sábado, 10 de noviembre de 2012

Noche

No escuché las primeras palabras con las que el marionetista introdujo su narración: sólo sé que me sentía como si me desgarrara lentamente. Tenía cada vez más frío y me ponía cada vez más rígido, como antes, cuando, convertido en cabeza de madera, estaba en el regazo de Vrieslander. Pero, de repente, me encontré dentro de la narración que me envolvió extrañamente como el trozo sin vida de un libro.
Zwakh comenzó:
Historia del abogado Dr. Hulbert y su Batallón «… Bueno, ¿qué puedo decir? Tenía la cara llena de arrugas y las piernas torcidas como un perro pachón. Desde muy joven lo único que conocía era su estudio. Un estudio seco, enervante. De lo que ganaba con enorme esfuerzo dando clases, tenía que mantener además a su madre enferma. Creo que aprendió cómo son las verdes praderas, los arbustos, las colinas en flor y los bosques en los libros. Usted mismo sabe el poco sol que llega a las negras callejas de Praga. »Hizo su doctorado con distinción de honor; en realidad, era lo lógico. »Y con el tiempo se convirtió en un famoso abogado. Tan famoso que todo el mundo -jueces y abogados- iban a consultarlo cuando no sabían algo. Sin embargo, vivía pobremente, como un mendigo en una oscura habitación, cuyas ventanas daban a un patio. »Así pasaron años y años, y la fama del Dr. Hulbert como lumbrera de la ciencia se convirtió en dogma en todo el país. Pero nadie hubiera creído que un hombre como él fuera capaz de sentimientos delicados, sobre todo cuando su cabello había empezado a encanecer y nadie hasta entonces lo había oído hablar de otra cosa que de jurisprudencia. Pero es precisamente en estos corazones encerrados en sí mismos donde las añoranzas son más ardientes. »E1 día en que el Dr. Hulbert alcanzó la meta que durante su época de estudio fue la más activa, el día en que su Majestad el Emperador de Viena lo nombró Magnífico de nuestra Universidad, corrió la voz de que se había prometido con una joven bellísima de familia pobre, pero noble. »Parecía que desde ese momento la felicidad había entrado en la casa del Dr. Hulbert.
Pues, aunque no tuvieron hijos, trataba a su mujer con gran afecto, y convertir en realidad cualquiera de sus deseos, que él sabía adivinar tan sólo con una mirada, era su mayor alegría. »Sin embargo, en su felicidad no se olvidó en absoluto, como cualquier otro podría haber hecho, del prójimo que sufría. "Dios ha colmado mi anhelo", solía decir, "ha permitido que mis sueños se convirtieran en realidad, los sueños que tuve desde la infancia, y me ha dado el ser más encantador que hay sobre la tierra. Por eso quiero que un reflejo de esta felicidad se extienda a los demás mientras esté en mis manos." »Y así fue como, cuando se dio la ocasión, tomó a un pobre estudiante aceptándolo como si fuera su propio hijo. Quizás recordaba el bien que hubiera representado una buena acción como ésta para su propio cuerpo y espíritu durante los penosos años de su juventud. Pero como en la tierra algunas acciones, que parecen buenas y nobles a los hombres, tienen las mismas consecuencias que otra digna de maldición, porque quizás nosotros no sepamos distinguir claramente entre lo que lleva semillas venenosas y semillas buenas, sucedió que, de esta compasiva obra del Dr. Hulbert, nació la mayor desgracia para él. »Su joven esposa se enamoró en seguida, con un ardiente y oculto amor, del estudiante, y el destino despiadado quiso que, precisamente en el momento en que el rector volvía inesperadamente a su casa para sorprenderla, en señal de su amor en el día de su cumpleaños, con un ramo de rosas, la encontrara en los brazos de aquél sobre el que había volcado su bondad… »Se dice que la flor del cornezuelo puede perder para siempre su color cuando, de repente, cae sobre ella la luz blanquecina y sulfurosa del rayo que anuncia una tormenta de granizo; pero lo cierto es que el alma del anciano se anegó para siempre el día en que su felicidad se rompió en pedazos. Aquella misma noche estuvo, él que hasta entonces no había sabido lo que era intemperancia, aquí en Loisitschek -casi inconsciente por la bebida- hasta el amanecer. Loisitschek se convirtió en su hogar para el resto de su destrozada vida. En verano dormía en cualquier parte, sobre los escombros de alguna construcción, y en invierno, aquí, en estos bancos de madera. »Se dejó