domingo, 28 de diciembre de 2014

La persona media es geocéntrica, antropocéntrica, etnocéntrica y egocéntrica.

" Para el individuo medio de los tiempos antiguos (¡y de ahora también!) el cielo y todo cuanto contiene son cosas de importancia menor (excepto, quizá, el Sol). Es la Tierra lo que cuenta, y sólo la Tierra. Y sobre la Tierra, sólo cuenta la humanidad. Y entre los hombres, sólo hay el país de uno, la ciudad de uno, la tribu, la familia, el individuo mismo. La persona media es geocéntrica, antropocéntrica, etnocéntrica y egocéntrica.

Si los líderes intelectuales del mundo -quienes piensan, hablan, y escriben y enseñan- coinciden en que el universo es efectivamente geocéntrico, todos los demás centrismos tenderán a seguirse de modo mucho más natural."

Fragmento de "La tragedia de la Luna" de Isaac Asimov

domingo, 23 de noviembre de 2014

" El ser humano es una obscenidad. Preferiría ser música antes que un amasijo de tubos que exprimen y transportan semisólidos por todo su interior durante unas pocas décadas antes de deteriorarse tanto que dejan de funcionar por completo."

Hotel Memling, Brujas,
cuatro y cuarto de la mañana del 12-XII-1931

Sixsmith:

A las 5.00 de la mañana me pegaré un tiro con la Luger de V. A. ¡Pero te he visto, mi queridísimo amigo! ¡Me llega al alma que te preocupes tanto por mí! Fue ayer, en el campanario, al ponerse el sol. No me viste tú primero de puro milagro. Había llegado al último tramo de la escalera cuando vi a un hombre de perfil apoyado en la baranda, mirando al mar; reconocí esa gabardina tuya tan elegantona y el sombrero de siempre, el único que tienes. Otro peldaño y me habrías pescado agazapándome en las sombras. Echaste a andar hacia el lado norte; si llegas a girar en mi dirección, me pillas. Te esperé lo máximo que me atreví —¿un minuto?— antes de darme la vuelta y bajar corriendo a tierra. No te enfades. Gracias para siempre por venir a buscarme. ¿Has venido en el Kentish Queen?
Ahora no tiene sentido ponerse a hacer preguntas, ¿no te parece?
En realidad no fue pura chiripa que yo te viera primero. El mundo es un teatro de sombras chinescas, una ópera, y estas cosas figuran con mayúsculas en el libreto. No te enfades con mi personaje. Por más que te lo explicase, no lo entenderías. Eres un físico excelente, tu amigo Rutherford y compañía te auguran un futuro brillante y seguro que no les falta razón. Pero en algunos aspectos fundamentales eres un zoquete. Los sanos no pueden entender a los vacíos, a los destrozados. Tú te pondrías a enumerar las razones para seguir viviendo, pero yo me dejé la lista en Victoria Station a comienzos del verano pasado. El motivo por el que bajé corriendo del mirador fue que no quiero que te culpes de no haber sido capaz de disuadirme. Puede que aun así te culpes, pero no lo hagas, Sixsmith, no seas idiota.
Asimismo, espero que no te quedases muy decepcionado al descubrir que me había largado de Le Royal. La visita del señor Verplancke llegó a oídos del director, que se vio obligado a pedirme que me fuese, me explicó, debido a las numerosas reservas. Mentira podrida, pero acepté la hoja de parra. Frobisher el Canalla quería armar un tiberio, pero Frobisher el Compositor quería paz y tranquilidad para terminar el sexteto. Pagué hasta el último céntimo —adiós al dinero de Jansch— e hice la maleta. Deambulé por callejones tortuosos y crucé canales helados hasta encontrar este caravasar que parece abandonado. La recepción es un recoveco bajo las escaleras donde casi nunca hay nadie. El único ornamento de mi habitación es un Caballero que ríe demasiado feo para robarlo y venderlo. Desde la mugrienta ventana se ve el mismo molino en ruinas en cuyos escalones me eché una siestecita la mañana de mi llegada a Brujas. El mismo. Qué te parece. Andamos en círculos.
Sabía que nunca llegaría a los veinticinco. Por una vez soy puntual. Los locos de amor, los que piden ayuda a gritos, todos esos dramaturgos melodramáticos y sensibleros que tan mala fama han dado al suicidio, son unos idiotas que lo hacen todo a matacaballo, como directores de orquesta aficionados. Un verdadero suicidio consiste en una certidumbre medida y disciplinada. La gente pontifica: «Es un acto egoísta». Los clérigos profesionales como Páter van un paso más allá y lo califican de ataque cobarde a los vivos. Los necios esgrimen ese argumento engañoso por varias razones: para evadir el dedo acusador; para impresionar al personal con la fuerza de su carácter; para dar rienda suelta a la ira; o simplemente simplemente porque no han sufrido lo bastante como para entenderlo. La cobardía no tiene nada que ver; de hecho, hace falta bastante coraje para suicidarse. Los japoneses lo saben ver muy bien. No, lo que de verdad es egoísta es pedirle a otro que soporte una existencia intolerable sólo para evitarles a parientes, amigos y enemigos un poco de examen de conciencia. El verdadero egoísmo consiste en amargarles el día a los demás ofreciéndoles un espectáculo grotesco. Así que voy a hacerme un grueso turbante con varias toallas para que amortigüe el disparo y absorba la sangre, y me voy a meter en la bañera para no manchar las alfombras. Anoche dejé una carta debajo de la puerta del despacho del director —la encontrará mañana a las ocho— informándole de mi cambio de estatus existencial, así que con un poco de suerte una camarera inocente se ahorrará una desagradable sorpresa. Para que veas que sí pienso en los humildes.
No dejes que nadie diga que me he matado por un desengaño amoroso, Sixsmith, sería demasiado ridículo. Me encapriché fugazmente de Eva Crommelynck, pero en el fondo los dos sabemos cuál ha sido el verdadero amor de mi vida.
Además de esta carta y del resto del libro de Ewing, he dejado dicho en Le Royal que te entreguen una carpeta con todas mis partituras. Usa el dinero de Jansch para costear la publicación y manda una copia a todas las personas de la lista adjunta. Hagas lo que hagas, no dejes que mi familia le eche el guante a los originales. Páter suspirará y dirá: «No es la Heroica precisamente», y la meterá en un cajón; pero es una obra incomparable. Ecos de la Misa blanca de Scriabin, huellas perdidas de Stravinski, cromatismos del Debussy más lunar, pero la verdad es que no sé de dónde procede. Un sueño a pleno día. Jamás escribiré nada que valga la centésima parte. Ojalá pecase de inmodesto, pero no es el caso. El sexteto del Atlas de las nubes engloba mi vida, es mi vida, ahora soy un cohete consumido; pero al menos he sido un cohete.
El ser humano es una obscenidad. Preferiría ser música antes que un amasijo de tubos que exprimen y transportan semisólidos por todo su interior durante unas pocas décadas antes de deteriorarse tanto que dejan de funcionar por completo.
Aquí está la Luger. Falta media hora. Estoy algo asustado, obviamente, pero más fuerte que el miedo es el amor que siento por esta coda. Un escalofrío eléctrico ante el hecho de que, como Adrian, sé que estoy a punto a morir. El orgullo de llegar hasta el final. Certezas. Cuando te despojas de las creencias que te endilgan las institutrices, los colegios y los Estados, descubres dentro de ti verdades indelebles. Roma entrará en decadencia y volverá a caer, Cortés se hará de nuevo a la mar y después Ewing también, Adrian volverá a saltar en pedazos, tú y yo volveremos a dormir juntos bajo las estrellas corsas, regresaré a Brujas, de nuevo me enamoraré y me desenamoraré de Eva, tú leerás otra vez esta carta y el sol volverá a apagarse. Un disco en el gramófono de Nietzsche. Cuando termine, el Viejo lo pondrá una vez más, y así una eternidad de eternidades.
El tiempo no consigue penetrar en este periodo sabático. No duramos mucho muertos. Una vez que la Luger me deje partir, mi nuevo nacimiento caerá sobre mí en un abrir y cerrar de ojos. Dentro de trece años volveremos a conocernos en Gresham, diez años después estaré en esta misma habitación, empuñando la misma pistola, escribiendo esta misma carta, una decisión tan consumada como mi sexteto de mil cabezas. Estas certezas elegantes me reconfortan.

Sunt lacrimae rerum.
R.F.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

jueves, 20 de noviembre de 2014

" Porque un hombre como yo no tiene nada que ver con esta sustancia, «la belleza», y, sin embargo, hela aquí, en las cámaras herméticas de mi corazón. "

Zedelghem,
29-X-1931

Sixsmith:

Eva. Porque su nombre es sinónimo de tentación: ¿qué puede tocar más de cerca la esencia de un hombre? Porque el alma le flota en los ojos. Porque sueño con deslizarme entre pliegues de terciopelo hasta llegar a su habitación, donde consigo entrar, y le tarareo una melodía tan... tan dulce que viene a mí y planta sus pies descalzos en los míos, con la oreja pegada a mi corazón, y bailamos como marionetas. Después de ese beso, me dice: «Vous embrassez comme un poisson rouge!», y entre espejos iluminados por la luna nos enamoramos de nuestra juventud y nuestra belleza. Porque me he pasado la vida aguantando a mujeres idiotas y sofisticadas que se empeñaban en entenderme, en curarme, pero Eva sabe que soy terra incognita, y me explora sin prisa, como hacías tú. Porque es delgada como un niño. Porque huele a almendras, a hierba del prado. Porque si me sonrío de que quiera ser egiptóloga me da una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Porque me hace pensar en algo más que en mí mismo. Porque resplandece aun cuando está seria. Porque le gustan más los diarios de viaje que Walter Scott, prefiere a Billy Mayerl antes que a Mozart y no distingue un do mayor de un sargento mayor. Porque yo, sólo yo, veo su sonrisa una milésima antes de que le llegue a la cara. Porque el emperador Robert no es un buen hombre —su mejor parte es prisionera de la música inédita que lleva dentro— pero así y todo me dedica esa sonrisa única. Porque oímos a los chotacabras. Porque su risa le brota de un agujero en lo alto de la cabeza y riega la mañana entera. Porque un hombre como yo no tiene nada que ver con esta sustancia, «la belleza», y, sin embargo, hela aquí, en las cámaras herméticas de mi corazón.

Tuyo,
R.F.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

domingo, 19 de octubre de 2014

¿Existe alguna diferencia sustancial entre un simulacro hecho de humo, espejos y sombras —o sea, el pasado real— y otro simulacro semejante, o sea, el futuro real?

