lunes, 28 de julio de 2014

Nuestros recuerdos están entretejidos en esa trama.

(...) Lo que me lleva a madame Jocasta Crommelynck. Que me quede ciego ahora mismo, Sixsmith, si la mujer no está empezando a coquetear sutilmente conmigo. La ambigüedad de sus palabras, miradas y roces está demasiado lograda para ser fortuita. A ver qué te parece esto. Ayer por la tarde estaba estudiando unas raras obras de juventud de Balakirev cuando la señora Crommelynck llamó a la puerta. Llevaba puesta la chaqueta de montar y el pelo recogido en un moño, dejando al descubierto un cuello bastante tentador.
—Mi marido quiere hacerte un regalo —dijo cuando la invité a entrar con un gesto—. Toma, para celebrar la finalización de Todten-vogel. Sabes, Robert —la lengua se le entretiene en la T de «Robert»—, Vyvyan está entusiasmado de volver a trabajar. Hacía años que no se le veía tan lleno de vida. Es una tontería de nada. Póntelo.
Y me dio un primor de chaleco, una prenda de seda de estilo otomano, con un estampado demasiado extraordinario para que jamás se ponga o se pase de moda.
—Se lo compré durante nuestra luna de miel en El Cairo, cuando tenía tu edad. No se lo va a poner nunca más.
Le dije que me sentía halagado, pero que no podía aceptar una prenda de tanto valor sentimental.
—Precisamente por eso queremos que lo uses. Nuestros recuerdos están entretejidos en esa trama. Póntelo.
Hice lo que me pedía y ella lo acarició con el pretexto (?) de quitarle la pelusa.
—Mírate en el espejo. —Obedecí. La mujer estaba a escasos centímetros de mí—. Demasiado bonito para ser pasto de las polillas, ¿no te parece?
Sí, le respondí. Tenía una sonrisa de doble filo. Si estuviésemos en una de las jadeantes novelas de Emily, la mano de la seductora habría rodeado el torso del inocente, pero Jocasta es más ladina.
—Tienes exactamente el mismo físico que Vyvyan tenía a tu edad. Qué raro, ¿no te parece?
Sí, volví a responderle. Sus dedos me soltaron un mechón de pelo que se había quedado pillado en el chaleco.
Yo ni la alenté ni la desalenté. Estas cosas no hay que forzarlas. La señora Crommelynck se retiró sin decir ni media palabra más.

Fragmento de "El alma del hombre bajo es socialismo" de Oscar Wilde

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