viernes, 25 de julio de 2014

Ocupas unos milímetros cuadrados de mi cerebro (o de mi cerebelo, o de mi hipófisis, no tengo idea de con qué parte del cerebro se piensa en alguien como tú).

Tres días después
Asunto: ¡Leo!
Querido Leo:

He pasado tres días horribles. El miedo —en realidad fue un auténtico ataque de pánico— de que todo este tiempo hayas estado usándome como objeto de estudio era proporcional al temor contrario: quizá haya sido injusta contigo, quizá haya destruido algo entre nosotros con mi precipitada acusación. No sé qué sería peor, que me hayas «engañado» o haber arrancado por un exceso de desconfianza la plantita de la confianza que con tanto esmero habíamos cultivado.

Ponte en mi lugar, querido Leo, por favor. Quiero confesarte que hacía tiempo que no intercambiaba sentimientos con nadie con tanta intensidad como contigo. Yo soy la primera en asombrarme de que sea posible hacerlo de este modo. En los mensajes que te escribo puedo ser más que nunca la verdadera Emmi. En la «vida real», si quieres que las cosas salgan bien, si quieres resistir, debes pactar continuamente con tu emotividad: ante TAL COSA no puedo reaccionar de forma exagerada, TAL OTRA tengo que aceptarla, respecto a TAL OTRA debo hacer la vista gorda. Uno adapta sus sentimientos al entorno sin descanso, es indulgente con quienes ama, asume cientos de pequeños roles cotidianos, hace equilibrios, compensa, sopesa para no poner en peligro toda la estructura, pues uno mismo forma parte de ella.

Contigo, querido Leo, no tengo miedo de ser tan espontánea como lo soy en lo más íntimo de mi alma. No pienso qué puedo exigirte y qué no. Simplemente, escribo a tontas y a locas. ¡Y me hace tanto bien! Todo eso es mérito tuyo, querido Leo, por eso te has vuelto tan imprescindible para mí: me aceptas tal como soy. A veces me refrenas, no haces caso de ciertas cosas, tomas a mal otras. Pero tu perseverancia en no despegarte de mí me demuestra que puedo ser tal como soy. Y... ¿me permites volver a hacerme un poco de publicidad? Soy mucho, pero que mucho más dócil de lo que parezco en mis mensajes. Es decir: si alguien quiere a la Emmi que se abandona, que no se esfuerza en absoluto por quedar bien, que hace alarde de sus cualidades negativas con fervor... Sí, Leo, soy celosa, desconfiada, un poco neurótica, en principio no tengo una opinión muy buena del sexo opuesto, ni tampoco del mío, por cierto... He perdido el hilo, pues bien: si alguien quiere a la Emmi que no se esfuerza por ser buena, que más bien da rienda suelta a sus flaquezas habitualmente reprimidas, con más razón querrá a Emmi tal como ella vive, porque sabe que hasta cierto punto uno sólo puede pedirle a los demás que sean lo que es uno: un montón de caprichos, un cúmulo de dudas de sí mismo, una combinación de divergencias.

Pero no se trata sólo de mí. Pienso en ti todo el tiempo, Leo. Ocupas unos milímetros cuadrados de mi cerebro (o de mi cerebelo, o de mi hipófisis, no tengo idea de con qué parte del cerebro se piensa en alguien como tú). Te has establecido allí definitivamente. No sé si eres como el que escribe.

Pero con que fueras sólo una parte de él, ya serías muy especial. Es lo que tú escribes y lo que yo entiendo: en cierto modo las dos cosas me ayudan a imaginarme a un hombre que podría existir en realidad. Siempre has hablado de tu «Emmi imaginaria». Tal vez yo no esté tan dispuesta a contentarme con un «Leo imaginario», a limitarme indefinidamente a imaginar a alguien que me cae tan bien. Tiene que ser de carne y hueso, y de cosas por el estilo. Y tiene que poder resistir un encuentro conmigo. Aún no estamos listos para eso. Pero tengo la sensación de que por escrito podremos acercarnos cada vez más a nuestro encuentro. Hasta que algún día nos sentemos frente a frente. O estemos de pie frente a frente. O de rodillas. Da igual.

Pensemos en el mensaje que estoy escribiéndote, Leo: la idea de que lo examines palabra por palabra para obtener conocimientos científicos, para citar ejemplos de cómo y con qué pueden transmitirse emociones o, peor aún, con qué pueden despertarse emociones en los otros, cómo hay que escribir para que el otro se involucre emocionalmente..., ¡la idea es tan aterradora que me entran ganas de gritar de dolor! Por favor, dime que nuestro diálogo no tiene nada que ver con un estudio. Y perdona que me haya visto obligada a suponerlo. Soy una persona que necesita partir de lo peor para desarrollar fuerzas suficientes para soportarlo luego si resulta cierto.

Este mensaje es el más largo que te he escrito hasta ahora, Leo. No lo pases por alto. Vuelve. No te marches de debajo de mi corteza cerebral. ¡Te necesito! Yo... te aprecio.

Emmi

P D.: Sé que es tardísimo. Pero estoy segura de que aún estás despierto. Y estoy convencida de que mirarás el correo. No hace falta que me contestes ahora. Pero ¿podrías escribirme aunque sea una palabra, para que yo sepa que has recibido mi mensaje? Una palabra solamente, ¿vale? También pueden ser dos o tres, si te resulta más fácil. Por favor. Por favor. Por favor. Por favor. Por favor.

Extracto de "Contra el viento del norte" de Daniel Glattauer

No hay comentarios:

Publicar un comentario