" • Exposición: los procedimientos del pasado real y del pasado virtual pueden ilustrarse con un acontecimiento tan presente en la memoria colectiva como es el hundimiento del Titanic. El desastre, tal y como ocurrió en realidad, va cayendo en el olvido a medida que los testigos oculares mueren uno tras otro, los documentos se deterioran y los restos del naufragio se desintegran en su tumba atlántica. En cambio, el hundimiento virtual del Titanic, fruto de testimonios modificados, artículos periodísticos, rumores, fantasías —en suma, fruto de la creencia popular— se torna cada vez más «verdadero». El pasado real es frágil y quebradizo, cada vez se vuelve más oscuro y cada vez cuesta más captarlo y reconstruirlo; el pasado virtual, por el contrario, es maleable, está cada vez más claro y cada vez se hace más difícil sortearlo y denunciar que se trata de un fraude.El presente se sirve del pasado virtual para otorgar credibilidad a sus mitologías y legitimar las imposiciones del poder. El poder aspira a arrogarse el derecho de moldear el pasado virtual. (El que paga al historiador es el que marca el paso).
Simétricamente, también existe un futuro real y un futuro virtual. Nos imaginamos cómo será la semana que viene, el año que viene o el 2225: un futuro virtual, hecho de deseos, profecías y ensueños. Este futuro virtual puede influir en el futuro real, como ocurre con las profecías que acarrean su propio cumplimiento, pero el futuro real eclipsará el virtual exactamente igual que el mañana eclipsa el hoy. Como en la isla de Utopía, el futuro real y el pasado real sólo existen en un horizonte brumoso y remoto, donde no sirven de nada.Pregunta: ¿Existe alguna diferencia sustancial entre un simulacro hecho de humo, espejos y sombras —o sea, el pasado real— y otro simulacro semejante, o sea, el futuro real?
Un modelo temporal: una matriosca infinita de instantes pintados; cada «muñequita» (el presente) está encerrada dentro de una serie de muñequitas (los presentes anteriores) que yo llamo pasado real, pero que todos percibimos como pasado virtual. Al mismo tiempo, la muñeca del «ahora» contiene una serie de presentes aún por venir, que yo llamo el futuro real, pero que nosotros percibimos como futuro virtual.
Conclusión: estoy enamorado de Luisa Rey.
Salta el detonador. Se enciende el explosivo. Una bola de fuego envuelve el avión. Los componentes metálicos del aparato, el plástico, los circuitos, los pasajeros, sus huesos, sus ropas, sus libretas, sus cerebros, todo se derrite entre llamas que superan los 1200° C. Lo increado y lo extinto existe solamente en nuestros pasados reales y virtuales. Ahora dará comienzo la bifurcación de ambos pasados."

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

"... lo que nos condena a engrosar las filas de los Muertos Vivientes o, por el contrario, nos concede la salvación, no son los años, sino la actitud"

" La edad madura ya ha pasado, pero lo que nos condena a engrosar las filas de los Muertos Vivientes o, por el contrario, nos concede la salvación, no son los años, sino la actitud. También en el reino de los jóvenes habitan muchas almas muertas en vida. Se mueven tan rápido que consiguen ocultar su putrefacción interior décadas, pero nada más. Por la ventana veo caer gruesos copos de nieve sobre los tejados de pizarra y los muros de granito. Como Solzhenitsin quemándose las pestañas en Nueva York, trabajaré cual hormiguita en el exilio, lejos de la ciudad que me vio nacer.
como él, yo también volveré, un atardecer luminoso."

" Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

martes, 14 de octubre de 2014

... Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. Pise un ratón y dejará su huella, como un abismo en la eternidad.

"¿Qué pasa con los zorros que necesitan esos ratones para sobrevivir? Por falta de diez ratones muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos, buitres, infinitos billones de formas de vida son arrojadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto usted sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo, hasta sus raíces. Con la muerte de ese hombre de las cavernas, un billón de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se alce nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea para siempre un bosque oscuro, y sólo crezca Asia saludable y prolífica. Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. Pise un ratón y dejará su huella, como un abismo en la eternidad. La reina Isabel no nacerá nunca, Washington no cruzará el Delaware, nunca habrá un país llamado Estados Unidos. Tenga cuidado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera!"

Extracto del cuento "Safari en el Tiempo, SA" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

... todo volverá a la fresca muerte, la muerte en la semilla, la muerte verde, al tiempo anterior al comienzo.

" Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo, todos los años y todos los calendarios de pergamino, todas las horas apiladas en llamas. El roce de una mano, y este fuego se volvería maravillosamente, y en un instante, sobre sí mismo. Eckels recordó las palabras de los anuncios en la carta. De las brasas y cenizas, del polvo y los carbones, como doradas salamandras, saltarán los viejos años, los verdes años; rosas endulzarán el aire, las canas se volverán negro ébano, las arrugas desaparecerán. Todo regresará volando a la semilla, huirá de la muerte, retornará a sus principios; los soles se elevarán en los cielos occidentales y se pondrán en orientes gloriosos, las lunas se devorarán al revés a sí mismas, todas las cosas se meterán unas en otras como cajas chinas, los conejos entrarán en los sombreros, todo volverá a la fresca muerte, la muerte en la semilla, la muerte verde, al tiempo anterior al comienzo. Bastará el roce de una mano, el más leve roce de una mano."

Extracto del cuento "Safari en el Tiempo, SA" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

... cuando una recuerda toda una vida, parece que recordase menos las caras que las manos, y lo que ellas hicieron

" La tercera mujer suspiró. Bordó una rosa, una hoja, una margarita en un campo verde. La aguja de bordar se alzaba y desaparecía.
La segunda mujer estaba trabajando en el más fino, el más delicado bordado de los tres, dando hábiles puntadas, lanzando la aguja por innumerables caminos. Su rápida y negra mirada acompañaba todos los movimientos. Una flor, un hombre, un camino, un sol, una casa; la escena crecía bajo su mano; una belleza en miniatura, perfecta en todos los hilados detalles.
—En momentos como éste parecería que una vuelve siempre a sus manos —dijo, y las otras asintieron de modo que las mecedoras se mecieron otra vez.
—Se me ocurre —dijo la primera mujer— que nuestras almas están en nuestras manos. Pues hacemos con ellas todas las cosas. A veces pienso que no las usamos bastante. Por lo menos es cierto que no usamos nuestras cabezas.
Todas miraron con más atención lo que hacían las manos.
—Sí —dijo la tercera—, cuando una recuerda toda una vida, parece que recordase menos las caras que las manos, y lo que ellas hicieron."

Extracto del cuento "Bordado" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

... maté el televisor, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco

"—¿Recuerda aquella canción de Gilbert y Sullivan, «Lo he anotado en mi lista, y jamás lo olvidaré»? Me pasé la noche anotando quejas. A la mañana siguiente me compré una pistola. Me embarré los zapatos a propósito. Me planté ante la puerta de calle. La puerta chilló: "¡Pies sucios, pies embarrados! ¡Límpiese los pies! ¡Por favor sea aseado!" Le disparé un tiro por el ojo de la cerradura. Corrí a la cocina, donde el horno lloriqueaba: "¡Apáguenme!" En medio de una tortilla mecánica, enmudecí la cocina. O cómo siseó y gritó: "¡Un corto circuito!"
Entonces sonó el teléfono, como un murciélago. Lo eché en el sumidero mecánico. Debo declarar aquí que no tengo nada contra el sumidero. Lo siento por él, un dispositivo útil sin duda, que nunca dice una palabra, ronronea como un león somnoliento la mayor parte del tiempo, y digiere nuestros restos. Lo arreglaré. Luego fui y maté el televisor, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco, y yo mismo siempre volviendo a él, volviendo y esperando, hasta que... ¡pum! Como un pavo sin cabeza, mi mujer salió chillando a la calle. Vino la policía. ¡Y aquí estoy!"

Extracto del cuento "El asesino" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

... El viento hará hermosa a la cometa y la llevará a maravillosas alturas. Y la cometa quebrará la uniformidad de la existencia del viento y le dará sentido. Uno no es nada sin el otro. Juntos todo es cooperación y una larga y prolongada vida.

"—Llevadnos a la luz del sol —dijo la voz.
Transportaron a los viejos bajo el sol y sobre una pequeña loma. Unos pocos niños flacos remontaban cometas en la brisa de los últimos días de verano, cometas del color del sol, las ranas y las hierbas, el color del mar y el color de las monedas y el trigo.
La hija del primer mandarín estaba junto a la cama de su padre.
—Mirad —dijo.
—No hay más que cometas —dijeron los dos viejos.
—Pero que es una cometa en el suelo —dijo ella—, nada. ¿Qué necesita para sostenerse y ser hermosa y verdaderamente espiritual?
—¡El viento, por supuesto! —dijeron los otros.
—¿Y que necesitan el cielo y el viento para ser hermosos?
—Una cometa, por supuesto..., muchas cometas para quebrar la monotonía, la uniformidad del cielo.¡Cometas de colores, que vuelen!.
—Sí —dijo la hija del mandarín—. Tú, Kwan-Si, cambiarás por última vez tu ciudad para que parezca nada más ni menos que el viento. Y nosotros tomaremos la forma de una cometa dorada. El viento hará hermosa a la cometa y la llevará a maravillosas alturas. Y la cometa quebrará la uniformidad de la existencia del viento y le dará sentido. Uno no es nada sin el otro. Juntos todo es cooperación y una larga y prolongada vida.
Los dos mandarines se sintieron tan contentos que comieron por primera vez después de muchos días. Recobraron las fuerzas, se abrazaron y se elogiaron uno a otro, llamando a la hija del mandarín un muchacho, un hombre, una columna de piedra, un guerrero y un verdadero e inolvidable hijo. Casi inmediatamente se separaron a sus ciudades llamando y cantando, débiles pero felices.
Pasó el tiempo y las ciudades se llamaron Ciudad de la Cometa Dorada y la Ciudad del Viento Plateado. Y se cosecharon las cosechas y se atendieron otra vez los negocios, y todos engordaron, y la enfermedad huyó como un chacal asustado. Y todas las noches del año, los habitantes de la Ciudad de la Cometa podían oír el buen viento que los mantenía en el aire. Y los de la Ciudad del Viento podían oír como la cometa cantaba, susurraba, se elevaba y los embellecía.
—Así sea. —dijo el mandarín junto a la cortina de seda."

Extracto del cuento "La dorada cometa, el plateado viento" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

... maté el televisor, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco

"—¿Recuerda aquella canción de Gilbert y Sullivan, «Lo he anotado en mi lista, y jamás lo olvidaré»? Me pasé la noche anotando quejas. A la mañana siguiente me compré una pistola. Me embarré los zapatos a propósito. Me planté ante la puerta de calle. La puerta chilló: "¡Pies sucios, pies embarrados! ¡Límpiese los pies! ¡Por favor sea aseado!" Le disparé un tiro por el ojo de la cerradura. Corrí a la cocina, donde el horno lloriqueaba: "¡Apáguenme!" En medio de una tortilla mecánica, enmudecí la cocina. O cómo siseó y gritó: "¡Un corto circuito!"
Entonces sonó el teléfono, como un murciélago. Lo eché en el sumidero mecánico. Debo declarar aquí que no tengo nada contra el sumidero. Lo siento por él, un dispositivo útil sin duda, que nunca dice una palabra, ronronea como un león somnoliento la mayor parte del tiempo, y digiere nuestros restos. Lo arreglaré. Luego fui y maté el televisor, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco, y yo mismo siempre volviendo a él, volviendo y esperando, hasta que... ¡pum! Como un pavo sin cabeza, mi mujer salió chillando a la calle. Vino la policía. ¡Y aquí estoy!"

Extracto del cuento "El asesino" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

... aquella noche hice planes para asesinar la casa

—Señor Brock, ¿puedo sugerirle que su conducta hasta ese momento no había sido muy... práctica? Si no le gustaban las radios de transistores, o las radios de oficina, o las radios de auto, ¿por qué no se unió a alguna asociación de enemigos de la radio, firmó petitorios, o luchó por normas legales y constitucionales? Al fin y al cabo, estamos en una democracia.
—Y yo —dijo Brock— estoy en lo que se llama una minoría. Me uní a asociaciones, firmé petitorios, llevé el asunto a la justicia. Protesté todos los años. Todos se rieron. Todos amaban las radios y los anuncios. Yo estaba fuera de lugar.
—Entonces tenía que haberse conducido como un buen soldado, ¿no le parece? La mayoría manda.
—Pero han ido demasiado lejos. Si un poco de música y "mantenerse en contacto" es agradable, piensan que mucha música y mucho "contacto" será diez veces más agradable. ¡Me volvieron loco! Llegué a casa y encontré a mi mujer histérica. ¿Por qué? Porque había perdido todo contacto conmigo durante medio día. ¿Recuerda que bailé sobre mi radio pulsera? Bueno, aquella noche hice planes para asesinar la casa.

