viernes, 17 de agosto de 2012

Primera tarea: dejar morir a la madre demasiado buena.

La detención del proceso de iniciación de una mujer puede producirse por distintas razones, por ejemplo, cuando ha habido demasiadas penalidades psicológicas en los comienzos de la propia vida, sobre todo si no ha habido una madre "suficientemente buena" en los primeros años. La iniciación también se puede estancar o quedar incompleta por no haber habido la suficiente tensión en la psique, pues la madre demasiado buena posee tanto vigor y resistencia como una mala hierba y sigue viviendo, echando hojas y protegiendo en exceso a su hija por más que el guión diga "Mutis". En esta situación, las mujeres suelen ser demasiado tímidas como para adentrarse en el bosque y se resisten todo lo que pueden. 

Tanto para ellas como para otras mujeres adultas a quienes los rigores de la vida han apartado y separado de sus vidas profundamente intuitivas y cuya queja suele ser "Estoy harta de cuidar de mí misma", existe un excelente y sabio remedio. La reafirmación, la recuperación de la pista o la reiniciación permitirá restablecer la intuición profunda cualquiera que sea la edad de la mujer. Esta intuición profunda es la que sabe lo que nos conviene y lo que necesitamos y lo sabe con la rapidez de un relámpago, siempre y cuando nosotras queramos anotar lo que ella nos dicte. 

La iniciación de Vasalisa empieza cuando ésta aprende a dejar morir lo que tiene que morir. Eso significa dejar morir los valores y las actitudes de la psique que ya no le son útiles. Hay que examinar con especial detenimiento aquellos férreos principios que hacen la vida demasiado cómoda, que protegen en exceso, que hacen que las mujeres caminen como si se escabulleran de algo en lugar de pisar con paso firme. 

El período durante el cual disminuye la "madre positiva" de la infancia —y desaparecen también sus actitudes— es siempre un período de intenso aprendizaje. Aunque existe un período de nuestras vidas durante el cual nos mantenemos cerca de la protectora madre psíquica tal como debe ser (por ejemplo, en nuestra infancia o durante la recuperación de una enfermedad o de un trauma psicológico o espiritual o cuando nuestras vidas corren peligro y el hecho de estarnos quietas es nuestra salvación) y aunque conservemos grandes reservas de su ayuda para la vida futura, llega también el momento en que hay que cambiar de madre, por así decirlo . 

Si permanecemos demasiado tiempo con la madre protectora en nuestra psique, no podremos enfrentarnos con los retos que se nos planteen y bloquearemos nuestro ulterior desarrollo. Con ello no quiero decir en modo alguno que una mujer se tenga que lanzar a situaciones ofensivas o dolorosas sino que tiene que fijarse en la vida un objetivo por el que esté dispuesta a correr riesgos. A través de este proceso se afilarán sus facultades intuitivas. 

Entre los lobos, cuando una madre loba amamanta a sus lobeznos, tanto ella como sus crías pasan mucho tiempo holgazaneando. Todos se echan los unos encima de los otros en un gran revoltijo; el mundo exterior y el mundo de los desafíos quedan muy lejos. Sin embargo, cuando la madre loba enseña finalmente a sus lobeznos a cazar y a rodear, suele mostrarles los dientes, los mordisquea, les exige que espabilen y los empuja si no hacen lo que ella les pide. 

Por consiguiente, es justo que, para que podamos proseguir nUestro desarrollo, cambiemos la solícita madre interior que nos era beneficiosa en nuestra infancia por otra clase de madre, una madre que habita en los más hondos desiertos psíquicos y es no sólo una escolta sino también una maestra, una madre afectuosa, pero también severa y exigente. 

La mayoría de nosotras no deja que muera la madre demasiado buena cuando llega el momento. Aunque esta madre demasiado buena no permita que afloren a la superficie nuestras más desbordantes energías nos resulta tan cómodo y agradable estar con ella que, ¿para qué dejarla? A menudo oímos unas voces mentales que nos animan a conservarla y a mantenernos a salvo. 

