sábado, 10 de noviembre de 2012

Ponche

- Usted nos ha separado virtualmente del mundo exterior, Josua -dijo Zwakh rompiendo el silencio-, desde que ha cerrado la ventana nadie ha pronunciado una sola palabra.
Sólo estaba pensando en lo extraño que es ver cómo el viento mueve cosas sin vida, cómo hace un momento hacía volar los abrigos -contestó rápidamente Prokop, como para disculparse con su silencio-. Parece tan milagroso ver cómo de repente comienzan a agitarse las cosas que siempre han permanecido muertas, inmóviles. ¿No? Una vez estuve mirando en una plaza, en la que no había nadie y sin que notara el viento, puesto que me hallaba a cubierto tras una casa, cómo unos enormes trozos de papel corrían girando como locos y se perseguían unos a otros, como si se hubiesen jurado la muerte. Un momento más tarde parecían haberse calmado, pero de repente les sobrevino un brusco enfado y, con una rabia sin sentido, se movieron a toda velocidad de un lado para otro, se apretujaron en una esquina y de nuevo se separaron como posesos para, finalmente, desaparecer tras una esquina. Un grueso periódico fue el único que no pudo seguirlos; se quedó tirado en el asfalto y se abría y cerraba lleno de odio; parecía que le faltara el aliento y procurara respirar. Me sobrevino una oscura sospecha: ¿qué pasaría si, al fin de cuentas, las cosas con vida fueran algo semejante a esos trozos de papel? ¿No es posible que haya un «viento» incomprensible e invisible que nos llevara de un lado para otro, y determinara nuestras acciones, mientras que nosotros, en nuestra simpleza, creemos vivir bajo nuestra propia y libre voluntad? ¿Y si la vida en nosotros no fuera más que un enigmático remolino de aire? Ese viento del que dice la Biblia: ¿Sabes de dónde viene y adonde va? ¿Acaso no soñamos a veces que metemos las manos en aguas muy profundas y sacamos peces de plata, cuando en realidad no ha pasado más que una helada corriente de aire que nos ha enfriado las manos?

Fragmento de "El Golem" de Gustav Meyrink

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