Extracto del cuento "El asesino" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

Me paseé en el auto disfrutando del silencio. Es la franela más blanda y suave del mundo. El silencio. Una hora entera de silencio. Yo paseaba en el coche, sonriendo, sintiendo aquella franela en mis oídos. ¡Me emborraché de libertad!

" —¡Muy bien! Al mediodía se me ocurrió cerrar la radio pulsera en la calle. Una voz aguda me gritaba: "Encuesta popular número nueve. ¿Qué almuerza usted?" En ese mismo momento, ¡se acabó la radio pulsera!
—¿Se sintió mejor aún, eh?
—¡Cada vez mejor! —Brock se frotó las manos—. ¿Por qué no iniciar, pensé, una revolución solitaria, liberando al hombre de ciertas "conveniencias"? "¿Conveniente para quién?" grité. Conveniente para los amigos. "Eh, Al, te llamo desde el bar de Green Hills. Acabo de abrir una botella de whisky, Al. Hermoso día. Ahora estoy tomando unos tragos. ¡Pensé que te gustaría saberlo, Al!" Conveniente para mi oficina, de modo que cuando ando trabajando en mi coche, la radio no pierde el contacto conmigo. ¡Contacto! Palabra tímida. Contacto, demonios. ¡Estrujamiento. Manoseo, mejor. Aporreo y masajeo. Uno no puede dejar el coche sin avisar: "Me he detenido en la estación de gasolina para ir al cuarto de baño." "Muy bien, Brock, ¡rápido!" "Brock, ¿por qué tarda tanto?" "Lo siento, señor." "Que no se repita, Brock." "¡No, señor!" ¿Sabe usted que hice, doctor? Compré un cuarto kilo de helado de chocolate y lo eché en el transmisor de radio del coche.
—¿Tuvo alguna razón especial para echar en el aparato helado de chocolate?
Brock pensó un momento y sonrió.
—Es mi helado favorito.
—Ah —dijo el doctor.
—Pensé, demonios, lo que es bueno para mí es bueno también para el transmisor.
—¿Y por qué echar helado en la radio?
—Hacía calor.
El doctor calló un momento.
—¿Y qué vino luego?
—Luego vino el silencio. Dios, era hermoso. Aquella radio del auto cocleando todo el día. Brock, venga aquí, Brock, vaya allá, Brock, llame, Brock, escuche, muy bien, Brock, hora de almorzar, Brock, ha terminado el almuerzo, Brock, Brock, Brock, Brock. Bueno, aquel silencio fue como si me hubiese echado helado en las orejas.
—Parece que le gusta mucho el helado.
—Me paseé en el auto disfrutando del silencio. Es la franela más blanda y suave del mundo. El silencio. Una hora entera de silencio. Yo paseaba en el coche, sonriendo, sintiendo aquella franela en mis oídos. ¡Me emborraché de libertad!
—Continúe.
—Entonces se me ocurrió lo de la máquina portátil de diatermia. Alquilé una, y aquella noche subí con ella al ómnibus que me llevaría a casa.
Todos los viajeros hablaban con sus mujeres por la radio pulsera diciendo: "Ahora estoy en la calle Cuarenta y tres, ahora en la Cuarenta y cuatro, aquí estoy en la Cuarenta y nueve, ahora doblamos en la Sesenta y una." Un marido maldecía: "Bueno, sal de ese bar, maldita sea y vete a casa a preparar la cena. ¡Estoy en la Setenta!" Y una radio de transistores tocaba Cuentos de los bosques de Viena, y un canario cantaba una canción acerca de una sopa de cereales. En ese momento ¡encendí mi aparato de diatermia! ¡Estática! ¡Interferencia! Todas las mujeres separadas de los maridos que habían acabado una dura jornada en la oficina. ¡Todos los maridos separados de sus mujeres que acababan de ver cómo sus chicos rompían una ventana! Talé los Bosques De Viena. El canario se atragantó. ¡Silencio! Un terrible, inesperado silencio. Los pasajeros del ómnibus tuvieron que afrontar la posibilidad de conversar entre ellos. ¡El pánico! ¡Un pánico puro y animal!"

Extracto del cuento "El asesino" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

La fruta en el fondo del tazón

" William Acton se incorporó. El reloj sobre la chimenea dio las doce de la noche.
Se miró las manos y miró el cuarto a su alrededor y miró al hombre que yacía en el piso. William Acton, cuyos dedos habían apretado teclas de máquinas de escribir y hecho el amor y freído jamón con huevos en tempranos desayunos, había ahora cometido un crimen con los mismos dedos verticilados.
Nunca había pensado en ser escultor, y sin embargo, en este momento, mirando entre sus manos el cuerpo tendido en el pulido piso de madera, advirtió que apretando, retorciendo, remodelando de algún modo la arcilla humana, había transformado a este hombre llamado Donald Huxley, le había cambiado la cara, y hasta la forma del cuerpo.
Con un leve movimiento de los dedos había borrado el particular brillo de los ojos grises de Huxley, y lo había reemplazado con la ciega opacidad de un ojo helado en su órbita. Los labios, siempre rosados y sensuales, se habían levantado para mostrar los dientes equinos, los incisivos amarillos, los caninos manchados de nicotina, los molares con incrustaciones de oro. La nariz, antes también rosada, era ahora veteada, pálida, descolorida, como las orejas. Las manos de Huxley, sobre el piso, estaban abiertas, y por primera vez suplicaban y no exigían.
Si, era una obra de arte. En conjunto, el cambio había favorecido a Huxley. La muerte lo había transformado en un hombre más tratable. Ahora uno podía hablar con él, y él tenía que escuchar."

Extracto del cuento "La fruta en el fondo del tazón" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

Estar en este cuerpo, esta cabeza, era como calentarse en una estufa, vivir en el ronroneo de un gato dormido, dejarse llevar por las tibias aguas de un arroyo que corría de noche hacia el mar.

Era un buen cuerpo, el cuerpo de la muchacha. Tenía huesos del más fino y delicado marfil, envueltos redondamente en carne. El cerebro era como una pálida rosa té, que colgaba en la oscuridad, y había un aroma de manzanas en la boca. Los labios se apoyaban firmemente en los blancos, blancos dientes, y las cejas se arqueaban nítidamente ante el mundo, y el pelo caía hermoso y suave en la nuca de leche. Los poros se apretaban diminutos y cerrados. La nariz apuntaba a la luna y las mejillas brillaban con pequeños fuegos. El cuerpo se movía con el equilibrio de una pluma y parecía como si siempre se cantase a sí mismo. Estar en este cuerpo, esta cabeza, era como calentarse en una estufa, vivir en el ronroneo de un gato dormido, dejarse llevar por las tibias aguas de un arroyo que corría de noche hacia el mar.

Extracto del cuento "La bruja de abril" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

Ha comprendido que en este mundo no se puede amar demasiado.

—Se ha ido —dijo McDunn—. Se ha ido a los abismos. Ha comprendido que en este mundo no se puede amar demasiado. Se ha ido a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo planeta. Esperando y esperando.
Sentado en mi coche, no podía ver el faro o la luz que barría la bahía Solitaria. Sólo oía la sirena, la sirena, la sirena, y sonaba como el llamado del monstruo.
Me quedé así, inmóvil, deseando poder decir algo.

Extracto del cuento "La sirena" del libro "Las doradas manzanas del sol" de Ray Bradbury

jueves, 21 de agosto de 2014

Los ancianos somos los modernos leprosos

—Bah, una vez que te has iniciado en la secta de los Viejos, el mundo ya no te quiere de vuelta. —Veronica se acomodó en una silla de ratán y se ajustó levemente el sombrero—. La gente como nosotros, me refiero a cualquiera que haya cumplido los sesenta, comete dos delitos por el mero hecho de existir. Uno es la falta de velocidad. Conducimos demasiado despacio,  caminamos demasiado despacio, hablamos demasiado despacio. El mundo puede hacer negocios con dictadores, pervertidos y narcotraficantes de toda laya, pero que lo ralenticen, eso es intolerable. El otro delito es ser el memento morí de todo quisque. Cuando estamos delante, la gente no puede seguir negando la realidad tan a gustito.
—Los padres de Veronica cumplieron sendas condenas a cadena perpetua en la intelligentsia —dijo Ernie, con un deje de orgullo.
La mujer sonrió cariñosamente.
—¡Fíjese en la gente que viene en las horas de visita! Se quedan a cuadros. Por eso no paran de repetir esa memez de «uno tiene la edad que siente». ¿A quién pretenden engañar, a nosotros? ¡No señor, a sí mismos!
Ernie concluyó:
—Los ancianos somos los modernos leprosos, eso es lo que pasa.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

miércoles, 20 de agosto de 2014

...por más que nos mates a todos, jamás podrás matar a tu sucesor.

Pero... ¿la Unión? ¿Me estás diciendo que hasta la Unión era una creación ficticia, parte del guión?
No: la Unión existía antes de mí, pero su razón de ser no era la de fomentar la revolución. En primer lugar, atrae a los socialmente insatisfechos como Xi-Li para que la Unanimidad pueda tenerlos controlados; en segundo lugar, proporciona a Nea So Copros el enemigo que todo Estado jerárquico necesita para lograr la cohesión social.
Sigo sin entender por qué la Unanimidad se tomaría la tremenda y costosa molestia de escenificar toda esa falsa... novela de aventuras.
¡Pues para dar pie a un juicio-espectáculo, Archivista! Para que hasta el último purasangre de Nea So Copros llegue a desconfiar de todos los fabricantes sin excepción. Para crear un clima propicio a la Ley para la Contención de los Fabricantes, pendiente de aprobación por la Juche. Para desacreditar el Abolicionismo. La conspiración tuvo un éxito rotundo.
Pero si sabías que todo era un montaje, ¿por qué te prestaste a colaborar?
¿Por qué se presta todo mártir a colaborar con su Judas? Porque atisba un objetivo más elevado.
Y en tu caso, ¿cuál era?
Las Declaraciones. Los Medios han inundado Nea So Copros con mis Catecismos. Hoy en día, hasta el último colegial de Nea So Copros conoce mis doce «blasfemias». Los carceleros me dicen que hasta se habla de celebrar un Día de la Vigilancia nacional contra los fabricantes que muestren indicios de las Declaraciones. Mis ideas se han reproducido por millones.
Pero ¿con qué objeto? ¿Una... revolución futura?
A la Corpocracia, a la Unanimidad, al Ministerio de Testamentos, a la Juche y al Presidente les digo lo que Séneca a Nerón: por más que nos mates a todos, jamás podrás matar a tu sucesor.
Dos últimas preguntas muy breves. ¿Te arrepientes de haber tomado este camino?
¿Cómo podría arrepentirme? El «arrepentimiento» implica una elección libre que a la postre resulta equivocada; en mi caso, el libre albedrío no cuenta.
¿Amabas a Hae-Joo Im?
Dile de mi parte al Presidente del Narcisismo que para saberlo tendrá que consultar a los futuros historiadores. Mi relato ha terminado. Ya puedes apagar la antífona plateada, Archivista. Me queda poco tiempo y tengo derecho a pedir un último deseo.
Por supuesto... tú dirás.
Usar tu sony y las contraseñas.
¿Qué quieres descargar?
Quiero saber cómo acaba una película que empecé a ver cuando, por una hora de mi vida, conocí la felicidad.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

La ignorancia genera miedo. El miedo genera odio y el odio genera violencia. La violencia provoca más violencia hasta que la única ley viene dictada por la voluntad del más fuerte

