lunes, 28 de julio de 2014

Der Todtenvogel

Château Zedelghem,
28-VII-1931

Sixsmith:

Un pequeño motivo de celebración. Hace dos días, Ayrs y yo completamos nuestra primera colaboración, un breve poema sinfónico: Der Todtenvogel. Cuando exhumé la pieza, no era más que un insulso arreglo de un viejo himno teutónico que la vista vacilante de Ayrs había dejado a medias. Nuestra nueva versión es una misteriosa criatura. Toma prestadas ciertas resonancias del Anillo de Wagner y después desintegra el tema en una pesadilla a lo Stravinski vigilada por el fantasma de Sibelius. Horrible, deliciosa, ojalá pudieses oírla. Termina con un solo de flauta, nada de caramillos mariposeando, sino el pájaro de la muerte del título, que maldice por igual a primogénitos y benjamines.
Augustowski se dejó caer de nuevo ayer, al volver de París. Se leyó la partitura y la colmó de elogios como un fogonero colmando de carbones la caldera. ¡Y hace bien! Es el mejor poema sinfónico de la posguerra que conozco y, entre nosotros, Sixsmith, no pocas de sus mejores ideas son de mi cosecha. Me imagino que un amanuense debe resignarse a la idea de renunciar a su cuota de autoría, pero cuesta morderse la lengua. Pero lo mejor está por venir: ¡Augustowski quiere presentar la obra dirigiéndola él en el festival de Cracovia dentro de tres semanas!
Ayer me desperté al amanecer y me pasé el día entero pasando la partitura a limpio. De repente no parecía tan breve. Se me desatornilló la mano derecha y las rayas del pentagrama se me grabaron en los párpados, pero terminé justo a tiempo de cenar. Entre los cuatro nos bebimos cinco botellas de vino para celebrarlo. De postre, un magnífico moscatel.

Fragmento de "El Atlas de las Nubes" de David Mitchell

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