sábado, 3 de diciembre de 2011

La Mecánica del Corazón (III)





De repente, el cucú de mi corazón empieza a sonar muy fuerte, mucho más fuerte que cuando sufro una crisis. Siento que mis engranajes giran a toda velocidad, como si me ahogara. El carillón me revienta los tímpanos, me tapo los oídos pero el tictac resuena en el interior, haciéndose insoportable. Las agujas me rebanarán el cuello. La doctora Madeleine intenta calmarme con gestos discretos, como si intentara atrapar a un pobre canario asustado en su jaula. Tengo un calor asfixiante.

Me hubiera gustado parecer un águila real o una gaviota majestuosa, pero en lugar de eso, aparezco como un pobre canario perturbado y confundido por sus propios sobresaltos. Espero que la pequeña cantante no me haya visto. Mi tictac resuena seco,
mis ojos se abren, y mi nariz se alza al cielo. La doctora Madeleine me sujeta por el cuello de mi camisa, después me agarra del brazo y mis talones se despegan ligeramente del suelo.

-¡Volvemos a casa de inmediato! ¡Asustas a todo el mundo! ¡A todo el mundo!

Parece furiosa e inquieta a la vez. Me siento avergonzado. Al mismo tiempo rememoro las imágenes de la joven muchacha que canta sin gafas y mira el sol de frente. Y entonces ocurre: me enamoro. En el interior de mi reloj es el día más caluroso de la
historia.

Después de un cuarto de hora de ajustes a mi corazón y una buena sopa de fideos, recupero mi estado normal. La doctora Madeleine tiene un gesto cansado, como cuando después de horas y horas cantando no consigue que me duerma, aunque está vez tiene un aire más concienzudo. 

-Recuerda que tu corazón no es más que una prótesis, es infinitamente más frágil que un corazón normal, y me temo que siempre va a ser así. Los mecanismos de tu reloj no filtran las emociones como lo harían los tejidos de un corazón normal. Es absolutamente necesario que seas prudente. Lo que ha ocurrido en la ciudad cuando has visto a esa pequeña cantora confirma lo que me temía: el amor es demasiado peligroso para ti.


-Me encanta contemplar su boca.
-¡No digas eso!
-Su rostro es hermoso, con esa sonrisa resplandeciente que provoca que uno quiera contemplada mucho rato.
-No te das cuenta, te lo tomas como si no tuviera importancia. Pero lo que haces es jugar con fuego, un juego peligroso, sobre todo si se tiene un corazón de madera. Te duelen los engranajes cuando toses, ¿verdad?
-Sí.
-Pues bien, ese es un sufrimiento insignificante si lo comparas con el que puede originar el amor. Todo el placer y la alegría que el amor provoca puedes pagados un día con muchos sufrimientos. Y cuanto más intensamente ames, más intenso será el dolor futuro. Conocerás la angustia de los celos, de la incomprensión, la sensación de rechazo y de injusticia. Sentirás el frío hasta en tus huesos, y tu sangre formará cubitos de hielo que notarás correr bajo tu piel. La mecánica de tu corazón explotará. Yo misma te instalé este reloj, conozco perfectamente los límites de su funcionamiento. Como mucho, es posible que resista la intensidad del placer, pero no es lo bastante sólido para aguantar los pesares del amor.

Madeleine sonríe tristemente, con el rictus que siempre la acompaña, pero en esta ocasión no hay ni rastro de cólera.

Fragmento de "La Mecánica del Corazón" de Mathias Malzieu.

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