martes, 9 de octubre de 2012

Disonancia de género

Para mí, la parte más difícil de ser una persona transexual no ha sido la discriminación o el ridículo que he enfrentado por desafiar las normas sociales de género, sino mas bien el dolor interno que experimenté cuando mi sexo subconsciente y mi sexo consciente estaban enfrentados entre sí.

Creo que esta idea se capta mejor con el término psicológico “disonancia cognitiva”, que describe la tensión mental y el estrés que se producen en la mente de una persona cuando se encuentra tratando de conciliar dos pensamientos o puntos de vista contradictorios que ocurren al mismo tiempo -en este caso, sentirme a mí misma como mujer en un nivel subconsciente y tratar al mismo tiempo con el hecho de que yo era físicamente un hombre. Esta disonancia de género puede manifestarse de varias manera.

A veces se sentía como estrés o como ansiedad, lo que me l evaba a una maratón de batal as contra el insomnio. Otras veces, aparecía en la superficie como celos o ira hacia otras personas que parecían gozar del privilegio de dar su género por sentado. Pero, sobre todo, para mí se sentía como tristeza, una especie de tristeza de género -un dolor crónico y persistente por el hecho de que me sentía tan mal en mi cuerpo.

A veces los demás descalifican el hecho de que las personas transexuales pueden sentir un dolor real en relación a la condición de su género.

Por supuesto, es fácil para los demás descartar la disonancia de género: Es invisible y además (tal vez lo más relevante) el os mismos son incapaces de relacionarse con eso.

Estas mismas personas, sin embargo, entienden que estar atrapado en una mala relación o en un trabajo insatisfactorio puede hacer que una persona se sienta miserable y puede conducirla a una depresión tan intensa, que se extiende a todos los demás ámbitos de la vida de esa persona.

Este tipo de dolor se puede tolerar un tiempo, pero en el largo plazo, si las cosas no cambian, el estrés y la tristeza pueden acabar con esa persona.

Bueno, si tanta desesperación puede ser ocasionada por un trabajo de cuarenta horas a la semana, entonces podemos imaginar lo deprimida y angustiada que uno podría l egar a sentirse si se viera obligada a vivir en un género en el que se siente mal, veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

A diferencia de otras formas de tristeza que he experimentado y que inevitablemente se iban aliviando con el tiempo, mi disonancia de género no hacía más que empeorar con cada día que pasaba.

Y para el momento en que finalmente tomé la decisión de comenzar la transición, mi disonancia de género se había puesto tan mal que me consumía por completo; dolía más que cualquier dolor, físico o emocional que hubiera experimentado jamás.

Julia Serano

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