A nuestros pies apareció un matadero con una cadena de producción automatizada operado por figuras que empuñaban tijeras, sierras, herramientas que no sé cómo se llaman... figuras empapadas de sangre de la cabeza a los pies, como si fuesen estampas sádicas del infierno. Aquellos demonios cortaban collares, desgarraban ropas, raspaban folículos, arrancaban la piel, amputaban manos y piernas, rebanaban la carne, extraían vísceras... Tuberías de desagüe aspiraban la sangre... el estruendo era descomunal.
Pero... ¿por qué? ¿Qué sentido tenía semejante... carnicería?
La industria genómica precisa de una cantidad enorme de biomateria licuada para los uterotanques, pero, sobre todo, para el Jabón. ¿Qué medio más económico para obtener esa proteína que reciclar a los fabricantes a la conclusión de su vida productiva? Además, las restantes «proteínas recuperadas» son utilizadas por la Papa Song en la elaboración de los productos productos alimenticios que sirve a sus clientes en los restaurantes que tiene repartidos por toda Nea So Copros.
No. Asesinar a las sirvientes para suministrar comida y Jabón a los restaurantes... no. Es una acusación... ridícula. No digo que no vieses lo que viste, pero debía de ser, forzosamente, un... un montaje de la Unión, orquestado ex profeso para lavarte el cerebro. Nadie... nadie permitiría jamás la existencia de un «barco-matadero». ¡Ni el Bienamado Presidente ni la Juche tolerarían semejante monstruosidad! Si el trabajo de los fabricantes no se recompensase con la jubilación en comunidades de pensionistas, la Pirámide entera sería... la peor de las perfidias.
El negocio es el negocio.
Pero... ¿cómo es que no salió a la luz durante el juicio?
Ya te lo he dicho, Archivista: lo mío no fue un «juicio», sino una campaña de formación de opinión.
Sí, pero lo que sostienes es algo... ¡de pesadilla!
Desde luego, pero las pesadillas no son necesariamente imposibles. ¿Acaso conoces a alguien que haya estado en Euforia? ¿Adónde van las sirvientes cuando se jubilan? No sólo las sirvientes: los cientos de miles de fabricantes que cada año terminan su vida laboral. ¿Dónde están sus conurbaciones?
¿Qué me dices de los 2D de Hawái? Los viste tú misma en el Papa Song's del Chongmyo Plaza. Ahí tienes la prueba.
Euforia es un simulacro generado por sony y retocado en Neo Edo. En el verdadero archipiélago de las Hawái no existe tal lugar. Verás, en las últimas semanas que pasé en el Papa Song's, me daba la sensación de que las escenas de la vida en Euforia se repetían. La misma Hwa-Soon bajaba corriendo el mismo sendero de arena hacia la misma charca entre las rocas. Mis hermanas no se daban cuenta, yo misma dudaba entonces; pero ahora lo tenía clarísimo.
No, no puedo aceptarlo... No me entra en la cabeza que... semejante atrocidad pueda arraigar en nuestro Estado civilizado. Las leyes de Nea So Copros se basan en el comercio justo y equitativo.
Mi quinta Declaración explica cómo se prostituyó la ley. Es un ciclo tan antiguo como el tribalismo. Todo comienza con la ignorancia. La ignorancia genera miedo. El miedo genera odio y el odio genera violencia. La violencia provoca más violencia hasta que la única ley viene dictada por la voluntad del más fuerte. La voluntad de la Juche es la creación, la subyugación y el exterminio sistemático de una inmensa tribu de esclavos embaucados.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

lunes, 18 de agosto de 2014

Si los consumidores estuviesen satisfechos con sus vidas en las cuestiones que realmente importan sería el fin de la plutocracia.

Si los consumidores estuviesen satisfechos con sus vidas en las cuestiones que realmente importan, reflexionó improvisadamente, sería el fin de la plutocracia. Por eso los colonos irritan tanto al Estado. Los Medios los tachan de parásitos; los acusan de robar lluvia a la AquaCorp; de robar los royalties a los titulares de las patentes de la VegeCorp; de robar oxígeno a la AireCorp.
—Llegará un día —conjeturó— en que el Consejo declare que constituimos un modelo de vida enemigo, contrario a los principios de la corpocracia.
Ese día, dijo apesadumbrada, los «parásitos» pasarán a llamarse «terroristas», lloverán bombas inteligentes y los túneles de la vieja abadía se inundarán de fuego.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

¿Cuál era el motivo de esa excursión en mitad de la nada? La nada también es un lugar.

¿Cuál era el motivo de esa excursión en mitad de la nada?
La nada también es un lugar. Apenas pasamos la cresta aparecimos en un pequeño campo de cultivo situado en medio de un claro, con ropa puesta a secar en los arbustos, huertos parcelados, un rudimentario sistema de regadío con cañas de bambú, un cementerio. Oí el rumor de una catarata. Hae-Joo me condujo por una angosta hendidura hasta un patio cercado de edificios decorados como jamás había visto. Una explosión muy reciente había abierto boquetes en el enlosado, hecho trizas las maderas y derrumbado una techumbre de tejas. Una pagoda se había venido abajo víctima de un tifón y había caído encima de su gemela. Ésta todavía se mantenía en pie, sujeta más por la hiedra que por los clavos.
Hae-Joo me contó que, antes de que la Corpocracia prohibiese las religiones pre-consumistas, aquel lugar había sido durante quince siglos una abadía. Ahora servía de refugio a una colonia de purasangres desposeídos que preferían sobrevivir a duras penas en las montañas que pudrirse en los infraguetos.

Vamos, que la Unión escondió a su interlocutora, a su... «Mesías», en una colonia de recidivistas...
«Mesías». Qué título tan grandilocuente para una sirviente de un Papa Song's.
Oí un ruido a nuestra espalda: una campesina apergaminada y abrasada por el sol llegó renqueando, ayudada por un niño encefalopléjico; un mudo que sonrió con timidez a Hae-Joo. La mujer abrazó a Hae-Joo con el mismo cariño, imagino, que una madre. Fui presentada a la Abadesa como «señorita Yoo». Tenía un ojo blanco como la leche; el otro luminoso y vigilante; juntos, te daban la impresión de estar bajo la mirada de dos personas diferentes. Me estrechó las manos entre las suyas; el gesto me conquistó. Tenía el rostro tan castigado como el de los ancianos de la época de Cavendish.
—Sé bienvenida —me dijo—, de todo corazón.
Hae-Joo preguntó por la bomba.
La Abadesa respondió que los aerozelotas estaban enseñando los dientes; la semana anterior había aparecido un chinook y había soltado una bomba sin previo aviso; el resultado: muchos heridos graves y un muerto. Una acción premeditada, pensaba ella; o un piloto aburrido; o quizá un constructor que, convencido del potencial de la zona como centro de salud para ejecutivos, quisiera desalojarlos.
—¿Quién sabe? —dijo, suspirando.
Mi compañero prometió que procuraría enterarse.

¿Quiénes eran esos ocupas exactamente? ¿Infrahombres? ¿Terroristas? ¿Miembros de la Unión?
Había de todo. Conocí disidentes uigures; granjeros fugitivos del delta de Ho Chi Minh; conurbanitas otrora respetables que habían tenido problemas con las leyes corpocráticas; desviados inútiles; desdolarizados por incapacidad mental. De los setenta y cinco colonos, el más joven tenía nueve semanas de vida; la más anciana, la Abadesa, tenía sesenta y ocho años, aunque si me hubiese dicho trescientos, la habría creído.
Pero... ¿cómo lograban sobrevivir sin franquicias ni galerías? ¿Qué comían? ¿Qué bebían? ¿Y la electricidad? ¿Y el entretenimiento? ¿Cómo podía funcionar una microsociedad sin represores ni jerarquías?
La comida la sacaban del bosque y de la huerta; el agua, de la catarata. Hurgando en los vertederos conseguían plástico y metal para fabricar utensilios. El sony de la «escuela» se alimentaba con una hidroturbina. Los solares nocturnos se recargaban durante las horas de luz. El entretenimiento se lo buscaban ellos solos; los consumidores no pueden vivir sin Publicidad ni sin 3D, pero los seres humanos sí que pueden: lo hicieron durante siglos. ¿Represores? Seguro que no faltaban incidentes, pero los colonos valoraban muchísimo su independencia y estaban decididos a protegerla tanto de los gandules de dentro como de los explotadores de fuera.

¿Y los inviernos en la montaña?
Los superaban exactamente igual que las monjas durante quince siglos antes que ellos: a base de previsión, frugalidad y presencia de ánimo.
La colonia estaba construida encima de una cueva que los bandidos habían ampliado durante la anexión japonesa. Los túneles servían de refugio contra los rigores del invierno y los aeros de la Unanimidad.
No era ni mucho menos una Utopía bucólica. Sí, los inviernos son duros; la estación lluviosa se hace interminable; las plagas arruinan las cosechas; las alimañas pueden entrar en las cuevas y pocos colonos logran vivir tanto como los consumidores de alto estrato. Sí, los colonos riñen y sufren como todo el mundo. Pero forman parte de una comunidad. En Nea So Copros no existen comunidades; sólo existe el Estado.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

miércoles, 13 de agosto de 2014

Todas las revoluciones son una idea descabellada hasta que suceden; entonces se convierten en realidades históricas inevitables.

Decidí que era el momento de preguntárselo: ¿por qué la Unión había pagado un precio tan alto con tal de proteger a una fabricante experimental?
—Ah —se restregó los ojos—. Una larga respuesta para un largo viaje.
¿Otra evasiva?
No: me dio una respuesta exhaustiva mientras nos adentrábamos en el campo a bordo del ford. Te hago un resumen para la antífona, Archivista. Nea So Copros se está envenenando ella sola. La tierra está contaminada; los ríos, sin vida; el aire es tóxico, y los alimentos están cargados de genes malignos. Los fármacos indispensables para contrarrestar estas deficiencias no están al alcance de los estratos inferiores. Las franjas de melanoma y malaria avanzan hacia al norte a una velocidad de cuarenta kilómetros al año. Las Zonas de Producción de África e Indonesia que satisfacen la demanda de las Zonas de Consumo son inhabitables en un sesenta por ciento. La legitimidad de la plutocracia, su opulencia, se está agotando; las Leyes para el Enriquecimiento promulgadas por la Juche son simples esparadrapos cuando lo que hay son hemorragias y amputaciones. La única vía de salida que les queda es la estrategia típica de los ideólogos en bancarrota: la negación de la evidencia. Los purasangres de los estratos inferiores se hunden en los pozos de infrahombres mientras los ejecutivos repiten como loros el Séptimo Catecismo: «El valor de un Alma viene dado por los dólares que contiene».
¿Pero qué sentido tiene dejar que los purasangres de los estratos inferiores mueran en lugares como Huamdonggil? ¿Qué otra cosa podrá sustituir jamás su valiosa aportación?
Nosotros. Cultivar un fabricante sale muy barato, Archivista, y no aspiramos a una vida mejor ni más libre. Ya sabes que los fabricantes morimos si pasamos cuarenta y ocho horas sin ingerir Jabón supergenomizado, así que, como la corporación controla en exclusiva la fabricación y suministro de dicho producto, ni se nos ocurre escaparnos. Quitándome a mí, los fabricantes son el no va más en maquinaria orgánica. Dime, Archivista, ¿sigues convencido de que en Nea So Copros no hay esclavos?
¿Y cómo pensaba la Unión erradicar estos... presuntos «males» de nuestro Estado?
Con la revolución.
¡El Extremo Oriente anterior a las Escaramuzas era un caos de democracias enfermas, autocracias genocidas y necrozonas incipientes! Si el Consejo no hubiese unificado y aislado toda la región, nos habríamos sumido en la barbarie. ¿Cómo puede una organización abrazar semejante... terrorismo?
La Corpocracia apesta a senilidad y corrupción. El sol se está poniendo.
Se nota que has interiorizado totalmente la propaganda de la Unión, Sonmi.
Te podría contestar que tú también has interiorizado totalmente la propaganda de Nea So Copros, Archivista.
¿Alguna vez te comentó Hae-Joo cómo pensaba la Unión derrocar a un Estado con un ejército permanente de dos millones de soldados?
Sí. La Unión pretendía ascender a seis millones de fabricantes.
No entiendo cómo no te diste cuenta de que se trataba de una idea descabellada.
Todas las revoluciones son una idea descabellada hasta que suceden; entonces se convierten en realidades históricas inevitables.
¿Cómo iba a conseguir la Unión esa ascensión simultánea?
El campo de batalla era a nivel molecular. Unos pocos cientos de unionistas infiltrados en instalaciones clave tales como fábricas de Jabón y viveros de uterotanques podían provocar varios millones de ascensiones a base de añadir el catalizador del doctor Solimán a los canales de alimentación centrales.
¿Qué daño podrían infligir seis millones de fabricantes al Estado piramidal más estable de la historia de la civilización?
¿Quién se iba a ocupar de trabajar en las cadenas de montaje? ¿De tratar las aguas residuales? ¿De dar de comer a los peces de las piscifactorías? ¿De extraer petróleo y carbón? ¿De alimentar los reactores? ¿De construir edificios? ¿De servir en los restaurantes? ¿De apagar los fuegos? ¿De bloquear las fronteras? ¿De llenar los tanques de exxon? ¿De subir, cavar, arrastrar, empujar? ¿De plantar, de cosechar? Los purasangres han olvidado los oficios necesarios para construir una sociedad. La verdadera pregunta es ¿qué daño podrían no infligir seis millones de ascensiones, unidas a las milicias de las zonas aisladas y los purasangres de bajo estrato próximos a los infrahombres?
La Unanimidad impondría el orden. No todas las agencias de policía se componen exclusivamente de agentes secretos de la Unión.
¿Qué mecanismos de intimidación posee la Unanimidad? ¿Qué haría, amenazar con colts a los ascendidos? Hasta una simple sirviente como Yoona-939 prefirió morir antes que ser esclava.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

