sábado, 10 de noviembre de 2012

Luna

Usted me preguntará cómo puede ser que, a pesar de mi separación del mundo, me convirtiera de la noche a la mañana en un asesino. El hombre es como un tubo de cristal por el que ruedan bolas de colores; en casi todos los que viven sólo hay una. Si la bola es roja, a ese hombre se lo llama «malo»; si es amarilla, «bueno». Si se deslizan dos bolas, una roja y otra amarilla, una detrás de otra, se tiene un carácter «inestable». Nosotros, los «mordidos por la serpiente», vivimos en nuestra existencia todo lo que normalmente vive en una raza durante toda una era: las bolas de colores se siguen velocísimas por el tubo de cristal y cuando se han acabado, somos profetas, nos hemos convertido en espejos de Dios -Laponder guardó silencio. Durante mucho rato no pude pronunciar palabra. Lo que acababa de oír me había atontado.
- ¿Por qué me ha preguntado antes tan temerosamente por mis experiencias, cuando usted está mucho, mucho más alto que yo? -reanudé por fin la conversación.
- Usted se equivoca -dijo Laponder-. Estoy muy por debajo de usted. Se lo pregunté porque sentía que usted poseía la clave que a mí todavía me faltaba.
- ¿Yo? ¿Una clave? ¡Oh, Dios!
- Sí, ¡usted! Y usted me la ha dado. No creo que haya un hombre en la tierra más feliz que yo ahora.
De fuera surgió un ruido: corrieron los pestillos. Laponder apenas hizo caso.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

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