sábado, 10 de noviembre de 2012

Despierto

Cuando los hombres se levantan del lecho se imaginan que han alejado el sueño de sí y no saben que son víctimas de sus sentidos, convirtiéndose en presa de un nuevo sueño mucho más profundo que aquél del que acaban de salir. Sólo existe una única forma de vigilia y es a la que tú te acercas ahora.
Hablales a los hombres de ello: te dirán que estás enfermo, pues no pueden entenderte.
Por eso es inútil y cruel decirles nada.
Van como un río…
Y están como dormidos.
Igual que la hierba que pronto se marchita… que se rompe al anochecer y se seca.
«¿Quién era el desconocido que vino a mi habitación y me dio el libro Ibbur? ¿Lo vi despierto o en sueños?», quise preguntarle, pero Hillel me contestó antes de que pudiera expresar estos pensamientos con palabras.
- Supon que el hombre que llegó a ti, y al que tú llamas el Golem, significa el despertar de la muerte a través de la más interna vida espiritual. ¡Todas y cada una de las cosas de la tierra no son más que un símbolo eterno, cubierto de polvo! ¿Cómo piensas con la vista? Cada forma que ves la piensas con la vista. Todo lo que ha adquirido una forma fue antes un fantasma.
Siento cómo los conceptos que hasta ahora habían estado anclados en mi cerebro se sueltan y surcan, como barcos sin timón, por un mar sin orillas. Hillel continuó tranquilamente:
- Quien ha sido despertado, ya no puede morir. Sueño y muerte es lo mismo.
«… ¿ya no puede morir?» -un dolor sordo me sobrecogió.
- Dos sendas corren paralelas: el camino de la vida y el camino de la muerte. Tú has tomado y leído el libro Ibbur. Tu alma se ha preñado del espíritu de la vida -lo oí decir.
- Hillel, Hillel, déjame seguir el camino que siguen todos los hombres: ¡el de la muerte! -gritó todo dentro de mí.
La cara de Schemajah Hillel quedó rígida y seria.
- Los hombres no siguen ningún camino, ni el de la vida ni el de la muerte. Se mueven por ahí como la pelusa en la tormenta. En el Talmud está escrito: «Antes de que Dios creara el mundo puso delante de los seres un espejo; en él vieron primero los dolores espirituales de la existencia y después los placeres. Entonces unos tomaron sobre sí las penalidades. Otros, sin embargo, se negaron a ello, por lo que Dios los borró del libro de la vida.» Tú, en cambio, sigues un camino y lo has tomado, además, por tu libre voluntad, aunque quizás ya lo hayas olvidado: tú has sido llamado por ti mismo. No te aflijas: poco a poco, cuando llega el conocimiento, llega también el recuerdo. Conocimiento y recuerdo son la misma cosa.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

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