domingo, 3 de agosto de 2014

No hay droga ni experiencia religiosa capaces de afectarte tanto como convertir a un hombre en cadáver

Bill Smoke ve a Rufus Sixsmith salir de su habitación, espera cinco minutos y se cuela dentro. Se sienta en el borde de la bañera y se ajusta los guantes. No hay droga ni experiencia religiosa capaces de afectarte tanto como convertir a un hombre en cadáver. Aunque hace falta tener buena cabeza. Sin disciplina ni aptitud, te arriesgas a terminar en la silla eléctrica. El asesino acaricia un krugerrand, la moneda de oro sudafricana que lo acompaña en todas las misiones especiales. Smoke se resiste a ser esclavo de las supersticiones, pero no tiene intención de bromear con un talismán sólo para demostrarlo. Una tragedia para los seres queridos, un cero absoluto para los demás y un problema menos para mis clientes. No soy más que el instrumento de la voluntad de mis clientes. Si no lo hago yo, lo hará el sicario que venga detrás de mí en las Páginas Amarillas. Culpa al propietario, culpa al fabricante, pero no culpes a la pistola. Bill Smoke oye la cerradura. Respira. Las píldoras que ha tomado anteriormente le agudizan los sentidos sobremanera, al punto de que cuando Sixsmith entra en el dormitorio, canturreando Leaving on a jet-plane, juraría que siente el pulso de su víctima, más lento que el suyo. Smoke avista a su presa por la rendija de la puerta. Sixsmith se deja caer en la cama. El asesino visualiza los movimientos necesarios: Tres pasos hacia delante, le disparo de lado, en la sien, a bocajarro. Smoke sale como una flecha del cuarto de baño; Sixsmith pronuncia una sílaba gutural y trata de incorporarse, pero el proyectil silenciado perfora el cráneo del científico y se aloja en el colchón. El cuerpo de Rufus Sixsmith cae de espaldas, como si se hubiese acurrucado para echar una cabezadita.
La sangre empapa el sediento edredón.
El cerebro de Bill Smoke late de satisfacción: se siente realizado. Bien hecho, Bill.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

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