castidad y la pasi-  vidad ya no pueden ejercer. Esta ideología está intentando destruir de  manera psicológica y soterrada todos los logros que el feminismo obtuvo  de manera abierta y material.

"El mito de la belleza" de Naomi Wolf