viernes, 25 de julio de 2014

La ilusión de todo

A la tarde siguiente
Asunto: Ilusión de todo

Hola, Emmi.
No es fácil explicarte mi situación, pero lo intentaré. Empezaré con una cita de Emmi: «Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien». Tienes razón. Eres muy sabia. Muy sensata. Muy razonable. Con esa idea en mente nunca corres el riesgo de pedirle demasiado al otro. Y puedes contentarte con hacer aportaciones particulares a su felicidad sin sentir remordimientos. Así se ahorra energía para los tiempos difíciles. Así es posible convivir. Así es posible casarse. Así es posible criar niños. Así es posible cumplir promesas, así es posible establecer «relaciones de conveniencia», consolidarlas, descuidarlas, sacudirlas, salvarlas, volver a empezar, afrontar las crisis y superarlas. ¡Grandes tareas! Lo respeto, en serio. Sólo que yo no puedo así, no quiero así, no pienso así. Aunque ya soy adulto y por lo menos dos años mayor que tú, hay algo que sigo conservando y (aún) no estoy dispuesto a perder: la «ilusión de todo». La realidad: «Una sola persona no es capaz de dárselo todo a alguien». Mi ilusión: «No obstante, tendría que desearlo. Y no debería dejar de intentarlo nunca».
Marlene no me amaba. Yo estaba dispuesto a dárselo «todo», pero mi oferta no le interesaba demasiado. Aceptó una parte agradecida o por piedad, el resto me dio a entender que podía quedármelo. En total sólo alcanzó para unas pocas tentativas de despegue. Los aterrizajes no tardaban en llegar y eran extremadamente bruscos, al menos para mí.
Con Pamela es distinto. Ella me ama. Me ama de verdad. No temas, Emmi, no volveré a aburrirte ahora con detalles sobre nuestros puntos en común. El problema es que Pamela no se siente a gusto aquí. Tiene nostalgia, añora a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, sus bares, sus costumbres. Procura que no se le note, quiere ocultármelo, quiere ahorrármelo, porque sabe que no tiene nada que ver conmigo, y porque da por supuesto que no puedo cambiarlo.
Pues bien, compré dos billetes para Boston y le di una sorpresa. Estaba tan contenta que derramó lágrimas para todo un año. Desde entonces parece otra, como si estuviera bajo los efectos de drogas de la felicidad. Da por sentado que sólo serán dos «semanas de vacaciones», pero yo no descarto la posibilidad de que acaben siendo más. Sin decírselo, he concertado algunas entrevistas de trabajo en institutos de filología germánica, quizá a largo plazo surjan posibilidades de trabajo para mí.
No me apetece irme a Boston, Emmi, para nada. Me gustaría mucho quedarme aquí (por distintos motivos, no, por distintos motivos no, por uno muy concreto). Pero es un motivo tan... ¿Cómo dirías tú? «Es un motivo tan, tan, tan inmotivado...» Carece de todo fundamento. Es una idea absurda. No, peor aún: es una intuición absurda. Es probable que mi futuro con Pamela, si es que existe, se halle a miles de kilómetros de aquí. Creo que a mí me costará menos que a ella habituarme y adaptarme a un nuevo entorno.
Su estado de felicidad me motiva. Quiero seguir viéndola como la he visto estos últimos días. Y quiero que ella me siga mirando como me mira desde hace unos días. Me mira como a un hombre que tiene la capacidad de dárselo «todo». No, no es la capacidad, es sólo la disposición. En medio hay ilusión. Quiero conservarla por un tiempo. ¿Para qué merece la pena vivir si no es para las ilusiones de «todo»?

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

No hay comentarios:

Publicar un comentario