Estas voces dicen cosas tales como "Vamos, no digas eso", o "No puedes hacerlo" o "Está claro que no eres hija [amiga, compañera) mía si lo haces" o "Allí fuera hay muchos peligros" o "Quién sabe qué va a ser de ti si te empeñas en abandonar este cálido nido" o "Lo único que conseguirás será humillarte" o algo todavía más insidioso, "Haz como que corres riesgos, pero, en secreto, quédate aquí conmigo". Éstas son las voces de la asustada y un tanto irritada madre demasiado buena que anida en la psique. No lo puede remediar; es como es. Sin embargo, si permanecemos unidas demasiado tiempo a la madre demasiado buena, nuestra vida y nuestra capacidad de expresarnos se hundirán en las sombras y, en lugar de fortalecernos, nos debilitaremos.


Y algo todavía peor; ¿qué ocurre cuando alguien reprime una desbordante energía y no le permite vivir? Como una cazuela de gachas de avena en malas manos, aumenta, aumenta y aumenta de tamaño hasta que estalla y todo su delicioso contenido se derrama al suelo. Por consiguiente, hay que comprender que, para que la psique intuitiva se fortalezca, es necesario que la bondadosa y solícita protectora se retire. O quizá podríamos decir más propiamente que, al final, nos Sentimos obligadas a abandonar aquel cómodo y agradable tête—à—tête no porque nosotras lo hayamos planeado así y tampoco porque ya estemos completamente preparadas para ello —una nunca está completamente preparada—, sino 
porque algo nos espera en el lindero del bosque y nuestro destino es ir a su encuentro. 

Guillaume Apollinaire escribió: "Los llevamos al borde del abismo y les ordenamos que volaran. Ellos no se movieron. "¡Volad!", les dijimos. Pero ellos no se movieron. Los empujamos hacia el abismo. Y entonces volaron." 

Es frecuente que las mujeres teman dejar morir la vida demasiado cómoda y demasiado segura. A veces una mujer se ha recreado en la protección de la madre demasiado buena y desea seguir igual por tiempo indefinido. Pero seguramente está dispuesta a sentirse angustiada alguna vez, pues, de otro modo, se hubiera quedado en el nido. 

A veces, una mujer teme quedarse sin seguridad o sin certidumbre aunque sólo sea por muy breve tiempo. Tiene más pretextos que pelos tienen los perros. Pero es necesario que se lance y se mantenga firme sin saber lo que ocurrirá a continuación. Sólo así podrá recuperar su naturaleza instintiva. Otras veces la mujer se siente atada por el hecho de ser la madre demasiado buena para otros adultos que se han agarrado a sus tetas y no están dispuestos a permitir que ella los abandone. En este caso, la mujer tiene que propinarles una patada con la pata trasera y seguir su camino. 

Y puesto que, entre otras cosas, la psique soñadora compensa todo aquello que el ego no quiere o no puede reconocer, los sueños de una mujer durante esta lucha están llenos, en contrapartida, de persecuciones, callejones sin salida, coches que no se ponen en marcha, embarazos incompletos y otros símbolos que representan el estancamiento de la vida. En su fuero interno la mujer sabe que el hecho de ser demasiado dulce durante demasiado tiempo equivale a estar un poco muerta. 

Por consiguiente, el primer paso consiste en desprendernos del resplandeciente arquetipo de la siempre dulce y demasiado buena madre de la psique. Así pues, dejamos la teta y aprendemos a cazar. Una madre salvaje está esperando para enseñarnos. Pero, entretanto, la segunda tarea consiste en conservar la muñeca en nuestro poder hasta que hayamos aprendido cuáles son sus aplicaciones

Clarissa Pinkola Estés, "Mujeres que corren con los lobos" ("El rastreo de los hechos: La recuperación de la intuición como iniciación")

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