caer en el olvido y nunca se volvió a hablar de sus títulos de doctor y catedrático de derecho. Nadie tenía corazón para levantar contra él, el hasta entonces famoso sabio, cualquier reproche escandalizado por su cambio. »Poco a poco se fue agrupando a su alrededor toda la chusma nocturna que merodeaba por el barrio judío y así se llegó a la fundación de esa extraña comunidad que hoy se suele llamar el "Batallón". »Los amplios conocimientos en leyes del Dr. Hulbert se convirtieron en un manual para todos aquellos que estaban estrechamente vigilados por la policía. Si algún preso recién liberado estaba a punto de morir de hambre, el Dr. Hulbert lo mandaba totalmente desnudo al paseo central, y el servicio del ayuntamiento, llamado Fischbanka, se veía obligado a darle un traje. Si habían expulsado de la ciudad a una muchacha sin domicilio, se casaba en seguida con un vagabundo que perteneciera al distrito, con lo cual se hacía residente en él. »E1 Dr. Hulbert conocía centenares de soluciones como éstas y, frente a sus consejos, la policía se hallaba impotente. Todo lo que estos marginados de la comunidad "ganaban" lo entregaban fielmente, hasta el último céntimo, a la banca común de la cual se ministraba el sustento necesario para vivir. Nunca se produjo el más ligero engaño, ni la más mínima estafa. Puede que el nombre de "Batallón" surgiera debido a esta disciplina de hierro. »E1 día 1 de diciembre, puntualmente, día del aniversario de la desgracia del anciano, tenía lugar por la noche, aquí, en Loisilschek, una extraña fiesta. Apiñados, uno junto a otro, se reunían en este lugar todos los mendigos, vagabundos, rufianes y mujerzuelas, borrachos y traperos, en absoluto silencio, como durante una misa. El Dr. Hulbert, desde aquella esquina donde están ahora los músicos, precisamente debajo del cuadro de la Coronación de Su Majestad el Emperador, les contaba la historia de su vida: cómo consiguió ascender, sacar el título de doctor para finalmente convertirse en Rector Magnífico. »Cuando llegaba al momento en que entraba a la habitación de su mujer para celebrar su cumpleaños con el ramo de rosas, que al mismo tiempo era un recuerdo de aquel otro momento en que fuera a pedir su mano y la había convertido en su mujer, todos los años, se le rompía la voz y caía llorando sobre la mesa. Entonces alguna mujerzuela avergonzada se acercaba a veces a él, sigilosamente para que nadie la viera, y le ponía entre las manos una flor semimarchita. »Ninguno de los oyentes se movía durante largo rato. Estos hombres son demasiado duros para llorar, pero miraban hacia abajo y se retorcían inseguros los dedos. »Una mañana encontraron al Dr. Hulbert muerto sobre un banco junto al río Moldava.
Creo que se heló. »Todavía estoy viendo su entierro. El "Batallón" se había casi desangrado para hacerlo todo lo más espléndido posible. »Delante iba el bedel de la universidad con su uniforme de gala: llevaba en las manos un cojín dorado y sobre éste la cadena de oro; detrás de la carroza fúnebre, en un grupo inextricable, todos los del "Batallón", descalzos, sucios, harapientos, rotos. Uno de ellos había vendido todo lo que tenía e iba con el cuerpo, las piernas y los brazos envueltos en viejos trozos de papel de periódico. »Así le ofrecieron sus últimas honras. »En el cementerio, sobre su tumba, hay una piedra blanca en la que se han grabado tres figuras: el Salvador crucificado entre los dos ladrones. Donado por una persona desconocida. Se murmura que fue la mujer del Dr. Hulbert quien ha erigido ese monumento a su recuerdo. »En el testamento del abogado muerto estaba previsto un legado por el cual cada uno de los miembros del "Batallón" recibiría gratis, al mediodía, una sopa, aquí, en Loisitschek. Por eso estas cucharas están atadas a la mesa y las depresiones que hay en la tabla sirven de platos. A las doce viene la camarera y echa el puré en estos harapos con una jeringa muy grande de metal, y si alguien no puede demostrar que pertenece al "Batallón", recoge otra vez la sopa con la jeringa. »Desde esta mesa esa costumbre ha dado la vuelta al mundo como algo anecdótico.»
Un tumulto en el local me despertó de mi letargo. Las últimas frases que pronunció Zwakh pasaron volando sobre mi conciencia.

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

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