El gueto de los infrahombres sirve de acicate a los consumidores de bajo estrato por cuanto les muestra lo que les espera a quienes no gastan y trabajan como buenos ciudadanos.

Huamdonggil es un laberinto nauseabundo de callejones, chabolas, albergues para vagabundos, tugurios y prosticentros pertenecientes a un mundo abandonado. Hae-Joo dejó el ford en un aparcamiento y me mandó cubrirme cabeza y ojos con la capucha: las fabricantes robadas terminan en los burdeles del gueto, optimizadas para su nueva labor mediante cualquier cirugía chapucera.
Callejones tortuosos y conductos con hedor a cloaca. Purasangres tirados en los portales, con la piel inflamada por la exposición continua a la lluvia abrasiva de la ciudad. Niños bebiendo a lengüetazos el agua de los charcos. Pregunté quién vivía allí; Hae-Joo me dijo que los hospitales les sangran el Alma a los inmigrantes aquejados de encefalopatía o envenenamiento pulmonar hasta que sólo les quedan dólares para una eutanasia... o un billete a Huamdonggil.
No entendía por qué los inmigrantes huían de las Zonas de Producción para terminar en un lugar semejante. Hae-Joo habló de malaria, inundaciones, sequías, cultivos malignogénicos, parásitos, necrozonas que avanzaban y el simple deseo de ofrecer a sus hijos una vida mejor. La Papa Song Corp, me aseguró, es una empresa humana en comparación con las factorías de las que huyen muchos de esos inmigrantes. Los traficantes les prometen que en las Doce Conurbaciones los dólares llueven del cielo; los inmigrantes se creen lo que haga falta y cuando descubren la verdad ya están convertidos en infrahombres. Los traficantes sólo operan en un sentido. Hae-Joo me apartó de una rata maulladora de dos cabezas, advirtiéndome de que muerden.
Le pregunté por qué el Consejo de la Ciudad toleraba tamaña miseria.
Hae-Joo me explicó que Huamdonggil está considerado una especie de letrina química donde los desechos humanos no deseados se desintegran de forma discreta, aunque no totalmente invisible. El gueto de los infrahombres sirve de acicate a los consumidores de bajo estrato por cuanto les muestra lo que les espera a quienes no gastan y trabajan como buenos ciudadanos. Los empresarios se aprovechan del vacío legal para edificar monstruosas hedonizonas dentro del gueto; Huamdonggil funciona a base de pagar impuestos y sobornos a los altos estratos. Una vez por semana, la MediCorp abre una clínica para infrahombres terminales que ofrece eutanasias a cambio de órganos sanos; la OrganiCorp tiene suscrito un jugoso contrato con la conurbación que contempla el envío diario de un pelotón de fabricantes genoinmunizados —similares a los desastreman— para recoger los cadáveres antes de que las moscas los llenen de huevos. Entonces Hae-Joo me dijo que guardase silencio, que habíamos llegado a nuestro destino.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

martes, 12 de agosto de 2014

El atlas de las nubes

Tumbado en el fondo de la canoa, veía balancearse las nubes. Las almas surcan las eras como las nubes los cielos, y aunque las nubes cambien continuamente de forma, color y tamaño, una nube siempre es una nube, y un alma siempre es un alma. ¿Quién sabe de dónde vienen las nubes y dónde estará el alma mañana? Sólo lo sabe Sonmi: el este y el oeste, la brújula y el atlas, sí señor, el atlas de las nubes.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

...los salvajes y los Civilizados no están separados por tribuses, ni por creencias ni por montañas, no señor, todo ser humano es las dos cosas a la vez

Mientras comíamos, no podía dejar de recordar ni de hablar de mi familia, no señor, ni tampoco de Padre y de Adam: si seguían vivos en mis historias era como si no se moriesen del todo. Sabía que iba a echar muchísimo de menos a Merónima, todos mis demás cuates de isla Grande ya eran prisioneros de los kona. Salió la señora Luna y contempló con sus ojos plateados y tristoños mis lindos Valles arrasados, mientras los dingos lloraban a los muertos. Me preguntaba dónde iban a renacer las almas de mis paisanos ahora que las vallesinas ya no podían parir más gurruminos. Qué pena que no estaba allí la Abadesa para contestarme, porque ni yo ni Merónima lo sabíamos. Nosotros los Clarividentes, respondió al cabo de un rato, creemos que cuando uno se muere, se muere y punto, y ya no vuelve más.
Pero ¿qué pasa con vuestra Alma?, le pregunté. Los Clarividentes no creemos en el Alma. Pero ¿no es terrible y fría la muerte si después no hay nada? Sí, hizo amago de reírse, pero sin sonreír, nuestra verdad es terrible y fría.
Fue la única vez que sentí lástima por ella. Las almas surcan los cielos del tiempo, decía la Abadesa, como las nubes surcan los cielos del mundo. Sonmi es el este y el oeste, Sonmi es el mapa, los bordes del mapa, y lo que hay más allá de los bordes del mapa. Salieron las estrellas e hice la primera guardia, pero sabía que Merónima no estaba durmiendo, no señor, estaba dándole vueltas a la cabeza y rebullendo bajo la manta, hasta que se rindió y vino a sentarse a mi lado, a mirar la cascada al claro de luna. Las preguntas me atormentaban como mosquitos. Esta noche no luce el fuego de los vallesinos ni el de los Clarividentes, dije. ¿No es ésa la prueba de que los salvajes son más fuertes que los pueblos civilizados?No se trata de que los salvajes sean más fuertes que los pueblos civilizados, pensaba Merónima, se trata de que los grandes números son más fuertes que los pequeños. Durante muchos años el Magín nos dio una ventaja, igual que el arma me dio una ventaja la otra noche, en la laguna inclinada, pero con el tiempo, si hay bastantes manos y celebros, esa ventaja desaparecerá.
Entonces, ¿es más mejor ser salvaje que civilizado?
¿Cuál es el verdadero significado de esas dos palabras?
Los salvajes no tienen leyes, le dije, sin en cambio los Civilizados sí.
La cosa es más profunda. El salvaje satisface sus necesidades en el azto. Si tiene hambre, come. Si está enfadado, se pelea. Si se calienta, se empierna lo primero que pilla. Es esclavo de sus deseos, y si el deseo le dice que mate, mata. Como los dingos.
Sí señor, igualito que los konas.
Ahora bien, el Civilizado tiene las mismas necesidades, pero es más previsor. Se come sólo la mitad de la cuchizampa y planta la otra mitad para no morirse de hambre enseguida. Si se enfada, se para a pensar por qué, para no enfadarse la próxima vez. Si se calienta, bueno, como tiene hermanas e hijas que quiere ver respetadas, él también respeta a las hijas y a las hermanas de los demás. Domina sus deseos, y aunque el deseo le dice que haga algo, él no lo hace.
Entonces volví a preguntar, ¿es más mejor ser salvaje que Civilizado?
Escucha, los salvajes y los Civilizados no están separados por tribuses, ni por creencias ni por montañas, no señor, todo ser humano es las dos cosas a la vez. Los Antiguos tenían el Magín de los dioses, pero eran salvajes como chacales, y eso fue lo que provocó la Caída. He conocido salvajes con un fantabuloso corazón civilizado que no les cabía en el pecho. Lo mismo hay algún kona que también lo tiene. No tanto como para imponerse a toda la tribu, pero, quién sabe, igual algún día sí. Un día.
«Un día» era una miaja de esperanza, más pequeña que una pulga.Sí, macuerdo que dijo Merónima, pero no es fácil librarse de las pulgas.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

domingo, 10 de agosto de 2014

... si le dices a alguien que sus creencias son falsas, se cree que toda su vida es falsa y que su verdad no es verdadera.

Estábamos desconchinflados del cansancio pero no teníamos sueño, así que charlamos un poco mientras comíamos. ¿De verdad que no te da culicanguis, dije, señalando hacia arriba con el pulgar, encontrarte a Georgie cuando lleguemos a la cumbre, como le pasó a Truman Napes?
Merónima dijo que le daba mucho más culicanguis el mal tiempo.
Me se soltó la lengua: ¿Te crees que no existe, verdad?
Merónima dijo que para ella el Viejo Georgie no existía, pero que yo era libre de creer que sí.Entonces, repliqué, ¿quién provocó la Caída, si no fue el Viejo Georgie?
Unos pájaros siniestros que no conocía se pusieron a comadrear secretitos en la oscuridad. La Clarividente respondió: Fueron los propios Antiguos los que provocaron la Caída.
Ya estábamos con las palabras resbaladizas... ¡Pero si los Antiguos tenían el Magín!
Macuerdo que respondió: Sí, los Antiguos dominaron las enfermedades, las distancias, las semillas e hicieron de los milagros algo normal y corriente. Sólo no lograron dominar una cosa: la avidez del corazón humano, sí señor, el deseo de tener más y más.¿Más qué?, le pregunté. Los Antiguos lo tenían todo.
Pues más truquivaches, más comida, más velocidad, una vida más larga, una vida más cómoda, más poder. El Mundo Entero es grande, sí señor, pero no lo bastante para esa avidez que llevó a los Antiguos a desgarrar los cielos y sulfurar los mares y envenenar la tierra con átomos enloquecidos, y a jugar con semillas podridas basta que estallaron nuevas epidemias y los gurruminos empezaron a nacer mostrificados. Al final, primero despacito, luego fulmirápido, los Estados se convertieron en tribuses bárbaras y la Edad Civilizada terminó en todas partes menos en algunos rincones desperdigados, donde brillan con luz trémula los últimos rescoldos.
Le pregunté por qué nunca les había contado esas cosas a los vallesinos.Porque no se quieren enterar, respondió, de que la avidez humana creó la Civilización, sí señor, pero también la destruyó. Lo sé por otras tribuses de ultramares donde he vivido. Hay a veces que si le dices a alguien que sus creencias son falsas, se cree que toda su vida es falsa y que su verdad no es verdadera.
Qué razón tenía.

martes, 5 de agosto de 2014

...sabíamos que siempre renaceríamos en el Valle, por eso la muerte tampoco nos asustaba tanto.

