viernes, 20 de agosto de 2010

Discriminación y violencia

Un episodio singular sucedió en aquel tiempo. Brenda se comportaba al orinar como si tuviera pene. Compañeras del colegio que le vieron en tal actitud reaccionaron violentamente, afirmando que le matarían si persistía en su conducta. Butler en su texto "La cuestión de la transformación social", donde alude a esta misma escena, nos interrogaba significativamente: "Debemos preguntarnos acerca de esta amenaza de violencia. ¿De dónde proviene? ¿Qué es tan «terrible» para las niñas que al ver este acto les inspira amenazar con violencia y muerte? ¿Y cuál es su objetivo? ¿Y cómo se podría transformar?". Butler es potente en sus preguntas. Sus preguntas inciden en el núcleo del problema. Brenda intenta asumir su nuevo género que le imponen las normas y que no termina nunca de cumplir. Claro, se podrá decir, el desplazamiento obligado y violento del género masculino al femenino no es lo esperable, no es lo que las normas habitualmente prescriben y de ahí la dificultad de esa vida concreta. En un caso así se hace clara la violencia de las normas.
Pero las interrogaciones de Butler no tienen, aquí, en su texto "La cuestión de la transformación social", al comportamiento del niño-niña (David/Brenda) como objeto directo sino al de las niñas-niñas. Ellas muestran inequívocas actitudes de violencia hacia el otro/otra diferente y, sin embargo, ellas no se ven sumergidas en un proceso de modificación de género. Entonces, serán las propias normas de género, que desde el principio se afanan en prescribirles la categoría de lo femenino, las que activan su amenaza. Lo "terrible" para ellas es el enfrentar de modo contundente la arbitrariedad,  inestabilidad e ineficacia de las normas que Brenda visibiliza. Brenda les acerca la idea de que ellas están comprometidas, por imperativo de las normas, a la realización de un ideal imposible. El vértigo, el desconcierto, el miedo que esta comprobación les supone intentan contrarrestarlo con la eliminación de esa vida extrañamente calificable. Buscan con el acto violento no saber, ocultar su propia fragilidad esencial en la vana esperanza de que el acatamiento de la norma es posible y de que llevarlo a efecto les dotará de una vida segura; y en la rígida creencia de que el incumplimiento de las normas equivale a una condena de muerte.
La violencia muestra la pretensión de restaurar el fingido orden de la norma que dice que hay modos inteligibles y modos no inteligibles, no humanos, de ser, y muestra al mismo tiempo la decisión de rechazar la posibilidad de pensar el mundo y lo humano de otro modo, de un modo no sujeto a la idea de lo necesario, natural e inconmovible. En lugar de no reconocer nuestra ignorancia afirmando que ya nos conocemos y que conocemos al otro/otra, deberíamos aceptar nuestro no saber, nuestro desconocimiento de lo que define lo humano y de su devenir futuro; esto abriría el espacio para la respuesta no violenta capaz de iniciar el camino de la transformación. Aceptar el reto que Butler nos propone es fundamental porque la violencia de las normas de género nos afecta a todas las personas, como víctimas y como verdugos. Butler nos pregunta: "¿Qué podría significar aprender a vivir en la ansiedad de ese desafío, sentir que desaparece la seguridad del propio anclaje epistemológico y ontológico, pero querer que lo humano se convierta en algo más de lo que tradicionalmente se ha asumido que debe ser? Esto significa que debemos aprender a vivir, y aceptar, la destrucción y rearticulación de lo humano en nombre de un mundo más abierto y, en último término, menos violento, a no saber de antemano qué forma precisa toma y tomará nuestra humanidad, a estar abiertas a sus permutaciones en nombre de la no-violencia".

Elvira Burgos Díaz
Fragmento del ensayo "Haciendo y deshaciendo el género" donde analiza la obra de Judith Butler.

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