viernes, 25 de julio de 2014

Pienso en ti cuando me place, siempre que me dé la gana y como me dé la gana. Nada me lo impide, nadie me detiene.

Ocho minutos después
Fw:
Tal vez debas (o puedas) ir acostumbrándote, querida mía. Yo también soy capaz de aprender de vez en cuando: Bernhard es tu problema, no el mío. Es tu marido, no el mío. Si me besas, es a ti a quien le remuerde la conciencia, no a mí. O a nadie, porque Bernhard sabe de nosotros... o sabía... o debería contar con ello... o se lo imagina... o... ni idea: yo ya no sé qué pensar de tu versión de la conveniencia y la franqueza, he perdido la orientación. No, peor aún, he perdido el interés: ya no quiero tener que vencer un eterno obstáculo llamado Bernhard cuando pienso en ti. Tampoco tengo ya que avergonzarme secretamente ante Pamela cuando pienso en ti. Pienso en ti cuando me place, siempre que me dé la gana y como me dé la gana. Nada me lo impide, nadie me detiene. ¿Sabes el alivio que es eso? Nuestro encuentro de ayer fue para mí como un salto cuántico. Logré verte como si existieras sólo para mí, como si hubieses sido creada sólo para mí, como si el restaurante italiano hubiera abierto especialmente para nosotros, como si la mesa se hubiese hecho a propósito para que nuestras piernas pudieran tocarse debajo, como si la retama amarilla de la puerta de mi casa hubiese sido plantada exclusivamente, veinte años atrás, previendo que florecería veinte años más tarde, cuando nosotros nos besáramos y nos abrazáramos delante de ella.

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

No hay comentarios:

Publicar un comentario