Los vallesinos nomás teníamos un dios que era una diosa y se llamaba Sonmi. Los salvajes de isla Grande normalmente tenían más divinidades de las que caben ensartadas en una lanza. Abajo en Hilo, si les daba por ahí, rezaban a Sonmi, pero también tenían otros dioses: dioses para los tiburones, para los volcanes, para el maíz, para los estornudos, para las verrugas peludas... Bah, para cualquier cosa que te se ocurra, los Hilo cogían y se inventaban un dios. Luego estaban los kona, que tenían una tribu entera de dioses de la guerra y de los caballos y demás. Pero para los vallesinos las divinidades salvajes no valían nada, la única diosa verdadera era Sonmi.
Nuestra diosa vivía entre nosotros, protegiendo los Nueve Valles Recónditos. Las más de las veces no se la veía, otras se aparecía como una vieja con garrota, aunque alguna que otra vez también la vi como una niña deslumbrante. Sonmi ayudaba a los enfermos, te enderezaba la mala suerte, y cuando moría un paisano del Valle, si había sido honrado y civilizado, recogía su alma y la remetía en algún útero de los Valles. Unas veces recordábamos nuestras vidas anteriores, otras no, unas veces Sonmi le decía en sueños a la Abadesa quién era quién, otras no... pero sabíamos que siempre renaceríamos en el Valle, por eso la muerte tampoco nos asustaba tanto.
Siempre, claro está, que el Viejo Georgie no te rapiñase el alma. Porque, verás, si hacías el salvaje y el egoísta y despreciabas la civilización, o si Georgie te tentaba y caías en la barbarie y todo eso, entonces el alma te se ponía chuñusca y pesadota como una piedra. Y Sonmi ya no conseguía remeterte en ningún útero. A esos egoístas y retorcidos se los llamaba «empedrados», y no había peor destino para un vallesino.
Ahora que ya se ha apagado la llama de la civilización, ¿le importa a alguien todo esto? No digo que sí ni que no, yo nomás dejo mi alma en manos de Sonmi y rezo para que la próxima vez me la renazca en un buen sitio, en vista de que en esta vida ya me ha salvado el alma. Poquito a poco, si la chimenea no te amodorra y no te me quedas frito, yo te cuento cómo.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

No es una historia muy alegre que digamos, te lo aviso, pero me has preguntado por mi vida en isla Grande, y éstos son los macuerdos que me se vienen a la memoria.

Los cabreros teníamos fama de llevarnos a todas las mozas. Verás, si a una charamusca le hacía tilín un cabrero, no tenía más que seguir nuestros chiflos hasta donde no había nadie, y allí mismo que nos la empiernábamos, al aire libre, sin que nos mirase nadie salvo las cabras, aunque las cabras nunca se chivaban a la tía Malalengua. Fue así que le planté el primer gurrumino a Jayjo, de la chácara de Pie Cortado, un día de sol, al pie de un limonero. El primero que yo sepa, claro, porque las charamuscas son muy ladinas para todo eso de quién fue el padre y dónde y cuándo. Yo tenía doce años, Jayjo tenía las carnes prietas y hambrientas y se reía sin parar, éramos dos tórtolos cabecigüecos, sí señor, igualito que vosotros dos. Cuando Jayjo se embarrigó toda reventona, dijimos de casarnos, hasta se iba a venir a vivir a la chácara de los Bailey, que teníamos un chorro de cuartos vacíos, ya sabes, pero rompió aguas a destiempo y Banjo me vino a avisar y me bajé lechicagando a la chácara de Pie Cortado, donde estaba el parto. Fue llegar y ver salir al gurrumino.
No es una historia muy alegre que digamos, te lo aviso, pero me has preguntado por mi vida en isla Grande, y éstos son los macuerdos que me se vienen a la memoria. El gurrumino nació sin boca, sí señor, y sin bujeros en la nariz, o sea que no podía respirar, y cuando la madre de Jayjo le cortó el cordón, el pobre diablo se asfixió. No llegó a abrir los ojos, sintió nomás el calor de las manos de su padre en la espalda, cogió un color muy feo, paró de patalear y murió.
Jayjo estaba toda peguntosa y blanca como la cera y parecía que también se iba a morir. Las mujeres me dijeron que me largara para dejarle hueco a la hierbera.
Me llevé al gurrumino muerto a playa Hueso, arrebujado en un saco de lana. Estaba muy tristoño, nomás hacía que preguntarme si la semilla de Jayjo estaría pocha, o si era la mía, o si lo que estaba pocha era mi suerte. Lucía un sol flojucho bajo las matas de pasionarias, las olas se arrastraban hacia la orilla como vacas morigundas y se derrumbaban en la arena. No tardé tanto en cavar la tumba del gurrumino como la de Padre. Playa Hueso olía a algas y a carne podrida, había huesos desparramados entre los guijarros, no era un lugar para pasar el rato, a menos que habieses nacido mosca o cuervo.
Jayjo no se murió, qué va, pero jamás volvió a reírse como antes y ya no nos casamos, no señor, hay que estar seguro de que de tus semillas va a nacer un finasangre o algo parecido, ¿verdad? Porque si no, a ver, ¿quién va a rasparte el musgo del tejado y a untarte de aceite el icono contra las termitas cuando no estés más? Luego, cuando me la encontraba por la calle o en el mercado, me decía: Vaya día de lluvia, ¿eh?, y yo le respondía: Sí señor, seguro que no escampa hasta la noche, y pasábamos de largo. A los tres años se casó con un curtidor del valle de Kane, pero no fui a la boda.
Era niño. Nuestro gurrumino que murió sin nombre era niño.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

El tiempo es lo que impide que la historia ocurra toda de golpe; el tiempo es la velocidad a la que desaparece el pasado

¿Qué te pareció ese Tremendo calvario?
Me sorprendió el mundo en que transcurre; las diferencias con el nuestro eran abismales. En esa época todo el trabajo denigrante lo hacían purasangres; los únicos fabricantes eran ovejas enfermizas. Cuando la gente envejecía, se volvía más fea y arrugada; no había rocioína. Los ancianos esperaban a la muerte en cárceles para los seniles y los incontinentes; nada de vidas de duración prefijada ni de eutanasias.
Suena a siniestra distopía.
Entonces, como ahora, la distopía era una proyección de la pobreza, no una política estatal. La desierta sala de proyecciones era un marco apropiado para los paisajes lluviosos de aquel viejo disney. Gigantes descomunales atravesaban la pantalla iluminados por la luz del sol, todo ello captado con una lente de la época en que tu tatarabuelo, Archivista, daba pataditas en el vientre de su madre.
El tiempo es lo que impide que la historia ocurra toda de golpe; el tiempo es la velocidad a la que desaparece el pasado. Las películas resucitan brevemente esos mundos perdidos. Esos edificios hoy derrumbados, esos rostros descompuestos hace tanto tiempo, me cautivaron. Éramos como tú, me decían. El presente no importa. Los cincuenta minutos que pasé con Hae-Joo delante de la pantalla fueron un ejercicio de felicidad.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

Qué hervidero de consumidores empeñados en comprar, comprar y comprar; una esponja pluricelular de insaciable demanda que iba absorbiendo artículos y servicios...

¿Has estado alguna vez en la Moon Tower de noche, Archivista?

No, ni de día tampoco. Los ciudadanos dejamos la torre más que nada a los turistas.

Pues no dejes de ir. Desde el piso doscientos treinta y cuatro la conurbación era una nube de xenón, neón, movimiento, carboanhídrido y bóvedas. Si no fuese por la cúpula de cristal, me explicó Hae-Joo, el viento a esa altura nos arrastraría como cometas a la deriva. Me indicó varias colinas y puntos de referencia, algunos de los cuales ya había visto o había oído hablar de ellos en 3D o en la Publicidad. El Chongmyo Plaza estaba oculto detrás de un monolito, pero se divisaba el estadio: un ojo abierto color celeste. Esa noche el patrocinador de la luna era la SeedCorp. El inmenso reflector lunar instalado en el lejano monte Fuji proyectaba un anuncio tras otro en la cara de la luna; tomates tan grandes como niños; cremosos cubitos de coliflor; raíces de loto sin agujeros; bocadillos que salían de la boca lasciva del Logo-Amo de la SeedCorp.

Al bajar, el anciano taxista nos habló de su infancia en una remota conurbación llamada Mumbai, hoy sumergida bajo las aguas, en la época en que la luna estaba siempre desnuda. Hae-Joo dijo que si viese la luna sin Publicidad se quedaría alucinado.

¿A qué galería fuisteis?

Al Jardín Wangshimni. Me recordó a una enciclopedia, hecha de objetos en lugar de palabras. Durante horas, yo señalaba una cosa y Hae-Joo la nombraba: máscaras de bronce, sopa de nidos de pájaro instantánea, fabricantes sirvientes, suzukis doradas, filtros de aire, velos a prueba de lluvia ácida, imponentes réplicas del Bienamado Presidente y estatuillas del Primer Presidente Inmanente, perfumes de joyas en polvo, pañuelos de seda de perla, mapas a tiempo real, artefactos de las necrozonas, violines programables.

Hae-Joo me enseñó una farmacia: pastillas para el cáncer, el sida, el alzheimer, la intoxicación del plomo; contra la obesidad, la alopecia, el hirsutismo, la exaltación, la melancolía, rocioína contra el envejecimiento; medicamentos contra el abuso de rocioína.
Cuando dieron las veintiuna no habíamos recorrido ni una décima parte del primer sector. Qué hervidero de consumidores empeñados en comprar, comprar y comprar; una esponja pluricelular de insaciable demanda que iba absorbiendo artículos y servicios de todos y cada uno de los puestos, restaurantes, bares, tiendas y rincones a medida que derramaba dólares.
Hae-Joo me llevó a un elegante café-plataforma. Pidió un café para él y un agua para mí. Me explicó que según las Leyes de Enriquecimiento, los consumidores están obligados a gastar al mes una cantidad fija de dólares, según su estrato. El ahorro es un delito anticorpocrático. Yo ya lo sabía, pero no lo interrumpí. Dijo que a su madre la intimidaban las galerías modernas y que casi siempre le tocaba a él completar la cuota de consumo de la familia.
Le pedí que me contase cómo era eso de tener una familia.
Hae-Joo sonrió y, al mismo tiempo, torció el gesto.

—Un latazo necesario —reconoció—. El pasatiempo de mi madre es coleccionar achaques y los correspondientes medicamentos. Mi padre trabaja en el Ministerio de Estadística y duerme enfrente del 3D con la cabeza metida en un cubo de plástico.

Sus dos progenitores eran sólo concepciones naturales, me confesó, que habían vendido su cuota del segundo hijo e invertido el dinero en genomizar como es debido a Hae-Joo, lo que le había permitido aspirar a su preciada carrera en la Unanimidad. El doctorando soñaba con llegar a ser un agente de la Unanimidad desde que veía las series sobre represores en 3D. Que te pagasen por abrir puertas a patadas le parecía un chollo.
Sus padres debían de quererlo mucho para hacer semejante sacrificio, apunté. Hae-Joo señaló que la pensión de los dos saldría de su salario. Entonces me preguntó si no había sufrido un choque brutal al verme arrancada del Papa Song's y transplantada al laboratorio de Boom-Sook. ¿No echaba de menos el mundo para el que me habían genomizado?

