sábado, 10 de noviembre de 2012

Luna

- Usted me ha contado que había olvidado los recuerdos de su juventud debido a una intervención hipnótica realizada en su conciencia por un médico hace mucho tiempo -continuó-. Ése es el signo, el estigma, de todos los que han sido mordidos por la «serpiente del reino espiritual». Parece casi necesario que en nuestra vida se injerten dos vidas, igual que el injerto noble en el árbol salvaje, para que pueda tener lugar el milagro de la resurrección. Lo que normalmente separa la muerte, se separa así por la extinción de la memoria: a veces sólo por un repentino giro en el interior.
En mi caso sucedió que una mañana, sin causa aparente, cuando tenía veintiún años, me desperté como cambiado. Todo lo que hasta entonces había querido me era de pronto indiferente: la vida me parecía tan tonta como una historia de indios y perdió en realidad; los sueños se convirtieron en una certeza, en una certeza apodíctica, concluyeme, entiéndame bien, en una certeza apodíctica, real, y la vida diurna se convirtió en un sueño.
Todos los hombres podrían hacer esto, si tuvieran la clave. Y la única clave está, sola y exclusivamente, en que se tome conciencia en el sueño de la forma del propio «Yo», de la piel, por decirlo así, en que se encuentre la estrecha rendija por la que se desliza la conciencia entre el sueño profundo y la vigilia.
Por eso he dicho antes que «deambulo» y no que «sueño».
La lucha por la inmortalidad es una batalla por el cetro contra los fantasmas y los clamores que llevamos en nosotros mismos; y la espera a que el propio «Yo» se convierta en rey es la espera del Mesías.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

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