viernes, 25 de julio de 2014

Vivir y amar

Dos días después
Asunto: Te escribo ahora

Emmmmmmmi, estoy borracho. Y estoy solo. Grave error. Nunca hay que hacer esas dos cosas. O estar solo, o estar borracho, pero nunca las dos cosas al mismo tiempo. Grave error. «¿La amas?», preguntaste. Sí, la amo cuando está conmigo. O digámoslo de otro modo: la amaría si estuviera conmigo. Pero no lo está. Y yo no puedo estar con ella cuando ella no está conmigo. ¿Comprendes, Emmi? No es posible que siempre ame sólo a mujeres que no están conmigo cuando yo estoy con ellas, cuando yo las amo. ¿Londres? ¿Que qué tal estuvo Londres? Sí..., ¿qué tal estuvo Londres? Cinco días mitigando la nostalgia acumulada, seis días temiendo la nostalgia futura. Así estuvo Londres. Pamela quiere venir a vivir conmigo. Llámala «Pam», puedes llamarla «Pam» si quieres. ¡Sólo tú puedes! Pamela quiere venir a vivir conmigo. Quiere vivir conmigo, pero ¿lo hace? No puedo vivir siempre de las intenciones de una mujer que amo. Quiero vivir con la mujer que amo. Vivir y amar, las dos cosas al mismo tiempo. Nunca una sin la otra. Estar borracho o estar solo, nunca las dos cosas al mismo tiempo. Siempre una sin la otra. ¿Comprendes lo que quiero decir, Emmi? Espera un momento, me serviré otra copa. Vino tinto, Bordeaux, la segunda botella, sabe a Emmi, como siempre. ¿Recuerdas? ¿Sabes, Emmi? Tú eres la única. Eres la única, la única, la única, la... Es difícil de explicar. Ya estoy un poco borracho. Tú eres la única que está cerca de mí aunque no esté conmigo, pues yo también estoy con ella cuando ella no está conmigo. Y tengo que decirte algo más, Emmi. No, no lo haré, tú tienes familia. Tienes un marido que te ama. En aquel entonces te esfumaste. Lo elegiste a él, y elegiste bien. Quizá piensas que te falta algo. Pero no te falta nada. Tienes las dos cosas, vivir y amar. Yo también tengo las dos cosas: estar solo y estar borracho. Grave error. Bueno, te lo diré. Me he esforzado mucho, muchísimo, no quería que me gustaras. No quería. No quería que no me gustaras, y no quería que me gustaras. No quería nada de nada. No quería verte. ¿Para qué? Tú tienes a Bernhard y a los niños. Yo tengo a Pamela. Y cuando ella no está, tengo el Bordeaux. Pero te diré algo: tienes un hermosísimo..., por ejemplo, un hermosísimo rostro. Mirando eres mucho más inocente que escribiendo. No, no es que escribas de manera culpable, pero a veces escribes con mucha dureza. Sin embargo, tu rostro es suave. Y bonito. Y no sé si eres feliz. No lo sé, no lo sé, no lo sé. Pero debes de serlo. Puedes vivir y amar, las dos cosas al mismo tiempo. Yo estoy solo y me siento mal. ¿Y qué tengo de Pamela si está tan lejos que dejo de sentir que está conmigo? ¿Me comprendes? Me voy a dormir. Pero hay algo que debo decirte: ayer soñé contigo y vi tu verdadero rostro. Me dan igual tus pechos, grandes, pequeños, medianos, da igual. Pero no tus ojos ni tu boca. Y tampoco tu nariz. La manera en que me mirabas, me hablabas y me olías. Eso no me da igual. Y, de todas maneras, cada palabra que me escribes es ahora tu olor y tu mirada y tu boca. Ahora me voy a dormir. Te enviaré este mensaje y luego me iré a dormir. Espero dar con la tecla indicada. Estás muy cerca de mí, te beso. Y ahora me voy a dormir. ¿Dónde está la tecla?

Extracto de "Cada siete olas" de Daniel Glattauer

No hay comentarios:

Publicar un comentario