—Los fabricantes estamos orientados para no echar nada de menos.
Hae-Joo tanteó: ¿no había superado la orientación al ascender? Le dije que tendría que reflexionar sobre ese asunto.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

domingo, 3 de agosto de 2014

¡Cómo envidiaba a mis hermanas, carentes de espíritu crítico y libres de preocupaciones!

La memoria de los sirvientes está genomizada para que sea efímera, y además dices que os aumentaron la dosis de amnésidos del Jabón. ¿Cómo puedes recordar con tanta precisión los acontecimientos del restaurante?

Una pregunta sencilla con una respuesta sencilla: había empezado mi ascensión. Lo supe por los síntomas de Yoona-939. Ya me imagino lo que me vas a preguntar ahora, Archivista: quieres que describa la experiencia.

Adelante.

Primero, empecé a oír una voz dentro de la cabeza. Aquello me alarmó sobremanera, hasta que me di cuenta de que nadie más la oía; era la voz de la conciencia. La ascensión fue una experiencia alarmante, sobre todo después del incidente de Yoona-939. En toda Nea So Copros, los purasangres fiscalizaban el comportamiento de los fabricantes para detectar el más mínimo indicio de inteligencia ilegítima y todas las semanas denunciaban y mandaban a reorientación a varios centenares.
Segundo, mi lenguaje empezó a evolucionar, tal y como le había pasado a Yoona-939. Cuando quería decir «bueno», lo que me salía de la boca era favorable, agradable, o correcto. Aprendí a corregir y modificar todas y cada una de mis palabras.
Tercero, aumentó mi curiosidad por el Exterior. Empecé a pegar la oreja a los sonys de los clientes, a las conversaciones, la Publicidad, los partes meteorológicos, los discursos de los Directivos.
Cuarto, me sentía alienada: las demás sirvientes me evitaban, igual que habían hecho con Yoona-939: las hermanas te lo notan todo, aunque no sepan lo que es; la monotonía ralentizaba el tiempo; empecé a odiar a las oleadas de consumidores que vomitaba el ascensor; las dudas de Yoona acerca de nuestro mundo me atormentaban sin tregua. ¿Y si Papa Song no fuese nuestro padre sino un simple anuncio publicitario?
¡Cómo envidiaba a mis hermanas, carentes de espíritu crítico y libres de preocupaciones! No me atrevía a mencionar mi metamorfosis a ninguna de ellas.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

Los sueños son el único elemento impredecible de mis jornadas sectoriales. Nadie me los asigna ni me los censura. Son lo único verdaderamente mío.

¿Puedes describir una de vuestras jornadas?

A la hora cuarta y media en punto: despertar amarillo. Los aparatos acondicionadores liberan estimulina para levantarnos de la cama. Marchamos en fila hacia el higienizador; una vez allí, lavado al vapor. Volvemos al dormitorio para ponernos un uniforme limpio; a continuación nos reunimos en torno al Núcleo con nuestro Visor y sus Asistentes. Papa Song aparece en Su Plinto de Matinales y recitamos en coro los Seis Catecismos. Entonces nuestro Logo-Amo pronuncia Su Sermón. Un minuto antes de la hora quinta nos dirigimos a nuestros puestos en torno al Núcleo.

Salen del ascensor los primeros consumidores del día. Pasamos diecinueve horas recibiendo a los clientes, introduciendo comandas, preparando bandejas, despachando bebidas, reponiendo condimentos, limpiando mesas, recogiendo basura, fregando los higienizadores públicos y pidiendo amablemente a nuestros honorables clientes que carguen la factura a sus Almas en nuestros cajeros.

¿No tenéis descansos?

¡Los «descansos» son un robo de tiempo, Archivista! A la hora cero, por supuesto, suena el toque de queda; para entonces ya se han marchado todos los consumidores. Limpiamos el restaurante de arriba abajo hasta las cero treinta, entonces nos reunimos en torno al Plinto para rezar las Vísperas y por último marchamos en fila hacia el dormitorio donde libamos nuestras bolsitas de Jabón. A las cero cuarenta y cinco hace efecto el soporífico. Menos de cuatro horas después, el despertar amarillo marca el inicio de una nueva jornada de trabajo, y empieza un nuevo día.

¿Es verdad que los fabricantes soñáis, igual que nosotros?

Sí, Archivista, sí que soñamos. Yo soñaba que veía las islas Hawái despuntando entre olas color turquesa; soñaba con la vida en Euforia; con un elogio de Papa Song; con mis hermanas, con los consumidores, el Visor Rhee y sus Asistentes. También tenemos pesadillas: de consumidores furiosos, de atascos en el tubo de la comida, de collares perdidos y desestrellamientos humillantes.

¿Con qué sueñas aquí, en la cárcel?

Con ciudades extrañas; persecuciones por tierras en blanco y negro; mi futura ejecución en el Faro. Cuando me ha despertado el guardia para que te dejase entrar, estaba soñando con Hae-Joo Im. Tanto en el Papa Song's como aquí, en el cubo, los sueños son el único elemento impredecible de mis jornadas sectoriales. Nadie me los asigna ni me los censura. Son lo único verdaderamente mío.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

Contempla tu futuro, Cavendish el Joven

Contempla tu futuro, Cavendish el Joven. No has solicitado el ingreso, pero la tribu de los ancianos te reclama. Tu presente perderá comba con el del mundo. Ese retraso te destensará la piel, te combará el esqueleto, te hará perder el pelo y la memoria y te dejará la piel traslúcida, con lo cual se te transparentarán las espasmódicas vísceras y las venillas azuladas. Sólo te aventurarás fuera de casa a la luz del día, evitando los fines de semana y las vacaciones escolares. El lenguaje también te dejará atrás y revelará tu filiación tribal cada vez que abras la boca. En las escaleras mecánicas, en las carreteras, en los pasillos de los supermercados los vivos te rebasarán, una y otra vez. Las mujeres elegantes ni te verán. Los vigilantes de los grandes almacenes tampoco. Ni los vendedores, a menos que vendan ascensores para minusválidos o pólizas de seguros fraudulentas. Los únicos que repararán en tu existencia serán los bebés, los gatos y los drogadictos. Así que no derroches los días que te quedan. Antes de lo que temes te verás delante de un espejo en un asilo, te mirarás de arriba abajo y te creerás que eres E.T. después de dos semanas encerrado en un puñetero armario.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

¿Qué significa el poder? «La capacidad de decidir el destino de los demás»

«El poder». ¿Qué significa el poder? «La capacidad de decidir el destino de
los demás». Vosotros, científicos, magnates de la construcción y creadores de opinión: podría despegar de Nueva York con mi avión privado y antes de aterrizar en Buenas Yerbas haberos hundido en la miseria. Vosotros, potentados de Wall Street, cargos electos, jueces, tal vez necesitase un poco más de tiempo para derribaros de vuestro pedestal, pero a la postre la caída sería igual de estrepitosa. Grimaldi verifica que el jefazo de la APE no se haya percatado de su falta de atención. No se ha percatado. Ahora bien, ¿cómo es que algunos hombres consiguen dominar a otros mientras que casi todos los mortales viven y mueren como subalternos, como ganado? La respuesta es una sagrada trinidad. Primero: el don divino del carisma. Segundo: la disciplina para cultivar ese don y que madure, pues si bien es cierto que el mantillo de la humanidad es rico en talento, sólo una de cada diez mil semillas llega a florecer: por falta de disciplina. Grimaldi ve fugazmente a Fay Li empujando al incordio de Luisa Rey hacia el círculo de admiradores que rodean a Spiro Agnew. La periodista es más guapa en persona que en fotografía. Conque fue así como se cameló a Sixsmith. Grimaldi cruza una mirada con Smoke. Tercero: la voluntad de conseguir el poder. He aquí el enigma central de tantos destinos humanos. ¿Qué es lo que impulsa a ciertas personas a acumular poder cuando la mayoría de sus semejantes lo pierde, lo despilfarra o lo rehúye? ¿Se trata de una adicción? ¿Es por el dinero? ¿Por supervivencia? ¿Por selección natural? Opino que todo eso son pretextos y consecuencias, no la causa fundamental. La única respuesta posible es que no hay respuesta. Es algo connatural al hombre. El Quién y el Qué tienen raíces más profundas que el Porqué.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

Los medios son el campo de batalla donde las democracias libran sus guerras civiles.

El conflicto entre grandes compañías y activistas es como el que existe entre narcolepsia y recuerdo. Las compañías tienen dinero, poder e influencia. El único arma que tenemos nosotros es la indignación popular. La indignación que bloqueó la presa de Yuccan, que echó a Nixon y que, en parte, puso fin a las atrocidades de Vietnam. Pero la indignación es difícil de provocar y de manejar. Primero hace falta un examen riguroso; después, una mayor conciencia a nivel público; sólo cuando ésta alcanza un nivel crítico surge la indignación popular. Cualquiera de esas etapas puede sufrir sabotajes. Los Albertos Grimaldis del mundo pueden burlar los exámenes rigurosos sepultando la verdad bajo comités, indiferencia y desinformación, o bien intimidando a los examinadores. Pueden aniquilar la conciencia poniendo anteojeras a la educación, adquiriendo canales de televisión, «tratando bien» a los líderes de opinión o simplemente comprando a todos los medios de información. Los medios (y no sólo el Washington Post) son el campo de batalla donde las democracias libran sus guerras civiles.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

El sexteto Atlas de las nubes

Una romanza sefardí, compuesta antes de que expulsaran de España a los judíos, llena la tienda de discos Lost Chord, sita en la esquina de Spinoza Square con la Sexta Avenida. El atildado hombre que habla por teléfono, pálido para lo soleada que es esta ciudad, repite la pregunta:
—El sexteto Atlas de las nubes... Robert Frobisher... La verdad sea dicha, lo conozco de oídas, aunque nunca le he puesto la zarpa encima... Frobisher era un niño prodigio, murió cuando comenzaba a despuntar... Déjeme ver, tengo aquí el catálogo de un vendedor de San Francisco especializado en rarezas... Franck, Fitzroy, Frobisher... Aquí está, con una breve reseña y todo... Sólo se hicieron quinientas copias... en Holanda, antes de la guerra, caray, no me extraña que sea una rareza... El de San Francisco vende una copia en acetato hecha en los cincuenta... por una discográfica francesa ya desaparecida. El sexteto Atlas de las nubes debe de ser como el beso de la muerte para quienes lo rozan... Veré qué puedo hacer, les quedaba uno el mes pasado, pero no le puedo garantizar la calidad del sonido y además le advierto que barato no es... El precio que pone aquí es de... ciento veinte dólares... más nuestra comisión del diez por ciento, hace un total de... ¿Seguro? Vale, dígame el nombre... ¿Ray qué? Oh, señorita R-E-Y, disculpe. Solemos pedir una señal, pero por la voz parece usted de fiar. Unos cuantos días. Gracias a usted.
El dependiente garabatea una nota de tareas pendientes y vuelve a colocar la aguja al comienzo de Por qué llorax blanca niña, la posa sobre el lustroso vinilo negro y sueña con zagales judíos que tañen la lira entre colinas ibéricas bañadas por la luz de las estrellas.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

No hay droga ni experiencia religiosa capaces de afectarte tanto como convertir a un hombre en cadáver

