lunes, 11 de octubre de 2010

El asilo del abuelo

Pensé que este lugar me recordaba algo.
Por supuesto: ¡mi guardería!
En la pared había dibujos con flores y abejas y estaba escrito: "Hoy hace sol". Aunque no era verdad. Parecía exactamente una guardería infantil, de vida rebobinadas hacia atrás. Un regreso a las palabras en libertad, a las cantilenas y a los llantos de improviso, a las papillas que ensucian, a la retahíla de la caca, a los estallidos espontáneos de entusiasmo y a los terrores sin esperanza. Y, tal y como se acostumbra entre los niños, se jugaba a la muerte. Si un día veias un rostro nuevo sentarse a la mesa, simplemente quería decir que un puesto había quedado libre. Era necesario chequear quien faltaba, eso era todo. Sin embargo, ¿cómo explicar aquel grumo de vida que no se puede suprimir, las rabietas, los pequeños deseos, las uñas aferradas al abismo? Y la alegría de las sonrisas escasas, la esperanza de una visita, una tajada de torta, un mirlo en el alféizar…

Fragmento de "Margarita Dolcevita"
De Stefano Benni


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