jueves, 1 de diciembre de 2011

La Mecánica del Corazón (II)




-Aquel famoso dieciséis de abril de mil ochocientos setenta y cuatro, el frío me quebró la columna vertebral:
tan solo el calor del alcohol que ingiero desde esos sombríos acontecimientos impidió que me congelara del todo. Soy el único mendigo que se salvó, el resto de mis compañeros murieron de frío.
Se quita el abrigo y me pide que le mire la espalda. Me incomoda un poco, pero no me siento capaz de negarme.
-Para reparar la parte rota, la doctora Madeleine me injertó un pedazo de columna vertebral musical a la que ella misma afinó los huesos. Si me doy en la espalda con un martillo puedo tocar música. Suena muy bien, pero, por otro lado, ando como un
cangrejo. Anda, toca algo si quieres -me dice alargándome su pequeño martillo.
-¡No sé tocar nada!
-Espera, espera, vamos a cantar un poco, ya verás qué bien suena.
Y se pone a cantar «Oh When the Saints» acompañándose con su osófono. Su voz reconforta como un cálido y esplendoroso fuego de chimenea en una noche de invierno.
Mientras se marcha, abre una alforja repleta de huevos de gallina.
-¿Por qué cargas con todos esos huevos?
-Porque están llenos de recuerdos... Mi mujer los cocinaba de maravilla. Me basta cocer uno para tener la impresión de que vuelvo a estar con ella.
-¿Y los cocinas igual de bien?
-No, me salen cosas infames, pero eso me permite reavivar los recuerdos con mayor facilidad. Coge uno si quieres.
-No quiero que te falte ningún recuerdo.
-No te preocupes por mí, tengo demasiados. Tú todavía no lo sabes, pero algún día te alegrará mucho abrir el zurrón y encontrar un recuerdo de tu infancia. 
Mientras tanto, lo que sí sé es que tan pronto como resonaron los acordes menores de «Oh When the Saints», las brumas de mis preocupaciones se disiparon durante varias horas.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

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