Bill Smoke ve a Rufus Sixsmith salir de su habitación, espera cinco minutos y se cuela dentro. Se sienta en el borde de la bañera y se ajusta los guantes. No hay droga ni experiencia religiosa capaces de afectarte tanto como convertir a un hombre en cadáver. Aunque hace falta tener buena cabeza. Sin disciplina ni aptitud, te arriesgas a terminar en la silla eléctrica. El asesino acaricia un krugerrand, la moneda de oro sudafricana que lo acompaña en todas las misiones especiales. Smoke se resiste a ser esclavo de las supersticiones, pero no tiene intención de bromear con un talismán sólo para demostrarlo. Una tragedia para los seres queridos, un cero absoluto para los demás y un problema menos para mis clientes. No soy más que el instrumento de la voluntad de mis clientes. Si no lo hago yo, lo hará el sicario que venga detrás de mí en las Páginas Amarillas. Culpa al propietario, culpa al fabricante, pero no culpes a la pistola. Bill Smoke oye la cerradura. Respira. Las píldoras que ha tomado anteriormente le agudizan los sentidos sobremanera, al punto de que cuando Sixsmith entra en el dormitorio, canturreando Leaving on a jet-plane, juraría que siente el pulso de su víctima, más lento que el suyo. Smoke avista a su presa por la rendija de la puerta. Sixsmith se deja caer en la cama. El asesino visualiza los movimientos necesarios: Tres pasos hacia delante, le disparo de lado, en la sien, a bocajarro. Smoke sale como una flecha del cuarto de baño; Sixsmith pronuncia una sílaba gutural y trata de incorporarse, pero el proyectil silenciado perfora el cráneo del científico y se aloja en el colchón. El cuerpo de Rufus Sixsmith cae de espaldas, como si se hubiese acurrucado para echar una cabezadita.
La sangre empapa el sediento edredón.
El cerebro de Bill Smoke late de satisfacción: se siente realizado. Bien hecho, Bill.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

lunes, 28 de julio de 2014

Zedelghem está en ebullición. Las cañerías gruñen como tías ancianas. He estado pensando en mi abuelo, cuya genialidad la generación de mi padre eludió por completo. Un día me enseñó un aguafuerte de un templo siamés. No recuerdo cómo se llamaba, pero desde que cierto discípulo de Buda rezase allí hace siglos, todos los caudillos, tiranos y monarcas del reino lo habían aderezado con torres de marfil, arboretos olorosos, cúpulas doradas, habían mandado pintar murales en los techos abovedados y engastar esmeraldas en los ojos de las estatuillas. El día en que el templo sea igual a su equivalente en la Tierra de los Puros, dice la historia, ese día la humanidad habrá cumplido su objetivo y el Tiempo tocará a su fin. Se me ocurre que, para personas como Ayrs, ese templo es la civilización. Las masas, los esclavos, los campesinos y los soldados de a pie habitan en las grietas de sus losas, ignorantes hasta de su ignorancia. No sucede lo mismo con los grandes estadistas, científicos, artistas y, sobre todo, con los compositores de la época, de cualquier época, que somos los arquitectos de la civilización, sus albañiles y sacerdotes. Para Ayrs nuestra función es hacer más resplandeciente la civilización. Su mayor, o tal vez su único, deseo, es erigir un minarete que los herederos del progreso puedan señalar dentro de mil años y decir: «¡Mira, ése es Vyvyan!». Qué vulgar es esa ansia de inmortalidad, qué vana, que falsa. Los compositores somos simples escritorzuelos de pinturas rupestres. Escribimos música por la sencilla razón de que el invierno es eterno y porque si no, los lobos y las tormentas de hielo se nos tirarían a la yugular aún más rápido.

Zedelghem está en ebullición. Las cañerías gruñen como tías ancianas. He estado pensando en mi abuelo, cuya genialidad la generación de mi padre eludió por completo. Un día me enseñó un aguafuerte de un templo siamés. No recuerdo cómo se llamaba, pero desde que cierto discípulo de Buda rezase allí hace siglos, todos los caudillos, tiranos y monarcas del reino lo habían aderezado con torres de marfil, arboretos olorosos, cúpulas doradas, habían mandado pintar murales en los techos abovedados y engastar esmeraldas en los ojos de las estatuillas. El día en que el templo sea igual a su equivalente en la Tierra de los Puros, dice la historia, ese día la humanidad habrá cumplido su objetivo y el Tiempo tocará a su fin.
Se me ocurre que, para personas como Ayrs, ese templo es la civilización. Las masas, los esclavos, los campesinos y los soldados de a pie habitan en las grietas de sus losas, ignorantes hasta de su ignorancia. No sucede lo mismo con los grandes estadistas, científicos, artistas y, sobre todo, con los compositores de la época, de cualquier época, que somos los arquitectos de la civilización, sus albañiles y sacerdotes. Para Ayrs nuestra función es hacer más resplandeciente la civilización. Su mayor, o tal vez su único, deseo, es erigir un minarete que los herederos del progreso puedan señalar dentro de mil años y decir: «¡Mira, ése es Vyvyan!».
Qué vulgar es esa ansia de inmortalidad, qué vana, que falsa. Los compositores somos simples escritorzuelos de pinturas rupestres. Escribimos música por la sencilla razón de que el invierno es eterno y porque si no, los lobos y las tormentas de hielo se nos tirarían a la yugular aún más rápido.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

La fe es el club menos exclusivo de la tierra, pero tiene el portero más espabilado.

Aún tenía dos horas que matar. Me tomé una cerveza fría en un café y otra y otra, y me fumé una cajetilla entera de deliciosos cigarrillos franceses. El dinero de Jansch no es el tesoro del dragón, pero lo parece. Luego encontré una iglesia en una callejuela (evité los lugares turísticos para evitar a libreros enfadados) llena de velas, sombras, mártires compungidos, incienso. No entraba en una iglesia desde la mañana en que Páter me echó de la suya. La puerta de la calle no dejaba de batir. Llegaban viejas, encendían una vela, se iban. El candado del cepillo era de los buenos. La gente rezaba de rodillas, algunos movían los labios. Los envidio, de verdad te lo digo. Y también envidio a Dios, que conoce todos los secretos de esa gente. La fe es el club menos exclusivo de la tierra, pero tiene el portero más espabilado. Siempre que intento entrar por sus puertas abiertas de par en par, al instante vuelvo a encontrarme de patitas en la calle. Hice lo posible por evocar pensamientos beatíficos, pero mi mente se empeñaba en acariciar a Jocasta. Hasta los santos y los mártires de las vidrieras me excitaban un poco. Me imagino que con esta clase de pensamientos no me estoy ganando el cielo precisamente. Al final, lo que me ahuyentó fue un motete de Bach: el coro no era terriblemente malo, pero al organista lo único que podría salvarlo sería un tiro en la sien. Y así se lo dije: el tacto y la compostura están muy bien para la charla insustancial, pero cuando se trata de música no hay que andarse por las ramas.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza.

Zedelghem,
16-VIII-1931

Sixsmith:

El verano ha tomado un cariz sensual: la mujer de Ayrs y yo somos amantes. ¡No te asustes! Sólo en sentido carnal. Una noche de la semana pasada vino a mi cuarto, cerró la puerta tras de sí y, sin decir ni media, se desnudó. No es por presumir, pero la visita no me cogió por sorpresa. A decir verdad, le había dejado la puerta entornada. En serio, Sixsmith: deberías probar a hacer el amor en completo silencio. Sólo con cerrar los labios toda esa escandalera se transforma en absoluta dicha.
Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza. (Deberías probarlas un día, me refiero a las mujeres). ¿Tendrá esto que ver con el hecho de que sean tan malas jugando a las cartas? Después del Acto, prefiero quedarme tumbado y punto, pero Jocasta se puso a hablar impulsivamente, como para sepultar nuestro gran secreto negro bajo unos cuantos secretillos grises. Así, me enteré de que Ayrs contrajo la sífilis en un burdel de Copenhague en 1915, durante una larga separación, y de que no ha vuelto a cumplir con su mujer desde entonces; después de nacer Eva, el médico le dijo a Jocasta que ya no podría tener más hijos. Es muy exigente en lo tocante a sus ocasionales aventuras amorosas, pero no tiene empacho en afirmar que está en su derecho a tenerlas. Insiste en que sigue amando a Ayrs. Dio un gruñido en señal de desconfianza. Eso de que el amor ama la fidelidad, replicó, es un mito creado por los hombres en razón de su inseguridad.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza.

Zedelghem,
16-VIII-1931

Sixsmith:

El verano ha tomado un cariz sensual: la mujer de Ayrs y yo somos amantes. ¡No te asustes! Sólo en sentido carnal. Una noche de la semana pasada vino a mi cuarto, cerró la puerta tras de sí y, sin decir ni media, se desnudó. No es por presumir, pero la visita no me cogió por sorpresa. A decir verdad, le había dejado la puerta entornada. En serio, Sixsmith: deberías probar a hacer el amor en completo silencio. Sólo con cerrar los labios toda esa escandalera se transforma en absoluta dicha.
Cuando le abres el cuerpo a una mujer, también salta la cerradura del cofre de su confianza. (Deberías probarlas un día, me refiero a las mujeres). ¿Tendrá esto que ver con el hecho de que sean tan malas jugando a las cartas? Después del Acto, prefiero quedarme tumbado y punto, pero Jocasta se puso a hablar impulsivamente, como para sepultar nuestro gran secreto negro bajo unos cuantos secretillos grises. Así, me enteré de que Ayrs contrajo la sífilis en un burdel de Copenhague en 1915, durante una larga separación, y de que no ha vuelto a cumplir con su mujer desde entonces; después de nacer Eva, el médico le dijo a Jocasta que ya no podría tener más hijos. Es muy exigente en lo tocante a sus ocasionales aventuras amorosas, pero no tiene empacho en afirmar que está en su derecho a tenerlas. Insiste en que sigue amando a Ayrs. Dio un gruñido en señal de desconfianza. Eso de que el amor ama la fidelidad, replicó, es un mito creado por los hombres en razón de su inseguridad.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

Nuestros recuerdos están entretejidos en esa trama.

(...) Lo que me lleva a madame Jocasta Crommelynck. Que me quede ciego ahora mismo, Sixsmith, si la mujer no está empezando a coquetear sutilmente conmigo. La ambigüedad de sus palabras, miradas y roces está demasiado lograda para ser fortuita. A ver qué te parece esto. Ayer por la tarde estaba estudiando unas raras obras de juventud de Balakirev cuando la señora Crommelynck llamó a la puerta. Llevaba puesta la chaqueta de montar y el pelo recogido en un moño, dejando al descubierto un cuello bastante tentador.
—Mi marido quiere hacerte un regalo —dijo cuando la invité a entrar con un gesto—. Toma, para celebrar la finalización de Todten-vogel. Sabes, Robert —la lengua se le entretiene en la T de «Robert»—, Vyvyan está entusiasmado de volver a trabajar. Hacía años que no se le veía tan lleno de vida. Es una tontería de nada. Póntelo.
Y me dio un primor de chaleco, una prenda de seda de estilo otomano, con un estampado demasiado extraordinario para que jamás se ponga o se pase de moda.
—Se lo compré durante nuestra luna de miel en El Cairo, cuando tenía tu edad. No se lo va a poner nunca más.
Le dije que me sentía halagado, pero que no podía aceptar una prenda de tanto valor sentimental.
—Precisamente por eso queremos que lo uses. Nuestros recuerdos están entretejidos en esa trama. Póntelo.
Hice lo que me pedía y ella lo acarició con el pretexto (?) de quitarle la pelusa.
—Mírate en el espejo. —Obedecí. La mujer estaba a escasos centímetros de mí—. Demasiado bonito para ser pasto de las polillas, ¿no te parece?
Sí, le respondí. Tenía una sonrisa de doble filo. Si estuviésemos en una de las jadeantes novelas de Emily, la mano de la seductora habría rodeado el torso del inocente, pero Jocasta es más ladina.
—Tienes exactamente el mismo físico que Vyvyan tenía a tu edad. Qué raro, ¿no te parece?
Sí, volví a responderle. Sus dedos me soltaron un mechón de pelo que se había quedado pillado en el chaleco.
Yo ni la alenté ni la desalenté. Estas cosas no hay que forzarlas. La señora Crommelynck se retiró sin decir ni media palabra más.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde